Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de
todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y
enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar
este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por
Cristo nuestro Señor. Amén.
TIEMPO ORDINARIO
JUEVES DE LA SEMANA XVII
Del Común de pastores para un santo obispo y del Común de doctores de la
Iglesia. Salterio I.
1 de agosto
SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, obispo y doctor de la
Iglesia. (MEMORIA)
Nació en Nápoles el año 1696; obtuvo el doctorado en ambos
derechos, recibió la ordenación sacerdotal e instituyó la Congregación llamada
del Santísimo Redentor. Para fomentar la vida cristiana en el pueblo, se dedicó
a la predicación y a la publicación de diversas obras, sobre todo de teología
moral, materia en la que es considerado un auténtico maestro. Fue elegido
obispo de Sant' Agata de' Goti, pero algunos años después renunció a dicho
cargo y murió entre los suyos, en Pagami, cerca de Nápoles, el año 1787.
LAUDES
(Oración de la mañana)
INVITATORIO
(Si Laudes no es la primera oración del día
se sigue el esquema del Invitatorio explicado en el Oficio de Lectura)
V. Señor, abre mis labios
R. Y mi boca proclamará
tu alabanza.
INVITATORIO
Ant. Venid, adoremos al
Señor, fuente de la sabiduría.
Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Himno: PARA VOSOTROS, EL MISTERIO DEL PADRE.
Para vosotros, el misterio del Padre;
con vosotros, la luz del Verbo;
en vosotros, la llama del Amor
que es fuego.
¡Hontanares de Dios!,
¡hombres del Evangelio!,
¡humildes inteligencias luminosas!,
¡grandes hombres de barro tierno!
El mundo tiene hambre de infinito
y sed de cielo;
las criaturas nos atan a lo efímero
y nos vamos perdiendo en el tiempo.
Para nosotros,
el misterio que aprendisteis del Padre;
con nosotros, la luz que os dio el Verbo;
en nosotros, el Amor ingénito.
¡Hombres de Cristo, maestros de la Iglesia!
dadnos una vida y un anhelo,
la angustia por la verdad,
por el error el miedo.
Dadnos una vida de rodillas
ante el misterio,
una visión de este mundo de muerte
y una esperanza de cielo.
Padre, te pedimos para la Iglesia
la ciencia de estos maestros. Amén.
SALMODIA
Ant. 1. Tu luz, Señor, nos
hace ver la luz.
Salmo 35 - DEPRAVACIÓN DEL MALVADO Y BONDAD DE
DIOS.
El malvado escucha en su interior
un oráculo del pecado:
«No tengo miedo a Dios,
ni en su presencia.»
Porque se hace la ilusión de que su culpa
no será descubierta ni aborrecida.
Las palabras de su boca son maldad y traición,
renuncia a ser sensato y a obrar bien;
acostado medita el crimen,
se obstina en el mal camino,
no rechaza la maldad.
Señor, tu misericordia llega al cielo,
tu fidelidad hasta las nubes,
tu justicia hasta las altas cordilleras;
tus sentencias son como el océano inmenso.
Tú socorres a hombres y animales;
¡qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios!;
los humanos se acogen a la sombra de tus alas;
se nutren de lo sabroso de tu casa,
les das a beber del torrente de tus delicias,
porque en ti está la fuente viva
y tu luz nos hace ver la luz.
Prolonga tu misericordia con los que te reconocen,
tu justicia con los rectos de corazón;
que no me pisotee el pie del soberbio,
que no me eche fuera la mano del malvado.
Han fracasado los malhechores;
derribados, no se pueden levantar.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Tu luz, Señor, nos
hace ver la luz.
Ant. 2. Señor, tú eres
grande, tu fuerza es invencible.
Cántico: HIMNO A DIOS CREADOR DEL MUNDO Y PROTECTOR
DE SU PUEBLO Jdt 16, 2-3. 15-19
¡Alabad a mi Dios con tambores,
elevad cantos al Señor con cítaras,
ofrecedle los acordes de un salmo de alabanza,
ensalzad e invocad su nombre!
porque el Señor es un Dios quebrantador de guerras,
su nombre es el Señor.
