Musica Para el Alma

sábado, 3 de junio de 2017

ORACIÓN

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Examen

Hermanos: Llegados al fin de esta jornada que Dios nos ha concedido, reconozcamos humildemente nuestros pecados.
  • Formula 1
  • Formula 2
  • Formula 3
Yo confieso ante Dios Todopoderoso
y ante vosotros, hermanos,
que he pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Por eso ruego a santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos
y a vosotros, hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.
V. Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Himno

  • Himno 1
  • Himno 2
Gracias, porque al fin del día
podemos agradecerte
los méritos de tu muerte,
y el pan de la Eucaristía,
la plenitud de alegría
de haber vivido tu alianza,
la fe, el amor, la esperanza
y esta bondad de tu empeño
de convertir nuestro sueño
en una humilde alabanza.
Gloria al Padre, gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.

Salmodia

Antífona 1: Aleluya, aleluya, aleluya.
Salmo 90
A la sombra del Omnipotente
Os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones. (Lc 10,19)
Tú que habitas al amparo del Altísimo,
que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío,
Dios mío, confío en ti.»

Él te librará de la red del cazador,
de la peste funesta.
Te cubrirá con sus plumas,
bajo sus alas te refugiarás:
su brazo es escudo y armadura.

No temerás el espanto nocturno,
ni la flecha que vuela de día,
ni la peste que se desliza en las tinieblas,
ni la epidemia que devasta a mediodía.

Caerán a tu izquierda mil,
diez mil a tu derecha;
a ti no te alcanzará.

Nada más mirar con tus ojos,
verás la paga de los malvados,
porque hiciste del Señor tu refugio,
tomaste al Altísimo por defensa.

No se te acercará la desgracia,
ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en tus caminos;

te llevarán en sus palmas,
para que tu pie no tropiece en la piedra;
caminarás sobre áspides y víboras,
pisotearás leones y dragones.

«Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré porque conoce mi nombre,
me invocará y lo escucharé.

Con él estaré en la tribulación,
lo defenderé, lo glorificaré,
lo saciaré de largos días
y le haré ver mi salvación.»

Lectura Breve

Ap 22,4-5
Verán al Señor cara a cara y llevarán su nombre en la frente. Ya no habrá más noche, ni necesitarán luz de lámpara o del sol, porque el Señor Dios irradiará luz sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos.

Responsorio Breve

R. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. * Aleluya, aleluya. A tus manos.
V. Tú, el Dios leal, nos librarás. * Aleluya. aleluya. Gloria al Padre. A tus manos.

Canto Evangélico

Antifona: Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos para que velemos con Cristo y descansemos en paz. (T.P. Aleluya)
Nunc dimittis Lc 2, 29-32
Cristo, luz de las naciones y gloria de Israel
Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.

Porque mis ojos han visto a tu Salvador.
a quien has presentado ante todos los pueblos:

luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel.

Gloria al Padre.

Oración

Oremos:
Humildemente te pedimos, Señor, que después de haber celebrado en este día los misterios de la resurrección de tu Hijo, sin temor alguno, descansemos en tu paz y mañana nos levantemos alegres para cantar nuevamente tus alabanzas. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Bendición

V. El Señor todopoderoso nos conceda una noche tranquila y una muerte santa.
R. Amén.

Antífonas finales de la Santísima Virgen María

  • Antifona 1
  • Antifona 2
  • Antifona 3
  • Antifona 4
  • Antifona 5
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra;
Dios te salve.

A ti llamamos los desterrados hijos de Eva;
a ti suspiramos, gimiendo y llorando,
en este valle de lágrimas.

Ea, pues, Señora, abogada nuestra,
vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos,
y, después de este destierro,
muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.

¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!

VISPERAS

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1
  • Himno 2
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

Salmodia

Antífona 1: El Espíritu del Señor llena la tierra. Aleluya.
Salmo 109, 1-5. 7
Oráculo del Señor a mi Señor:
"siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies".
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.
"Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora".
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
"Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec".
El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso, levantará la cabeza.
Antífona 2: Confirma, oh Dios, lo que has realizado en nosotros, desde tu santo templo de Jerusalén. Aleluya
Salmo 113
Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.
El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.
¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?
En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.
Antífona 3: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar. Aleluya.
Cántico Cf. Ap 19, 1-7
Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios.
(R. Aleluya.)
Porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).
Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos.
(R. Aleluya.)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).
Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya.)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).
Aleluya.
Llegó la boda del Cordero.
(R. Aleluya.)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).

