Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre;
limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina
mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y
devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia
de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén
V. Señor, ábreme los
labios.
R. Y mi boca proclamará tu
alabanza.
Antifona: Pueblo del Señor,
rebaño que él guía, venid, adorémosle. Aleluya.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día,
mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid,
aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
V. Dios mío, ven en mi
auxilio.
R. Señor, date prisa en
socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio,
ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno
Somos el pueblo de
la Pascua,
Aleluya es nuestra canción,
Cristo nos trae la alegría;
levantemos el corazón.
El Señor ha vencido al mundo
muerto en la cruz por nuestro amor,
resucitado de la muerte y de la muerte vencedor.
Él ha venido a hacernos libres
con libertad de hijos de Dios,
desata nuestras cadenas;
alegraos en el Señor.
Sin conocerle, muchos siguen
rutas de desesperación,
no han escuchado la noticia
de Jesucristo Redentor.
Misioneros de la alegría,
de la esperanza y del amor,
mensajeros del Evangelio,
somos testigos del Señor.
Gloria a Dios Padre, que nos hizo,
gloria a Dios Hijo Salvador,
gloria al Espíritu divino:
tres Personas y un solo Dios. Amén.
Salmodia
Antífona 1: Bendito el que
viene en nombre del Señor. Aleluya.
Salmo 117
Himno
de acción de gracias después de la victoria
Jesús
es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido
en piedra angular. (Hch 4,11)
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.
En el peligro grité al Señor,
y me escuchó, poniéndome a salvo.
El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.
Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes.
Todos los pueblos me rodeaban,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban como avispas,
ardiendo como fuego en las zarzas,
en el nombre del Señor los rechacé.
Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos:
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa,
la diestra del Señor es poderosa.»
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.
Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.
—Ésta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
—Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
—Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina.
—Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.
Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Antífona 2: Cantemos un himno
al Señor, nuestro Dios. Aleluya.
Dn 3,52-57
Que
la creación entera alabe al Señor
¡Bendito
el Creador por siempre! (Rm 1,25)
Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres:
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito tu nombre, santo y glorioso:
a él gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres en el templo de tu santa gloria:
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres sobre el trono de tu reino:
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres tú, que sentado sobre querubines
sondeas los abismos:
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres en la bóveda del cielo;
a ti honor y alabanza por los siglos.
Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Antífona 3: Alabad al Señor
por su inmensa grandeza. Aleluya.
Salmo 150
Alabad
al Señor
Salmodiad
con el espíritu, salmodiad con toda vuestra mente, es decir, glorificad a Dios
con el cuerpo y con el alma. (Hesiquio)
Alabad al Señor en su templo,
alabadlo en su fuerte firmamento.
Alabadlo por sus obras magníficas,
alabadlo por su inmensa grandeza.
Alabadlo tocando trompetas,
alabadlo con arpas y cítaras,
alabadlo con tambores y danzas,
alabadlo con trompas y flautas,
alabadlo con platillos sonoros,
alabadlo con platillos vibrantes.
Todo ser que alienta alabe al Señor.
Lectura
Breve
Ez 36,25-27
Derramaré sobre vosotros un agua pura que os
purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os
daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra
carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi
espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis
mis mandatos.
Responsorio
Breve
R. Te damos gracias, oh
Dios, * Invocando tu nombre. Te damos gracias.
V. Contando tus maravillas.
* Invocando tu nombre. Gloria al Padre. Te damos gracias.
Primera Lectura
Del segundo libro de
los Reyes 14, 1-27
REINADO DE AMASÍAS
EN JUDÁ Y DE JEROBOAM EN ISRAEL
Amasías, hijo de
Joás, subió al trono de Judá el año segundo del reinado de Joás de
Israel, hijo de Joacaz. Cuando subió al trono, tenía veinticinco años, Y reinó
en Jerusalén
veintinueve años. Su madre se llamaba Yehoadayán, natural de Jerusalén. Hizo lo
que el
Señor aprueba, aunque no como su antepasado David; se portó como su padre,
Joás,
pero no desaparecieron las ermitas de los altozanos: allí seguía la gente
sacrificando y
quemando incienso. Cuando se afianzó en el poder, mató a los ministros que
habían
asesinado a su padre. Pero, siguiendo lo que dice el libro de la ley de Moisés,
promulgada
por el Señor: «No serán ejecutados los padres por las culpas de los hijos ni
los hijos por
las culpas de los padres; cada uno morirá por su propio pecado», no mató a los
hijos de
los asesinos.