Cantaré a mi Dios un cántico nuevo:
Señor, tú eres grande y glorioso,
admirable en tu fuerza, invencible.
Que te sirva toda la creación,
porque tú lo mandaste y existió;
enviaste tu aliento y la construiste,
nada puede resistir a tu voz.
Sacudirán las olas los cimientos de los montes,
las peñas en tu presencia se derretirán como cera,
pero tú serás propicio a tus fieles.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Señor, tú eres
grande, tu fuerza es invencible.
Ant. 3. Aclamad a Dios con
gritos de júbilo.
Salmo 46 - ENTRONIZACIÓN DEL DIOS DE ISRAEL.
Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.
El nos somete los pueblos
y nos sojuzga las naciones;
El nos escogió por heredad suya:
gloria de Jacob, su amado.
Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas:
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad.
Porque Dios es el rey del mundo:
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado.
Los príncipes de los gentiles se reúnen
con el pueblo del Dios de Abraham;
porque de Dios son los grandes de la tierra,
y él es excelso.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Aclamad a Dios con
gritos de júbilo.
LECTURA BREVE Sb 7, 13-14
Aprendí la sabiduría sin malicia, reparto sin envidia, y no me guardo sus
riquezas. Porque es un tesoro inagotable para los hombres: los que lo adquieren
se atraen la amistad de Dios, porque el don de su enseñanza los recomienda.
RESPONSORIO BREVE
V. El pueblo cuenta
su sabiduría.
R. El pueblo cuenta
su sabiduría.
V. La asamblea
pregona su alabanza.
R. Cuenta su
sabiduría.
V. Gloria al Padre, y
al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. El pueblo cuenta
su sabiduría.
PRIMERA LECTURA
Del libro de Job 32, 1-6; 33, 1-22
HABLA ELIHÚ ACERCA DEL MISTERIO DE DIOS
Los tres hombres no respondieron más a Job, convencidos de que era inocente.
Pero Elihú, hijo de Baraquel, de la familia de Ram, natural de Buz, se indignó
contra Job, porque pretendía justificarse frente a Dios. También se indignó
contra los tres compañeros, porque, al no hallar respuesta, habían dejado a
Dios como culpable. Elihú había esperado, mientras ellos hablaban con Job,
porque eran mayores que él; pero, viendo que ninguno de los tres respondía,
Elihú, hijo de Baraquel, de Buz, indignado, intervino, diciendo:
«Escucha mis palabras, Job, presta oído a mi discurso, mira que ya abro la boca
y mi lengua forma palabras con el paladar; hablo con un corazón sincero, mis
labios expresan un saber acendrado.
El soplo de Dios me hizo, el aliento del Todopoderoso me dio vida. Contéstame,
si puedes, prepárate, ponte frente a mí. Mira: igual que tú soy ante Dios,
también yo fui plasmado de la arcilla. No te espantará mi terror, ni pesará mi
mano sobre ti.
Tú has dicho esto en mi presencia, yo te he escuchado: "Yo soy puro, no
tengo delito, soy inocente, no hay culpa en mí, pero él encuentra pretextos
contra mí, me considera su enemigo, mete mis pies en el cepo y espía todos mis
pasos."
Protesto: en eso no tienes razón, porque Dios es más grande que el hombre.
¿Cómo te atreves a acusarlo de que no responda a todas tus razones? Dios sabe
hablar de un modo o de otro, y uno no lo advierte.
En sueños o visiones nocturnas, cuando el letargo cae sobre el hombre que está
durmiendo en su cama: entonces le abre el oído y lo estremece con avisos, para
apartarlo de sus malas obras y corregir su orgullo, para librar su vida de la
fosa y de cruzar el Canal.
Otras veces lo corrige con una enfermedad, con la agonía incesante de sus
miembros, cuando hasta la comida le repugna y le asquean sus manjares
favoritos, cuando su carne se consume y desvanece y sus huesos a la vista se
descubren, cuando su alma a la fosa se aproxima y su vida a la morada de los
muertos.»
