Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de
todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y
enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar
este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por
Cristo nuestro Señor. Amén.
TIEMPO ORDINARIO
JUEVES DE LA SEMANA XXIII
De la Feria. Salterio III
12 de septiembre
LAUDES
(Oración de la mañana)
INVITATORIO
(Si Laudes no es la primera oración del día
se sigue el esquema del Invitatorio explicado en el Oficio de Lectura)
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca
proclamará tu alabanza
Ant. Venid, adoremos al
Señor, porque él es nuestro Dios.
Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Venid, adoremos al
Señor, porque él es nuestro Dios.
Himno: SEÑOR, CUANDO FLORECE UN NUEVO DÍA.
Señor, cuando florece un nuevo día
en el jardín del tiempo,
no dejes que la espina del pecado
vierta en él su veneno.
El trabajo del hombre rompe el surco
en el campo moreno;
en frutos de bondad y de justicia
convierte sus deseos.
Alivia sus dolores con la hartura
de tu propio alimento;
y que vuelvan al fuego de tu casa
cansados y contentos. Amén.
SALMODIA
Ant 1. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!
Salmo 86 - HIMNO A JERUSALÉN, MADRE DE TODOS LOS
PUEBLOS.
Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.
¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
«Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí.»
Se dirá de Sión: «Uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado.»
El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Éste ha nacido allí.»
Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. ¡Qué pregón tan
glorioso para ti, ciudad de Dios!
Ant 2. El Señor llega con
poder, y su recompensa lo precede.
Cántico: EL BUEN PASTOR ES EL DIOS ALTISIMO Y
SAPIENTÍSIMO - Is 40, 10-17
Mirad, el Señor Dios llega con poder,
y su brazo manda.
Mirad, viene con él su salario
y su recompensa lo precede.
Como un pastor que apacienta el rebaño,
su brazo lo reúne,
toma en brazos los corderos
y hace recostar a las madres.
¿Quién ha medido a puñados el mar
o mensurado a palmos el cielo,
o a cuartillos el polvo de la tierra?
¿Quién ha pesado en la balanza los montes
y en la báscula las colinas?
¿Quién ha medido el aliento del Señor?
¿Quién le ha sugerido su proyecto?
¿Con quién se aconsejó para entenderlo,
para que le enseñara el camino exacto,
para que le enseñara el saber
y le sugiriese el método inteligente?
Mirad, las naciones son gotas de un cubo
y valen lo que el polvillo de balanza.
Mirad, las islas pesan lo que un grano,
el Líbano no basta para leña,
sus fieras no bastan para el holocausto.
En su presencia, las naciones todas,
como si no existieran,
son ante él como nada y vacío.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. El Señor llega con
poder, y su recompensa lo precede.
Ant 3. Ensalzad al Señor,
Dios nuestro, postraos ante el estrado de sus pies.
Salmo 98 - SANTO ES EL SEÑOR, NUESTRO DIOS.
El Señor reina, tiemblen las naciones;
sentado sobre querubines, vacile la tierra.
El Señor es grande en Sión,
encumbrado sobre todos los pueblos.
Reconozcan tu nombre, grande y terrible:
Él es santo.
Reinas con poder y amas la justicia,
tú has establecido la rectitud;
tú administras la justicia y el derecho,
tú actúas en Jacob.
Ensalzad al Señor, Dios nuestro;
postraos ante el estrado de sus pies:
Él es santo.
Moisés y Aarón con sus sacerdotes,
Samuel con los que invocan su nombre,
invocaban al Señor, y él respondía.
Dios les hablaba desde la columna de nube;
oyeron sus mandatos y la ley que les dio.
Señor, Dios nuestro, tú les respondías,
tú eras para ellos un Dios de perdón
y un Dios vengador de sus maldades.
Ensalzad al Señor, Dios nuestro;
postraos ante su monte santo:
Santo es el Señor, nuestro Dios.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Ensalzad al Señor,
Dios nuestro, postraos ante el estrado de sus pies.
LECTURA BREVE 1Pe 4, 10-11
Que cada uno, con el don que ha recibido, se ponga al servicio de los demás,
como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. El que toma la
palabra que hable palabra de Dios. El que se dedica al servicio que lo haga en
virtud del encargo recibido de Dios. Así, Dios será glorificado en todo, por
medio de Jesucristo, Señor nuestro, cuya es la gloria y el imperio por los
siglos de los siglos. Amén.
