Abre, Señor, mi boca para
bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos,
perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para
que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado
en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén
TIEMPO ORDINARIO
VIERNES DE LA SEMANA XVII
De la feria. Salterio I
2 de agosto
LAUDES
(Oración de la mañana)
INVITATORIO
(Si Laudes no es la primera oración del día
se sigue el esquema del Invitatorio explicado en el Oficio de Lectura)
V. Señor, abre mis labios
R. Y mi boca
proclamará tu alabanza.
INVITATORIO
Ant. Dad gracias al
Señor, porque es eterna su misericordia.
Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Himno: EDIFICASTE UNA TORRE
Edificaste una torre
para tu huerta florida;
un lagar para tu vino
y, para el vino, una viña.
Y la viña no dio uvas,
ni el lagar buena bebida:
sólo racimos amargos
y zumos de amarga tinta.
Edificaste una torre,
Señor, para tu guarida;
un huerto de dulces frutos,
una noria de aguas limpias,
un blanco silencio de horas
y un verde beso de brisas.
Y esta casa que es tu torre,
este mi cuerpo de arcilla,
esta sangre que es tu sangre
y esta herida que es tu herida
te dieron frutos amargos,
amargas uvas y espinas.
¡Rompe, Señor, tu silencio,
rompe tu silencio y grita!
Que mi lagar enrojezca
cuando tu planta lo pise,
y que tu mesa se endulce
con el vino de tu viña. Amén.
SALMODIA
Ant. 1. Aceptarás los
sacrificios, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar, Señor.
Salmo 50 - CONFESIÓN DEL PECADOR ARREPENTIDO
Misericordia, Dios mío, por tu bondad;
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio brillará tu rectitud.
Mira, que en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.
¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
Líbrame de la sangre, ¡oh Dios,
Dios, Salvador mío!,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen;
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado:
un corazón quebrantado y humillado
tú no lo desprecias.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Aceptarás los
sacrificios, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar, Señor.
Ant. 2. Con el Señor
triunfará y se gloriará la estirpe de Israel.
Cántico: QUE LOS PUEBLOS TODOS SE CONVIERTAN AL
SEÑOR. Is 45, 15-25
Es verdad: tú eres un Dios escondido,
el Dios de Israel, el Salvador.
Se avergüenzan y se sonrojan todos por igual,
se van avergonzados los fabricantes de ídolos;
mientras el Señor salva a Israel
con una salvación perpetua,
para que no se avergüencen ni se sonrojen
nunca jamás.
Así dice el Señor, creador del cielo
- él es Dios -,
él modeló la tierra,
la fabricó y la afianzó;
no la creó vacía,
sino que la formó habitable:
«Yo soy el Señor y no hay otro.»
No te hablé a escondidas,
en un país tenebroso,
no dije a la estirpe de Jacob:
«Buscadme en el vacío.»
Yo soy el Señor que pronuncia sentencia
y declara lo que es justo.
Reuníos, venid, acercaos juntos,
supervivientes de las naciones.
No discurren los que llevan su ídolo de madera,
y rezan a un dios que no puede salvar.
Declarad, aducid pruebas,
que deliberen juntos:
¿Quién anunció esto desde antiguo,
quién lo predijo desde entonces?
¿No fui yo, el Señor?
- No hay otro Dios fuera de mí -.
Yo soy un Dios justo y salvador,
y no hay ninguno más.
Volveos hacia mí para salvaros,
confines de la tierra,
pues yo soy Dios y no hay otro.
Yo juro por mi nombre,
de mi boca sale una sentencia,
una palabra irrevocable:
«Ante mí se doblará toda rodilla,
por mí jurará toda lengua»,
dirán: «Sólo el Señor
tiene la justicia y el poder.»
A él vendrán avergonzados
los que se enardecían contra él,
con el Señor triunfará y se gloriará
la estirpe de Israel.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Con el Señor
triunfará y se gloriará la estirpe de Israel.
Ant. 3. Entrad en la
presencia del Señor con aclamaciones.