RESPONSORIO Rm 11, 33-34
R. ¡Qué abismo de riqueza es la sabiduría y ciencia de Dios! * ¡Qué
insondables son sus juicios y qué irrastreables sus caminos!
V. ¿Quién ha conocido jamás la mente del Señor? ¿Quién ha sido su
consejero?
R. ¡Qué insondables son sus juicios y qué irrastreables sus caminos!
SEGUNDA LECTURA
De las obras de San Alfonso María de Ligorio, obispo.
(Tratado sobre la práctica del amor a Jesucristo, edición latina, Roma 1909,
pp. 9-14)
EL AMOR A CRISTO
Toda la santidad y la perfección del alma consiste en el amor a Jesucristo,
nuestro Dios, nuestro sumo bien y nuestro redentor. La caridad es la que da
unidad y consistencia a todas las virtudes que hacen al hombre perfecto.
¿Por ventura Dios no merece todo nuestro amor? Él nos ha amado desde toda la
eternidad. «Considera, oh hombre -así nos habla-, que yo he sido el primero en
amarte. Aún no habías nacido, ni siquiera existía el mundo, y yo ya te amaba.
Desde que existo, yo te amo.»
Dios, sabiendo que al hombre se lo gana con beneficios, quiso llenarlo de dones
para que se sintiera obligado a amarlo: «Quiero atraer a los hombres a mi amor
con los mismos lazos con que habitualmente se dejan seducir: con los vínculos
del amor.» Y éste es el motivo de todos los dones que concedió al hombre.
Además de haber dado un alma dotada, a imagen suya, de memoria, entendimiento y
voluntad, y un cuerpo con sus sentidos, no contento con esto, creó, en
beneficio suyo, el cielo y la tierra y tanta abundancia de cosas, y todo ello
por amor al hombre, para que todas aquellas creaturas estuvieran al servicio
del hombre, y así el hombre lo amara a él en atención a tantos beneficios.
Y no sólo quiso darnos aquellas creaturas, con toda su hermosura, sino que
además, con el objeto de conquistarse nuestro amor, llegó al extremo de darse a
sí mismo por entero a nosotros. El Padre eterno llegó a darnos a su Hijo único.
Viendo que todos nosotros estábamos muertos por el pecado y privados de su
gracia, ¿que es lo que hizo? Llevado por su amor inmenso, mejor aún, excesivo,
como dice el Apóstol, nos envió a su Hijo amado para satisfacer por nuestros
pecados y para restituirnos a la vida, que habíamos perdido por el pecado.
Dándonos al Hijo, al que no perdonó, para perdonarnos a nosotros, nos dio con
él todo bien: la gracia, la caridad y el paraíso, ya que todas estas cosas son
ciertamente menos que el Hijo: El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo
entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él todo lo demás?
RESPONSORIO Sal 144, 19-20; 1Jn 3, 9
R. El Señor satisface los deseos de sus fieles, escucha sus gritos, y
los salva. * El Señor guarda a los que lo aman.
V. Quien ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen
permanece en él.
R. El Señor guarda a los que lo aman.
Jueves, 1
de agosto de 2019
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,47-53):
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se parece
también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está
llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y
los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los
ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?»
Ellos les contestaron: «Sí.»
Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como
un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»
Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.
Palabra del Señor
CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant. Los sabios
brillarán con esplendor de cielo, y los que enseñan la justicia a las
multitudes serán como estrellas por toda la eternidad.
Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1,
68-79
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Los sabios
brillarán con esplendor de cielo, y los que enseñan la justicia a las
multitudes serán como estrellas por toda la eternidad.
PRECES
Demos gracias a Cristo, el buen pastor que entregó la vida por sus ovejas, y
supliquémosle diciendo:
Apacienta a tu pueblo, Señor.
Señor Jesucristo, tú que en los santos pastores nos has revelado tu
misericordia y tu amor,
haz que por ellos, continúe llegando a nosotros tu acción misericordiosa.
Señor Jesucristo, tú que a través de los santos pastores sigues siendo el único
pastor de tu pueblo,
no dejes de guiarnos siempre por medio de ellos.