RESPONSORIO BREVE
V. Te invoco de todo corazón, respóndeme, Señor.
R. Te invoco de todo
corazón, respóndeme, Señor.
V. Guardaré tus
leyes.
R. Respóndeme, Señor.
V. Gloria al Padre, y
al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Te invoco de todo
corazón, respóndeme, Señor.
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Oseas 2, 2. 6-24
ISRAEL, CASTIGADO POR SU INFIDELIDAD, VOLVERÁ A DIOS
Esto dice el Señor:
«¡Acusad a vuestra madre, ponedle pleito! Porque ella no es ya mi mujer, ni yo
soy su marido. Arrancadle de su rostro sus prostituciones y de su pecho sus
adulterios.
Pues yo voy a cercar su sendero con espinos, derribaré sus tapias, y no
encontrará su camino. Irá tras sus amantes y no los hallará, los buscará y no
los encontrará, y entonces dirá: "Voy a volver a mi marido, al primero,
porque entonces me iba mejor que ahora."
Y he aquí que yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, y allí le hablaré al
corazón. Le devolveré sus antiguos huertos, y a Acor, Valle de la Desgracia, lo
convertiré en Puerta de la Esperanza, y ella me responderá allí como en los
días de su juventud, como el día en que la saqué de Egipto. Aquel día -oráculo
del Señor- me llamará: "Esposo mío", no me llamará: "Baal
mío". Quitaré de su boca los nombres de los ídolos, y no se acordará más
de invocarlos. Aquel día haré para ellos una alianza con las fieras del campo y
las aves del cielo y los reptiles de la tierra. Romperé en su país arco, espada
y armas, y los haré vivir tranquilos.
Te desposaré conmigo para siempre, me casaré contigo en derecho y justicia, en
la benignidad y en el amor, me casaré contigo en fidelidad, y tú conocerás al
Señor. Aquel día -oráculo del Señor- yo responderé a los cielos, ellos
responderán a la tierra, la tierra responderá al trigo y al vino y al aceite, y
ellos responderán a Yizreel. Y la sembraré para mí en el país, me compadeceré
de la "No-compadecida", y diré a "No-es-mi-pueblo":
"Tú eres mi pueblo", y él responderá: "Tú eres mi Dios."»
RESPONSORIO Ap 19, 7. 9; Os 2, 20
R. Llegó la boda del Cordero, y su esposa se ha embellecido. * Dichosos
los invitados al banquete de bodas.
V. Me casaré contigo en fidelidad, y tú conocerás al Señor.
R. Dichosos los invitados al banquete de bodas.
SEGUNDA LECTURA
Del Comentario de san Bruno, presbítero, sobre los salmos
(Salmo 83: Edición Cartusiae de Pratis, 1891, 376-377)
SI ME OLVIDO DE TI, JERUSALÉN
¡Qué deseables son tus moradas! Mi alma se consume y anhela llegar a los atrios
del Señor, es decir, desea llegar a la Jerusalén del cielo, la gran ciudad del
Dios vivo.
El profeta nos muestra cuál sea la razón por la que desea llegar a los atrios
del Señor: «Lo deseo, Señor Dios de los ejércitos celestiales, Rey mío y Dios
mío, porque son dichosos los que viven en tu casa, la Jerusalén celestial.» Es
como si dijera: «¿Quién no anhelará llegar a tus atrios, siendo tú el mismo
Dios, el Señor de los ejércitos, el Rey del universo? ¿Quién no anhelará
penetrar en tu tabernáculo si son dichosos los que viven en tu casa?» Atrios y
casa significan aquí lo mismo. Y cuando dice aquí dichosos ya se sobrentiende
que tienen tanta dicha cuanto el hombre es capaz de concebir. Por ello son
dichosos los que habitan en sus atrios, porque alaban a Dios con un amor
totalmente definitivo, que durará por los siglos de los siglos, es decir,
eternamente; y no podrían alabar eternamente, sino fueran eternamente dichosos.
Esta dicha nadie puede alcanzarla por sus propias fuerzas, aunque posea ya la
esperanza, la fe y el amor; únicamente la logra el hombre dichoso que encuentra
en ti su fuerza y con ella dispone su corazón para que llegue a esta suprema
felicidad, que es lo mismo que decir: únicamente alcanza esta suprema dicha
aquel que, después de ejercitarse en las diversas virtudes y buenas obras,
recibe además el auxilio de la gracia divina; pues por sí mismo nadie puede llegar
a esta suprema felicidad, como lo afirma el mismo Señor: Nadie sube al cielo
-se entiende por sí mismo-, sino el Hijo del hombre, que está en el cielo.