Amasías derrotó en Vallelasal a los idumeos, en número de diez mil, y tomó al
asalto la
ciudad de Petra, llamándola Yoctael, nombre que conserva hasta hoy. Entonces,
mandó
una embajada a Joás, hijo de Joacaz, hijo de Jehú, rey de Israel, con este
mensaje:
«¡Sal, que nos veamos las caras!»
Pero Joás de Israel le envió esta respuesta:
«El cardo del Líbano mandó a decir al cedro del Líbano: "Dame a tu hija
por esposa de
mi hijo." Pero pasaron las fieras del Líbano y pisotearon el cardo. Tú has
derrotado a
Edom y te has engreído. ¡Disfruta de tu gloria quedándote en tu casa! ¿Por qué
quieres
meterte en una guerra catastrófica, provocando tu caída y la de Judá?»
Pero Amasías no hizo caso. Entonces, Joás de Israel subió a vérselas con
Amasías de
Judá en Casalsol de Judá. Israel derrotó a los judíos, que huyeron a la
desbandada. En
Casalsol, apresó Joás de Israel a Amasías de Judá, hijo de Joacaz, hijo de
Ocozías, y se lo
llevó a Jerusalén. En la muralla de Jerusalén abrió una brecha de doscientos
metros,
desde la puerta de Efraím hasta la puerta del Ángulo; se apoderó del oro, la
plata, los
utensilios que había en el templo y en el tesoro de palacio, tomó rehenes y se
volvió a
Samaría.
Para más datos sobre Joás y sus hazañas militares en la guerra contra Amasías
de Judá,
véanse los Anales del reino de Israel. Joás murió, y lo enterraron en Samaría,
con los
reyes de Israel. Su hijo Jeroboam le sucedió en el trono.
Amasías de Judá, hijo de Joás, sobrevivió quince años a Joás de Israel, hijo de
Joacaz.
Para más datos sobre Amasías, véanse los Anales del reino de Judá.
En Jerusalén, le tramaron una conspiración; huyó a Laquis, pero lo persiguieron
hasta
Laquis y allí lo mataron. Lo cargaron sobre unos caballos y lo enterraron en
Jerusalén, con
sus antepasados, en la Ciudad de David. Entonces, Judá en pleno tomó a Azarías,
de
dieciséis años, y lo nombraron rey, sucesor de su padre, Amasías. Después que
murió el
rey, reconstruyó Eilat, devolviéndola a Judá.
Jeroboam, hijo de Joás, subió al trono en Samaría el año quince del reinado de
Amasías
de Judá, hijo de Joás. Reinó cuarenta y un años. Hizo lo que el Señor reprueba,
repitiendo
los pecados que Jeroboam, hijo de Nabat, hizo cometer a Israel. Restableció la
frontera de
Israel desde el Paso de Jamat hasta el Mar Muerto, como el Señor, Dios de
Israel, había
dicho por su siervo el profeta Jonás, hijo de Amitay, natural de Gatjéfer;
porque el Señor
se fijó en la terrible desgracia de Israel: no había esclavo, ni libre, ni
quien ayudase a
Israel. El Señor no había decidido borrar el nombre de Israel bajo el cielo, y
lo salvó por
medio de Jeroboam, hijo de Joás.
Responsorio 2 Cro 25, 8; Sal 59, 14
R. Si
te apoyas en los efraimitas, Dios te derrotará frente a tus enemigos. * Porque
Dios
puede dar la victoria y la derrota.
V. Con Dios haremos
proezas, él pisoteará a nuestros enemigos.
R. Porque Dios puede dar la
victoria y la derrota.
Segunda Lectura
De los sermones de
san Agustín, obispo
(Sermón 23 A,1-4: CCL 41, 321-323)
EL SEÑOR SE HA
COMPADECIDO DE NOSOTROS
Dichosos nosotros,
si llevamos a la práctica lo que escuchamos y cantamos. Porque
cuando escuchamos es como si sembráramos una semilla, y cuando ponemos en
práctica
lo que hemos oído es como si esta semilla fructificara. Empiezo diciendo esto,
porque
quisiera exhortaros a que no vengáis nunca a la iglesia de manera infructuosa,
limitándoos
sólo a escuchar lo que allí se dice, pero sin llevarlo a la práctica. Porque,
como dice el
Apóstol, estáis salvados por su gracia, pues no se debe a las obras, para que
nadie pueda
presumir. No ha precedido, en efecto, de parte nuestra una vida santa, cuyas
acciones
Dios haya podido admirar, diciendo por ello: "Vayamos al encuentro y
premiemos a estos
hombres, porque la santidad de su vida lo merece". A Dios le desagradaba
nuestra vida, le
desagradaban nuestras obras; le agradaba, en cambio, lo que él había realizado
en
nosotros. Por ello, en nosotros, condenó lo que nosotros habíamos realizado y
salvó lo que
él había obrado.
