PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Nehemías 9, 1-2. 5-21
LITURGIA PENITENCIAL. ORACIÓN DE LOS LEVITAS
El día veinticuatro del séptimo mes, se congregaron los israelitas para ayunar, vestidos de saco y la cabeza cubierta de polvo. La raza de Israel se separó de todos los extranjeros y, puestos en pie, confesaron sus pecados y las culpas de sus padres.
Los levitas Josué, Cadmiel, Baní, Jasabneías, Serebías, Hodiyías, Sebanías y Petajías dijeron:
«Levantaos, bendecid al Señor, nuestro Dios.
¡Bendito seas, Señor, Dios nuestro, de eternidad en eternidad! ¡Y sea bendito el nombre de tu gloria que supera toda bendición y alabanza! ¡Tú, Señor, tú el único! Tú hiciste los cielos, el cielo de los cielos y toda su mesnada, la tierra y todo cuanto abarca, los mares y todo cuanto encierran. Todo esto tú lo animas, y la mesnada de los cielos ante ti se prosterna.
Tú, Señor, eres el Dios que elegiste a Abram, lo sacaste de Ur de Caldea y le diste el nombre de Abraham. Hallaste su corazón fiel ante ti, con él hiciste alianza, para darle el país del cananeo, del hitita y del amorreo, del ferezeo, del jebuseo y del guirgaseo, a él y a su posteridad. Y has mantenido tu palabra, porque eres justo.
Tú viste la aflicción de nuestros padres en Egipto, y escuchaste su clamor, junto al mar Rojo. Contra el Faraón obraste señales y prodigios, contra sus siervos y todo el pueblo de su país; pues supiste que eran altivos con ellos. ¡Te hiciste un nombre hasta el día de hoy! Tú hendiste el mar ante ellos: por medio del mar pasaron a pie enjuto. Hundiste en los abismos a sus perseguidores, como una piedra en aguas poderosas. Con columna de nube los guiaste de día, con columna de fuego por la noche, para alumbrar ante ellos el camino por donde habían de marchar.
Bajaste sobre el monte Sinaí, y del cielo les hablaste; les diste normas justas, leyes verdaderas, preceptos y mandamientos excelentes; les diste a conocer tu santo sábado; les ordenaste mandamientos, preceptos y ley por mano de Moisés, tu siervo. Del cielo les mandaste el pan para su hambre, para su sed hiciste brotar el agua de la roca. Y les mandaste ir a apoderarse de la tierra que tú juraste darles mano en alto.
Altivos se volvieron nuestros padres, su cerviz endurecieron y desoyeron tus mandatos. No quisieron oír, no recordaron los prodigios que con ellos hiciste; endurecieron la cerviz y se obstinaron en volver a Egipto y a su servidumbre. Pero tú eres el Dios de los perdones, clemente y entrañable, tardo a la cólera y rico en bondad. ¡No los desamparaste! Ni siquiera cuando se fabricaron un becerro de metal fundido y exclamaron: "¡Éste es tu dios, que te sacó de Egipto!" Grandes desprecios te hicieron.
Tú, en tu inmensa ternura, no los abandonaste en el desierto: la columna de nube no se apartó de ellos, para guiarlos de día por la ruta; ni la columna de fuego por la noche, para alumbrar ante ellos el camino por donde habían de marchar.
Tu espíritu bueno les diste para instruirlos, el maná no retiraste de su boca, y para su sed les diste agua. Cuarenta años los sustentaste en el desierto, y nada les faltó; ni sus vestidos se gastaron, ni se hincharon sus pies.»
RESPONSORIO Ne 9, 9. 11. 12. 20; 1Co 10, 1. 2
R. Viste, Señor, la aflicción de nuestros padres en Egipto; tu hendiste el mar ante ellos, con columna de nube los guiaste de día, con columna de fuego por la noche. * Tu espíritu bueno les diste para instruirlos.
V. Todos atravesaron el mar y todos quedaron bautizados por la nube y el mar.
R. Tu espíritu bueno les diste para instruirlos.
SEGUNDA LECTURA
Del libro de santa Teresa de Ávila sobre el Camino de perfección.
(Cap. 30, 1-5)
VENGA TU REINO
¿Quién hay, por disparatado que sea, que cuando pide a una persona grave no lleva pensado cómo pedirla, para contentarle y no serle desabrido, y qué le ha de pedir, y para qué ha menester lo que le ha de dar, en especial si pide cosa señalada, como nos enseña que pidamos nuestro buen Jesús? Cosa me parece para notar. ¿No pudierais, Señor mío, concluir con una palabra y decir: «Dadnos, Padre, lo que nos conviene»? Pues a quien tan bien lo entiende todo, no parece era menester más.
¡Oh Sabiduría eterna! Para entre vos y vuestro Padre esto bastaba, que así lo pedisteis en el huerto: mostrasteis vuestra voluntad y temor, mas os dejasteis en la suya. Mas a nosotros nos conocéis, Señor mío, que no estamos tan rendidos como lo estabais vos a la voluntad de vuestro Padre, y que era menester pedir cosas señaladas para que nos detuviésemos en mirar si nos está bien lo que pedimos, y si no, que no lo pidamos. Porque, según somos, si no nos dan lo que queremos (con este libre albedrío que tenemos), no admitiremos lo que el Señor nos diere; porque, aunque sea lo mejor, como no vemos luego el dinero en la mano, nunca nos pensamos ver ricos.
Pues dice el buen Jesús que digamos estas palabras en que pedimos que venga en nosotros un tal reino:
Santificado sea tu nombre, venga en nosotros tu reino.
Ahora mirad, qué sabiduría tan grande de nuestro Maestro. Considero yo aquí y es bien que entendamos, qué pedimos en este reino. Mas como vio su majestad que no podíamos santificar, ni alabar, ni engrandecer, ni glorificar este nombre santo del Padre eterno, conforme a lo poquito que podemos nosotros (de manera que se hiciese como es razón), si no nos proveía su majestad con darnos acá su reino, por ello lo puso el buen Jesús lo uno cabe lo otro. Porque entendamos esto que pedimos, y lo que nos importa importunar por ello, y hacer cuanto pudiéremos para contentar a quien nos lo ha de dar, os quiero decir aquí lo que yo entiendo. El gran bien que me parece a mí hay en el reino del cielo, con otros muchos, es ya no tener cuenta con cosa de la tierra, sino un sosiego y gloria en sí mismos, un alegrarse que se alegren todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mismos, que les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor, y bendicen su nombre y no le ofende nadie. Todos le aman, y la misma alma no entiende en otra cosa sino en amarle, ni puede dejarle de amar, porque le conoce. Y así le amaríamos acá, aunque no en esta perfección, ni en un ser; mas muy de otra manera le amaríamos de lo que le amamos, si le conociésemos.
RESPONSORIO
R. El que sabe dar buenos dones a sus hijos nos impulsa a pedir y a buscar. * Recibiremos con más abundancia, si creemos con más confianza, y esperamos con más firmeza, y deseamos con más ardor.
V. Con frecuencia la oración se expresa mejor con gemidos que con palabras, más con el llanto que con los labios.
R. Recibiremos con más abundancia, si creemos con más confianza, y esperamos con más firmeza, y deseamos con más ardor.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios nuestro, que quisiste hacernos hijos de la luz por la adopción de la gracia, concédenos que no seamos envueltos por las tinieblas del error, sino que permanezcamos siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.