Lectura Breve

1 Co 15, 55-57
¿Dónde está, muerte tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? El aguijón de la
muerte es el pecado, y la fuerza del pecado es la ley. ¡Demos gracias a Dios, que nos da la
victoria por nuestro Señor Jesucristo!.

Responsorio Breve

V. A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado.
R. A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado.
V. Tu misericordia es mi gozo y mi alegría.
R. No quede yo nunca defraudado.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado.
O bien:
V. Por tu misericordia, Señor, dales el descanso eterno.
R. Por tu misericordia, Señor, dales el descanso eterno.
V. Tú, que vendrás a juzgar a los vivos y a los muertos.
R. Dales el descanso eterno.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Por tu misericordia, Señor, dales el descanso eterno.

Canto Evangélico

Antifona: Todos los que el Padre me ha entregado vendrán a mí, y al que venga a mí no lo
echaré fuera.
Magnificat Lc 1, 46-55
Alegría del alma en el Señor
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Preces

Oremos al Señor Jesús, que transformará nuestro cuerpo frágil en cuerpo glorioso como el
suyo, y digámosle:
Tú, Señor, eres nuestra oida y nuestra resurrección.
Oh Cristo, Hiio de Dios vivo, que resucitaste de entre los muertos a tu amigo Lázaro,
— lleva a una resurrección de vida a los difuntos que rescataste con tu sangre preciosa.
Oh Cristo, consolador de los afligidos, que, ante el dolor de los que lloraban la muerte de
Lázaro, del joven de Naín y de la hija de Jairo, acudiste compasivo a eniugar sus lágrimas,

— consuela también ahora a los que lloran la muerte de sus seres queridos.
Oh Cristo salvador, destruye en nuestro cuerpo mortal el dominio del pecado por el que
merecimos la muerte,
— para que obtengamos en ti la vida eterna.
Oh Cristo redentor, mira benignamente a los que, por no conocerte, viven sin esperanza,
— para que crean también ellos en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo
futuro.
Tú que, al dar la vista al ciego de nacimiento, hiciste que pudiera mirarte,
— descubre tu rostro a los difuntos que todavía carecen de tu resplandor.
Tú, Señor, que permites que nuestra morada corpórea sea destruida,
— concédenos una morada eterna en los cielos.
Que el mismo Señor, que lloró junto al sepulcro de Lázaro y que, en su propia agonía,
acudió conmovido al Padre, nos ayude a decir: Padre nuestro.

Padre Nuestro

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal.

Oración

Después del himno Te Deum o, si este himno debe omitirse, después del segundo
responsorio, se dice la oración que corresponda al Oficio del día.
En el Oficio dominical y ferial, se toma del Propio del tiempo.
En las solemnidades, en las fiestas y en las memorias de los santos, se toma del
respectivo Propio o del Común.
Antes de la oración se dice Oremos, y después de ella se añade la terminación larga
correspondiente, es decir:
Cuando la oración se dirige al Padre:
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Cuando se dirige al Padre, pero al final se hace mención del Hijo:
Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de
los siglos.
Cuando se dirige al Hijo:
Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios, por los
siglos de los siglos.
Al final se responde:
Amén.
Amén.

ORACIÓN DE MEDIA TARDE

. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, Y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. (T. P. Aleluya).

Himno

  • Himno 1
  • Himno 2
  • Himno 3
Fundamento de todo lo que existe,
de tu pueblo elegido eterna roca,
de los tiempos Señor, que prometiste
dar tu vigor al que con fe te invoca.

Mira al hombre que es fiel y no te olvida,
tu Espíritu, tu paz háganlo fuerte
para amarte y servirte en esta vida
y gozarte después de santa muerte.

Jesús, Hijo del Padre, ven aprisa
en este atardecer que se avecina,
serena claridad y dulce brisa
será tu amor que todo lo domina. Amén.

Salmodia

Antífona 1: No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.
Aleluya.
Salmo 125
Dios, alegría y esperanza nuestra
Si sois compañeros en el sufrir, también lo sois en el buen ánimo. (2Co 1,7)
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.

Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos.»
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.

Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.

Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.
Antífona 2: No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.
Aleluya.
Salmo 126
El esfuerzo humano es inútil sin Dios
Sois edificio de Dios. (1Co 3,9)
Si el Señor no construye la casa,
en vano se cansan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad,
en vano vigilan los centinelas.

Es inútil que madruguéis,
que veléis hasta muy tarde,
que comáis el pan de vuestros sudores:
¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!

La herencia que da el Señor son los hijos;
su salario, el fruto del vientre:
son saetas en mano de un guerrero
los hijos de la juventud.

Dichoso el hombre que llena
con ellas su aljaba:
no quedará derrotado cuando litigue
con su adversario en la plaza.
Antífona 3: No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.
Aleluya.
Salmo 127
Paz doméstica en el hogar del justo
«Que el Señor te bendiga desde Sión», es decir, desde su Iglesia. (Arnobio)
Dichoso el que teme al Señor
+ y sigue sus caminos.

Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien;
tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;

tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa:
ésta es la bendición del hombre
que teme al Señor.

Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida;
que veas a los hijos de tus hijos.
¡Paz a Israel!

Lectura Breve

2 Co 1, 21-22
Dios es quien nos confirma en Cristo a nosotros junto con vosotros. Él nos ha ungido, él
nos ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu.
V. Los apóstoles hablaban en otras lenguas. Aleluya.
R. Las grandezas de Dios. Aleluya.

EVANGELIO

Evangelio: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo (Juan 20,19-23)

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-23):

AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Palabra del Señor

SEGUNDA LECTURA

Segunda lectura: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo (1 Corintios 12,3b-7.12-13)
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (12,3b-7.12-13):

HERMANOS:
Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo.
Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.
Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Palabra de Dios

SALMO

Salmo

Sal 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34

R/.
 Envía tu Espíritu, Señor, 
y repuebla la faz de la tierra


Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas. R/.

Les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu espíritu, y los creas, 
y repueblas la faz de la tierra. R/.

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras;
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor. R/.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu  Santo.

PRIMERA LECTURA

Domingo, 4 de junio de 2017
Primera lectura: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar (Hechos 2,1-11)

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2,1-11):

AL cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.
Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:
«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».

Palabra de Dios

UNA LUZ

Primera Lectura

De la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 5-27
CUANTOS SE DEJAN GUIAR POR EL ESPÍRITU DE DIOS SON HIJOS DE DIOS
Hermanos: Los que llevan una vida puramente natural, según la carne, ponen su
corazón en las cosas de la carne; los que viven la vida según el espíritu lo ponen en las
cosas del espíritu. Las tendencias de la carne llevan hacia la muerte, en cambio, las del
espíritu llevan a la vida y a la paz. Porque las tendencias de la vida según la carne son
enemigas de Dios y no se someten ni pueden someterse a la ley de Dios. Y los que llevan
una vida puramente natural, según la carne, no pueden agradar a Dios.
Pero vosotros ya no estáis en la vida según la carne, sino en la vida según el espíritu,
ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de

Dios. Pero si Cristo está en vosotros, aunque vuestro cuerpo haya muerto por causa del
pecado, el espíritu tiene vida por la justificación.
Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros,
el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos vivificará también vuestros
cuerpos mortales por obra de su Espíritu que habita en vosotros.
Así, pues, hermanos, no tenemos deuda alguna con la vida según la carne, para que
vivamos según sus principios. Si vivís según ellos, moriréis; pero, si hacéis morir por el
espíritu las malas pasiones del cuerpo, viviréis.
Porque todos cuantos se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Que no
habéis recibido espíritu de esclavitud, para recaer otra vez en el temor, sino que habéis
recibido espíritu de adopción filial, por el que clamamos: «¡Padre!» Este mismo Espíritu se
une a nosotros para testificar que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también somos
herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, si es que padecemos juntamente
con Cristo, para ser glorificados juntamente con él.
Los padecimientos de esta vida presente tengo por cierto que no son nada en
comparación con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros. La creación entera está
en expectación, suspirando por esa manifestación gloriosa de los hijos de Dios; porque las
criaturas todas quedaron sometidas al desorden, no porque a ello tendiesen de suyo, sino
por culpa del hombre que las sometió. Y abrigan la esperanza de quedar ellas, a su vez,
libres de la esclavitud de la corrupción, para tomar parte en la libertad gloriosa que han de
recibir los hijos de Dios.
La creación entera, como bien lo sabemos, va suspirando y gimiendo toda ella, hasta el
momento presente, como con dolores de parto. Y no es ella sola, también nosotros, que
poseemos las primicias del Espíritu, suspiramos en nuestro interior, anhelando la redención
de nuestro cuerpo. Sólo en esperanza poseemos esta salvación; ahora bien, una
esperanza, cuyo objeto estuviese ya a la vista, no sería ya esperanza. Pues, ¿cómo es
posible esperar una cosa que está ya a la vista? Pero, si estamos esperando lo que no
vemos, lo esperamos con anhelo y constancia.
De la misma manera, el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues no
sabemos pedir como conviene; y el Espíritu mismo aboga por nosotros con gemidos que
no pueden ser expresados en palabras. Y aquel que escudriña los corazones sabe cuáles
son los deseos del Espíritu y que su intercesión en favor de los fieles es según el querer de
Dios.

