Abre, Señor, mi boca para
bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos,
perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para
que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado
en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén
TIEMPO ORDINARIO
MIERCOLES DE LA SEMANA XXI
De la memoria - Salterio I
28 de agosto
SAN AGUSTÍN, obispo y doctor de la iglesia. (MEMORIA)
Nació en Tagaste (África) el año 354; después de una juventud
algo desviada doctrinal y moralmente, se convirtió, estando en Milán, y el año
387 fue bautizado por el obispo Ambrosio. Vuelto a su patria, llevó una vida
dedicada al ascetismo, y fue elegido obispo de Hipona. Durante treinta y cuatro
años, en que ejerció este ministerio, fue un modelo para su grey, a la que dio
una sólida formación por medio de sus sermones y de sus numerosos escritos, con
los que contribuyó en gran manera a una mayor profundización de la fe cristiana
contra los errores doctrinales de su tiempo. Murió el año 430.
LAUDES
(Oración de la mañana)
INVITATORIO
(Si Laudes no es la primera oración del día
se sigue el esquema del Invitatorio explicado en el Oficio de Lectura)
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará
tu alabanza
INVITATORIO
Ant. Venid, adoremos al Señor, fuente de la sabiduría.
Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Himno: PARA VOSOTROS, EL MISTERIO DEL PADRE.
Para vosotros, el misterio del Padre;
con vosotros, la luz del Verbo;
en vosotros, la llama del Amor
que es fuego.
¡Hontanares de Dios!,
¡hombres del Evangelio!,
¡humildes inteligencias luminosas!,
¡grandes hombres de barro tierno!
El mundo tiene hambre de infinito
y sed de cielo;
las criaturas nos atan a lo efímero
y nos vamos perdiendo en el tiempo.
Para nosotros,
el misterio que aprendisteis del Padre;
con nosotros, la luz que os dio el Verbo;
en nosotros, el Amor ingénito.
¡Hombres de Cristo, maestros de la Iglesia!
dadnos una vida y un anhelo,
la angustia por la verdad,
por el error el miedo.
Dadnos una vida de rodillas
ante el misterio,
una visión de este mundo de muerte
y una esperanza de cielo.
Padre, te pedimos para la Iglesia
la ciencia de estos maestros. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Tu luz, Señor, nos hace ver la luz.
Salmo 35 - DEPRAVACIÓN DEL MALVADO Y BONDAD DE
DIOS.
El malvado escucha en su interior
un oráculo del pecado:
«No tengo miedo a Dios,
ni en su presencia.»
Porque se hace la ilusión de que su culpa
no será descubierta ni aborrecida.
Las palabras de su boca son maldad y traición,
renuncia a ser sensato y a obrar bien;
acostado medita el crimen,
se obstina en el mal camino,
no rechaza la maldad.
Señor, tu misericordia llega al cielo,
tu fidelidad hasta las nubes,
tu justicia hasta las altas cordilleras;
tus sentencias son como el océano inmenso.
Tú socorres a hombres y animales;
¡qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios!;
los humanos se acogen a la sombra de tus alas;
se nutren de lo sabroso de tu casa,
les das a beber del torrente de tus delicias,
porque en ti está la fuente viva
y tu luz nos hace ver la luz.
Prolonga tu misericordia con los que te reconocen,
tu justicia con los rectos de corazón;
que no me pisotee el pie del soberbio,
que no me eche fuera la mano del malvado.
Han fracasado los malhechores;
derribados, no se pueden levantar.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Tu luz, Señor, nos
hace ver la luz.
Ant 2. Señor, tú eres
grande, tu fuerza es invencible.
Cántico: HIMNO A DIOS CREADOR DEL MUNDO Y PROTECTOR
DE SU PUEBLO Jdt 16, 2-3. 15-19
¡Alabad a mi Dios con tambores,
elevad cantos al Señor con cítaras,
ofrecedle los acordes de un salmo de alabanza,
ensalzad e invocad su nombre!
porque el Señor es un Dios quebrantador de guerras,
su nombre es el Señor.
Cantaré a mi Dios un cántico nuevo:
Señor, tú eres grande y glorioso,
admirable en tu fuerza, invencible.
Que te sirva toda la creación,
porque tú lo mandaste y existió;
enviaste tu aliento y la construiste,
nada puede resistir a tu voz.
Sacudirán las olas los cimientos de los montes,
las peñas en tu presencia se derretirán como cera,
pero tú serás propicio a tus fieles.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Señor, tú eres
grande, tu fuerza es invencible.
