Abre, Señor, mi boca para
bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos,
perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para
que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado
en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén
TIEMPO PASCUAL
DOMINGO DE SEMANA VI
Propio del Tiempo. Salterio II
26 de mayo
LAUDES
(Oración de la mañana)
INVITATORIO
(Si Laudes no es la primera oración del día
se sigue el esquema del Invitatorio explicado en el Oficio de Lectura)
V. Señor abre mis
labios
R. Y mi boca
proclamará tu alabanza
Ant. Verdaderamente ha
resucitado el Señor. Aleluya.
Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Verdaderamente ha
resucitado el Señor. Aleluya.
Himno: ESTABA AL ALBA MARÍA
Estaba al alba María,
llamándole con sus lágrimas.
Vino la Gloria del Padre
y amaneció el primer día.
Envuelto en la blanca túnica
de su propia luz divina
-la sábana de la muerte
dejada en tumba vacía-,
Jesús, alzado, reinaba;
pero ella no lo veía.
Estaba al alba María,
la fiel esposa que aguarda.
Mueva el Espíritu al aura
en el jardín de la vida.
Las flores huelan la Pascua
de la carne sin mancilla,
y quede quieta la esposa
sin preguntas ni fatiga.
¡Ya está delante el esposo,
venido de la colina!
Estaba al alba María,
porque era la enamorada. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Éste es el día en que actuó el Señor. Aleluya.
Salmo 117 - HIMNO DE ACCIÓN DE GRACIAS DESPUÉS DE
LA VICTORIA.
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.
En el peligro grité al Señor,
y me escuchó, poniéndome a salvo.
El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.
Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que confiar en los magnates.
Todos los pueblos me rodeaban,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban como avispas,
ardiendo como fuego en las zarzas,
en el nombre del Señor los rechacé.
Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos:
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa,
la diestra del Señor es poderosa.»
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.
Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios: él nos ilumina.
Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.
Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Éste es el día en
que actuó el Señor. Aleluya.
Ant 2. Bendito eres,
Señor, sobre el trono de tu reino. Aleluya.
Cántico: QUE LA CREACIÓN ENTERA ALABE AL SEÑOR Dn
3, 52-57
Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres:
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito tu nombre, Santo y glorioso:
a él gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres en el templo de tu santa gloria:
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres sobre el trono de tu reino:
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los abismos:
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres en la bóveda del cielo:
a ti honor y alabanza por los siglos.
Creaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Bendito eres,
Señor, sobre el trono de tu reino. Aleluya.
Ant 3. Adorad al Señor
que está sentado en el trono y decid: «¡Amén, aleluya!»
Salmo 150 - ALABAD AL SEÑOR.
Alabad al Señor en su templo,
alabadlo en su augusto firmamento.
Alabadlo por sus obras magníficas,
alabadlo por su inmensa grandeza.
Alabadlo tocando trompetas,
alabadlo con arpas y cítaras,
Alabadlo con tambores y danzas,
alabadlo con trompas y flautas,
alabadlo con platillos sonoros,
alabadlo con platillos vibrantes.
Todo ser que alienta, alabe al Señor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Adorad al Señor
que está sentado en el trono y decid: «¡Amén, aleluya!»
LECTURA BREVE Hch 10, 40-43
Dios resucitó a Jesús al tercer día e hizo que se apareciese no a todo el
pueblo, sino a nosotros, que somos los testigos elegidos de antemano por Dios.
Nosotros hemos comido y bebido con él, después que Dios lo resucitó de entre
los muertos. Y él nos mandó predicar al pueblo y atestiguar que ha sido
constituido por Dios juez de vivos y muertos. De él hablan todos los profetas y
aseguran que cuantos tengan fe en él recibirán por su nombre el perdón de sus
pecados.
RESPONSORIO BREVE
V. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.
Aleluya, aleluya.
R. Cristo, Hijo de
Dios vivo, ten piedad de nosotros. Aleluya, aleluya.
V. Tú que has
resucitado de entre los muertos.
R. Aleluya, aleluya.
V. Gloria al Padre, y
al Hijo, y al Espíritu Santo
R. Cristo, Hijo de
Dios vivo, ten piedad de nosotros. Aleluya, aleluya.
