Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre;
limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina
mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y
devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia
de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén
Laudes - LUNES IV SEMANA DE CUARESMA 2020
Lunes, 23 de marzo
de 2020.
V. Señor,
ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu
alabanza.
Antifona: Venid,
adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.
Salmo 94
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día,
mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos
al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antifona: Venid, adoremos a
Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.
Himno 1
Este es el día del
Señor.
Este es el tiempo de la misericordia.
Delante de tus ojos
ya no enrojeceremos
a causa del antiguo
pecado de tu pueblo.
Arrancarás de cuajo
el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde
de corazón sincero.
En medio de las gentes
nos guardas como un resto
para cantar tus obras
y adelantar tu reino.
Seremos raza nueva
para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe,
según tu Primogénito.
Caerán los opresores
y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio
serán tus herederos.
Señalarás entonces
el día del regreso
para los que comían
su pan en el destierro.
¡Exulten mis entrañas!
¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor que es justo
revoca sus decretos.
La salvación se anuncia
donde acechó el infierno,
porque el Señor habita
en medio de su pueblo.
Salmodia
Antífona 1: Por
la mañana sácianos de tu misericordia, Señor.
Salmo 89
Baje a nosotros la bondad del Señor
Para el Señor un día es como mil años, y mil años
como un día. (2P 3,8)
Señor, tú has sido
nuestro refugio
de generación en generación.
Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios.
Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vela nocturna.
Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.
¡Cómo nos ha consumido tu cólera
y nos ha trastornado tu indignación!
Pusiste nuestras culpas ante ti,
nuestros secretos ante la luz de tu mirada:
y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,
y nuestros años se acabaron como un suspiro.
Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan.
¿Quién conoce la vehemencia de tu ira,
quién ha sentido el peso de tu cólera?
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuando?
Ten compasión de tus siervos;
por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.
Que tus siervos vean tu acción,
y sus hijos tu gloria.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
Antífona 2: Llegue
hasta el confín de la tierra la alabanza del Señor.
Is 42,10-16
Cántico nuevo al Dios vencedor y salvador
Cantan un cántico nuevo delante del trono de Dios.
(Ap 14,3)
Cantad al Señor un
cántico nuevo,
llegue su alabanza hasta el confín de la tierra;
+ muja el mar y lo que contiene,
las costas y sus habitantes;
alégrese el desierto con sus tiendas,
los cercados que habita Cadar;
exulten los habitantes de Petra,
clamen desde la cumbre de las montañas;
den gloria al Señor,
anuncien su alabanza en las costas.
El Señor sale como un héroe,
excita su ardor como un guerrero,
lanza el alarido,
mostrándose valiente frente al enemigo.
«Desde antiguo guardé silencio,
me callaba, aguantaba;
como parturienta, grito,
jadeo y resuello.
Agostaré montes y collados,
secaré toda su hierba,
convertiré los ríos en yermo,
desecaré los estanques;
conduciré a los ciegos
por el camino que no conocen,
los guiaré por senderos que ignoran;
ante ellos convertiré la tiniebla en luz,
lo escabroso en llano.»
Antífona 3: Alabad
el nombre del Señor, los que estáis en la casa del Señor.
Salmo 134,1-12
Himno a Dios, realizador de maravillas
Vosotros sois… un pueblo adquirido por Dios para
proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su
luz maravillosa. (1P 2,9)
Alabad el nombre
del Señor,
alabadlo, siervos del Señor,
que estáis en la casa del Señor,
en los atrios de la casa de nuestro Dios.
Alabad al Señor porque es bueno,
tañed para su nombre, que es amable.
Porque él se escogió a Jacob,
a Israel en posesión suya.
Yo sé que el Señor es grande,
nuestro dueño más que todos los dioses.
El Señor todo lo que quiere lo hace:
en el cielo y en la tierra,
en los mares y en los océanos.
Hace subir las nubes desde el horizonte,
con los relámpagos desata la lluvia,
suelta a los vientos de sus silos.
Él hirió a los primogénitos de Egipto,
desde los hombres hasta los animales.
Envió signos y prodigios
—en medio de ti, Egipto—
contra el Faraón y sus ministros.
