Abre, Señor, mi boca para
bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos,
perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para
que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado
en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén
TIEMPO ORDINARIO
SÁBADO DE LA SEMANA XIII
De la Feria. Salterio I. I Vísperas del Domingo XIV del Tiempo Ordinario.
6 de julio
LAUDES
(Oración de la mañana)
INVITATORIO
(Si Laudes no es la primera oración del día
se sigue el esquema del Invitatorio explicado en el Oficio de Lectura)
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca
proclamará tu alabanza
Ant. Del Señor es la
tierra y cuanto la llena; venid, adorémosle.
Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Del Señor es la
tierra y cuanto la llena; venid, adorémosle.
Himno: EN EL NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL
ESPÍRITU.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu,
salimos de la noche y estrenamos la aurora;
saludamos el gozo de la luz que nos llega
resucitada y resucitadora.
Tu mano acerca el fuego a la tierra sombría,
y el rostro de las cosas se alegra en tu presencia;
silabeas el alba igual que una palabra,
tú pronuncias el mar como sentencia.
Regresa, desde el sueño, el hombre a su memoria,
acude a su trabajo, madruga a sus dolores;
le confías la tierra, y a la tarde la encuentras
rica de pan y amarga de sudores.
Y tú te regocijas, oh Dios, y tu prolongas
en sus pequeñas manos tus manos poderosas,
y estáis de cuerpo entero los dos así creando,
los dos así velando por las cosas.
¡Bendita la mañana que trae la noticia
de tu presencia joven, en gloria y poderío,
la serena certeza con que el día proclama
que el sepulcro de Cristo está vacío! Amén.
SALMODIA
Ant 1. Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio.
Salmo 118, 145-152 TE INVOCO DE TODO CORAZÓN
Te invoco de todo corazón;
respóndeme, Señor, y guardaré tus leyes;
a ti grito: sálvame,
y cumpliré tus decretos;
me adelanto a la aurora pidiendo auxilio,
esperando tus palabras.
Mis ojos se adelantan a las vigilias de la noche,
meditando tu promesa;
escucha mi voz por tu misericordia,
con tus mandamientos dame vida;
ya se acercan mis inicuos perseguidores,
están lejos de tu voluntad.
Tú, Señor, estás cerca,
y todos tus mandatos son estables;
hace tiempo comprendí que tus preceptos
los fundaste para siempre.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Me adelanto a la
aurora pidiendo auxilio.
Ant 2. Mi fuerza y mi
poder es el Señor, él fue mi salvación.
Cántico: HIMNO A DIOS, DESPUÉS DE LA VICTORIA DEL
MAR ROJO Ex 15, 1-4. 8-13. 17-18
Cantaré al Señor, sublime es su victoria,
caballos y carros ha arrojado en el mar.
Mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación.
Él es mi Dios: yo lo alabaré;
el Dios de mis padres: yo lo ensalzaré.
El Señor es un guerrero,
su nombre es «El Señor».
Los carros del faraón los lanzó al mar,
ahogó en el mar rojo a sus mejores capitanes.
Al soplo de tu ira se amontonaron las aguas,
las corrientes se alzaron como un dique,
las olas se cuajaron en el mar.
Decía el enemigo: «Los perseguiré y alcanzaré,
repartiré el botín, se saciará mi codicia,
empuñaré la espada, los agarrará mi mano.»
Pero sopló tu aliento y los cubrió el mar,
se hundieron como plomo en las aguas formidables.
¿Quién como tú, Señor, entre los dioses?
¿Quién como tu, terrible entre los santos,
temibles por tus proezas, autor de maravillas?
Extendiste tu diestra: se los tragó la tierra;
guiaste con misericordia a tu pueblo rescatado,
los llevaste con tu poder hasta tu santa morada.
Lo introduces y lo plantas en el monte de tu heredad,
lugar del que hiciste tu trono, Señor;
santuario, Señor, que fundaron tus manos.
El Señor reina por siempre jamás.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Mi fuerza y mi
poder es el Señor, él fue mi salvación.
Ant 3. Alabad al Señor,
todas las naciones.
Salmo 116 - INVITACIÓN UNIVERSAL A LA ALABANZA
DIVINA.
Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos:
Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Alabad al Señor,
todas las naciones.
LECTURA BREVE 2Pe 1, 10-11
Hermanos, poned más empeño todavía en consolidar vuestra vocación y elección.