Ant 3. Aclamad a Dios con
gritos de júbilo.
Salmo 46 - ENTRONIZACIÓN DEL DIOS DE ISRAEL.
Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.
El nos somete los pueblos
y nos sojuzga las naciones;
El nos escogió por heredad suya:
gloria de Jacob, su amado.
Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas:
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad.
Porque Dios es el rey del mundo:
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado.
Los príncipes de los gentiles se reúnen
con el pueblo del Dios de Abraham;
porque de Dios son los grandes de la tierra,
y él es excelso.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Aclamad a Dios con
gritos de júbilo.
LECTURA BREVE Sb 7, 13-14
Aprendí la sabiduría sin malicia, reparto sin envidia, y no me guardo sus
riquezas. Porque es un tesoro inagotable para los hombres: los que lo adquieren
se atraen la amistad de Dios, porque el don de su enseñanza los recomienda.
RESPONSORIO BREVE
V. El pueblo cuenta su sabiduría.
R. El pueblo cuenta
su sabiduría.
V. La asamblea
pregona su alabanza.
R. Cuenta su
sabiduría.
V. Gloria al Padre, y
al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. El pueblo cuenta
su sabiduría.
PRIMERA LECTURA
De la carta a los Efesios 5, 22-33
DEBERES DE LOS ESPOSOS
Hermanos: Las mujeres deben someterse a sus maridos como si se sometieran al
Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la
Iglesia y salvador de ella, que es su cuerpo. Ahora bien, como la Iglesia está
sometida a Cristo, así también las mujeres deben someterse en todo a sus
maridos.
Y vosotros, maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a su Iglesia y se
entregó a la muerte por ella para santificarla, purificándola en el baño del
agua, que va acompañado de la palabra, y para hacerla comparecer ante su
presencia toda resplandeciente, sin mancha ni defecto ni cosa parecida, sino
santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como a
sus propios cuerpos. Amar a su mujer es amarse a sí mismo.
Nadie aborrece jamás su propia carne, sino que la alimenta y la cuida con
cariño. Lo mismo hace Cristo con la Iglesia, porque somos miembros de su
cuerpo. «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer
y serán los dos una sola carne.» ¡Gran misterio es éste! Y yo lo refiero a
Cristo y a la Iglesia. En resumen: ame cada uno a su mujer como a sí mismo; y
la mujer respete a su marido.
RESPONSORIO Gn 2, 23. 24; Ef 5, 32
R. ¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Por eso,
dejará el hombre a su padre y a sumadre, se unirá a su mujer * y serán los dos
un solo ser.
V. ¡Gran misterio es éste! Y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.
R. Y serán los dos un solo ser.
SEGUNDA LECTURA
De las Confesiones de san Agustín, obispo
(Libro 7, 10, 18; 10, 27: CSEL 33, 157-163. 255)
¡OH ETERNA VERDAD, VERDADERA CARIDAD Y CARA ETERNIDAD!
Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior,
siendo tu mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré
y ví con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de
estos mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz
ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo
llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni
estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo
sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo,
y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce
la verdad. ¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi
Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste
tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no
era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con
fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran
distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo,
como si oyera tu voz que me decía desde arriba: «Soy alimento de adultos:
crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede
con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí.»
Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de
ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los
hombres, Cristo Jesús, hombre también él, el cual está por encima de todas las
cosas, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino
de la verdad y la vida, y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía
asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que, en atención
a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría, por la que
creaste todas las cosas.
¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas
dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me
lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo
no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen
en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera;
brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo
aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me
tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.
RESPONSORIO S. Agustín, Confesiones
R. ¡Oh verdad, luz de mi corazón! No son ya mis tinieblas las que me
hablan: me había equivocado, pero me acordé de ti; * y ahora vuelvo a tu
fuente, sediento y anhelante.
V. No soy yo mi propia vida; por mí mismo, sólo viví mal, mas luego
en ti resucité.
R. Y ahora vuelvo a tu fuente, sediento y anhelante.
Miércoles,
28 de agosto de 2019
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (23,27-32):
En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: « ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos
hipócritas, que os parecéis a los sepulcros encalados! Por fuera tienen buena
apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre; lo mismo
vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de
hipocresía y crímenes. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que
edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos,
diciendo: "Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos
sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas"! Con esto
atestiguáis en contra vuestra, que sois hijos de los que asesinaron a los
profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!»
Palabra del Señor
CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant. De ti mismo proviene, Señor, la atracción a tu
alabanza, porque nos has hecho para ti, y nuestro corazón no halla sosiego
hasta que descanse en ti.
Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1,
68-79
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. De ti mismo
proviene, Señor, la atracción a tu alabanza, porque nos has hecho para ti, y
nuestro corazón no halla sosiego hasta que descanse en ti.
PRECES
Demos gracias a Cristo, el buen pastor que entregó
la vida por sus ovejas, y supliquémosle diciendo:
Apacienta a tu pueblo, Señor.
Señor Jesucristo, tú que en los santos pastores nos has revelado tu
misericordia y tu amor,
haz que por ellos, continúe llegando a nosotros tu acción misericordiosa.
Señor Jesucristo, tú que a través de los santos pastores sigues siendo el único
pastor de tu pueblo,
no dejes de guiarnos siempre por medio de ellos.
Señor Jesucristo, tú que por medio de los santos pastores eres el médico de los
cuerpos y de las almas,
haz que nunca falten a tu Iglesia los ministros que nos guíen por las sendas de
una vida santa.
Señor Jesucristo, tú que has adoctrinado a la Iglesia con la prudencia y el
amor de los santos,
haz que, guiados por nuestros pastores, progresemos en la santidad.
Se pueden añadir algunas intenciones libres
Oremos confiadamente al Padre, como Cristo nos enseñó:
Padre nuestro...
ORACION
Renueva, Señor, en tu Iglesia aquel espíritu que,
con tanta abundancia, otorgaste al obispo san Agustín, para que también
nosotros tengamos sed de ti, única fuente de la verdadera sabiduría, y en ti,
único manantial del verdadero amor, encuentre descanso nuestro corazón. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
CONCLUSIÓN
V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos
lleve a la vida eterna.
R. Amén.
Nació el 13 de noviembre del 354 en Tagaste, al norte de Africa.
El padre de Agustín. Patricio, era un pagano de temperamento violento; pero,
gracias al ejemplo de Mónica, su esposa, se bautizó poco antes de morir.
Aunque Agustín ingresó en el catecumenado desde la infancia, no
recibió el bautismo, de acuerdo con las costumbres de la época. En su juventud
se dejó arrastrar por los malos ejemplos y, hasta los 32 años, llevó una vida
licenciosa, aferrado a la herejía maniquea. De ello habla en sus
"Confesiones", que comprenden la descripción de su conversión y la
muerte de Mónica, su madre. Dicha obra fue escrita para mostrar la misericordia
de Dios hacia un gran pecador, que por esta gracia, llegó a ser también, y en
mayor medida, un gran santo. Mónica había enseñado a orar a su hijo desde niño,
y le había instruido en la fe, de modo que el mismo Agustín que cayó gravemente
enfermo, pidió que le fuese conferido el bautismo y Mónica hizo todos los
preparativos para que los recibiera; pero la salud del joven mejoró y el
bautismo fue diferido. El santo condenó más tarde, con mucha razón, la
costumbre de diferir el bautismo por miedo de pecar después de haberlo
recibido.
A raíz del saqueo de Roma por Alarico, el año 410, los paganos
renovaron sus ataques contra el cristianismo, atribuyéndole todas las
calamidades del Imperio. Para responder a esos ataques, San Agustín escribió su
gran obra "La Ciudad de Dios". Esta obra, es después de "Las
Confesiones", la obra más conocida del santo. Ella es no sólo una
respuesta a los paganos, sino trata toda una filosofía de la historia
providencial del mundo. Luego de "Las Confesiones" escribió también
"Las Retractaciones", donde expuso con la misma sinceridad los
errores que había cometido en sus juicios.
Murió el 28 de agosto de 430, a los 72 años de edad, de los cuales
había pasado casi 40 consagrado al servicio de Dios.
