Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de
todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y
enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar
este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por
Cristo nuestro Señor. Amén
TIEMPO ORDINARIO
JUEVES DE LA SEMANA XII
De la Feria. Salterio IV. I Vísperas de la Solemnidad de El Sagrado Corazón de
Jesús
27 de junio
LAUDES
(Oración de la mañana)
INVITATORIO
(Si Laudes no es la primera oración del día
se sigue el esquema del Invitatorio explicado en el Oficio de Lectura)
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca
proclamará tu alabanza
INVITATORIO
Ant. Entrad en la presencia del Señor con aclamaciones.
Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Himno: OH DIOS, AUTOR DE LA LUZ.
Oh Dios, autor de la luz,
de los cielos la lumbrera,
que el universo sostienes
abriendo tu mano diestra.
La aurora, con mar de grana,
cubriendo está las estrellas,
bautizando humedecida
con el rocío la tierra.
Auséntanse ya las sombras,
al orbe la noche deja,
y al nuevo día el lucero,
de Cristo imagen, despierta.
Tú, día de día, oh Dios,
y Luz de Luz, de potencia
soberana, oh Trinidad,
doquier poderoso reinas.
Oh Salvador, ante ti
inclinamos la cabeza,
y ante el Padre y el Espíritu,
dándote gloria perpetua. Amén.
SALMODIA
Ant 1. En la mañana, Señor, hazme escuchar tu gracia.
Salmo 142, 1-11 - LAMENTACIÓN Y SÚPLICA ANTE LA
ANGUSTIA
Señor, escucha mi oración;
tú que eres fiel, atiende a mi súplica;
tú que eres justo, escúchame.
No llames a juicio a tu siervo,
pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti.
El enemigo me persigue a muerte,
empuja mi vida al sepulcro,
me confina a las tinieblas
como a los muertos ya olvidados.
mi aliento desfallece,
mi corazón dentro de mí está yerto.
Recuerdo los tiempos antiguos,
medito todas tus acciones,
considero las obras de tus manos
y extiendo mis brazos hacia ti:
tengo sed de ti como tierra reseca.
Escúchame en seguida, Señor,
que me falta el aliento.
No me escondas tu rostro,
igual que a los que bajan a la fosa.
En la mañana hazme escuchar tu gracia,
ya que confío en ti;
indícame el camino que he de seguir,
pues levanto mi alma a ti.
Líbrame del enemigo, Señor,
que me refugio en ti.
Enséñame a cumplir tu voluntad,
ya que tú eres mi Dios.
Tu espíritu, que es bueno,
me guíe por tierra llana.
Por tu nombre, Señor, consérvame vivo;
por tu clemencia, sácame de la angustia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. En la mañana,
Señor, hazme escuchar tu gracia.
Ant 2. El Señor hará
derivar hacia Jerusalén como un río la paz.
Cántico: CONSUELO Y GOZO PARA LA CIUDAD SANTA. Is
66, 10-14a
Festejad a Jerusalén, gozad con ella,
todos los que la amáis,
alegraos de su alegría,
los que por ella llevasteis luto;
a su pecho seréis alimentados
y os saciaréis de sus consuelos
y apuraréis las delicias
de sus pechos abundantes.
Porque así dice el Señor:
«Yo haré derivar hacia ella
como un río la paz,
como un torrente en crecida,
las riquezas de las naciones.
Llevarán en brazos a sus criaturas
y sobre las rodillas las acariciarán;
como a un niño a quien su madre consuela,
así os consolaré yo
y en Jerusalén seréis consolados.
Al verlo se alegrará vuestro corazón
y vuestros huesos florecerán como un prado.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. El Señor hará
derivar hacia Jerusalén como un río la paz.
Ant 3. Nuestro Dios
merece una alabanza armoniosa.
Salmo 146 - PODER Y BONDAD DEL SEÑOR
Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel;
él sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre.
Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados.
Entonad la acción de gracias al Señor,
tocad la cítara para nuestro Dios,
que cubre el cielo de nubes,
preparando la lluvia para la tierra;
que hace brotar hierba en los montes,
para los que sirven al hombre;
que da su alimento al ganado,
y a las crías de cuervo que graznan.