PRIMERA
LECTURA
Comienza la primera carta del apóstol san Juan 1, 1-10
LA PALABRA DE LA VIDA Y LA LUZ DE DIOS
Lo que existía desde un principio. lo que hemos oído. lo que hemos visto con
nuestros ojos, lo que contemplamos y lo que tocaron nuestras manos acerca de la
Palabra de vida (porque la vida se ha manifestado, y nosotros hemos visto y
testificamos y os anunciamos esta vida eterna. la que estaba con el Padre y se
nos ha manifestado): lo que hemos visto y oído os lo anunciamos, a fin de que
viváis en comunión con nosotros. Y esta nuestra comunión de vida es con el
Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos estas cosas para que sea colmado
vuestro gozo.
Y el mensaje que de él hemos recibido y que os transmitimos es éste: Dios es
luz y en él no hay tiniebla alguna. Si decimos que vivimos en comunión con él
y, con todo, andamos en tinieblas. mentimos y no practicamos las obras de la
verdad. Pero si caminamos en la luz, lo mismo que está él en la luz, entonces
vivimos en comunión unos con otros; y la sangre de Jesús, su Hijo, nos purifica
de todo pecado.
Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad
no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel y bondadoso es él
para perdonarnos y purificarnos de toda iniquidad. Si decimos que no hemos
pecado, estamos afirmando que Dios miente, y su palabra no está en nosotros.
RESPONSORIO 1Jn 1, 2; 5, 20
R. La vida se ha manifestado, y nosotros hemos visto y testificamos y
os anunciamos esta vida eterna, * la que estaba con el Padre y se nos ha
manifestado. Aleluya.
V. Sabemos que el Hijo de Dios ha venido: él es Dios verdadero y es
vida eterna.
R. La que estaba con el Padre y se nos ha manifestado. Aleluya..
SEGUNDA LECTURA
Del Comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre la
segunda carta a los Corintios
(Cap. 5. 5--6. 2: PG 74, 942-943)
DIOS NOS HA RECONCILIADO POR MEDIO DE CRISTO Y NOS HA CONFIADO EL
MINISTERIO DE ESTA RECONCILIACIÓN
Los que poseen las arras del Espíritu y la esperanza de la resurrección, como
si poseyeran ya aquello que esperan, pueden afirmar que desde ahora ya no
conocen a nadie según la carne: todos, en efecto, somos espirituales y ajenos a
la corrupción de la carne. Porque, desde el momento en que ha amanecido para
nosotros la luz del Unigénito, somos transformados en la misma Palabra que da
vida a todas las cosas. Y, si bien es verdad que cuando reinaba el pecado
estábamos sujetos por los lazos de la muerte, al introducirse en el mundo la
justicia de Cristo quedamos libres de la corrupción.
Por tanto, ya nadie vive en la carne, es decir, ya nadie está sujeto a la
debilidad de la carne, a la que ciertamente pertenece la corrupción, entre
otras cosas; en este sentido, dice el Apóstol: Si en un tiempo conocimos a
Cristo según la carne, ya ahora no es así. Es como quien dice: La Palabra se
hizo carne y puso su morada entre nosotros, y, para que nosotros tuviésemos
vida, sufrió la muerte según la carne, y así es como conocimos a Cristo; sin
embargo, ahora ya no es así como lo conocemos. Pues, aunque retiene su cuerpo
humano, ya que resucitó al tercer día y vive en el cielo junto al Padre, no
obstante, su existencia es superior a la meramente carnal, puesto que ya no
muere, la muerte no tiene ya poder sobre él; su muerte fue un morir al pecado
de una vez para siempre, mas su vida es un vivir para Dios.
Si tal es la condición de aquel que se convirtió para nosotros en abanderado y
precursor de la vida, es necesario que nosotros, siguiendo sus huellas,
formemos parte de los que viven por encima de la carne, y no en la carne. Por
esto, dice con toda razón san Pablo: El que es de Cristo es una creatura nueva:
lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Hemos sido, en efecto,
justificados por la fe en Cristo, y ha cesado el efecto de la maldición, puesto
que él ha resucitado por librarnos, conculcando el poder de la muerte; y,
además, hemos conocido al que es por naturaleza propia Dios verdadero, a quien
damos culto en espíritu y en verdad, por mediación del Hijo, quien derrama
sobre el mundo las bendiciones divinas que proceden del Padre.