Salmo 99 - ALEGRÍA DE LOS QUE ENTRAN EN EL TEMPLO.
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Entrad en la
presencia del Señor con aclamaciones.
LECTURA BREVE Ef 4, 29-32
No salga de vuestra boca palabra desedificante, sino la que sirva para la
necesaria edificación, comunicando la gracia a los oyentes. Y no provoquéis más
al santo Espíritu de Dios, con el cual fuisteis marcados para el día de la
redención. Desterrad de entre vosotros todo exacerbamiento, animosidad, ira,
pendencia, insulto y toda clase de maldad. Sed, por el contrario, bondadosos y
compasivos unos con otros, y perdonaos mutuamente como también Dios os ha
perdonado en Cristo.
RESPONSORIO BREVE
V. En la mañana hazme
escuchar tu gracia.
R. En la mañana hazme
escuchar tu gracia.
V. Indícame el camino
que he de seguir.
R. Hazme escuchar tu
gracia.
V. Gloria al Padre, y
al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. En la mañana hazme
escuchar tu gracia.
PRIMERA LECTURA
Del primer libro de los Reyes 16, 29–17, 16
PRINCIPIO DEL MINISTERIO DEL PROFETA ELÍAS EN TIEMPO DE AJAB, REY DE ISRAEL
Ajab, hijo de Omrí, comenzó a reinar en Israel el año treinta y ocho de Asá,
rey de Judá. Ajab, hijo de Omrí, reinó sobre Israel en Samaria veintidós años.
Hizo el mal a los ojos del Señor más que todos sus predecesores.
No sólo imitó los pecados de Jeroboam, hijo de
Nabat, sino que, además, tomó por mujer a Jezabel, hija de Ittobaal, rey de los
sidonios, y sirvió a Baal,postrándose ante él. Alzó un altar a Baal en el
santuario que le edificó en Samaria. Hizo también Ajab el cipo y aumentó la
indignación del Señor, Dios de Israel, más que todos los reyes de Israel que lo
precedieron. En su tiempo, Jiel de Betel reedificó Jericó. Sobre Abirón, su
primogénito, echó los cimientos, y sobre Segub, su hijo menor, asentó las
puertas, según la palabra que había pronunciado el Señor por boca de Josué, hijo
de Nun.
Elías tesbita, de Tisbé de Galaad, dijo a Ajab:
«Vive el Señor, Dios de Israel, a quien sirvo. No
habrá estos años rocío ni lluvia, más que cuando mi boca lo diga.»
Fue dirigida la palabra del Señor a Elías de esta
manera:
«Sal de aquí, dirígete hacia oriente y escóndete en
el torrente de Kerit, que está al este del Jordán. Beberás del torrente y
encargaré a los cuervos que te sustenten allí.»
Hizo según la palabra del Señor, y se fue a vivir
en el torrente de Kerit, que está al este del Jordán. Los cuervos le llevaban
pan por la mañana y carne por la tarde, y bebía del torrente. Al cabo de algún
tiempo se secó el torrente, porque no había lluvia en el país.
Le fue dirigida la palabra del Señor a Elías, de
esta manera:
«Levántate y vete a Sarepta de Sidón y quédate
allí, pues he ordenado a
una mujer viuda de ese lugar que te dé de comer.»
Se levantó y se fue a Sarepta. Cuando entraba por
la puerta de la ciudad había allí una mujer viuda que recogía leña. La llamó
Elías y le dijo:
«Tráeme, por favor, un poco de agua para mí en tu
vaso, para que pueda beber.»
Cuando ella iba a traérsela, le gritó:
«Tráeme también, por favor, un bocado de pan en tu
mano.»
Ella dijo:
«Vive el Señor, tu Dios, no tengo nada de pan
cocido; sólo tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la
orza. Estoy recogiendo dos palos, entraré y lo prepararé para mí y para mi
hijo; lo comeremos y moriremos.»