Afirmo que dispone su corazón para subir hasta esta suprema felicidad porque,
de hecho, el hombre se encuentra en un árido valle de lágrimas, es decir, en un
mundo que, en comparación con la vida eterna, que viene a ser como un monte
repleto de alegría, es un valle profundo donde abundan los sufrimientos y las
tribulaciones.
Pero como sea que el profeta declara dichoso al hombre que encuentra en ti su
fuerza, podría alguien preguntarse: «¿Concede Dios su ayuda para conseguir
esto?» A ello respondo: Sin duda alguna, Dios concede a los santos este
auxilio. En efecto, nuestro legislador, Cristo, el mismo que nos dio la ley,
nos ha dado y continuará dándonos sin cesar sus bendiciones; con ellas nos irá
elevando hacia la dicha suprema y así subiremos, de altura en altura, hasta que
lleguemos a contemplar a Cristo, el Dios de los dioses; él nos divinizará en la
futura Jerusalén del cielo: por ello allí podremos contemplar al Dios de los
dioses, es decir, a la Santa Trinidad en sus mismos santos; es decir, nuestra
inteligencia sabrá descubrir en nosotros mismos a aquel Dios a quien nadie en
este mundo pudo ver y de esta forma Dios lo será todo en todos.
RESPONSORIO 1Jn 3, 2-3
R. Ahora somos hijos de Dios, aunque todavía no se ha manifestado lo
que hemos de ser. * Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él,
porque lo veremos tal cual es.
V. Todo el que tiene esta esperanza en él se vuelve santo como él es
santo.
R. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque
lo veremos tal cual es.
Jueves, 12
de septiembre de 2019
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,27-38):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «A los que me escucháis os digo:
Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que
os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla,
preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien
te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás
como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué
mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien
sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo
hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También
los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. ¡No! Amad
a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran
premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y
desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y
no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis
perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada,
remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros.»
Palabra del Señor
CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant. Sirvamos al Señor con santidad y nos librará de la
mano de nuestros enemigos.
Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR
Lc 1, 68-79
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Sirvamos al Señor
con santidad y nos librará de la mano de nuestros enemigos.
PRECES
Demos gracias al Señor, que guía y alimenta con
amor a su pueblo, y digámosle:
Te glorificamos por siempre, Señor.
Señor, rey del universo, te alabamos por el amor que nos tienes,
porque de manera admirable nos creaste y más admirablemente aún nos redimiste.
Al comenzar este nuevo día, pon en nuestros corazones el anhelo de servirte,
para que te glorifiquemos en todos nuestros pensamientos y acciones.
Purifica nuestros corazones de todo mal deseo,
y haz que estemos siempre atentos a tu voluntad.
Danos un corazón abierto a las necesidades de nuestros hermanos,
para que a nadie falte la ayuda de nuestro amor.
Se pueden añadir algunas intenciones libres
Acudamos ahora a nuestro Padre celestial, diciendo:
Padre nuestro...
ORACION
Dios todopoderoso y eterno: a los pueblos que viven
en tiniebla y en sombra de muerte, ilumínalos con tu luz, ya que con ella nos
ha visitado el sol que nace de lo alto, Jesucristo, nuestro Señor. Él, que vive
y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de
los siglos. Amén.
CONCLUSIÓN
V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos
lleve a la vida eterna.
R. Amén.
1. María, nombre santo
El augusto nombre de María, dado a la Madre de Dios, no fue cosa
terrenal, ni inventado por la mente humana o elegido por decisión humana, como
sucede con todos los demás nombres que se imponen. Este nombre fue elegido por
el cielo y se le impuso por divina disposición, como lo atestiguan san
Jerónimo, san Epifanio, san Antonino y otros. “Del Tesoro de la divinidad –dice
Ricardo de San Lorenzo– salió el nombre de María”. De él salió tu excelso
nombre; porque las tres divinas personas, prosigue diciendo, te dieron ese
nombre, superior a cualquier nombre, fuera del nombre de tu Hijo, y lo
enriquecieron con tan grande poder y majestad, que al ser pronunciado tu
nombre, quieren que, por reverenciarlo, todos doblen la rodilla, en el cielo,
en la tierra y en el infierno. Pero entre otras prerrogativas que el Señor
concedió al nombre de María, veamos cuán dulce lo ha hecho para los siervos de
esta santísima Señora, tanto durante la vida como en la hora de la muerte.