Si hacéis así, nunca jamás tropezaréis; de este modo se os concederá
generosamente la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y salvador
Jesucristo.
RESPONSORIO BREVE
V. A ti grito, Señor, tú eres mi refugio.
R. A ti grito, Señor,
tú eres mi refugio.
V. Mi heredad en el
país de la vida.
R. Tú eres mi
refugio.
V. Gloria al Padre, y
al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. A ti grito, Señor,
tú eres mi refugio.
PRIMERA LECTURA
Del primer libro de Samuel 16, 1-13
DAVID ES UNGIDO REY
En aquellos días, dijo el Señor a Samuel:
«¿Hasta cuándo vas a estar llorando por Saúl, después de que yo lo he rechazado
para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite y vete. Voy a
enviarte a Jesé, de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí.»
Samuel replicó:
«¿Cómo voy a ir? Se enterará Saúl y me matará.»
Respondió el Señor:
«Lleva contigo una becerra y di: "He venido a sacrificar al Señor."
Invitarás a Jesé al sacrificio y yo te indicaré lo que tienes que hacer, y
ungirás a aquel que yo te diga.»
Hizo Samuel lo que el Señor le había ordenado y se fue a Belén. Salieron
temblando a su encuentro los ancianos de la ciudad y le preguntaron:
«¿Es de paz tu venida, vidente?»
Samuel respondió:
«Sí, he venido a sacrificar al Señor. Purificaos y venid conmigo al
sacrificio.»
Purificó a Jesé y a sus hijos y los invitó al sacrificio.
Cuando ellos se presentaron vio a Eliab y se dijo: «Sin duda está ante el Señor
su ungido.» Pero el Señor dijo a Samuel:
«No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo lo he descartado. La
mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las
apariencias, pero el Señor mira el corazón.»
Llamó Jesé a Abinadab y le hizo pasar ante Samuel, que dijo:
«Tampoco a éste ha elegido el Señor.»
Hizo pasar Jesé a sus siete hijos ante Samuel, pero Samuel dijo:
«A ninguno de éstos ha elegido el Señor.» Preguntó, pues, Samuel a Jesé:
«¿No quedan ya más muchachos?»
Él respondió:
«Todavía falta el más pequeño, que está guardando el rebaño.»
Dijo entonces Samuel a Jesé:
«Manda que lo traigan, porque no comeremos hasta que haya venido.»
Mandó, pues, por él Jesé y lo hizo venir. Era rubio, de bellos ojos y hermosa
presencia. El Señor dijo:
«Levántate y úngelo, porque éste es.»
Tomó Samuel el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. Y a partir
de entonces, vino sobre David el espíritu del Señor. Samuel se levantó y se fue
a Ramá.
RESPONSORIO Sal 88, 20. 22. 21
R. He ceñido la corona a un héroe, he levantado a un soldado sobre el
pueblo; * para que mi mano esté siempre con él.
V. Encontré a David, mi siervo, y lo he ungido con óleo sagrado.
R. Para que mi mano esté siempre con él.
SEGUNDA LECTURA
De las Catequesis de san Cirilo de Jerusalén, obispo.
(Catequesis 1, 2-3. 5-6: PG 33, 371. 375-378)
RECONOCE EL MAL QUE HAS HECHO, AHORA QUE ES EL TIEMPO PROPICIO
Si hay aquí alguno que esté esclavizado por el pecado, que se disponga por la
fe a la regeneración que nos hace hijos adoptivos y libres; y así, libertado de
la pésima esclavitud del pecado y sometido a la dichosa esclavitud del Señor,
será digno de poseer la herencia celestial. Despojaos, por la confesión de
vuestros pecados, del hombre viejo, viciado por las concupiscencias engañosas,
y vestíos del hombre nuevo que se va renovando según el conocimiento de su
creador. Adquirid, mediante vuestra fe, las arras del Espíritu Santo, para que
podáis ser recibidos en la mansión eterna. Acercaos a recibir el sello
sacramental, para que podáis ser reconocidos favorablemente por aquel que es
vuestro dueño. Agregaos al santo y racional rebaño de Cristo, para que un día,
separados a su derecha, poseáis en herencia la vida que os está preparada.
Porque los que conserven adherida la aspereza del pecado, a manera de una piel
velluda, serán colocados a la izquierda, por no haberse querido beneficiar de
la gracia de Dios, que se obtiene por Cristo a través del baño de regeneración.