Pero Elías le dijo:
«No temas. Entra y haz como has dicho, pero primero
haz una torta
pequeña para mí y tráemela, y luego la harás para
ti y para tu hijo. Porque así habla el Señor, Dios de Israel: "No se
acabará la harina en la tinaja, ni se agotará el aceite en la orza, hasta el
día en que el Señor haga caer la lluvia sobre la faz de la tierra."»
Ella se fue e hizo según la palabra de Elías, y
comieron él, ella y su hijo. No se acabó la harina en la tinaja ni se agotó el
aceite en la orza, según la palabra que el Señor había dicho por boca de Elías.
RESPONSORIO St 5, 17. 18; Sir 48, 1. 3
R. El profeta Elías
oró para que no lloviese y no llovió; * oró
de nuevo y el cielo envió la lluvia.
V. Surgió Elías como
un fuego y sus palabras eran como un horno encendido; con la palabra del Señor
sujetó el cielo.
R. Oró
de nuevo y el cielo envió la lluvia.
SEGUNDA LECTURA
Comienza la carta de san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, a san Policarpo
de Esmirna.
(Cap. 1, 1-4, 3: Funk 1, 247-249)
HEMOS DE SOPORTARLO TODO POR DIOS, A FIN DE QUE TAMBIÉN ÉL NOS SOPORTE A
NOSOTROS
Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a Policarpo,
obispo de la Iglesia de Esmirna, o más bien, puesto él mismo bajo la vigilancia
o episcopado de Dios Padre y del Señor Jesucristo: mi más cordial saludo. Al
comprobar que tu sentir está de acuerdo con Dios y asentado como sobre roca
inconmovible, yo glorifico en gran manera al Señor por haberme hecho la gracia
de ver tu rostro intachable, del que ojalá me fuese dado gozar siempre en Dios.
Yo te exhorto, por la gracia de que estás revestido, a que aceleres el paso en
tu carrera, y a que exhortes a todos para que se salven. Desempeña el cargo que
ocupas con toda diligencia corporal y espiritual. Preocúpate de que se conserve
la concordia, que es lo mejor que puede existir. Llévalos a todos sobre ti,
como a ti te lleva el Señor. Sopórtalos a todos con espíritu de caridad, como
siempre lo haces. Dedícate continuamente a la oración. Pide mayor sabiduría de
la que tienes. Mantén alerta tu espíritu, pues el espíritu desconoce el sueño.
Háblales a todos al estilo de Dios. Carga sobre ti, como perfecto atleta, la
enfermedades de todos. Donde mayor es el trabajo, allí hay rica ganancia.
Si sólo amas a los buenos discípulos, ningún mérito tienes en ello. El mérito
está en que sometas con mansedumbre a los más perniciosos. No toda herida se
cura con el mismo emplasto. Los accesos de fiebre cálmalos con aplicaciones
húmedas. Sé en todas las cosas prudente como la serpiente, pero sencillo en
toda ocasión, como la paloma. Por eso justamente eres a la vez corporal y
espiritual, para que aquellas cosas que saltan a tu vista las desempeñes
buenamente, y las que no alcanzas a ver ruegues que te sean manifestadas. De
este modo nada te faltará, sino que abundarás en todo don de la gracia. Los
tiempos requieren de ti que aspires a alcanzar a Dios, jutamente con los que
tienes encomendados, como el piloto anhela prósperos vientos, y el navegante,
sorprendido por la tormenta, suspira por el puerto. Sé sobrio, como un atleta de
Dios. El premio es la incorrupción y la vida eterna, de cuya existencia también
tú estás convencido. En todo y por todo soy una víctima de expiación por ti,
así como mis cadenas, que tú mismo has besado.
Que no te amedrenten los que se dan aires de hombres dignos de todo crédito y
enseñan doctrinas extrañas a la fe. Por tu parte, mantente firme como un.
yunque golpeado por el martillo. Es propio de un grande atleta el ser desollado
y, sin embargo, vencer. Pues ¡cuánto más hemos de soportarlo todo nosotros por
Dios, a fin de que también él nos soporte a nosotros! Sé todavía más diligente
de lo que eres. Date cabal cuenta de los tiempos. Aguarda al que está por
encima del tiempo, al intemporal, al invisible, que por nosotros se hizo
visible; al impalpable, al impasible, que por nosotros se hizo pasible; al que
en todas las formas posibles sufrió por nosotros.