Por lo cual, dice acertadamente san Pablo: Todo esto se lo debemos a Dios, que
nos ha reconciliado consigo por medio de Cristo, ya que el misterio de la
encarnación y la renovación consiguiente a la misma se realizaron de acuerdo
con el designio del Padre. No hay que olvidar que por Cristo tenemos acceso al
Padre, ya que nadie va al Padre, como afirma el mismo Cristo, sino por él. Y,
así, todo esto se lo debemos a Dios, que nos ha reconciliado por medio de
Cristo, y nos ha confiado el ministerio de esta reconciliación.
RESPONSORIO Rm 5, 11; Col 1. 19-20
R. Ponemos nuestra gloria y confianza en Dios gracias a nuestro Señor
Jesucristo, * por cuyo medio hemos obtenido ahora la reconciliación. Aleluya.
V. En él quiso Dios que residiera toda plenitud; y por él quiso
reconciliar consigo todas las cosas.
R. Por cuyo medio hemos obtenido ahora la reconciliación. Aleluya.
Domingo, 26 de mayo de 2019
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan 14,23-29):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi
palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que
no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía,
sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro
lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre,
será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La
paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble
vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a
vuestro lado." Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque
el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que
cuando suceda, sigáis creyendo.»
Palabra del Señor
CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant. La palabra que estáis oyendo no es mía; es del
Padre, que me ha enviado. Aleluya
Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1,
68-79
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. La palabra que
estáis oyendo no es mía; es del Padre, que me ha enviado. Aleluya
PRECES
Invoquemos a Dios, Padre todopoderoso, que resucitó
a Jesús, nuestro jefe y salvador, y aclamémoslo, diciendo:
Ilumínanos, Señor, con la luz de Cristo.
Padre santo, que hiciste pasar a tu Hijo amado de las tinieblas de la muerte a
la luz de tu gloria,
haz que podamos llegar también nosotros a tu luz admirable.
Tú que nos has salvado por la fe,
haz que vivamos hoy según la fe que profesamos en nuestro bautismo.
Tú que quieres que busquemos las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a
tu derecha,
líbranos de la seducción del pecado.
Haz que nuestra vida, oculta en ti con Cristo, brille en el mundo,
para que aparezcan los cielos nuevos y la tierra nueva.
Se pueden añadir algunas intenciones libres
Dirijámonos ahora al Padre con las palabras que el Espíritu del Señor
resucitado pone en nuestra boca:
Padre nuestro...
ORACION
Concédenos, Dios todopoderoso, continuar celebrando
con amor ferviente estos días de alegría en honor de Cristo resucitado, y que
los misterios que estamos recordando transformen nuestra vida y se manifiesten
en nuestras obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los
siglos. Amén
CONCLUSIÓN
V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos
lleve a la vida eterna.
R. Amén.
Desde muy pequeñita demostró una gran inclinación hacia la piedad
y un enorme aprecio por la pureza y por la caridad hacia los pobres. Ya a los
siete años invitaba a sus sobrinas, que eran casi de su misma edad, a rezar el
rosario y a hacer el Vía Crucis.
Se aprendió el catecismo de tal manera bien que a los ocho años
fue admitida a hacer la Primera Comunión (lo cual era una excepción en aquella
época). El sacerdote que le hizo el examen de religión se quedó admirado de lo
bien que esta niña comprendía las verdades del catecismo. Al escuchar un sermón
acerca de la cantidad tan grande de gente que todavía no logró recibir el
mensaje de la religión de Cristo, dispuso irse con un grupo de compañeritas a
evangelizar paganos. Por el camino las devolvieron a sus casas porque no se
daban cuenta de lo grave que era la determinación que habían tomado. Otro día
se propuso irse con otras niñas a una montaña a vivir como anacoretas dedicadas
al ayuno y a la oración. Afortunadamente un toro muy bravo las devolvió
corriendo a la ciudad. Entonces su cuñado al darse cuenta de los grandes deseos
de santidad y oración que esta niña tenía trató de obtener que la recibieran en
una comunidad de religiosas. Pero las dos veces que trató de entrar de
religiosa, se presentaron contrariedades imprevistas que no le permitieron
estar en el convento. Entonces ella se dio cuenta de que Dios la quería
santificar quedándose en el mundo.
Se construyó en el solar de la casa de su hermana una habitación
separada, y allí se dedicó a rezar, a meditar, y a hacer penitencia.
Había aprendido muy bien la música y tocaba hermosamente la
guitarra y el piano. Había aprendido a coser, tejer y bordar, y todo esto le
servía para no perder tiempo en la ociosidad. Tenía una armoniosa voz y sentía
una gran afición por el canto, y cada día se ejercitaba un poco en este arte.