Me refiero no a una regeneración corporal, sino al nuevo nacimiento del alma.
Los cuerpos, en efecto, son engendrados por nuestros padres terrenos, pero las
almas son regeneradas por la fe, porque el Espíritu sopla donde quiere. Y así
entonces, si te has hecho digno de ello, podrás escuchar aquella voz: Bien,
siervo bueno y fiel, a saber, si tu conciencia es hallada limpia y sin
falsedad.
Pues si alguno de los aquí presentes tiene la pretensión de poner a prueba la
gracia de Dios, se engaña a sí mismo e ignora la realidad de las cosas.
Procura, oh hombre, tener un alma sincera y sin engaño, porque Dios penetra el
interior del hombre.
El tiempo presente es tiempo de reconocer nuestros pecados. Reconoce el mal que
has hecho, de palabra o de obra, de día o de noche. Reconócelo ahora que es el
tiempo propicio, y en el día de la salvación recibirás el tesoro celeste.
Limpia tu recipiente, para que sea capaz de una gracia más abundante, porque el
perdón de los pecados se da a todos por igual, pero el don del Espíritu Santo
se concede a proporción de la fe de cada uno. Si te esfuerzas poco, recibirás
poco, si trabajas mucho, mucha será tu recompensa. Corres en provecho propio;
mira, pues, tu conveniencia.
Si tienes algo contra alguien, perdónalo. Vienes para alcanzar el perdón de los
pecados: es necesario que tú también perdones al que te ha ofendido.
RESPONSORIO Pr 28, 13; 1Jn 1, 9
R. Al que oculta sus crímenes no le irá bien en sus cosas; * el que
los confiesa y se enmienda obtendrá misericordia.
V. Si confesamos nuestros pecados, fiel y bondadoso es Dios para
perdonarnos.
R. El que los confiesa y se enmienda obtendrá misericordia.
Sábado, 6 de julio de 2019
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san
Mateo (9,14-17):
En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: « ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en
cambio, tus discípulos no
ayunan?»
Jesús les
dijo: « ¿Es que pueden guardar luto los
invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán. Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado;
porque la pieza tira del manto y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo
en odres viejos, porque revientan los odres; se derrama el vino, y los odres se
estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan.»
Palabra del Señor
CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant. Ilumina, Señor, a los que viven en tiniebla y en
sombra de muerte.
Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR
Lc 1, 68-79
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Ilumina, Señor, a
los que viven en tiniebla y en sombra de muerte.
PRECES
Bendigamos a Cristo que para ser ante Dios el
pontífice misericordioso y fiel de los hombres se hizo en todo semejante a
nosotros, y supliquémosle diciendo:
Muéstranos, Señor, los tesoros de tu amor.
Señor, sol de justicia, que nos iluminaste en el bautismo,
te consagramos este nuevo día.
Que sepamos bendecirte en cada uno de los momentos de nuestra jornada
y glorifiquemos tu nombre con cada una de nuestras acciones.
Tú que tuviste por madre a María, siempre dócil a tu palabra,
encamina hoy nuestros pasos para que obremos también como ella según tu
voluntad.
Haz que mientras vivimos aún en este mundo que pasa anhelemos la vida eterna
y por la fe, la esperanza y el amor vivamos ya contigo en tu reino.
Se pueden añadir algunas intenciones libres
Con la misma confianza que tienen los hijos con su padre, acudamos nosotros a
nuestro Dios, diciéndole:
Padre nuestro...
ORACION
Te pedimos, Señor, que la claridad de la
resurrección de tu Hijo ilumine las dificultades de nuestra vida; que no temamos
ante la oscuridad de la muerte y podamos llegar un día a la luz que no tiene
fin. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la
unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
CONCLUSIÓN
V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos
lleve a la vida eterna.
R. Amén.
María nació el 16 de octubre de 1890, en Corinaldo, provincia de
Ancona, Italia. Hija de Luigi Goretti y Assunta Carlini, tercera de siete hijos
de una familia pobre de bienes terrenales pero rica en fe y virtudes,
cultivadas por medio de la oración en común, rosario todos los días y los
domingos Misa y sagrada Comunión. Al día siguiente de su nacimiento fue
bautizada y consagrada a la Virgen. A los seis años recibirá el sacramento de
la Confirmación.