Hirió de muerte a pueblos numerosos,
mató a reyes poderosos:
a Sijón, rey de los amorreos,
a Hog, rey de Basán,
y a todos los reyes de Canaán.
Y dio su tierra en heredad,
en heredad a Israel, su pueblo.
Lectura Breve
Ex 19, 4-16a
Vosotros habéis
visto cómo os saqué sobre alas de águila y os traje hacia mí; ahora pues,
si queréis obedecerme y guardar mi alianza, seréis mi especial propiedad entre
todos los
pueblos, pues mía es toda la tierra. Seréis para mí un reino de sacerdotes y
una nación
santa.
Responsorio Breve
V. Él me librará de la red
del cazador.
R. Él me librará de la red
del cazador.
V. Me cubrirá con su
plumaje.
R. Él me librará de la red
del cazador.
V. Gloria al Padre, y al
Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Él me librará de la red
del cazador.
Primera Lectura
Del libro del
Levítico 16, 2-28
EL DÍA DE LA
EXPIACIÓN
En aquellos días,
ordenó Dios a Moisés lo siguiente: «Di a tu hermano Aarón que no entre en
cualquier ocasión a la parte del santuario que está detrás del velo, ante el
propiciatorio que está sobre el arca, no sea que muera ante mí, pues yo me hago
visible en forma de nube sobre la cubierta del arca. Éste es el rito que
seguirá Aarón para entrar en el santuario: Tomará un novillo para el
sacrificio expiatorio. Y un carnero para el holocausto. Se vestirá la túnica
sagrada de lino y calzón igualmente de lino, se ceñirá una banda de lino y se pondrá
una tiara de lino. Éstas son las vestiduras sagradas que se pondrá después de haberse
bañado. Además recibirá de la asamblea de los israelitas dos machos cabríos para
el sacrificio expiatorio y un carnero para el holocausto. Después que Aarón
haya ofrecido su novillo, en sacrificio por su propio pecado, y que haya hecho
el rito de expiación, por sí mismo y por su casa, tomará los dos machos cabríos
y los presentará ante el Señor a la entrada de la Tienda de Reunión. Echará la suerte
sobre ellos: uno le tocará al Señor y el otro a Azazel. Tomará el que haya
tocado en
suerte al Señor y lo ofrecerá en sacrificio expiatorio. El que haya tocado en
suerte a Azazel lo presentará vivo ante el Señor, para hacer sobre él el rito
de expiación y después lo mandará a Azazel al desierto. Así, pues, Aarón
ofrecerá primero su novillo, en sacrificio por su propio pecado, y hará el rito
de expiación, por sí mismo y por su casa, e inmolará el novillo. Tomará luego
un incensario, lleno de brasas tomadas del altar que está ante el Señor, y dos
puñados de
incienso aromático pulverizado, y llevará todo esto detrás del velo. Pondrá el
incienso sobre las brasas delante del Señor, para que el humo del incienso
cubra el propiciatorio que está sobre el documento de la alianza, y así él no muera.
Después tomará sangre del novillo y rociará con el dedo el lado oriental de la
placa o propiciatorio; luego hará con el dedo otras siete aspersiones de sangre
en la parte del frente del propiciatorio. En seguida inmolará el macho cabrío,
destinado para el sacrificio expiatorio por el pecado del pueblo; llevará su
sangre dentro del velo, y hará con ella lo mismo que hizo con la sangre del novillo:
rociando el propiciatorio y su parte anterior. Así hará el rito de expiación
sobre el santuario, por todas las impurezas y delitos de los hijos de Israel,
por todos sus pecados. Lo mismo hará luego con la Tienda de Reunión que se encuentra
entre ellos, en medio de sus impurezas. No habrá nadie en la Tienda de Reunión,
desde que entre al santuario,
para hacer la expiación por sí mismo, por su casa y por toda la comunidad de
Israel, hasta que salga. Cuando haya salido, irá al altar que está ante el Señor
y hará sobre él el rito de expiación: tomará sangre del novillo y del macho
cabrío, ungirá con ella los salientes del altar y rociará la sangre con el dedo
siete veces sobre el altar. Así lo purificará y santificará de las impurezas de
los hijos de Israel. Acabada la expiación del santuario, de la Tienda de Reunión
y del altar, Aarón hará traer el macho cabrío vivo. Con las dos manos puestas
sobre la cabeza del macho cabrío, confesará las iniquidades y delitos de los
hijos de Israel, todos sus pecados; se los echará en la cabeza al macho cabrío
y, después, lo mandará al desierto, por medio de un hombre designado para ello.