No aprecia el vigor de los caballos,
no estima los músculos del hombre:
el Señor aprecia a sus fieles,
que confían en su misericordia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Nuestro Dios
merece una alabanza armoniosa.
LECTURA BREVE Rm 8, 18-21
Los padecimientos de esta vida presente tengo por cierto que no son nada en
comparación con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros. La creación
entera está en expectación, suspirando por esa manifestación gloriosa de los
hijos de Dios; porque las creaturas todas quedaron sometidas al desorden, no
porque a ello tendiesen de suyo, sino por culpa del hombre que las sometió. Y
abrigan la esperanza de quedar ellas, a su vez, libres de la esclavitud de la
corrupción, para tomar parte en la libertad gloriosa que han de recibir los
hijos de Dios.
RESPONSORIO BREVE
V. Velando medito en ti, Señor.
R. Velando medito en
ti, Señor.
V. Porque fuiste mi
auxilio.
R. Medito en ti,
Señor.
V. Gloria al Padre, y
al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Velando medito en
ti, Señor.
PRIMERA LECTURA
Del primer libro de Samuel 2, 22-36
CONDENA DE LA FAMILIA DE ELÍ
En aquellos días, Elí era muy viejo. A veces oía cómo trataban sus hijos a
todos los israelitas, y que se acostaban con las mujeres que servían a la
entrada de la tienda del encuentro. Y les decía:
«¿Por qué hacéis eso? La gente me cuenta lo mal que os portáis. No, hijos, no
está bien lo que me cuentan; estáis escandalizando al pueblo del Señor. Si un
hombre ofende a otro, Dios puede hacer de árbitro: pero, si un hombre ofende al
Señor, ¿quién intercederá por él?»
Pero ellos no hacían caso a su padre, porque el Señor había decidido que
murieran. En cambio, el niño Samuel iba creciendo, y lo apreciaban el Señor y
los hombres. Un profeta se presentó a Elí y le dijo:
«Así dice el Señor: Yo me revelé a la familia de tu padre cuando eran todavía
esclavos del Faraón en Egipto. Entre todas las tribus de Israel, me lo elegí
para que fuera sacerdote, subiera a mi altar, quemara mi incienso y llevara el
efod en mi presencia; y concedí a la familia de tu padre participar en las
oblaciones de los israelitas. ¿Por qué habéis tratado con desprecio mi altar y
las ofrendas que mandé hacer en mi templo? ¿Por qué tienes más respeto a tus
hijos que a mí, cebándolos con las primicias de mi pueblo Israel, ante mis
mismos ojos?
Por eso -oráculo del Señor, Dios de Israel-, aunque yo te prometí que tu
familia y la familia de tu padre estarían siempre en mi presencia, ahora
-oráculo del Señor- no será así. Porque yo honro a los que me honran, y serán
humillados los que me desprecian.
Mira, llegará un día en que arrancaré tus brotes y los de la familia de tu
padre, y nadie llegará a viejo en tu familia. Mirarás con envidia todo el bien
que voy a hacer; nadie llegará a viejo en tu familia. Y, si dejo a alguno de
los tuyos que sirva a mi altar, se le consumirán los ojos y se irá acabando.
Pero la mayor parte de tu familia morirá a espada de hombres. Será una señal
para ti lo que les va a pasar a tus dos hijos Jofní y Fineés: los dos morirán
el mismo día.
Yo me nombraré un sacerdote fiel, que hará lo que yo quiero y deseo; le daré
una familia estable y vivirá siempre en presencia de mi Ungido. Y los que
sobrevivan de tu familia vendrán a prosternarse ante él para mendigar algún
dinero y una hogaza de pan, rogándole: "Por favor, dame un empleo
cualquiera como sacerdote, para poder comer un pedazo de pan."»
RESPONSORIO Os 4, 6
R. Perece mi pueblo por falta de conocimiento. * Porque has rehusado
el conocimiento, yo te rehusaré el sacerdocio.
V. Te olvidaste de la ley del Señor, también yo me olvidaré de tus
hijos.
R. Porque has rehusado el conocimiento, yo te rehusaré el sacerdocio.
SEGUNDA LECTURA
De las Homilías de san Gregorio de Nisa, obispo.