Después del nacimiento de su cuarto hijo, Luigi Goretti, por la
dura crisis económica por la que atravesaba, decidió emigrar con su familia a
las grandes llanuras de los campos romanos, todavía insalubres en aquella
época. Se instaló en Ferriere di Conca, poniéndose al servicio del conde
Mazzoleni, es aquí donde María muestra claramente una inteligencia y una
madurez precoces, donde no existía ninguna pizca de capricho, ni de
desobediencia, ni de mentira. Es realmente el ángel de la familia.
Tras un año de trabajo agotador, Luigi contrajo una enfermedad
fulminante, el paludismo, que lo llevó a la muerte después de padecer diez
días. Como consecuencia de la muerte de Luigi, Assunta tuvo que trabajar
dejando la casa a cargo de los hermanos mayores. María lloraba a menudo la
muerte de su padre, y aprovecha cualquier ocasión para arrodillarse delante de
su tumba, para elevar a Dios sus plegarias para que su padre goce de la gloria
divina.
Junto a la labor de cuidar de sus hermanos menores, María seguía
rezando y asistiendo a sus cursos de catecismo. Posteriormente, su madre
contará que el rosario le resultaba necesario y, de hecho, lo llevaba siempre
enrollado alrededor de la muñeca. Así como la contemplación del crucifijo, que
fue para María una fuente donde se nutría de un intenso amor a Dios y de un
profundo horror por el pecado.
Amor intenso al Señor
María desde muy chica anhelaba recibir la Sagrada Eucaristía.
Según era costumbre en la época, debía esperar hasta los once años, pero un día
le preguntó a su madre: -Mamá, ¿cuándo tomaré la Comunión?. Quiero a Jesús.
-¿Cómo vas a tomarla, si no te sabes el catecismo? Además, no sabes leer, no tenemos
dinero para comprarte el vestido, los zapatos y el velo, y no tenemos ni un
momento libre. -¡Pues nunca podré tomar la Comunión, mamá! ¡Y yo no puedo estar
sin Jesús! -Y, ¿qué quieres que haga? No puedo dejar que vayas a comulgar como
una pequeña ignorante. Ante estas condiciones, María se comenzó a preparar con
la ayuda de una persona del lugar, y todo el pueblo la ayuda proporcionándole
ropa de comunión. De esta manera, recibió la Eucaristía el 29 de mayo de 1902.
La comunión constante acrecienta en ella el amor por la pureza y
la anima a tomar la resolución de conservar esa angélica virtud a toda costa.
Un día, tras haber oído un intercambio de frases deshonestas entre un muchacho
y una de sus compañeras, le dice con indignación a su madre: -Mamá, ¡qué mal
habla esa niña! -Procura no tomar parte nunca en esas conversaciones. -No
quiero ni pensarlo, mamá; antes que hacerlo, preferiría...Y la palabra morir
queda entre sus labios. Un mes después, sucedería lo que ella sentenció.
Pureza eterna
Al entrar al servicio del conde Mazzoleni, Luigi Goretti se había
asociado con Giovanni Serenelli y su hijo Alessandro. Las dos familias viven en
apartamentos separados, pero la cocina es común. Luigi se arrepintió enseguida
de aquella unión con Giovanni Serenelli, persona muy diferente de los suyos,
bebedor y carente de discreción en sus palabras.
Después de la muerte de Luigi, Assunta y sus hijos habían caído
bajo el yugo despótico de los Serenelli, María, que ha comprendido la
situación, se esfuerza por apoyar a su madre: -Ánimo, mamá, no tengas miedo,
que ya nos hacemos mayores. Basta con que el Señor nos conceda salud. La
Providencia nos ayudará. ¡Lucharemos y seguiremos luchando!
Desde la muerte de su marido, Assunta siempre estuvó en el campo y
ni siquiera tiene tiempo de ocuparse de la casa, ni de la instrucción religiosa
de los más pequeños. María se encarga de todo, en la medida de lo posible.
Durante las comidas, no se sienta a la mesa hasta que no ha servido a todos, y
para ella sirve las sobras. Su obsequiosidad se extiende igualmente a los
Serenelli. Por su parte, Giovanni, cuya esposa había fallecido en el hospital
psiquiátrico de Ancona, no se preocupa para nada de su hijo Alessandro, joven
robusto de diecinueve años, grosero y vicioso, al que le gusta empapelar su
habitación con imágenes obscenas y leer libros indecentes. En su lecho de
muerte, Luigi Goretti había presentido el peligro que la compañía de los
Serenelli representaba para sus hijos, y había repetido sin cesar a su esposa:
-Assunta, regresa a Corinaldo! Por desgracia Assunta está endeudada y
comprometida por un contrato de arrendamiento.