2. María, nombre lleno de dulzura
En cuanto a lo primero, durante la vida, “el santo nombre de María
–dice el monje Honorio– está lleno de divina dulzura”. De modo que el glorioso
san Antonio de Papua, reconocía en el nombre de María la misma dulzura que san
Bernardo en el nombre de Jesús. “El nombre de Jesús”, decía éste; “el nombre de
María”, decía aquél, “es alegría para el corazón, miel en los labios y melodía
para el oído de sus devotos”. Se cuenta del V. Juvenal Ancina, obispo de
Saluzzo, que al pronunciar el nombre de María experimentaba una dulzura
sensible tan grande, que se relamía los labios. También se refiere que una
señora en la ciudad de colonia le dijo al obispo Marsilio que cuando
pronunciaba el nombre de María, sentía un sabor más dulce que el de la miel. Y,
tomando el obispo la misma costumbre, también experimentó la misma dulzura. Se
lee en el Cantar de los Cantares que, en la Asunción de María, los ángeles
preguntaron por tres veces: “¿Quién es ésta que sube del desierto como
columnita de humo? ¿Quién es ésta que va subiendo cual aurora naciente? ¿Quién
es ésta que sube del desierto rebosando en delicias?” (Ct 3, 6; 6, 9; 8, 5).
Pregunta Ricardo de San Lorenzo: “¿Por qué los ángeles preguntan tantas veces
el nombre de esta Reina?” Y él mismo responde: “Era tan dulce para los ángeles
oír pronunciar el nombre de María, que por eso hacen tantas preguntas”.
Pero no quiero hablar de esta dulzura sensible, porque no se
concede a todos de manera ordinaria; quiero hablar de la dulzura saludable,
consuelo, amor, alegría, confianza y fortaleza que da este nombre de María a
los que lo pronuncian con fervor.
3. María, nombre que alegra e inspira amor
Dice el abad Francón que, después del sagrado nombre de Jesús, el
nombre de María es tan rico de bienes, que ni en la tierra ni en el cielo
resuena ningún nombre del que las almas devotas reciban tanta gracia de
esperanza y de dulzura. El nombre de María –prosigue diciendo– contiene en sí
un no sé qué de admirable, de dulce y de divino, que cuando es conveniente para
los corazones que lo aman, produce en ellos un aroma de santa suavidad. Y la
maravilla de este nombre –concluye el mismo autor– consiste en que aunque lo oigan
mil veces los que aman a María, siempre les suena como nuevo, experimentando
siempre la misma dulzura al oírlo pronunciar.
Hablando también de esta dulzura el B. Enrique Susón, decía que
nombrando a María, sentía elevarse su confianza e inflamarse en amor con tanta
dicha, que entre el gozo y las lágrimas, mientras pronunciaba el nombre amado,
sentía como si se le fuera a salir del pecho el corazón; y decía que este
nombre se le derretía en el alma como panal de miel. Por eso exclamaba: “¡Oh
nombre suavísimo! Oh María ¿cómo serás tú misma si tu solo nombre es amable y
gracioso!”.Contemplando a su buena Madre el enamorado san Bernardo le dice con
ternura: “¡Oh excelsa, oh piadosa, oh digna de toda alabanza Santísima Virgen
María, tu nombre es tan dulce y amable, que no se puede nombrar sin que el que
lo nombra no se inflame de amor a ti y a Dios; y sólo con pensar en él, los que
te aman se sienten más consolados y más inflamados en ansias de amarte”. Dice
Ricardo de San Lorenzo: “Si las riquezas consuelan a los pobres porque les
sacan de la miseria, cuánto más tu nombre, oh María, mucho mejor que las
riquezas de la tierra, nos alivia de las tristezas de la vida presente”.
Tu nombre, oh Madre de Dios –como dice san Metodio– está lleno de
gracias y de bendiciones divinas. De modo que –como dice san Buenaventura– no
se puede pronunciar tu nombre sin que aporte alguna gracia al que devotamente
lo invoca. Búsquese un corazón empedernido lo más que se pueda imaginar y del
todo desesperado; si éste te nombra, oh benignísima Virgen, es tal el poder de
tu nombre –dice el Idiota– que él ablandará su dureza, porque eres la que
conforta a los pecadores con la esperanza del perdón y de la gracia. Tu
dulcísimo nombre –le dice san Ambrosio– es ungüento perfumado con aroma de gracia
divina. Y el santo le ruega a la Madre de Dios diciéndole: “Descienda a lo
íntimo de nuestras almas este ungüento de salvación”. Que es como decir: Haz
Señora, que nos acordemos de nombrarte con frecuencia, llenos de amor y
confianza, ya que nombrarte así es señal o de que ya se posee la gracia de
Dios, o de que pronto se ha de recobrar.