(Homilía 6 Sobre las bienaventuranzas: PG 44, 1263-1266)
DIOS ES COMO UNA ROCA INACCESIBLE
Lo mismo que suele acontecer al que desde la cumbre de un alto monte mira algún
dilatado mar, esto mismo le sucede a mi mente cuando desde las alturas de la
voz divina, como desde la cima de un monte, mira la inexplicable profundidad de
su contenido.
Sucede, en efecto, lo mismo que en muchos lugares marítimos, en los cuales, al
contemplar un monte por el lado que mira al mar, lo vemos como cortado por la
mitad y completamente liso desde su cima hasta la base, y como si su cumbre
estuviera suspendida sobre el abismo; la misma impresión que causa al que mira
desde tan elevada altura a lo profundo del mar, la misma sensación de vértigo
experimento yo al quedar como en suspenso por la grandeza de esta afirmación
del Señor: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón purificado. Nadie ha
visto jamás a Dios, dice san Juan; y Pablo confirma esta sentencia con aquellas
palabras tan elevadas: A quien ningún hombre vio ni puede ver. Esta es aquella
piedra leve, lisa y escarpada, que aparece como privada de todo sustentáculo y
aguante intelectual; de ella afirmó también Moisés en sus decretos que era
inaccesible, de manera que nuestra mente nunca puede acercarse a ella por más
que se esfuerce en alcanzarla, ni puede nadie subir por sus laderas escarpadas,
según aquella sentencia: Nadie puede ver al Señor y seguir viviendo.
Y, sin embargo, la vida eterna consiste en ver a Dios. Y que esta visión es
imposible lo afirman las columnas de la fe, Juan, Pablo y Moisés. ¿Te das
cuenta del vértigo que produce en el alma la consideración de las profundidades
que contemplamos en estas palabras? Si Dios es la vida, el que no ve a Dios no
ve la vida. Y que Dios no puede ser visto lo atestiguan, movidos por el
Espíritu divino, tanto los profetas como los apóstoles. ¿En qué angustias,
pues, no se debate la esperanza del hombre? Pero el Señor levanta y sustenta
esta esperanza que vacila. Como hizo en la persona de Pedro cuando estaba a
punto de hundirse, al volver a consolidar sus pies sobre las aguas.
Por lo tanto, si también a nosotros nos da la mano aquel que es la Palabra, si,
viéndonos vacilar en el abismo de nuestras especulaciones, nos otorga la
estabilidad, iluminando un poco nuestra inteligencia, entonces ya no temeremos,
si caminamos cogidos de su mano. Porque dice: Dichosos los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
RESPONSORIO Jn 1, 18; Sal 144, 3
R. Nadie ha visto jamás a Dios; * el Hijo unigénito, que está en el
seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer.
V. Grande es el Señor, merece toda alabanza, es incalculable su
grandeza.
R. El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien nos lo
ha dado a conocer.
Jueves, 27
de junio de 2019
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (7,21-29):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No todo el que me dice “Señor,
Señor” entrará en el reino de cielos, sino el que cumple la voluntad de mi
Padre que está en el cielo. Aquel día muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos
profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en
tu nombre muchos milagros?” Yo entonces les declararé: “Nunca os he conocido.
Alejaos de mí, malvados.” El que escucha estas palabras mías y las pone en
práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó
la lluvia, salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la
casa; pero no se hundió porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha
estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio
que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron
los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente.»
Al terminar Jesús este discurso, la gente estaba admirada de su enseñanza,
porque les enseñaba con autoridad, y no como los escribas.
Palabra del Señor
CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant. Anuncia, Señor, la salvación a tu pueblo y
perdónanos nuestros pecados.
Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1,
68-79
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Anuncia, Señor, la
salvación a tu pueblo y perdónanos nuestros pecados.
PRECES
Invoquemos a Dios, de quién viene la salvación para
su pueblo, diciendo:
Tú, que eres nuestra vida, escúchanos, Señor.
Bendito seas, Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque en tu gran
misericordia nos has hecho nacer de nuevo para una esperanza viva,
por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos.
Tú que, en Cristo, renovaste al hombre, creado a imagen tuya,
haz que reproduzcamos la imagen de tu Hijo.