Después de tener mayor contacto con la familia Goretti, Alessandro
comenzó a hacer proposiciones deshonestas a la inocente María, que en un
principio no comprende. Más tarde, al adivinar las intenciones perversas del
muchacho, la joven está sobre aviso y rechaza la adulación y las amenazas.
Suplica a su madre que no la deje sola en casa, pero no se atreve
a explicarle claramente las causas de su pánico, pues Alessandro la ha
amenazado: -Si le cuentas algo a tu madre, te mato. Su único recurso es la
oración. La víspera de su muerte, María pide de nuevo llorando a su madre que
no la deje sola, pero, al no recibir más explicaciones, ésta lo considera un
capricho y no concede ninguna importancia a aquella reiterada súplica.
El 5 de julio, a unos cuarenta metros de la casa, están trillando
las habas en la tierra. Alessandro lleva un carro arrastrado por bueyes. Lo
hace girar una y otra vez sobre las habas extendidas en el suelo. Hacia las
tres de la tarde, en el momento en que María se encuentra sola en casa,
Alessandro dice:
-"Assunta, ¿quiere hacer el favor de llevar un momento los
bueyes por mí?" Sin sospechar nada, la mujer lo hace. María, sentada en el
umbral de la cocina, remienda una camisa que Alessandro le ha entregado después
de comer, mientras vigila a su hermanita Teresina, que duerme a su lado.
-"¡María!, grita Alessandro. -¿Qué quieres? -Quiero que me
sigas. -¿Para qué? -¡sígueme!
-Si no me dices lo que quieres, no te sigo".
Ante semejante resistencia, el muchacho la agarra violentamente
del brazo y la arrastra hasta la cocina, atrancando la puerta. La niña grita,
pero el ruido no llega hasta el exterior. Al no conseguir que la víctima se
someta, Alessandro la amordaza y esgrime un puñal. María se pone a temblar pero
no sucumbe. Furioso, el joven intenta con violencia arrancarle la ropa, pero
María se deshace de la mordaza y grita:
-No hagas eso, que es pecado... Irás al infierno.
Poco cuidadoso del juicio de Dios, el desgraciado levanta el arma:
-Si no te dejas, te mato.
Ante aquella resistencia, la atraviesa a cuchilladas. La niña se
pone a gritar:
-¡Dios mío! ¡Mamá!, y cae al suelo.
Creyéndola muerta, el asesino tira el cuchillo y abre la puerta
para huir, pero, al oírla gemir de nuevo, vuelve sobre sus pasos, recoge el
arma y la traspasa otra vez de parte a parte; después, sube a encerrarse a su
habitación. María recibió catorce heridas graves y quedó inconsciente. Al
recobrar el conocimiento, llama al señor Serenelli: -¡Giovanni! Alessandro me
ha matado... Venga. Casi al mismo tiempo, despertada por el ruido, Teresina
lanza un grito estridente, que su madre oye. Asustada, le dice a su hijo
Mariano: -Corre a buscar a María; dile que Teresina la llama.
En aquel momento, Giovanni Serenelli sube las escaleras y, al ver
el horrible espectáculo que se presenta ante sus ojos, exclama: -¡Assunta, y tú
también, Mario, venid!. Mario Cimarelli, un jornalero de la granja, trepa por
la escalera a toda prisa. La madre llega también: -¡Mamá!, gime María. -¡Es
Alessandro, que quería hacerme daño! Llaman al médico ya los guardias, que
llegan a tiempo para impedir que los vecinos, muy excitados, den muerte a
Alessandro en el acto.
Sufrimiento redentor
Al llegar al hospital, los médicos se sorprendieron de que la niña
todavía no haya sucumbido a sus heridas, pues ha sido alcanzado el pericardio,
el corazón, el pulmón izquierdo, el diafragma y el intestino. Al diagnosticar
que no tiene cura, llamaron al capellán. María se confiesa con toda claridad.
Luego, durante dos horas, los médicos la cuidaron sin dormirla.