Sí, porque recordar tu nombre, María, consuela al afligido, pone
en camino de salvación al que de él se había apartado, y conforta a los
pecadores para que no se entreguen a la desesperación; así piensa Landolfo de
Sajonia. Y dice el P. Pelbarto que como Jesucristo con sus cinco llagas ha
aportado al mundo el remedio de sus males, así, de modo parecido, María, con su
nombre santísimo compuesto de cinco letras, confiere todos los días el perdón a
los pecadores.
4. María, nombre que da fortaleza
Por eso, en los Sagrados cantares, el santo nombre de María es
comparado al óleo: “Como aceite derramado es tu nombre” (Ct 1, 2). Comenta así
este pasaje el B. Alano: “Su nombre glorioso es comparado al aceite derramado
porque, así como el aceite sana a los enfermos, esparce fragancia, y alimenta
la lámpara, así también el nombre de María, sana a los pecadores, recrea el
corazón y lo inflama en el divino amor”. Por lo cual Ricardo de San Lorenzo
anima a los pecadores a recurrir a este sublime nombre, porque eso sólo bastará
para curarlos de todos sus males, pues no hay enfermedad tan maligna que no
ceda al instante ante el poder del nombre de María”.
Por el contrario los demonios, afirma Tomás de Kempis, temen de
tal manera a la Reina del cielo, que al oír su nombre, huyen de aquel que lo
nombra como de fuego que los abrasara. La misma Virgen reveló a santa Brígida,
que no hay pecador tan frío en el divino amor, que invocando su santo nombre
con propósito de convertirse, no consiga que el demonio se aleje de él al
instante. Y otra vez le declaró que todos los demonios sienten tal respeto y
pavor a su nombre que en cuanto lo oyen pronunciar al punto sueltan al alma que
tenían aprisionada entre sus garras.
Y así como se alejan de los pecadores los ángeles rebeldes al oír
invocar el nombre de María, lo mismo –dijo la Señora a santa Brígida– acuden
numerosos los ángeles buenos a las almas justas que devotamente la invocan.
Atestigua san Germán que como el respirar es señal de vida, así
invocar con frecuencia el nombre de María es señal o de que se vive en gracia
de Dios o de que pronto se conseguirá; porque este nombre poderoso tiene fuerza
para conseguir la vida de la gracia a quien devotamente lo invoca. En suma,
este admirable nombre, añade Ricardo de San Lorenzo es, como torre fortísima en
que se verán libres de la muerte eterna, los pecadores que en él se refugien;
por muy perdidos que hubieran sido, con ese nombre se verán defendidos y
salvados.
Torre defensiva que no sólo libra a los pecadores del castigo,
sino que defiende también a los justos de los asaltos del infierno. Así lo
asegura el mismo Ricardo, que después del nombre de Jesús, no hay nombre que
tanto ayude y que tanto sirva para la salvación de los hombres, como este
incomparable nombre de María. Es cosa sabida y lo experimentan a diario los
devotos de María, que este nombre formidable da fuerza para vencer todas las
tentaciones contra la castidad. Reflexiona el mismo autor considerando las
palabras del Evangelio: “Y el nombre de la Virgen era María” (Lc 1, 27), y dice
que estos dos nombres de María y de Virgen los pone el Evangelista juntos, para
que entendamos que el nombre de esta Virgen purísima no está nunca disociado de
la castidad. Y añade san Pedro Crisólogo, que el nombre de María es indicio de
castidad; queriendo decir que quien duda si habrá pecado en las tentaciones
impuras, si recuerda haber invocado el nombre de María, tiene una señal cierta
de no haber quebrantado la castidad.
5. María, nombre de bendición
Así que, aprovechemos siempre el hermoso consejo de san Bernardo:
“En los peligros, en las angustias, en las dudas, invoca a María. Que no se te
caiga de los labios, que no se te quite del corazón”. En todos los peligros de
perder la gracia divina, pensemos en María, invoquemos a María junto con el
nombre de Jesús, que siempre han de ir estos nombres inseparablemente unidos.