Le agradaba mucho entonar cantos religiosos, que le ayudaban a meditar y a
levantar su corazón a Dios. Su día lo repartía entre la oración, la meditación,
la lectura de libros religiosos, la música, el canto y los trabajos manuales.
Su meditación preferida era pensar en la Pasión y Muerte de Jesús.
En el templo de los Padres Jesuitas encontró un santo sacerdote
que hizo de director espiritual y le enseñó el método de San Ignacio de Loyola,
que consiste en examinarse tres veces por día la conciencia: por la mañana para
ver qué peligros habrá en el día y evitarlos y qué buenas obras tendremos que
hacer. El segundo examen: al mediodía, acerca del defecto dominante, aquella
falta que más cometemos, para planear como no dejarse vencer por esa debilidad.
Y el tercer examen por la noche, acerca de todo el día, analizando las
palabras, los pensamientos, las obras y las omisiones de esas 12 horas. Esos
tres exámenes le fueron llevando a una gran exactitud en el cumplimiento de sus
deberes de cada día.
Para recordar frecuentemente que iba a morir y que tendría que
rendir cuentas a Dios, se consiguió un ataúd y en el dormía varias noches cada
semana. Y el tiempo restante lo tenía lleno de almohadas que semejaban un cadáver
para recordar lo que le esperaba al final de la vida.
Se propuso cumplir aquel mandato de Jesús: "Quien desea
seguirme que se niegue a sí mismo". Y desde muy niña empezó a mortificarse
en la comida, en el beber y dormir. En el comedor colocaba una canastita debajo
de la mesa y se servía en cantidades iguales a todos los demás pero, sin que se
dieran cuenta, echaba buena parte de esos alimentos en el canasto, y los
regalaba después a los pobres. Uno de los sacrificios que más la hacían sufrir
era no tomar ninguna bebida en los días de mucho calor. Pero la animaba a esta
mortificación el pensar en la sed que Jesús tuvo que sufrir en la cruz. Se
colocaba en la cabeza una corona de espinas mientras rezaba el rosario.
Muchísimos rosarios los rezó con los brazos en cruz.
Como sacrificio se propuso no salir de su casa sino al templo y
cuando alguna persona tuviera alguna urgente necesidad de su ayuda. Así que el
resto de su vida estuvo recluida en su casa. Solamente la veían salir cada
mañana a la Santa Misa, y volver luego a vivir encerrada dedicada a las
lecturas espirituales, a la meditación, a la oración, al trabajo y a ofrecer
sacrificios por la conversión de los pecadores. Se propuso llenar todos sus
días de frecuentes actos de amor a Dios. Cada día rezaba 12 Salmos de la S.
Biblia. Ayunaba frecuentemente.
María recibió de Dios el don de consejo y así sucedía que los
consejos que ella daba a las personas les hacían inmenso bien. También le dio a
conocer Nuestro Señor varios hechos que iban a suceder en lo futuro, y así como
ella los anunció, así sucedieron (incluyendo la fecha de su muerte, que según
anunció sería un viernes 26). Tenía un don especial para poner paz entre los
que se peleaban y para lograr que ciertos pecadores dejaran su vida de pecado. A
un sacerdote muy sabio pero muy vanidoso le dijo después de un brillantísimo
sermón: "Mire Padre, que Dios lo envió a recoger almas para el cielo, y no
a recoger aplausos de este suelo". Y el padrecito dejó de buscar la
estimación al predicar.
En una enfermedad le sacaron sangre y la muchacha de servicio echó
en una matera la sangre que le habían sacado a Mariana, y en esa matera nació
una bellísima azucena. Con esa flor la pintan a ella en sus cuadros. Y azucena
de pureza fue esta santa durante toda su vida.
Sucedieron en Quito unos terribles terremotos que destruían casas
y ocasionaban muchas muertes. Un padre jesuita dijo en un sermón: - "Dios
mío: yo te ofrezco mi vida para que se acaben los terremotos". Pero
Mariana exclamó: - "No, señor. La vida de este sacerdote es necesaria para
salvar muchas almas. En cambio yo no soy necesaria. Te ofrezco mi vida para que
cesen estos terremotos". La gente se admiró de esto. Y aquella misma
mañana al salir del templo ella empezó a sentirse muy enferma. Pero desde esa
mañana ya no se repitieron los terremotos.