Así, el macho cabrío se llevará consigo todas las iniquidades de los
hijos de Israel a una tierra deshabitada. El encargado lo soltará en el
desierto. Después Aarón entrará en la Tienda de Reunión, se quitará las
vestiduras de lino, que se había puesto para entrar en el santuario, y las
dejará allí. En seguida bañará su cuerpo en un lugar santo. Luego se pondrá sus
vestiduras, volverá a salir y ofrecerá su holocausto y el holocausto del
pueblo. Hará la expiación por sí mismo y por el pueblo, y dejará quemarse sobre
el altar la grasa de la víctima expiatoria. El que ha llevado el macho cabrío a
Azazel lavará sus vestidos, se bañará y después podrá entrar en el campamento. Las
víctimas expiatorias el novillo y el macho cabrío, cuya sangre se introdujo en
el santuario para hacer el rito de expiación, se sacarán fuera del campamento,
y se quemará
su piel, carne e intestinos. El encargado de quemarlos lavará sus vestidos, se
bañará y después podrá entrar en el campamento.»
Responsorio Hb 9, 11. 12. 24
R. Cristo
se presentó como sumo sacerdote de los bienes futuros, no con sangre de machos
cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, * y
entró de una vez para siempre en el santuario, obteniendo para nosotros una
redención eterna.
V. No entró Cristo en un
santuario levantado por mano de hombre, sino en el mismo cielo.
R. Y entró de una vez para
siempre en el santuario, obteniendo para nosotros una redención eterna.
Segunda Lectura
De las homilías de
Orígenes, presbítero, sobre el libro del Levítico
(Homilía 9, 5. 10: PG 12, 515. 523)
CRISTO ES NUESTRO
SUMO SACERDOTE, NUESTRA PROPICIACIÓN
Una vez al año, el
sumo sacerdote, alejándose del pueblo, entra en el lugar donde se hallan el
propiciatorio, los querubines, el arca de la alianza y el altar del incienso,
en aquel lugar donde nadie puede penetrar, sino sólo el sumo sacerdote. Si
pensamos ahora en nuestro verdadero sumo sacerdote, el Señor Jesucristo, y
consideramos cómo, mientras vivió en carne mortal, estuvo durante todo el año
con el pueblo, aquel año del que él mismo dice: Me ha enviado para anunciar el
Evangelio a los pobres, para anunciar el año de gracia del Señor, fácilmente
advertiremos que, en este
año, penetró una sola vez, el día de la propiciación, en el santuario, es
decir, en los cielos, después de haber realizado su misión, y que subió hasta el
trono del Padre, para hacerle propicio al género humano y para interceder por
cuantos creen en él. Aludiendo a esta propiciación con la que vuelve a
reconciliar a los hombres con el
Padre, dice el apóstol Juan: Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis.
Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el
Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados. Y, de manera
semejante, Pablo vuelve a pensar en esta propiciación cuando dice de Cristo: A
quien Dios constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre.
De modo que el día de propiciación permanece entre nosotros hasta que el mundo
llegue a su fin. Dice el precepto divino: Pondrá incienso sobre las brasas,
ante el Señor; el humo del incienso ocultará la cubierta que hay sobre el
documento de la alianza; y así no morirá.