Las viudas no han de ser desatendidas. Después del Señor, tú has de ser quien
cuide de ellas. Nada se haga sin tu conocimiento, y tú, por tu parte, hazlo
todo contando con Dios, como efectivamente lo haces. Mantente firmé. Celébrense
reuniones con más frecuencia. Búscalos a todos por su nombre. No trates
altivamente a esclavos y esclavas; mas tampoco dejes que se engrían, sino que
traten, para gloria de Dios, de mostrarse mejores servidores, a fin de que
alcancen de él una libertad más excelente.
RESPONSORIO 1Tm 6, 11-12; 2Tm 2, 10
R. Corre al alcance
de la justicia, de la piedad, de la fe, de la caridad, de la paciencia en el
sufrimiento, de la dulzura. * Combate el buen combate de la fe, conquista la
vida eterna.
V. Todo lo soporto
por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación.
R. Combate el buen
combate de la fe, conquista la vida eterna.
Viernes, 2
de agosto de 2019
Evangelio
Lectura del Evangelio según san Mateo (13,54-58):
En aquel tiempo, Jesús llegó a su tierra y se puso a enseñar a la gente en la
sinagoga, de tal forma, que todos estaban asombrados y se preguntaban: «¿De
dónde ha sacado éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos? ¿No es el hijo
del carpintero? ¿No es María su madre, y no son sus hermanos Santiago, José,
Simón y Judas? ¿No viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde, pues, ha
sacado todas estas cosas?»
Y se negaban a creer en él.
Entonces Jesús les dijo: «Un profeta no es despreciado más que en su patria y
en su casa».
Y no hizo muchos milagros allí por la incredulidad de ellos.
Palabra del Señor
CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant. El Señor ha
visitado y redimido a su pueblo.
Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1,
68-79
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. El Señor ha
visitado y redimido a su pueblo.
PRECES
Adoremos a Cristo, que salvó al mundo con su cruz, y supliquémosle diciendo:
Señor, ten misericordia de nosotros.
Señor Jesucristo, cuya claridad es nuestro sol y nuestro día,
haz que, desde el amanecer, desaparezca de nosotros todo sentimiento malo.
Vela, Señor, sobre nuestros pensamientos, palabras y obras,
a fin de que nuestro día sea agradable ante tus ojos.
Aparta de nuestros pecados tu vista,
y borra en nosotros toda culpa.
Por tu cruz y tu resurrección,
llénanos del gozo del Espíritu Santo.
Se pueden añadir algunas intenciones libres.
Ya que somos hijos de Dios, oremos a nuestro Padre como Cristo nos enseñó:
Padre nuestro...
ORACIÓN
Dios misericordioso, que has iluminado las tinieblas de nuestra ignorancia con
la luz de tu palabra: acrecienta en nosotros la fe que tu mismo nos has dado;
que ninguna tentación pueda nunca destruir el ardor de la fe y de la caridad
que tu gracia ha encendido en nuestro Espíritu. Por nuestro Señor Jesucristo,
tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios,
por los siglos de los siglos. Amén.
CONCLUSIÓN
V. El Señor nos bendiga,
nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.
Nació a
principios del siglo XIV, en Castel Porziano de la Umbría. Era hermano de la
Beata Lucía Amelia. San Juan, ingresó a temprana edad en el convento de los
ermitaños de San Agustín, en Rieti. Vivía consagrado al servicio de sus
prójimos, especialmente de los enfermos y forasteros. Pasaba largas horas en
contemplación. Poseía un don de lágrimas extraordinario y lloraba no sólo por
sus pecados, sino también por los de los otros. Decía: "Imposible dejar de
llorar! Los árboles y las plantas germinan, crecen, dan fruto y mueren sin
apartarse un punto de las leyes que les ha fijado el Creador, En cambio los
hombres, a quienes Dios ha dado inteligencia y prometido un premio eterno, se
oponen continuamente a su voluntad". Es ésta una reflexión sencilla pero
muy profunda. No se conoce la fecha exacta de la muerte del beato. Su santa
vida y los milagros obrados en su tumba, dieron origen al culto popular, que
fue confirmado oficialmente en 1832.