Una terrible epidemia estaba causando la muerte de centenares de
personas en Quito. Mariana ofreció su vida y todos sus dolores para que cesara
la epidemia. Y desde el día en que hizo ese ofrecimiento ya no murió más gente
de ese mal allí.
Por eso el Congreso del Ecuador le dio en el año 1946 el título de
"Heroína de la Patria".
Acompañada por tres padres jesuitas murió santamente el viernes 26
de mayo de 1645. Desde entonces los quiteños le han tenido una gran admiración.
Su entierro fue una inmensa ovación de toda la ciudad. Y los continuos milagros
que hizo después de su muerte, obtuvieron que el Papa Pío IX la declarara beata
y el Papa XII la declarara santa.
Oración
Oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena
de Quito; vos sois la hija del Dios
de la vida, aquella santa mujer que
servir quiso a Aquél que todo lo ve,
desde los claustros santos; pero Él,
en su infinita sabiduría, teneros en
el mundo quiso, para que desde allí,
pudierais con vuestra tarea cumplir,
hasta la entrega total de la propia
vida; porque bien sabíais vos, que
deberíais negaros a sí misma, para
crecer en los demás, ya que allí el
secreto reposa, del amor verdadero.
Y como que lo hicisteis, hasta el
final de vuestros días; y cada vez
que rezabais el Rosario santo, os
colocabais corona de espinas y los
brazos vuestros, los abríais en cruz.
Un día vos dijisteis, cuando temblaba
la tierra, que no erais necesaria
para seguir con vida, y la acrecíais
a cambio de la del sacerdote, porque
aquél, salvaría más almas que vos;
oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena
de Quito, alma fecunda del Dios vivo.
Amén
Habiendo quedado huérfano de madre, lo envió su padre a casa de un
tío muy rico, el cual planeaba dejarlo heredero de todos sus bienes. Pero allá
Felipe se dio cuenta de que las riquezas le podían impedir el dedicarse a Dios,
y un día tuvo lo que él llamó su primera "conversión". Y consistió en
que se alejó de la casa del riquísimo tío y se fue para Roma llevando
únicamente la ropa que llevaba puesta. En adelante quería confiar solamente en
Dios y no en riquezas o familiares pudientes.
Al llegar a Roma se hospedó en casa de un paisano suyo de Florencia,
el cual le cedió una piecita debajo de una escalera y se comprometió a
ofrecerle una comida al día si él les daba clases a sus hijos. La habitación de
Felipe no tenía sino la cama y una sencilla mesa. Su alimentación consistía en
una sola comida al día: un pan, un vaso de agua y unas aceitunas. El
propietario de la casa, declaraba que desde que Felipe les daba clases a sus
hijos, estos se comportaban como ángeles.
Los dos primeros años Felipe se ocupaba casi únicamente en leer,
rezar, hacer penitencia y meditar. Por otros tres años estuvo haciendo estudios
de filosofía y de teología.
Pero luego por inspiración de Dios se dedicó por completo a
enseñar catecismo a las gentes pobres. Roma estaba en un estado de ignorancia
religiosa espantable y la corrupción de costumbres era impresionante. Por 40
años Felipe será el mejor catequista de Roma y logrará transformar la ciudad.
Felipe había recibido de Dios el don de la alegría y de
amabilidad. Como era tan simpático en su modo de tratar a la gente, fácilmente
se hacía amigo de obreros, de empleados, de vendedores y niños de la calle y
empezaba a hablarles del alma, de Dios y de la salvación. Una de sus preguntas
más frecuentes era esta: "amigo
¿y cuándo vamos a empezar a volvernos mejores?". Si la
persona le demostraba buena voluntad, le explicaba los modos más fáciles para
llegar a ser más piadosos y para comenzar a portarse como Dios quiere.
A aquellas personas que le demostraban mayores deseos de
progresar en santidad, las llevaba de vez en cuando a atender enfermos en
hospitales de caridad, que en ese tiempo eran pobrísimos y muy abandonados y
necesitados de todo.
Otra de sus prácticas era llevar a las personas que deseaban
empezar una vida nueva, a visitar en devota procesión los siete templos
principales de Roma y en cada uno dedicarse un buen rato a orar y meditar. Y
así con la caridad para los pobres y con la oración lograba transformar a
muchísima gente.