Después tomará sangre del novillo y salpicará con el dedo la cubierta, hacia
oriente. Así se nos explica cómo se llevaba a cabo entre los antiguos el rito
de propiciación a Dios en favor de los hombres; pero tú, que has alcanzado a
Cristo, el verdadero sumo
sacerdote, que con su sangre hizo que Dios te fuera propicio, y te reconcilió
con el Padre, no te detengas en la sangre física; piensa más bien en la sangre
del Verbo, y óyele a él mismo decirte: Ésta es mi sangre, derramada por
vosotros para el perdón de los pecados. No pases por alto el detalle de que
esparció la sangre hacia oriente. Porque la propiciación viene de oriente, pues
de allí proviene el hombre cuyo nombre es Oriente, que fue hecho mediador entre
Dios y los hombres. Esto te está invitando a mirar siempre hacia oriente, de
donde brota para ti el sol de justicia, de donde nace siempre para ti la luz
del día, para que no andes nunca en tinieblas ni en ellas aquel día supremo te sorprenda:
no sea que la noche y el espesor de la ignorancia te abrumen, sino que, por el
contrario, te muevas siempre en el resplandor del conocimiento, tengas siempre
en tu poder el día de la fe y no pierdas nunca la lumbre de la caridad y de la
paz.
Responsorio Cf. Hb 6, 19. 20; cf. 7, 2. 3
R. Jesús,
el Cordero sin mancha, penetró hasta el interior del santuario, como precursor nuestro, * constituido
sumo sacerdote para siempre, según el rito de Melquisedec.
V. Él es el rey de
justicia, cuya vida no tiene fin.
R. Constituido sumo
sacerdote para siempre, según el rito de Melquisedec.
Lunes, 23 de marzo de 2020
Evangelio y Reflexión
Lectura del santo evangelio según san Juan (4,43-54):
EN aquel tiempo, salió Jesús de Sanaría para Galilea. Jesús mismo había
atestiguado: «Un profeta no es estimado en su propia patria».
Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto
todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos
habían ido a la fiesta. Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había
convertido el agua en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo
en Cafarnaúm. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y
le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. Jesús le dijo: «Si
no veis signos y prodigios, no creéis». El funcionario insiste:
«Señor, baja antes de que se muera mi niño». Jesús le contesta:
«Anda, tu hijo vive». El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en
camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole
que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le
contestaron: «Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre». El padre cayó en la
cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y
creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de
Judea a Galilea.
Palabra del Señor
Canto Evangélico
Antifona: Había
un funcionario de la corte que tenía un hijo enfermo en Cafarnaúm; y,
habiéndose enterado de que Jesús había vuelto a Galilea, le pidió que bajase a
curar a su
hijo.
Benedictus Lc 1,
68-79
El Mesías y su
precursor
+
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y
al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Preces
Alabemos a Dios,
nuestro Padre, que nos concede ofrecerle el sacrificio de alabanza cuaresmal, y
supliquémosle, diciendo:
*Ilumínanos, Señor, con tu palabra*.
Dios todopoderoso y compasivo, concédenos el espíritu de oración y de
penitencia, — y danos un verdadero deseo de amarte a ti y a nuestros hermanos.
Concédenos ser constructores de tu reino, para que todas las cosas tengan a
Cristo por cabeza, — y abunde la justicia y la paz en toda la tierra.
Haz que sepamos descubrir la bondad y hermosura de tu creación,
— para que su belleza se haga alabanza en nuestros labios.
Perdónanos por haber ignorado la presencia de Cristo en los pobres, los sencillos
y los marginados, — y por no haber atendido a tu Hijo en estos hermanos
nuestros.
Aquí se pueden añadir algunas intenciones libres.
Impulsados por el Espíritu que nos hace clamar: “¡Padre!”, invoquemos a nuestro
Dios:
Padre nuestro.
Padre Nuestro
Padre nuestro, que
estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal.
Oración
Oremos:
Oh Dios, que
renuevas el mundo por medio de sacramentos divinos, concede a tu Iglesia
la ayuda de estos auxilios del cielo sin que le falten los necesarios de la
tierra. Por nuestro
Señor Jesucristo.
Amén.
V. El
Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.
Nació en Barcelona, España, y quedó huérfano de padre siendo
todavía muy pequeño. Jovencito fue admitido como monaguillo y cantor en una
iglesia, y viendo los sacerdotes su gran piedad y devoción se propusieron
costearle los estudios de seminario. Pasaba muchas horas rezando ante el
Santísimo Sacramento en el templo.