Señor Jesucristo, tú que por medio de los santos pastores eres el médico de los
cuerpos y de las almas,
haz que nunca falten en tu Iglesia los ministros que nos guíen por las sendas
de una vida santa.
Señor Jesucristo, tú que has adoctrinado a la Iglesia con la prudencia y el
amor de los santos,
haz que, guiados por nuestros pastores, progresemos en la santidad.
Se pueden añadir algunas intenciones libres.
Oremos confiadamente al Padre, como Cristo nos enseñó:
Padre nuestro...
ORACIÓN
Dios nuestro, que propones constantemente a tu Iglesia nuevos modelos de vida
cristiana, apropiados a todas las circunstancias en que puedan vivir tus hijos,
concédenos imitar el celo apostólico que desplegó el santo obispo Alfonso María
de Ligorio por la salvación de sus hermanos, para que, como él, lleguemos
también a recibir el premio reservado a tus servidores fieles. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y
es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
CONCLUSIÓN
V. El Señor nos
bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.
San Alfonso nació
cerca de Nápoles el 27 de septiembre de 1696. Siendo aún niño fue visitado por
San Francisco Jerónimo el cual lo bendijo y predijo para él grandes bendiciones
y sabiduría. A los 16 años, caso excepcional obtiene el grado de doctor en
ambos derechos, civil y canónico, con notas sobresalientes en todos sus
estudios.
Para conservar la pureza de su alma escogió un
director espiritual, visitaba frecuentemente a Jesús Sacramentado, rezaba con
gran devoción a la Virgen y huía de todos los que tuvieran malas
conversaciones.
Su padre, que deseaba hacer de él un brillante
político, lo hizo estudiar varios idiomas modernos, aprender música, artes y
detalles de la vida caballeresca. Como abogado, el santo obtenía importantes
triunfos; sin embargo, no lo dejaba satisfecho ante el gran peligro que en el
mundo existe de ofender a Dios.
Por revelación divina, San Alfonso abandona todo y
decide convertirse en apóstol incansable del Señor Jesús. La tarea no fue
fácil; tuvo que enfrentar, con gran lucha espiritual, a su padre y familia, a
sus amigos y así mismo. Al fin, a los 30 años de edad logra ser ordenado
sacerdote, y desde entonces se dedicó a trabajar con las gentes de los barrios
más pobres de Nápoles y de otras ciudades, a quienes les enseñaba el catecismo.
El 9 de noviembre de 1752 fundó, junto con otros
sacerdotes, la Congregación del Santísimo Redentor (o Padres Redentoristas), y
siguiendo el ejemplo de Jesús se dedicaron a recorrer ciudades, pueblos y
campos predicando el evangelio. Por 30 años, con su equipo de misioneros, el
santo recorrió campos, pueblos, ciudades, provincias, permaneciendo en cada
sitio 10 o 15 días predicando, para que no quedara ningún grupo sin ser
instruido y atendido espiritualmente.
San Alfonso fue un escritor muy prolífico; al morir
dejó 111 libros y opúsculos impresos y 2 mil manuscritos. Durante su vida vio
402 ediciones de sus obras.
En 1762 el Papa lo nombró obispo de Santa Agueda.
San Alfonso, quien no deseaba asumir el cargo, aceptó con humildad y
obediencia, permaneciendo al frente de la diócesis por 13 años donde predicó el
Evangelio, formó grupos de misioneros y dio catequecis a los más pequeños y
necesitados.
Sus ultimos años fueron llenos de sufrimientos y
enfermedades dolorosas; el santo soportó pacientemente todos estos males,
rezando siempre por la conversión de los pecadores y por su propia santidad.
San Alfonso muere el 1 de agosto de 1787, a la edad de 90 años. El Papa
Gregorio XVI lo declara Santo en 1839. El Papa Pío IX lo declara Doctor de la
Iglesia en 1875.
Creo, Jesús mío,
que estás real
y verdaderamente en el cielo
y en el Santísimo Sacramento del Altar.