Nosotros, por tanto, no éramos buenos. Y, con todo, él se compadeció de
nosotros y
nos envió a su Hijo a fin de que muriera, no por los buenos, sino por los
malos; no por los
justos, sino por los impíos. Dice, en efecto, la Escritura: Cristo murió por
los impíos. Y
¿qué se dice a continuación? Apenas habrá quien muera por un justo; por un
hombre de
bien tal vez se atrevería uno a morir. Es posible, en efecto, encontrar quizás
alguno que se
atreva a morir por un hombre de bien; pero por un inicuo, por un malhechor, por
un
pecador; ¿quién querrá entregar su vida, a no ser Cristo, que fue justo hasta
tal punto que
justificó incluso a los que eran injustos?
Ninguna obra buena habíamos realizado, hermanos míos; todas nuestras acciones
eran
malas. Pero, a pesar de ser malas las obras de los hombres, la misericordia de Dios
no
abandonó a los humanos. Y Dios envió a su Hijo para que nos rescatara, no con
oro o
plata, sino a precio de su sangre, la sangre de aquel Cordero sin mancha,
llevado al
matadero por el bien de los corderos manchados, si es que debe decirse simplemente
manchados y no totalmente corrompidos. Tal ha sido, pues, la gracia que hemos
recibido.
Vivamos, por tanto, dignamente, ayudados por la gracia que hemos recibido y no
hagamos injuria a la grandeza del don que nos ha sido dado. Un médico
extraordinario ha
venido hasta nosotros, y todos nuestros pecados han sido perdonados. Si
volvemos a
enfermar, no sólo nos dañaremos a nosotros mismos, sino que seremos además
ingratos
para con nuestro médico.
Sigamos, pues, las sendas que él nos indica e imitemos en particular, su
humildad,
aquella humildad por la que él se rebajó a sí mismo en provecho nuestro. Esta
senda de
humildad nos la ha enseñado él con sus palabras y, para darnos ejemplo, él
mismo anduvo
por ella, muriendo por nosotros. Para poder morir por nosotros, siendo como era
inmortal,
la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Así el que era inmortal se
revistió de
mortalidad para poder morir por nosotros y destruir nuestra muerte con su
muerte.
Esto fue lo que hizo el Señor, éste el don que nos otorgó: Siendo grande, se
humilló;
humillado, quiso morir; habiendo muerto, resucitó y fue exaltado para que
nosotros no
quedáramos abandonados en el abismo, sino que fuéramos exaltados con él en la
resurrección de los muertos, los que, ya desde ahora, hemos resucitado por la
fe y por la
confesión de su nombre. Nos dio y nos indicó, pues, la senda de la humildad. Si
la
seguimos, confesaremos al Señor y, con toda razón, le daremos gracias,
diciendo: Te
damos gracias, oh Dios, te damos gracias, invocando tu nombre.
Responsorio Sal 85, 12-13; 117, 28
R. Te
alabaré de todo corazón, Dios mío, daré gloria a tu nombre por siempre; * por
tu
gran piedad para conmigo.
V. Tú eres mi Dios, yo te
doy gracias; Dios mío, a ti dirijo mi alabanza.
R. Por tu gran piedad para conmigo.
Domingo, 1
de septiembre de 2019
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,1.7-14):
En sábado, Jesús entró en casa de uno de los principales fariseos para comer y
ellos lo estaban espiando.
Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una
parábola:
«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea
que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a
ti y al otro, y te diga:
“Cédele el puesto a este”.
Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que,
cuando venga el que te convidó, te diga:
“Amigo, sube más arriba”.
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.
Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será
enaltecido».
Y dijo al que lo había invitado:
«Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos,
ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote,
y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y
ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la
resurrección de los justos».
Palabra del Señor
Canto
Evangélico
Antifona: Invita a tu mesa
a los pobres que no tienen con qué pagarte; porque Dios te lo
recompensará en la resurrección de los justos..