Bautizo de San Agustín Lo que Agustín perseguía con el bautismo cristiano era la
gracia Divina. En el año 387, hacia principios de Cuaresma, fue a Milán y, con
Adeodato y Alipio, ocupó su lugar entre los “competentes” y Ambrosio lo bautizó
el día de Pascua Florida o, al menos, durante el tiempo Pascual. Es infundada la
tradición que afirma que en esa ocasión el obispo y el neófito cantaron el Te
Deum alternadamente. Sin embargo, esta leyenda ciertamente expresa la alegría
de la Iglesia al recibir como hijo a aquel que sería su más ilustre doctor. Fue
entonces cuando Agustín, Alipio, y Evodio decidieron retirarse en aislamiento a
África. Agustín, no hay duda, permaneció en Milán hasta casi el otoño
continuando sus obras: "Acerca de la inmortalidad del alma" y
"Acerca de la música". En el otoño de 387 estaba a punto de embarcarse
en Ostia cuando Santa Mónica fue llamada de esta vida. No hay páginas en toda
la literatura que alberguen un sentimiento más exquisito que la historia de su
santa muerte y del dolor de Agustín (Confesiones, IX). Agustín permaneció en
Roma varios meses, principalmente ocupándose de refutar el maniqueísmo. Después
de la muerte del tirano Máximo (agosto 388) navegó a África, y al cabo de una
corta estancia en Cartago regresó a su nativa Tagaste. Al llegar allí,
inmediatamente deseó poner en práctica su idea de una vida perfecta: comenzó
por vender todos sus bienes y regaló las ganancias a los pobres. A
continuación, él y sus amigos se retiraron a sus tierras, que ya no le
pertenecían, para llevar una vida en común de pobreza, oración y estudio de las
Escrituras. El libro de las "LXXXIII cuestiones" es el fruto de las
conferencias celebradas en este retiro, en el que también escribió "De
Genesi contra Manichaeos", "De Magistro", y "De Vera
Religione."
Sacerdocio y Episcopado Agustín
no pensó en entrar al sacerdocio y, por miedo al episcopado, incluso huyó de
las ciudades donde era necesaria una elección. Un día en Hippo Regius, donde lo
había llamado un amigo cuya salvación del alma estaba en peligro, estaba orando
en una iglesia cuando de repente la gente se agrupó a su alrededor aclamándole
y rogando al obispo, Valerio, que lo elevara al sacerdocio. A pesar de sus
lágrimas, Agustín se vio obligado a ceder a las súplicas y fue ordenado en 391.
El nuevo sacerdote consideró esta ordenación un motivo más para volver a su
vida religiosa en Tagaste, lo que Valerio aprobó tan categóricamente que puso
cierta propiedad eclesiástica a disposición de Agustín, permitiendo así que
estableciera un monasterio, el segundo que había fundado. Sus cinco años de
ministerio sacerdotal fueron admirablemente fructíferos; Valerio le había
rogado que predicara, a pesar de que en África existía la deplorable costumbre
de reservar ese ministerio para los obispos.
Agustín combatió la herejía, especialmente el maniqueísmo, y tuvo
un éxito prodigioso.
Valerio, obispo de Hipona, debilitado por la vejez, obtuvo la
autorización de San Aurelio, primado de África, para asociar a Agustín con él,
como coadjutor. Agustín se hubo de resignar a que Megalio, primado de Numidia,
lo consagrara. Tenía entonces cuarenta y dos años y ocuparía la sede de Hipona
durante treinta y cuatro. El nuevo obispo supo combinar bien el ejercicio de
sus deberes pastorales con las austeridades de la vida religiosa y, aunque
abandonó su convento, transformó su residencia episcopal en monasterio, donde
vivió una vida en comunidad con sus clérigos, que se comprometieron a observar
la pobreza religiosa. Lo que así fundó, ¿fue una orden de clérigos regulares o
de monjes? Esta pregunta ha surgido con frecuencia, pero creemos que Agustín no
se paró mucho a considerar estas distinciones. Fuera como fuere, la casa
episcopal de Hipona se transformó en una verdadera cuna de inspiración que
formó a los fundadores de los monasterios que pronto se extendieron por toda
África, y a los obispos que ocuparon las sedes vecinas. San Posidio (Vita S.
August., XXII) enumera diez de los amigos del santo y discípulos que fueron
promovidos al episcopado. Fue así que Agustín ganó el título de patriarca de
los religiosos y renovador de la vida del clero en África.
Pero, ante todo, él fue defensor de la verdad y pastor de las
almas. Sus actividades doctrinales, cuya influencia estaba destinada a durar
tanto como la Iglesia misma, fueron múltiples: predicaba con frecuencia, a
veces cinco días consecutivos, y de sus sermones manaba tal espíritu de caridad
que conquistó todos los corazones; escribió cartas que divulgaron sus
soluciones a los problemas de la época por todo el mundo entonces conocido;
dejó su espíritu grabado en diversos concilios africanos a los que asistió, por
ejemplo, los de Cartago en 398, 401, 407, 419 y Mileve en 416 y 418; y por
último, luchó infatigablemente contra todos los errores. Describir estas luchas
sería interminable; por tanto, seleccionaremos solamente las principales
controversias y en cada una indicaremos cuál fue la postura doctrinal del gran
obispo de Hipona.