Os amo sobre todas las cosas
y deseo vivamente recibirte
dentro de mi alma,
pero no pudiendo hacerlo
ahora sacramentalmente,
venid al menos
espiritualmente a mi corazón.
Y como si ya os hubiese recibido,
os abrazo y me uno del todo a Ti.
Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti. Amén
Piadoso lector, si
como lo espero, es de tu agrado esta mi obrita, te ruego
me encomiendes a la Virgen santa para que me dé una
gran confianza en su
protección. Pide para mí esta gracia, que yo pediré
para ti también, quien quiera que
seas que me hagas esta caridad, las mismas gracias.
Dichoso el que se aferra con amor y confianza a
estas dos áncoras de
salvación, quiero decir a Jesús y a María;
ciertamente que no se perderá.
Digamos, pues, de corazón juntos, lector mío, con
el devoto Alonso
Rodríguez: “Jesús y María, mis dulcísimos amores,
por vosotros padezca, por
vosotros muera; que sea todo vuestro y nada mío”.
Amemos a Jesús y a María y
hagámonos santos, que no hay mayor dicha que
podamos esperar y obtener de
Dios.
Señor mío Jesucristo, que por amor a los hombre estás noche y día
en este sacramento, lleno de piedad y de amor, esperando, llamando y recibiendo
a cuantos vienen a visitarte: creo que estás presente en el sacramento del altar.
Te adoro desde el abismo de mi nada y te doy gracias por todas las mercedes que
me has hecho, y especialmente por haberte dado tu mismo en este sacramento, por
haberme concedido por mi abogada a tu amantísima Madre y haberme llamado a
visitarte en este iglesia.
Adoro ahora a tu Santísimo corazón y deseo adorarlo por tres
fines: el primero, en acción de gracias por este insigne beneficio; en segundo
lugar, para resarcirte de todas las injurias que recibes de tus enemigos en
este sacramento; y finalmente, deseando adorarte con esta visita en todos los
lugares de la tierra donde estás sacramentado con menos culto y abandono.
Amén
1. María, nombre santo
El augusto nombre de María, dado a la Madre de Dios, no fue cosa
terrenal, ni inventado por la mente humana o elegido por decisión humana, como
sucede con todos los demás nombres que se imponen. Este nombre fue elegido por
el cielo y se le impuso por divina disposición, como lo atestiguan san
Jerónimo, san Epifanio, san Antonino y otros. “Del Tesoro de la divinidad –dice
Ricardo de San Lorenzo– salió el nombre de María”. De él salió tu excelso
nombre; porque las tres divinas personas, prosigue diciendo, te dieron ese
nombre, superior a cualquier nombre, fuera del nombre de tu Hijo, y lo
enriquecieron con tan grande poder y majestad, que al ser pronunciado tu
nombre, quieren que, por reverenciarlo, todos doblen la rodilla, en el cielo,
en la tierra y en el infierno. Pero entre otras prerrogativas que el Señor
concedió al nombre de María, veamos cuán dulce lo ha hecho para los siervos de
esta santísima Señora, tanto durante la vida como en la hora de la muerte.
2. María, nombre lleno de dulzura
En cuanto a lo primero, durante la vida, “el santo nombre de María
–dice el monje Honorio– está lleno de divina dulzura”. De modo que el glorioso
san Antonio de Papua, reconocía en el nombre de María la misma dulzura que san
Bernardo en el nombre de Jesús. “El nombre de Jesús”, decía éste; “el nombre de
María”, decía aquél, “es alegría para el corazón, miel en los labios y melodía
para el oído de sus devotos”. Se cuenta del V. Juvenal Ancina, obispo de
Saluzzo, que al pronunciar el nombre de María experimentaba una dulzura
sensible tan grande, que se relamía los labios. También se refiere que una
señora en la ciudad de colonia le dijo al obispo Marsilio que cuando
pronunciaba el nombre de María, sentía un sabor más dulce que el de la miel. Y,
tomando el obispo la misma costumbre, también experimentó la misma dulzura. Se
lee en el Cantar de los Cantares que, en la Asunción de María, los ángeles
preguntaron por tres veces: “¿Quién es ésta que sube del desierto como
columnita de humo? ¿Quién es ésta que va subiendo cual aurora naciente? ¿Quién
es ésta que sube del desierto rebosando en delicias?” (Ct 3, 6; 6, 9; 8, 5).