Desde la mañana hasta el anochecer estaba enseñando catecismo a
los niños, visitando y atendiendo enfermos en los hospitales, y llevando grupos
de gentes a las iglesias a rezar y meditar. Pero al anochecer se retiraba a
algún sitio solitario a orar y a meditar en lo que Dios ha hecho por nosotros.
Muchas veces pasó la noche entera rezando. Le encantaba irse a rezar en las
puertas de los templos o en las catacumbas o grandes cuevas subterráneas de
Roma donde están encerrados los antiguos mártires.
Lo que más pedía Felipe al cielo era que se le concediera un gran
amor hacia Dios. Y la vigilia de la fiesta de Pentecostés, estando aquella
noche rezando con gran fe, pidiendo a Dios el poder amarlo con todo su corazón,
éste se creció y se le saltaron dos costillas. Felipe entusiasmado y casi
muerto de la emoción exclamaba: "¡Basta
Señor, basta! ¡Que me vas a matar de tanta alegría!". En
adelante nuestro santo experimentaba tan grandes accesos de amor a Dios que
todo su cuerpo de estremecía, y en pleno invierno tenía que abrir su camisa y
descubrirse el pecho para mitigar un poco el fuego de amor que sentía hacia
Nuestro Señor. Cuando lo fueron a enterrar notaron que tenía dos costillas
saltadas y que estas se habían arqueado para darle puesto a su corazón que se
había ensanchado notablemente.
En 1458 fundó con los más fervorosos de sus seguidores una
cofradía o hermandad para socorrer a los pobres y para dedicarse a orar y
meditar. Con ellos fundó un gran hospital llamado "De la Santísima
Trinidad y los peregrinos", y allá durante el Año del Jubileo en 1757,
atendieron a 145,000 peregrinos. Con las gentes que lo seguían fue propagando
por toda Roma la costumbre de las "40 horas", que consistía en
colocar en el altar principal de cada templo la Santa Hostia, bien visible, y
dedicarse durante 40 horas a adorar a Cristo Sacramentado, turnándose las
personas devotas en esta adoración.
A los 34 años todavía era un simple seglar. Pero a su
confesor le pareció que haría inmenso bien si se ordenaba de sacerdote y como
había hecho ya los estudios necesarios, aunque él se sentía totalmente indigno,
fue ordenado de sacerdote, en el año 1551.
Y apareció entonces en Felipe otro carisma o regalo generoso
de Dios: su gran don de saber confesar muy bien. Ahora pasaba horas y horas en
el confesionario y sus penitentes de todas las clases sociales cambiaban como
por milagro. Leía en las conciencias los pecados más ocultos y obtenía
impresionantes conversiones. Con grupos de personas que se habían confesado con
él, se iba a las iglesias en procesión a orar, como penitencia por los pecados
y a escuchar predicaciones. Así la conversión era más completa.
San Felipe quería irse de misionero al Asia pero su director
espiritual le dijo que debía dedicarse a misionar en Roma. Entonces se reunió
con un grupo de sacerdotes y formó una asociación llamada el
"Oratorio", porque hacían sonar una campana para llamar a las gentes
a que llegaran a orar. El santo les redactó a sus sacerdotes un sencillo
reglamento y así nació la comunidad religiosa llamada de Padres Oratorianos o
Filipenses. Esta congregación fue aprobada por el Papa en 1575 y ayudada por San
Carlos Borromeo.
San Felipe tuvo siempre el don de la alegría. Donde quiera que él
llegaba se formaba un ambiente de fiesta y buen humor. Y a veces para ocultar
los dones y cualidades sobrenaturales que había recibido del cielo, se hacía el
medio payaso y hasta exageraba un poco sus chistes y chanzas. Las gentes se
reían de buena gana y aunque a algunos muy seriotes les parecía que él debería
ser un poco más serio, el santo lograba así que no lo tuvieran en fama de ser
gran santo (aunque sí lo era de verdad).
En su casa de Roma reunía centenares de niños desamparados para
educarlos y volverlos buenos cristianos. Estos muchachos hacían un ruido
ensordecedor, y algunos educadores los regañaban fuertemente. Pero San Felipe
les decía: "Haced todo el ruido que queráis, que a mí lo único que me
interesa es que no ofendáis a Nuestro Señor. Lo importante es que no pequéis.
Lo demás no me disgusta". Esta frase la repetirá después un gran imitador
suyo, San Juan Bosco.