Pedro Julián Eymard nació en La Mure d'Isère, diócesis de Grenoble
(Francia), el 4 de Febrero de 1811 y fue bautizado al día siguiente. Al final
de un laborioso recorrido familiar y vocacional, logró entrar en el Seminario
Mayor de Grenoble y, en 1834, es ordenado sacerdote. Después de unos años de un
ministerio intenso, inicia, en 1839, una experiencia de vida religiosa entrando
en la naciente congregación de los Padres Maristas, en Lión. Rápidamente llega
a ser el hombre de confianza del fundador, el P. Colin, que le confía
diferentes responsabilidades.
Sin embargo, su búsqueda de la voluntad de Dios lo persigue
siempre y lo empuja a orientarse cada vez más hacia la Eucaristía por la cual
quisiera hacer algo particular. Un momento significativo en ese caminar del P.
Eymard fue la experiencia espiritual que tuvo en el santuario lionés de
Fourvière, en Enero de 1851. Durante su oración, se sintió «fuertemente
impresionado» pensando en el estado de abandono espiritual en el cual se
encontraban los sacerdotes seculares, la gran falta de formación de los laicos,
el estado lamentable de la devoción al Santísimo y los sacrilegios cometidos
contra la sagrada Eucaristía. De ahí le vino, al comienzo, la idea de crear una
Tercera Orden masculina dedicada a la adoración reparadora; proyecto que
llegará a ser, en los años sucesivos, una congregación religiosa enteramente
consagrada al culto y al apostolado de la Eucaristía.
Impedido de realizar este proyecto en el interior de la Sociedad
de María, el P. Eymard tuvo que salir del Instituto. Se trasladó a París, y allí,
el 13 de Mayo de 1856, funda la Congregación del Santísimo Sacramento. El nuevo
Instituto recibe inmediatamente la aprobación del arzobispo, Mons. Sibour, y
más tarde, la bendición y la aprobación definitiva del Papa Pío IX (1863).
La Obra empieza muy pobremente en locales alquilados de la calle
d'Enfer, donde el día de la Epifanía de 1857, se inaugura oficialmente la
fundación con una Exposición solemne del Santísimo Sacramento. Un año después,
siempre en París y con la ayuda de Marguerite Guillot, el Padre funda la rama
femenina: las Siervas del Santísimo. En 1859, abre una segunda comunidad, en
Marsella, y la confía al P. Raymond de Cuers, su primer compañero. Una tercera
casa se abrirá en Angers, luego otras dos en Bruselas, y una casa de formación
en San Mauricio (diócesis de Versalles).
Durante estos años de vida eucarística, vemos al P. Eymard
empeñado en un apostolado que se dirige sobre todo a los pobres de la periferia
de París y a los sacerdotes en dificultad; se dedica a la Obra de la primera comunión
de adultos y atiende numerosos compromisos en la predicación, centrada
principalmente en la Eucaristía. De su actividad, o por lo menos de su
espiritualidad, emanarán varias iniciativas a lo largo del tiempo, como es la
Agregación del Santísimo, destinada a los laicos, la Asociación de los
Sacerdotes Adoradores, inspirada por su celo hacia los sacerdotes, y los mismos
Congresos Eucarísticos Internacionales.
Agotado por las responsabilidades de fundador y primer superior
general, marcado por las pruebas de toda clase, Pedro Julián Eymard muere en su
tierra natal, a la edad solamente de 57 años, el primero de Agosto de 1868.