María no se lamenta, y no deja de rezar y de ofrecer sus
sufrimientos a la santísima Virgen, Madre de los Dolores. Su madre consiguió
que le permitan permanecer a la cabecera de la cama. María aún tiene fuerzas
para consolarla: -Mamá, querida mamá, ahora estoy bien... ¿Cómo están mis
hermanos y hermanas?
En un momento, María le dice a su mamá: -Mamá, dame una gota de
agua. -Mi pobre María, el médico no quiere, porque sería peor para ti.
Extrañada, María sigue diciendo: -¿Cómo es posible que no pueda beber ni una
gota de agua? Luego, dirige la mirada sobre Jesús crucificado, que también
había dicho ¡Tengo sed!, y entendió.
El sacerdote también está a su lado, asistiéndola paternalmente.
En el momento de darle la Sagrada Comunión, le preguntó: -María, ¿perdonas de
todo corazón a tu asesino? Ella le respondió: -Sí, lo perdono por el amor de
Jesús, y quiero que él también venga conmigo al paraíso. Quiero que esté a mi
lado... Que Dios lo perdone, porque yo ya lo he perdonado.
Pasando por momentos análogos por los que pasó el Señor Jesús en
la Cruz, María recibió la Eucaristía y la Extremaunción, serena, tranquila,
humilde en el heroísmo de su victoria.
Después de breves momentos, se le escucha decir: "Papá".
Finalmente, María entra en la gloria inmensa de la Comunión con Dios Amor. Es
el día 6 de julio de 1902, a las tres de la tarde.
La conversión de Alessandro
En el juicio, Alessandro, aconsejado por su abogado, confesó:
-"Me gustaba. La provoqué dos veces al mal, pero no pude conseguir nada.
Despechado, preparé el puñal que debía utilizar". Por ello, fue condenado
a 30 años de trabajos forzados. Aparentaba no sentir ningún remordimiento del
crimen tanto así que a veces se le escuchaba gritar: -"¡Anímate,
Serenelli, dentro de veintinueve años y seis meses serás un burgués!". Sin
embargo, unos años más tarde, Mons. Blandini, Obispo de la diócesis donde está
la prisión, decide visitar al asesino para encaminarlo al arrepentimiento.
-"Está perdiendo el tiempo, monseñor -afirma el carcelero-, ¡es un
duro!"
Alessandro recibió al obispo refunfuñando, pero ante el recuerdo
de María, de su heroico perdón, de la bondad y de la misericordia infinitas de
Dios, se deja alcanzar por la gracia. Después de salir el Prelado, llora en la
soledad de la celda, ante la estupefacción de los carceleros.
Después de tener un sueño donde se le apareció María, vestida de
blanco en los jardines del paraíso, Alessandro, muy cuestionado, escribió a Mons.
Blandino: "Lamento sobre todo el crimen que cometí porque soy consciente
de haberle quitado la vida a una pobre niña inocente que, hasta el último
momento, quiso salvar su honor, sacrificándose antes que ceder a mi criminal
voluntad. Pido perdón a Dios públicamente, ya la pobre familia, por el enorme
crimen que cometí. Confío obtener también yo el perdón, como tantos otros en la
tierra". Su sincero arrepentimiento y su buena conducta en el penal le
devuelven la libertad cuatro años antes de la expiración de la pena. Después,
ocupará el puesto de hortelano en un convento de capuchinos, mostrando una
conducta ejemplar, y será admitido en la orden tercera de san Francisco.
Gracias a su buena disposición, Alessandro fue llamado como
testigo en el proceso de beatificación de María. Resultó algo muy delicado y
penoso para él, pero confesó: "Debo reparación, y debo hacer todo lo que
esté en mi mano para su glorificación. Toda la culpa es mía. Me dejé llevar por
la brutal pasión. Ella es una santa, una verdadera mártir. Es una de las
primeras en el paraíso, después de lo que tuvo que sufrir por mi causa".
En la Navidad de 1937, Alessandro se dirigió a Corinaldo, lugar
donde Assunta Goretti se había retirado con sus hijos. Lo hace simplemente para
hacer reparación y pedir perdón a la madre de su víctima. Nada más llegar ante
ella, le pregunta llorando. -"Assunta, ¿puede perdonarme? -Si María te
perdonó -balbucea-, ¿cómo no voy a perdonarte yo?" El mismo día de
Navidad, los habitantes de Corinaldo se ven sorprendidos y emocionados al ver
aproximarse a la mesa de la Eucaristía, uno junto a otro, a Alessandro y
Assunta.