Responsorio Ga 4, 6; 3, 26; 2 Tm 1, 7

R. La prueba de que sois hijos por la fe en Jesucristo es que * Dios ha enviado a vuestros
corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Padre!» Aleluya.
V. No nos ha dado Dios un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de amor y de señorío de
nosotros mismos.
R. Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Padre!»
Aleluya.

Segunda Lectura

Del tratado de san Ireneo, obispo, contra las herejías
(Libro 3,17,1-3: SC 34, 302-306)
EL ENVÍO DEL ESPÍRITU SANTO
El Señor dijo a los discípulos: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Con este mandato les daba el poder
de regenerar a los hombres en Dios.

Dios había prometido por boca de sus profetas que en los últimos días derramaría su
Espíritu sobre sus siervos y siervas, y que éstos profetizarían; por esto descendió el
Espíritu Santo sobre el Hijo de Dios, que se había hecho Hijo del hombre, para así,
permaneciendo en él, habitar en el género humano, reposar sobre los hombres y residir
en la obra plasmada por las manos de Dios, realizando así en el hombre la voluntad del
Padre y renovándolo de la antigua condición a la nueva, creada en Cristo.
Y Lucas nos narra cómo este Espíritu, después de la ascensión del Señor, descendió
sobre los discípulos el día de Pentecostés, con el poder de dar a todos los hombres
entrada en la vida y para dar su plenitud a la nueva alianza; por esto, todos a una, los
discípulos alababan a Dios en todas las lenguas, al reducir el Espíritu a la unidad de los
pueblos distantes y ofrecer al Padre las primicias de todas las naciones.
Por esto el Señor prometió que nos enviaría aquel Defensor que nos haría capaces de
Dios. Pues, del mismo modo que el trigo seco no puede convertirse en una masa
compacta y en un solo pan, si antes no es humedecido, así también nosotros, que somos
muchos, no podíamos convertirnos en una sola cosa en Cristo Jesús, sin esta agua que
baja del cielo. Y, así como la tierra árida no da fruto, si no recibe el agua, así también
nosotros, que éramos antes como un leño árido, nunca hubiéramos dado el fruto de vida,
sin esta gratuita lluvia de lo alto.
Nuestros cuerpos, en efecto, recibieron por el baño bautismal la unidad destinada a la
incorrupción, pero nuestras almas la recibieron por el Espíritu.
El Espíritu de Dios descendió sobre el Señor, Espíritu de prudencia y sabiduría, Espíritu
de consejo y de valentía, Espíritu de ciencia y temor del Señor, y el Señor, a su vez, lo dio
a la Iglesia, enviando al Defensor sobre toda la tierra desde el cielo, que fue de donde dijo
el Señor que había sido arrojado Satanás como un rayo; por esto necesitamos de este
rocío divino, para que demos fruto y no seamos lanzados al fuego; y, ya que tenemos
quien nos acusa, tengamos también un Defensor, pues que el Señor encomienda al
Espíritu Santo el cuidado del hombre, posesión suya, que había caído en manos de
ladrones, del cual se compadeció y vendó sus heridas, entregando después los dos
denarios regios para que nosotros, recibiendo por el Espíritu la imagen y la inscripción del
Padre y del Hijo, hagamos fructificar el denario que se nos ha confiado, retornándolo al
Señor con intereses.