Derrama en nuestros corazones, lastimados por el odio y la envidia,
tu Espíritu de amor.
Concede hoy trabajo a quienes lo buscan, pan a los hambrientos, alegría a los
tristes,
a todos la gracia y la salvación.
Se pueden añadir algunas intenciones libres
Por Jesús hemos sido hechos hijos de Dios; por esto nos atrevemos a decir:
Padre nuestro...
ORACION
Concédenos, Señor, acoger siempre el anuncio de la
salvación para que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos te
sirvamos, con santidad y justicia, todos nuestros días. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y
es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
CONCLUSIÓN
V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos
lleve a la vida eterna.
R. Amén.
Pasó su niñez y juventud en un ambiente cargado de intrigas
políticas y dinásticas, y en 1077, Ladislao ocupó el trono de Hungría. Inmediatamente
fueron negados sus derechos reales por su hermanastro Salomón, quien tomó las
armas contra él, pero fue derrotado en el campo de batalla por el soberano
húngaro.
Su piedad tan fervorosa como bien equilibrada se expresaba en su
celo por la fe, en el escrupuloso cumplimiento de sus deberes religiosos, en su
estricta moral y en la austeridad de su vida. Se había despojado de toda
ambición personal, y sólo por su sentido de la obligación, aceptaba la dignidad
que le habían echado sobre las espaldas. Dentro del propio territorio de
Hungría, el rey tuvo que soportar numerosas invocaciones por parte de tribus
bárbaras a quienes venció triunfalmente y entregó todos sus esfuerzos para que
ellos conociesen el cristianismo.
A solicitud suya, la Santa Sede reconoció como dignos de
veneración al rey Esteban I, a su hijo Emeric, así como a Gerardo, el obispo
mártir. Falleció en Bohemia, a principios del año 1095 cuando sólo tenía
cincuenta y cinco años de edad.
Otros Santos: Cirilo de Alejandría, obispo y doctor; Santa María
Virgen del Perpetuo Socorro; Zoilo de Córdoba; Beato Tomás de Orbieto; Ladislao
de Hungría; Anecto, mártir; Crescente, Sansón y Juan, obispos.
Un hogar luminoso y alegre
Su autoridad sirvió santamente los designios de Dios. San Cirilo
es famoso por su defensa de la ortodoxia contra la herejía, particularmente
contra el nestorianismo.
Arzobispo de Alejandría (Egipto). Defensor de la doctrina que
proclama a María la Theotokos: Madre de Dios. Esta doctrina fue proclamada como
dogma en el Concilio de Efeso (431) que San Cirilo presidió bajo la autoridad
el Papa Celestino. Su gran oponente era Nestóreo, patriarca de Constantinopla.
Al ponerse en duda que María es madre de Dios se ponía en duda la
identidad de Jesucristo quien es una persona divina. Por eso San Cirilo no solo
aportó a la Mariología sino también a la Cristología.
El argumento de San Cirilo: María es la Theotokos, no porque ella
existiese antes de Dios o hubiese creado a Dios. Dios es eterno y María
Santísima es una criatura de Dios. Pero Dios quiso nacer de mujer. La persona
que nace de María es divina por lo tanto ella es madre de Dios.
Su santa defensa de la verdad le ganó la cárcel y muchas luchas
pero salió victorioso.
(Libro 5, cap. 2: PG 73, 751-754)
Efusión del Espíritu Santo sobre toda carne
Cuando el Creador del universo decidió restaurar todas las cosas
en Cristo, dentro del más maravilloso orden y devolver a su anterior estado la
naturaleza del hombre, prometió que, al mismo tiempo que los restantes bienes,
le otorgaría también ampliamente el Espíritu Santo, ya que de otro modo no
podría verse reintegrado a la pacífica y estable posesión de aquellos bienes.
Determinó, por tanto, el tiempo en que el Espíritu Santo habría de
descender hasta nosotros, a saber, el del advenimiento de Cristo, y lo prometió
al decir: En aquellos días -se refiere a los del Salvador- derramaré mi
Espíritu sobre toda carne.