Pregunta Ricardo de San Lorenzo: “¿Por qué los ángeles preguntan tantas veces
el nombre de esta Reina?” Y él mismo responde: “Era tan dulce para los ángeles
oír pronunciar el nombre de María, que por eso hacen tantas preguntas”.
Pero no quiero hablar de esta dulzura sensible, porque no se
concede a todos de manera ordinaria; quiero hablar de la dulzura saludable,
consuelo, amor, alegría, confianza y fortaleza que da este nombre de María a
los que lo pronuncian con fervor.
3. María, nombre que alegra e inspira amor
Dice el abad Francón que, después del sagrado nombre de Jesús, el
nombre de María es tan rico de bienes, que ni en la tierra ni en el cielo
resuena ningún nombre del que las almas devotas reciban tanta gracia de
esperanza y de dulzura. El nombre de María –prosigue diciendo– contiene en sí
un no sé qué de admirable, de dulce y de divino, que cuando es conveniente para
los corazones que lo aman, produce en ellos un aroma de santa suavidad. Y la
maravilla de este nombre –concluye el mismo autor– consiste en que aunque lo
oigan mil veces los que aman a María, siempre les suena como nuevo,
experimentando siempre la misma dulzura al oírlo pronunciar.
Hablando también de esta dulzura el B. Enrique Susón, decía que
nombrando a María, sentía elevarse su confianza e inflamarse en amor con tanta
dicha, que entre el gozo y las lágrimas, mientras pronunciaba el nombre amado,
sentía como si se le fuera a salir del pecho el corazón; y decía que este
nombre se le derretía en el alma como panal de miel. Por eso exclamaba: “¡Oh
nombre suavísimo! Oh María ¿cómo serás tú misma si tu solo nombre es amable y
gracioso!”.Contemplando a su buena Madre el enamorado san Bernardo le dice con
ternura: “¡Oh excelsa, oh piadosa, oh digna de toda alabanza Santísima Virgen
María, tu nombre es tan dulce y amable, que no se puede nombrar sin que el que
lo nombra no se inflame de amor a ti y a Dios; y sólo con pensar en él, los que
te aman se sienten más consolados y más inflamados en ansias de amarte”. Dice
Ricardo de San Lorenzo: “Si las riquezas consuelan a los pobres porque les
sacan de la miseria, cuánto más tu nombre, oh María, mucho mejor que las
riquezas de la tierra, nos alivia de las tristezas de la vida presente”.
Tu nombre, oh Madre de Dios –como dice san Metodio– está lleno de
gracias y de bendiciones divinas. De modo que –como dice san Buenaventura– no
se puede pronunciar tu nombre sin que aporte alguna gracia al que devotamente
lo invoca. Búsquese un corazón empedernido lo más que se pueda imaginar y del
todo desesperado; si éste te nombra, oh benignísima Virgen, es tal el poder de
tu nombre –dice el Idiota– que él ablandará su dureza, porque eres la que
conforta a los pecadores con la esperanza del perdón y de la gracia. Tu
dulcísimo nombre –le dice san Ambrosio– es ungüento perfumado con aroma de
gracia divina. Y el santo le ruega a la Madre de Dios diciéndole: “Descienda a
lo íntimo de nuestras almas este ungüento de salvación”. Que es como decir: Haz
Señora, que nos acordemos de nombrarte con frecuencia, llenos de amor y
confianza, ya que nombrarte así es señal o de que ya se posee la gracia de
Dios, o de que pronto se ha de recobrar.
Sí, porque recordar tu nombre, María, consuela al afligido, pone
en camino de salvación al que de él se había apartado, y conforta a los
pecadores para que no se entreguen a la desesperación; así piensa Landolfo de
Sajonia. Y dice el P. Pelbarto que como Jesucristo con sus cinco llagas ha
aportado al mundo el remedio de sus males, así, de modo parecido, María, con su
nombre santísimo compuesto de cinco letras, confiere todos los días el perdón a
los pecadores.