La
controversia Maniquea y el problema del mal Después de ser
consagrado obispo, el celo que Agustín había demostrado desde su bautismo en
acercar a sus antiguos correligionarios a la verdadera Iglesia tomó una forma
más paternal, sin llegar a perder el prístino ardor -"dejad que se
encolericen contra nosotros aquellos que desconocen cuán amargo es el precio de
obtener la verdad… En cuanto a mí, os mostraría la misma indulgencia que mis
hermanos mostraron conmigo cuando yo erraba ciego por vuestras doctrinas"
(Contra Epistolam Fundamenti, III). Entre los acontecimientos más memorables
ocurridos durante esta controversia, cuenta la gran victoria que en 404 obtuvo
sobre Félix, uno de los "elegidos" de los maniqueos y gran doctor de
la secta. Estaba propagando sus errores en Hipona, y Agustín le invitó a una
conferencia pública cuyo tema necesariamente causaría un gran revuelo; Félix se
declaró derrotado, abrazó la fe y, junto con Agustín, suscribió las actas de la
conferencia. Agustín, en sus escritos, refutó sucesivamente a Mani (397), al
famoso Fausto (400), a Secundino (405), y (alrededor de 415) a los fatalistas
priscilianistas a quien Paulo Orosio había denunciado. Estos escritos contienen
la opinión clara e incuestionable del santo sobre el eterno problema del mal,
pensamiento basado en un optimismo que proclama, igual que los platónicos, que
toda obra de Dios es buena y la única fuente del mal moral es la libertad de
las criaturas (De Civitate Dei, XIX.13.2). Agustín defiende el libre albedrío,
incluso en el hombre como es, con tal ardor que sus obras contra los maniqueos
son una inagotable reserva de argumentos en esta controversia todavía en
debate.
Los jansenistas han sostenido en vano que Agustín era
inconscientemente pelagiano, y que después reconoció la pérdida de la libertad
por el pecado de Adán. Los críticos modernos, sin duda desconocedores del
complicado sistema del santo y de su peculiar terminología, han ido mucho más
lejos. En la "Revue d'histoire et de littérature religieuses" (1899,
p. 447), M. Margival muestra a San Agustín como la víctima del pesimismo
metafísico absorbido inconscientemente de las doctrinas maniqueas.
"Nunca" dice, "la idea oriental de la necesidad y la eternidad
del mal, ha tenido un defensor más celoso que este obispo". Nada es más
opuesto a los hechos.
Agustín reconoce que todavía no había comprendido cómo la primera
inclinación buena de la voluntad es un don de Dios (Retractaciones, I, XXIII,
n, 3); pero hay que recordar que nunca se retractó de sus principales teorías
sobre el libre albedrío y nunca modificó su opinión sobre lo que constituye la
condición esencial, es decir, la plena potestad de elegir o de decidir. ¿Quién
se atrevería a decir que cuando revisó sus propios escritos le faltó claridad
de percepción o sinceridad en un punto tan importante?
Luchas contra el Arrianismo y los
últimos años En 426, el santo obispo de Hipona a los setenta y
dos años de edad, deseando ahorrar a su ciudad episcopal la agitación de una
elección después de su muerte, hizo que tanto el pueblo como el clero aclamaran
la elección del diácono Heraclio como auxiliar y sucesor suyo, y le transfirió
la administración de materias externas. Agustín podría haber disfrutado de algo
de descanso (427) si no hubiera sido por la agitación en África debido a la
inmerecida desgracia y a la revuelta del conde Bonifacio. Los ostrogodos,
enviados por la emperadora Placidia para oponerse a Bonifacio, y los vándalos,
a quienes llamó después en su ayuda, eran todos arrianos. Maximino, un obispo
arriano, entró en Hipona con las tropas imperiales. El santo doctor defendió la
fe en una conferencia pública (428) y en varios escritos. Profundamente apenado
por la devastación de África, se afanó por conseguir una reconciliación entre
el conde Bonifacio y la emperatriz. Efectivamente la paz volvió a establecerse,
pero no con Genseric, el rey vándalo. Vencido Bonifacio, buscó refugio en Hipona,
donde muchos obispos ya habían huído en busca de protección y esta ciudad bien
fortificada iba a padecer los horrores de dieciocho meses de asedio. Con gran
esfuerzo por controlar su angustia, Agustín continuó refutando a Julián de
Eclana pero cuando comenzó el asedio fue víctima de lo que resultó ser una
enfermedad mortal, y al cabo de tres meses de admirable paciencia y ferviente
oración, partió de esta tierra de exilio el 28 de agosto de 430, en el año
septuagésimo octavo año de su vida.