Y cuando el tiempo de tan gran munificencia y libertad produjo
para todos al Unigénito encarnado en el Mundo, como hombre nacido de mujer, -de
acuerdo con la divina Escritura-, Dios Padre otorgó a su vez el Espíritu, y
Cristo, como primicia de la naturaleza renovada, fue el primero que lo recibió.
Y esto fue lo que atestiguó Juan Bautista cuando dijo: He contemplado al
Espíritu que bajaba del cielo y se posó sobre él.
Decimos que Cristo, por su parte, recibió el Espíritu, en cuanto
se había hecho hombre, y en cuanto convenía que el hombre lo recibiera; y,
aunque es el Hijo de Dios Padre, engendrado de su misma substancia, incluso
antes de la encarnación -más aún, antes de todos los siglos-, no se da por
ofendido de que el Padre te diga, después que se hizo hombre: Tú eres mi Hijo:
yo te he engendrado hoy.
Dice haber engendrado hoy a quien era Dios, engendrado de él mismo
desde antes de los siglos, a fin de recibirnos por su medio como hijos
adoptivos; pues en Cristo, en cuanto hombre, se encuentra significada toda la
naturaleza: y así también el Padre, que posee su propio Espíritu, se dice que
se lo otorga a su Hijo, para que nosotros nos beneficiemos del Espíritu en él.
Por esta causa perteneció a la descendencia de Abrahán, como está escrito, y se
asemejó en todo a sus hermanos.
De manera que el Hijo unigénito recibe el Espíritu Santo no para
sí mismo -pues es suyo, habita en él, y por su medio se comunica, como ya
dijimos antes-, sino para instaurar y restituir a su integridad a la naturaleza
entera, ya que, al haberse hecho hombre, la poseía en su totalidad. Puede, por
tanto, entenderse- si es que queremos usar nuestra recta razón, así como los
testimonios de la Escritura- que Cristo no recibió el Espíritu para sí, sino
más bien para nosotros en sí mismo: pues por su medio nos vienen todos los
bienes.
Dios te salve, María, Madre de Dios,
tesoro veneradísimo de todo el orbe,
antorcha inextinguible, corona de virginidad,
cetro de recta doctrina,
templo indestructible,
habitación de Aquél que es inabarcable,
Virgen y Madre, por quien nos ha sido dado
Aquél que es llamado bendito por excelencia,
y que ha venido en nombre del Padre.
Salve a ti, que en tu santo y
virginal seno has encerrado
al Inmenso e Incomprehensible.
Por quien la Santísima Trinidad es
adorada y glorificada,
y la preciosa Cruz se venera y
festeja en toda la tierra.
Por quien exulta el Cielo,
se alegran los ángeles y
arcángeles, huyen los demonios.
Por quien el tentador fue arrojado del Cielo y
la criatura caída es llevada al Paraíso.
Por quien todos los hombres, aprisionados por el
engaño de los
ídolos, llegan al conocimiento de la verdad.
Por quien el santo Bautismo es regalado a los
creyentes,
se obtiene el óleo de la alegría, es fundada la
Iglesia en todo el mundo,
y las gentes son movidas a penitencia.
¿Y qué más puedo decir?
Por quien el Unigénito Hijo de Dios brilló como Luz
sobre los que yacían en las tinieblas y sombras de
la muerte.
Por quien los Profetas preanunciaron las cosas
futuras.
Por quien los Apóstoles predicaron la salvación a
los gentiles.
Por quien los muertos resucitan y los reyes reinan,
por la Santísima Trinidad.
¿Quién de entre los hombres será capaz de alabar
como se
merece a María, que es digna de toda alabanza? Es
Virgen
Madre, ¡oh cosa maravillosa! Este milagro me llena
de estupor.
¿Quién ha oído decir que al constructor de un
templo se le prohíba habitar en él?
¿Quién podrá ser tachado de ignominia
por el hecho de que tome a su propia Esclava por
Madre?
Así, pues, todo el mundo se alegra (...);
También nosotros hemos de adorar y respetar la
unión del Verbo con la carne,
temer y dar culto a la Santa Trinidad, celebrar con
nuestros
himnos a María, siempre Virgen, templo santo de
Dios, y a su
Hijo, el Esposo de la Iglesia, Jesucristo Nuestro
Señor.
A Él sea la gloria por los siglos de los siglos.
Amén.