4. María, nombre que da fortaleza
Por eso, en los Sagrados cantares, el santo nombre de María es
comparado al óleo: “Como aceite derramado es tu nombre” (Ct 1, 2). Comenta así
este pasaje el B. Alano: “Su nombre glorioso es comparado al aceite derramado
porque, así como el aceite sana a los enfermos, esparce fragancia, y alimenta
la lámpara, así también el nombre de María, sana a los pecadores, recrea el
corazón y lo inflama en el divino amor”. Por lo cual Ricardo de San Lorenzo
anima a los pecadores a recurrir a este sublime nombre, porque eso sólo bastará
para curarlos de todos sus males, pues no hay enfermedad tan maligna que no ceda
al instante ante el poder del nombre de María”.
Por el contrario los demonios, afirma Tomás de Kempis, temen de
tal manera a la Reina del cielo, que al oír su nombre, huyen de aquel que lo
nombra como de fuego que los abrasara. La misma Virgen reveló a santa Brígida,
que no hay pecador tan frío en el divino amor, que invocando su santo nombre
con propósito de convertirse, no consiga que el demonio se aleje de él al
instante. Y otra vez le declaró que todos los demonios sienten tal respeto y
pavor a su nombre que en cuanto lo oyen pronunciar al punto sueltan al alma que
tenían aprisionada entre sus garras.
Y así como se alejan de los pecadores los ángeles rebeldes al oír
invocar el nombre de María, lo mismo –dijo la Señora a santa Brígida– acuden
numerosos los ángeles buenos a las almas justas que devotamente la invocan.
Atestigua san Germán que como el respirar es señal de vida, así
invocar con frecuencia el nombre de María es señal o de que se vive en gracia
de Dios o de que pronto se conseguirá; porque este nombre poderoso tiene fuerza
para conseguir la vida de la gracia a quien devotamente lo invoca. En suma,
este admirable nombre, añade Ricardo de San Lorenzo es, como torre fortísima en
que se verán libres de la muerte eterna, los pecadores que en él se refugien;
por muy perdidos que hubieran sido, con ese nombre se verán defendidos y
salvados.
Torre defensiva que no sólo libra a los pecadores del castigo,
sino que defiende también a los justos de los asaltos del infierno. Así lo
asegura el mismo Ricardo, que después del nombre de Jesús, no hay nombre que
tanto ayude y que tanto sirva para la salvación de los hombres, como este
incomparable nombre de María. Es cosa sabida y lo experimentan a diario los
devotos de María, que este nombre formidable da fuerza para vencer todas las
tentaciones contra la castidad. Reflexiona el mismo autor considerando las
palabras del Evangelio: “Y el nombre de la Virgen era María” (Lc 1, 27), y dice
que estos dos nombres de María y de Virgen los pone el Evangelista juntos, para
que entendamos que el nombre de esta Virgen purísima no está nunca disociado de
la castidad. Y añade san Pedro Crisólogo, que el nombre de María es indicio de
castidad; queriendo decir que quien duda si habrá pecado en las tentaciones
impuras, si recuerda haber invocado el nombre de María, tiene una señal cierta
de no haber quebrantado la castidad.
5. María, nombre de bendición
Así que, aprovechemos siempre el hermoso consejo de san Bernardo:
“En los peligros, en las angustias, en las dudas, invoca a María. Que no se te
caiga de los labios, que no se te quite del corazón”. En todos los peligros de
perder la gracia divina, pensemos en María, invoquemos a María junto con el
nombre de Jesús, que siempre han de ir estos nombres inseparablemente unidos.