Una vez tuvo un ataque fortísimo de vesícula. El médico vino a
hacerle un tratamiento, pero de pronto el santo exclamó: "Por favor
háganse a un lado que ha venido Nuestra Señora la Virgen María a curarme".
Y quedó sanado inmediatamente. A varios enfermos los curó al imponerles las
manos. A muchos les anunció lo que les iba a suceder en el futuro. En la
oración le venían los éxtasis y se quedaba sin darse cuenta de lo que sucedía a
su alrededor. Muchas personas vieron que su rostro se llenaba de luces y
resplandores mientras rezaba o mientras celebraba la Santa Misa. Y a pesar de
todo esto se mantenía inmensamente humilde y se consideraba el último de todos
y el más indigno pecador.
Los últimos años los dedicó a dar dirección espiritual. El
Espíritu Santo le concedió el don de saber aconsejar muy bien, y aunque estaba
muy débil de salud y no podía salir de su cuarto, por allí pasaban todos los
días numerosas personas. Los Cardenales de Roma, obispos, sacerdotes, monjas,
obreros, estudiantes, ricos y pobres, jóvenes y viejos, todos querían pedirle
un sabio consejo y volvían a sus casas llenos de paz y de deseos de ser
mejores. Decían que toda Roma pasaba por su habitación.
Empezó a sentir tales fervores y tan grandes éxtasis en la Santa
Misa, después de la consagración, que el que le acolitaba, se iba después de la
elevación y volvía dos horas después y alcanzaba a llegar para el final de la
misa.
El 25 de mayo de 1595 su médico lo vio tan extraordinariamente
contento que le dijo: "Padre, jamás lo había encontrado tan alegre",
y él le respondió: "Me alegré cuando me dijeron: vayamos a la casa del
Señor". A la media noche le dio un ataque y levantando la mano para
bendecir a sus sacerdotes que lo rodeaban, expiró dulcemente. Tenía 80 años.
El Papa lo declaró santo en el año 1622 y las gentes de Roma lo
consideraron como a su mejor catequista y director espiritual.
Oración
Oh dulce San Felipe, que glorificaste a Dios y te perfeccionaste,
siempre con tu corazón puesto en Él, y tuviste una gran
caridad por todos los hombres ahora vienes del cielo en mi
ayuda.
Ves que yo sufro bajo el peso de muchas miserias, y vivo en
una continua lucha de pensamientos, de deseos, de cariños y de pasiones, que me
querrían alejar de Dios.
¿Y sin Dios qué haría yo?
Sería un esclavo que colmado de miseria ignora la misma
esclavitud.
Pronto el enojo, el orgullo, el egoísmo, la impureza y ciento de
otras pasiones devorarían mi alma.
Pero yo quiero vivir con Dios; por eso invoco
humildemente y confiadamente tu ayuda.
Intercede para que obtenga el regalo de la santa caridad;
haz que el Espíritu Santo, el que te inflamó milagrosamente, descienda con
sus regalos en mi alma.
Consígueme que yo pueda, aunque sea débilmente, imitarte.
Qué yo viva en el continuo deseo de salvar almas para Dios;
qué yo las conduzca a él, siempre imitando tu dulce mansedumbre.
Que pueda ser casto de pensamientos, de deseos y de cariños,
como fuiste tú.
Concédeme aquella santa alegría de espíritu que procede de la paz
del corazón y de la plena resignación a la voluntad a la voluntad de Dios.
Alrededor de ti exhaló un aire benéfico, que sanó a las almas
enfermas, tranquilizó a las temerosas, aseguró las tímidas, confortó a las
afligidas.
Tú has rezado por los que te maldecían; por los que
te perseguían; conversaste con los justos para perfeccionarlos, y con los
pecadores para reconducirlos a la conciencia.
¿Pero por qué no he sido capaz de imitarte? ¡Cuánto lo
desearía! ¡Me parecería tan santificante hacerlo!
Ruega por mí pobre alma, para que yo pueda realmente imitarte en
la vocación a la que he sido llamado, que siempre sea apóstol de Cristo.
Favoreciendo a las almas que me ha puesto en el camino, para convertirlas a ÉL.
Si tuviera el corazón lleno de Dios, llevaría tu apostolado que es
el mismo que el de Jesús, a mi familia, a mi trabajo, a la iglesia a los
hospitales, con los enfermos y también con los sanos, a los ricos y a los
pobres. A todos los que necesiten de la simplicidad del amor de Dios.
Te lo pido por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.