Ordenado sacerdote, y habiendo recibido en la universidad el grado
de doctor, se dedicó a la educación de la juventud. Era sumamente estimado por
las gentes y muy alabado por su gran virtud y por sus modos tan amables que
tenía en el trato con todos, pero Dios le dejó ver el estado de su alma y desde
ese día ya no tuvo José ningún sentimiento de vanidad ni de orgullo. Se dio
cuenta de que lo que ante los ojos de la gente brilla como santidad, ante los
ojos de Dios no es sino miseria y debilidad. Desde el día en que Dios le
permitió ver el estado de su alma, José Oriol se propuso nunca más volver a
comer carne en su vida y ayunar todos los días.
A San José Oriol le concedió Dios el don de la dirección
espiritual. Las gentes que iban a consultarlo volvían a sus casas y a sus
oficios con el alma en paz y el espíritu lleno de confianza y alegría. A las
personas que dirigía les insistía en que su santidad no fuera sólo superficial
y externa, sino sobre todo interior y sobrenatural.
El santo nunca se atribuía a él mismo ninguno de los prodigios que
obraba. Decía que todo se debía a que sus penitentes se confesaban con mucho
arrepentimiento y que por eso Dios los curaba. En sus últimos años obtuvo de
Dios el don de profecía y anunciaba muchas cosas que iban a suceder en el
futuro. Y hasta anunció cuando iba a suceder su propia muerte. En un día del
mes de marzo del año 1702, mientras cantaba en su lecho de enfermo un himno a
la Virgen María, murió santamente. Tenía apenas 53 años.
Toribio era graduado en derecho, y había sido nombrado Presidente
del Tribunal de Granada (España) cuando el emperador Felipe II al conocer sus
grandes cualidades le propuso al Sumo Pontífice para que lo nombrara Arzobispo
de Lima. Roma aceptó y envió en nombramiento, pero Toribio tenía mucho temor a
aceptar. Después de tres meses de dudas y vacilaciones aceptó.
El Arzobispo que lo iba a ordenar de sacerdote le propuso darle
todas las órdenes menores en un solo día, pero él prefirió que le fueran
confiriendo una orden cada semana, para así irse preparando debidamente a
recibirlas.
En 1581 llegó Toribio a Lima como Arzobispo. Su arquidiócesis
tenía dominio sobre Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Bolivia, Chile y parte
de Argentina. Medía cinco mil kilómetros de longitud, y en ella había toda
clase de climas y altitudes. Abarcaba más de seis millones de kilómetros
cuadrados.
Al llegar a Lima Santo Toribio tenía 42 años y se dedicó con todas
sus energías a lograr el progreso espiritual de sus súbditos. La ciudad estaba
en una grave situación de decadencia espiritual. Los conquistadores cometían
muchos abusos y los sacerdotes no se atrevían a corregirlos. Muchos para
excusarse del mal que estaban haciendo, decían que esa era la costumbre. El
arzobispo les respondió que Cristo es verdad y no costumbre. Y empezó a atacar
fuertemente todos los vicios y escándalos. A los pecadores públicos los
reprendía fuertemente, aunque estuvieran en altísimos puestos.
Las medidas enérgicas que tomó contra los abusos que se cometían,
le atrajeron muchos persecuciones y atroces calumnias. El callaba y ofrecía
todo por amor a Dios, exclamando, "Al único que es necesario siempre tener
contento es a Nuestro Señor".
Tres veces visitó completamente su inmensa arquidiócesis de Lima.
En la primera vez gastó siete años recorriéndola. En la segunda vez duró cinco
años y en la tercera empleó cuatro años. La mayor parte del recorrido era a
pie. A veces en mula, por caminos casi intransitables, pasando de climas
terriblemente fríos a climas ardientes. Eran viajes para destruir la salud del
más fuerte. Muchísimas noches tuvo que pasar a la intemperie o en ranchos
miserabilísmos, durmiendo en el puro suelo. Los preferidos de sus visitas eran
los indios y los negros, especialmente los más pobres, los más ignorantes y los
enfermos.
Logró la conversión de un enorme número de indios. Cuando iba de
visita pastoral viajaba siempre rezando. Al llegar a cualquier sitio su primera
visita era al templo. Reunía a los indios y les hablaba por horas y horas en el
idioma de ellos que se había preocupado por aprender muy bien. Aunque en la
mayor parte de los sitios que visitaba no había ni siquiera las más elementales
comodidades, en cada pueblo se quedaba varios días instruyendo a los nativos,
bautizando y confirmando.