Responsorio Hch 2, 1-2

R. Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar; de
pronto, se oyó un estruendo que venía del cielo, * como de un viento impetuoso que
invadió toda la casa. Aleluya.
V. Y, así, estando congregados todos los discípulos, vino de pronto sobre ellos un
estruendo desde el cielo.
R. Como de un viento impetuoso que invadió toda la casa. Aleluya.
HIMNO A ti, oh Dios, te alabamos
Se dice el Te Deum

Himno Te Deum

  • Himno 1
  • Himno 2
  • Himno 3

Te Deum

Versión española

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.
Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.
Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.
A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te aclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.
Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.
Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.
Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

[La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.]
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.
Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración

Oremos:
Oh Dios, que por el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia extendida por todas
las naciones, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y no
dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste
en los comienzos de la predicación evangélica. Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.

DOMINGO 4 LAUDES

Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1
  • Himno 2
El mundo brilla de alegría.
Se renueva la faz de la tierra.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Esta es la hora
en que rompe el Espíritu
el techo de la tierra,
y una lengua de fuego innumerable
purifica, renueva, enciende, alegra
las entrañas del mundo.
Esta es la fuerza
que pone en pie a la Iglesia
en medio de las plazas
y levanta testigos en el pueblo,
para hablar con palabras como espadas
delante de los jueces.
Llama profunda,
que escrutas e iluminas
el corazón del hombre:
restablece la fe con tu noticia,
y el amor ponga en vela la esperanza,
hasta que el Señor vuelva.

Salmodia

Antífona 1: ¡Oh cuán bueno y cuán suave es, Señor, tu Espíritu que habita en nosotros! Aleluya.
Salmo 62, 2-9
El alma sedienta de Dios
Madruga por Dios todo el que rechaza las obras de las tinieblas.
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.

Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.
Antífona 2: Manantiales y cuanto se mueve en las aguas, cantad un himno a Dios. Aleluya.
Dn 3,57-88.56
Toda la creación alabe al Señor
Alabad al Señor, sus siervos todos. (Ap 19,5)
Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.

Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.

Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.

Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.

Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.

Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.

Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.

Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.

Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor;
Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.

Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Hijos de los hombres, bendecid al Señor;
bendiga Israel al Señor.

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.

Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.

Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.

Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.
Antífona 3: Los apóstoles hablaban en lenguas extranjeras de las maravillas de Dios. Aleluya.
Salmo 149
Alegría de los santos
Los hijos de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, se alegran por su Rey, Cristo, el Señor. (Hesiquio)
Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.

Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.

Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:

para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.

Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.

Lectura Breve

Hch 5, 30-32
El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole de
un madero. La diestra de Dios lo exaltó haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la
conversión, el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo,
que Dios da a los que le obedecen.

Responsorio Breve

V. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo. Aleluya, aleluya.
R. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo. Aleluya, aleluya.
V. Y comenzaron a hablar.
R. Aleluya, aleluya.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo. Aleluya, aleluya.

Canto Evangélico

Antifona: Recibid el Espíritu Santo: a quienes los perdonéis los pecados, les quedan
perdonados. Aleluya.
Benedictus Lc 1, 68-79
El Mesías y su precursor
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Preces

Oremos a Cristo, el Señor, que ha congregado a su Iglesia por el Espíritu Santo, y
digámosle con fe:
Renueva, Señor, la faz de la tierra.
Señor Jesús, que, exaltado en la cruz, hiciste que brotaran torrentes de agua viva de tu
costado,
— envíanos a tu Espíritu Santo, fuente de vida.
Tú que, glorificado a la derecha de Dios, derramaste sobre tus discípulos el Espíritu Santo,
— envía este mismo Espíritu al mundo, para que renueve la faz de la tierra.
Tú que, por el Espíritu Santo, diste a los apóstoles el poder de perdonar los pecados y el
poder de retenerlos,
— destruye el pecado del mundo.

Tú que prometiste darnos el Espíritu Santo, para que nos lo enseñara todo y nos fuera
recordando lo que nos habías dicho,
— envíanos este Espíritu, para que ilumine nuestra fe.
Tú que prometiste enviarnos el Espíritu de verdad, para que diéramos testimonio de ti,
— envíanos este Espíritu, para que nos haga tus testigos fieles.
Aquí se pueden añadir algunas intenciones libres.
Dirijámonos ahora al Padre con las palabras que el Señor resucitado pone en nuestros
labios: Padre nuestro.

Padre Nuestro

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal.

Oración

Oremos:
Oh Dios, que por el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia extendida por todas
las naciones, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y no
dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste
en los comienzos de la predicación evangélica. Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.