No se aparten jamás de nuestro corazón y de nuestros labios estos nombres tan
dulces y poderosos, porque estos nombres nos darán la fuerza para no ceder
nunca jamás ante las tentaciones y para vencerlas todas. Son maravillosas las
gracias prometidas por Jesucristo a los devotos del nombre de María, como lo
dio a entender a santa Brígida hablando con su Madre santísima, revelándole que
quien invoque el nombre de María con confianza y propósito de la enmienda,
recibirá estas gracias especiales: un perfecto dolor de sus pecados, expiarlos
cual conviene, la fortaleza para alcanzar la perfección y al fin la gloria del
paraíso. Porque, añadió el divino Salvador, son para mí tan dulces y queridas
tus palabras, oh María, que no puedo negarte lo que me pides.
En suma, llega a decir san Efrén, que el nombre de María es la
llave que abre la puerta del cielo a quien lo invoca con devoción. Por eso
tiene razón san Buenaventura al llamar a María “salvación de todos los que la
invocan”, como si fuera lo mismo invocar el nombre de María que obtener la
salvación eterna. También dice Ricardo de San Lorenzo que invocar este santo y
dulce nombre lleva a conseguir gracias sobreabundantes en esta vida y una
gloria sublime en la otra. Por tanto, concluye Tomás de Kempis: “Si buscáis,
hermanos míos, ser consolados en todos vuestros trabajos, recurrid a María,
invocad a María, obsequiad a María, encomendaos a María. Disfrutad con María,
llorad con María, caminad con María, y con María buscad a Jesús. Finalmente
desead vivir y morir con Jesús y María. Haciéndolo así siempre iréis adelante
en los caminos del Señor, ya que María, gustosa rezará por vosotros, y el Hijo
ciertamente atenderá a la Madre”.
6. María, nombre consolador
Muy dulce es para sus devotos, durante la vida, el santísimo
nombre de María, por las gracias supremas que les obtiene, como hemos vitos.
Pero más consolador les resultará en la hora de la muerte, por la suave y santa
muerte que les otorgará. El P. Sergio Caputo, jesuita, exhortaba a todos los
que asistieran a un moribundo, que pronunciasen con frecuencia el nombre de
María, dando como razón que este nombre de vida y esperanza, sólo con
pronunciarlo en la hora de la muerte, basta para dispersar a los enemigos y
para confortar al enfermo en todas sus angustias. De modo parecido, san Camilo
de Lelis, recomendaba muy encarecidamente a sus religiosos que ayudasen a los
moribundos con frecuencia a invocar los nombres de Jesús y de María como él
mismo siempre lo había practicado; y mucho mejor lo practicó consigo mismo en
la hora de la muerte, como se refiere en su biografía; repetía con tanta
dulzura los nombres, tan amados por él, de Jesús y de María, que inflamaba en
amor a todos los que le escuchaban. Y finalmente, con los ojos fijos en
aquellas adoradas imágenes, con los brazos en cruz, pronunciando por última vez
los dulcísimos nombres de Jesús y de María, expiró el santo con una paz
celestial. Y es que esta breve oración, la de invocar los nombres de Jesús y de
María, dice Tomás de Kempis, cuanto es fácil retenerla en la memoria, es
agradable para meditar y fuerte para proteger al que la utiliza, contra todos
los enemigos de su salvación.
7. María, nombre de buenaventura
¡Dichoso –decía san Buenaventura– el que ama tu dulce nombre, oh
Madre de Dios! Es tan glorioso y admirable tu nombre, que todos los que se
acuerdan de invocarlo en la hora de la muerte, no temen los asaltos de todo el
infierno.
Quién tuviera la dicha de morir como murió fray Fulgencio de
Ascoli, capuchino, que expiró cantando: “Oh María, oh María, la criatura más
hermosa; quiero ir al cielo en tu compañía”. O como murió el B. Enrique,
cisterciense, del que cuentan los anales de su Orden que murió pronunciando el
dulcísimo nombre de María.
Roguemos pues, mi devoto lector, roguemos a Dios nos conceda esta
gracia, que en la hora de la muerte, la última palabra que pronunciemos sea el
nombre de María, como lo deseaba y pedía san Germán. ¡Oh muerte dulce, muerte
segura, si está protegida y acompañada con este nombre salvador que Dios
concede que lo pronuncien los que se salvan! ¡Oh mi dulce Madre y Señora, te
amo con todo mi