Celebraba la misa con gran fervor, y varias veces vieron los
acompañantes que mientras rezaba se le llenaba el rostro de resplandores.
Santo Toribio recorrió unos 40,000 kilómetros visitando y ayudando
a sus fieles. Pasó por caminos jamás transitados, llegando hasta tribus que
nunca habían visto un hombre blanco.
Al final de su vida envió una relación al rey contándole que había
administrado el sacramento de la confirmación a más de 800,000 personas.
Una vez una tribu muy guerrera salió a su encuentro en son de
batalla, pero al ver al arzobispo tan venerable y tan amable cayeron todos de
rodillas ante él y le atendieron con gran respeto las enseñanzas que les daba.
Santo Toribio se propuso reunir a los sacerdotes y obispos de
América en Sínodos o reuniones generales para dar leyes acerca del
comportamiento que deben tener los católicos. Cada dos años reunía a todo el clero
de la diócesis para un Sínodo y cada siete años a los de las diócesis vecinas.
Y en estas reuniones se daban leyes severas y a diferencia de otras veces en
que se hacían leyes pero no se cumplían, en los Sínodos dirigidos por Santo
Toribio, las leyes se hacían y se cumplían, porque él estaba siempre vigilante
para hacerlas cumplir.
Nuestro santo era un gran trabajador. Desde muy de madrugada ya
estaba levantado y repetía frecuentemente: "Nuestro gran tesoro es el
momento presente. Tenemos que aprovecharlo para ganarnos con él la vida eterna.
El Señor Dios nos tomará estricta cuenta del modo como hemos empleado nuestro
tiempo".
Fundó el primer seminario de América. Insistió y obtuvo que los
religiosos aceptaran parroquias en sitios supremamente pobres. Casi duplicó el
número de parroquias o centros de evangelización en su arquidiócesis. Cuando él
llegó había 150 y cuando murió ya existían 250 parroquias en su territorio.
Su generosidad lo llevaba a repartir a los pobres todo lo que
poseía. Un día al regalarle sus camisas a un necesitado le recomendó:
"Váyase rapidito, no sea que llegue mi hermana y no permita que Ud. se
lleve la ropa que tengo para cambiarme".
Cuando llegó una terrible epidemia gastó sus bienes en socorrer a
los enfermos, y él mismo recorrió las calles acompañado de una gran multitud
llevando en sus manos un gran crucifijo y rezándole con los ojos fijos en la
cruz, pidiendo a Dios misericordia y salud para todos.
El 23 de marzo de 1606, un Jueves Santo, murió en una capillita de
los indios, en una lejana región, donde estaba predicando y confirmando a los
indígenas.
Estaba a 440 kilómetros de Lima. Cuando se sintió enfermo prometió
a sus acompañantes que le daría un premio al primero que le trajera la noticia
de que ya se iba a morir. Y repetía aquellas palabras de San Pablo: "Deseo
verme libre de las ataduras de este cuerpo y quedar en libertad para ir a
encontrarme con Jesucristo".
Ya moribundo pidió a los que rodeaban su lecho que entonaran el
salmo que dice: "De gozo se llenó mi corazón cuando escuché una voz:
iremos a la Casa del Señor. Que alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del
Señor".
Las últimas palabras que dijo antes de morir fueron las del salmo
30: "En tus manos encomiendo mi espíritu".
Su cuerpo, cuando fue llevado a Lima, un año después de su muerte,
todavía se hallaba incorrupto, como si estuviera recién muerto.
Después de su muerte se consiguieron muchos milagros por su
intercesión. Santo Toribio tuvo el gusto de administrarle el sacramento de la
confirmación a tres santos: Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano y San
Martín de Porres.
El Papa Benedicto XIII lo declaró santo en 1726.
Y toda América del Sur espera que este gran santo e infatigable
apóstol, quizás el más grande obispo que ha vivido en este continente, siga
rogando para que nuestra santa religión se mantenga fervorosa y creciente en
todos estos países.
En el Perú, se celebra litúrgicamente su fiesta el 27 de abril.