No se aparten jamás de nuestro corazón y de nuestros labios estos nombres tan
dulces y poderosos, porque estos nombres nos darán la fuerza para no ceder
nunca jamás ante las tentaciones y para vencerlas todas. Son maravillosas las
gracias prometidas por Jesucristo a los devotos del nombre de María, como lo
dio a entender a santa Brígida hablando con su Madre santísima, revelándole que
quien invoque el nombre de María con confianza y propósito de la enmienda,
recibirá estas gracias especiales: un perfecto dolor de sus pecados, expiarlos
cual conviene, la fortaleza para alcanzar la perfección y al fin la gloria del
paraíso. Porque, añadió el divino Salvador, son para mí tan dulces y queridas
tus palabras, oh María, que no puedo negarte lo que me pides.
En suma, llega a decir san Efrén, que el nombre de María es la
llave que abre la puerta del cielo a quien lo invoca con devoción. Por eso
tiene razón san Buenaventura al llamar a María “salvación de todos los que la
invocan”, como si fuera lo mismo invocar el nombre de María que obtener la
salvación eterna. También dice Ricardo de San Lorenzo que invocar este santo y
dulce nombre lleva a conseguir gracias sobreabundantes en esta vida y una
gloria sublime en la otra. Por tanto, concluye Tomás de Kempis: “Si buscáis,
hermanos míos, ser consolados en todos vuestros trabajos, recurrid a María,
invocad a María, obsequiad a María, encomendaos a María. Disfrutad con María,
llorad con María, caminad con María, y con María buscad a Jesús. Finalmente
desead vivir y morir con Jesús y María. Haciéndolo así siempre iréis adelante
en los caminos del Señor, ya que María, gustosa rezará por vosotros, y el Hijo
ciertamente atenderá a la Madre”.
6. María, nombre consolador
Muy dulce es para sus devotos, durante la vida, el santísimo
nombre de María, por las gracias supremas que les obtiene, como hemos vitos.
Pero más consolador les resultará en la hora de la muerte, por la suave y santa
muerte que les otorgará. El P. Sergio Caputo, jesuita, exhortaba a todos los
que asistieran a un moribundo, que pronunciasen con frecuencia el nombre de
María, dando como razón que este nombre de vida y esperanza, sólo con
pronunciarlo en la hora de la muerte, basta para dispersar a los enemigos y
para confortar al enfermo en todas sus angustias. De modo parecido, san Camilo
de Lelis, recomendaba muy encarecidamente a sus religiosos que ayudasen a los
moribundos con frecuencia a invocar los nombres de Jesús y de María como él
mismo siempre lo había practicado; y mucho mejor lo practicó consigo mismo en
la hora de la muerte, como se refiere en su biografía; repetía con tanta
dulzura los nombres, tan amados por él, de Jesús y de María, que inflamaba en
amor a todos los que le escuchaban. Y finalmente, con los ojos fijos en
aquellas adoradas imágenes, con los brazos en cruz, pronunciando por última vez
los dulcísimos nombres de Jesús y de María, expiró el santo con una paz
celestial. Y es que esta breve oración, la de invocar los nombres de Jesús y de
María, dice Tomás de Kempis, cuanto es fácil retenerla en la memoria, es
agradable para meditar y fuerte para proteger al que la utiliza, contra todos
los enemigos de su salvación.
7. María, nombre de buenaventura
¡Dichoso –decía san Buenaventura– el que ama tu dulce nombre, oh
Madre de Dios! Es tan glorioso y admirable tu nombre, que todos los que se
acuerdan de invocarlo en la hora de la muerte, no temen los asaltos de todo el
infierno.
Quién tuviera la dicha de morir como murió fray Fulgencio de
Ascoli, capuchino, que expiró cantando: “Oh María, oh María, la criatura más
hermosa; quiero ir al cielo en tu compañía”. O como murió el B. Enrique,
cisterciense, del que cuentan los anales de su Orden que murió pronunciando el
dulcísimo nombre de María.
Roguemos pues, mi devoto lector, roguemos a Dios nos conceda esta
gracia, que en la hora de la muerte, la última palabra que pronunciemos sea el
nombre de María, como lo deseaba y pedía san Germán. ¡Oh muerte dulce, muerte
segura, si está protegida y acompañada con este nombre salvador que Dios
concede que lo pronuncien los que se salvan! ¡Oh mi dulce Madre y Señora, te
amo con todo mi