Benedictus Lc 1, 68-79
El Mesías y su precursor
+ Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu
Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Preces
Demos gracias a nuestro Salvador, que ha venido al
mundo para ser «Dios con nosotros», y digámosle confiadamente:
'Cristo, Rey de la gloria, sé nuestra luz y nuestro gozo'.
Señor Jesús, Sol que nace de lo alto y primicia de la resurrección futura,
—haz que, siguiéndote a ti, no vivamos nunca en sombra de muerte, sino que
tengamos siempre la luz de la vida.
Que sepamos descubrir, Señor, cómo todas las criaturas están llenas de tus
perfecciones,
—para que así, en todas ellas, sepamos contemplarte a ti.
No permitas, Señor, que hoy nos dejemos vencer por el mal,
—antes danos tu fuerza para que venzamos al mal a fuerza de bien.
Tú que, al ser bautizado en el Jordán, fuiste ungido con el Espíritu
Santo,
—asístenos durante este día, para que actuemos movidos por este mismo Espíritu
de santidad.
Por Jesús nos llamamos y somos hijos de Dios; por ello, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro.
Padre
Nuestro
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal.
Oración
Oremos:
Dios todopoderoso, de quien procede todo bien,
siembra en nuestros corazones el amor
de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes el
bien en
nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por
los siglos de los siglos.
Amén.
V. El Señor nos bendiga,
nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.
Gil fue un monje medieval, formado en Carracedo
-tal vez a la sombra de San Florencio a mediados del siglo XII- enviado más
tarde a San Martín de Castañeda seguramente para reformar la vida monástica en
aquel monasterio. Allí permaneció algunos años, hasta que lo destinaron a un
priorato propio del monasterio, llamado Santa Cruz de Casayo, sito en plena
montaña entre Galicia y León.
Allí permaneció varios años, atendiendo a los
fieles que vivían en aquellos contornos, pero sintiendo fuerte el carisma de la
vida eremítica, con permiso de sus superiores, se retiró a la aspereza de las
montañas contiguas, en compañía de otro monje, donde vivieron de ermitaños,
cada cual en su propia ermita, a escasa distancia uno de otro.
Hay algunos autores que admiten, en los últimos
años de su vida, la intervención de una sierva, compañera inseparable del
santo, que sin duda le proporcionaba alimento como su leche, como sucedió al
santo del mismo nombre. Así lo afirma el principal biógrafo del santo, fray
Ambrosio Alonso, monje orensano, abad de distintos monasterios y por fin
general reformador de la orden, quien afirma: “Hallándose varios casos
paralelos recibidos sin contradicción en las Actas de diferentes santos, y no
hallándose particular dificultad en que Dios honrase a nuestro santo con la
repetición de este suceso, en donde tanto abundaba y aún abunda la especia de
estos brutos; bien podemos dejarle poseer de buena fe su cierva”.
Ambos solitarios perseveraron en el nuevo estado
de vida, hasta que Dios llamó para sí a San Gil, y su compañero dejó constancia
de su vida en una inscripción que durante siglos se conservó en la ermita. No
es posible concretar fechas sobre la existencia y desarrollo de la vida del
santo. Podemos situar su existencia en la segunda mitad del siglo XII y la
primera del XIII. Quien más ha profundizado en su vida fue el citado monje de
Carracedo, fray Ambrosio Alonso, aunque tiene grandes lagunas.
En el siglo XVI, un sacerdote de Casayo,
queriendo honrar mejor la memoria de San Gil, derribó la capilla primitiva -la
misma que el santo había edificado- y levantó otra más suntuosa, que es la que,
con notables reformas posteriores ha llegado hasta nosotros. Los monjes de
Carracedo lo han venerado como uno de sus santos más distinguidos. Su imagen,
un relieve con la efigie del santo, está vestida con el hábito blanco de los
monjes cistercienses. Una inscripción dice: “San Gil, monje de Carracedo, abad
de San Martín de Castañeda y eremita en Casayo”. Hoy se halla este relieve en
la ermita de San Roque en Cacabelos.
También en el pueblo de Galende, en las
inmediaciones del lago de Sanabria, recibe fervoroso culto, en una ermita que
le está dedicada. Fue erigida en agradecimiento por un gran favor otorgado a un
vecino del pueblo, quien, hallándose completamente ciego, recobró la vista,
luego de encomendarse al santo. De aquí proviene que se le invoque de manera
especial en esta enfermedad.