Beatificado por Pío XI, en 1925, fue canonizado por Juan XXIII, el 9 de
Diciembre de 1962, al final de la primera sesión del Concilio Vaticano II.
Ahora, exactamente 33 años después, el 9 de Diciembre de 1995, fue inscrito en
el Calendario Romano y presentado a la Iglesia universal como el Apóstol de la
Eucaristía.
La vida y la actividad de san Pedro Julián está centrada en el
misterio de la sagrada Eucaristía. Al principio, sin embargo, su enfoque era
tributario de la teología de su tiempo, insistiendo sobre la presencia real.
Pero, llegará a liberarse poco a poco del aspecto devocional y reparador que
teñía de manera casi exclusiva la piedad eucarística de su época, y conseguirá
hacer de la Eucaristía el centro de la vida de la Iglesia y de la sociedad.
«Ningún otro centro sino el de Jesús Eucarístico».
SU VISIÓN DE LA EUCARISTÍA
«El Santísimo me dominó siempre», escribe en sus notas del último
retiro espiritual, caracterizando así de modo incisivo la forma de vida
cristiana que él propone. En el centro, la presencia de Cristo en la
Eucaristía. Fiel a la teología post-tridentina, Eymard subraya fuertemente el
hecho de esta presencia y su carácter único: la Eucaristía es la persona del
Señor. De ahí las afirmaciones siguientes con las cuales expresa su fe: «La
sagrada Eucaristía es Jesús pasado, presente y futuro... Es Jesús hecho sacramento.
Bienaventurada el alma que sabe encontrar a Jesús en la Eucaristía, y en Jesús
Hostia todo».
Aún subrayando este aspecto personalista, el P. Eymard tiene la
intuición de que esta presencia engendra un dinamismo, que está ligada a una
misión: «La gracia del apostolado: la fe en Jesús. Jesús está allí, pues a Él,
por Él, en Él». Esta fe en la Eucaristía se nutre de la meditación de la
Palabra de Dios. La adoración — que propone como estilo de oración a sus
religiosos, y de modo más amplio, a todos los seglares — es un medio de dejarse
penetrar por el amor de Cristo. Y esta oración se inspira de la santa Misa. Es
por ello que invita a orar según el método de los cuatro fines del Sacrificio,
con el propósito de hacer revivir, en el culto eminente de la Eucaristía, todos
los misterios de la vida de nuestro Señor, en atención y docilidad con el
Espíritu santo, para progresar a los pies del Señor en el recogimiento y la
virtud del santo amor... (Cf. Constituciones, n° 15-17). Lejos de encerrarse en
sí misma, la adoración debe tender a la comunión sacramental.
EL ALIMENTO DE LA VIDA COTIDIANA
Eymard ha sido un incansable promotor de la comunión frecuente. En
este texto del 1863, él expresa claramente el papel central de la Eucaristía:
«Convencido de que el sacrificio de la santa Misa y la comunión al cuerpo del
Señor son la fuente viva y la cumbre de toda la religión, cada uno tiene el
deber de orientar su piedad, sus virtudes y su amor de tal modo que se vuelvan
medios que le permitan alcanzar ese fin: la digna celebración y la recepción
fructuosa de estos divinos misterios».
El marcha en contra de la práctica de su tiempo. Bajo el pretexto
del gran respeto debido al Sacramento, muchos pastores impedían a los fieles
acercarse a la mesa eucarística. Escribe en una carta: «El que quiere
perseverar que reciba a nuestro Señor. Es un pan que alimentará sus pobres
fuerzas, que lo sostendrá. Y es la Iglesia que lo quiere así. Ella aprueba la
comunión diaria, como lo atestigua el Concilio de Trenta. Hay gente que dice
que tenemos que ser muy prudentes... Yo les digo que este alimento tomado con
intervalos tan prolongados no es más que un alimento extraordinario, pero
¿donde está el alimento ordinario que debe sostenerme a diario?»
La comunión, de hecho, debe convertirse en el eje de la vida
cristiana: «La santa comunión debe ser el fin de toda vida cristiana: todo
ejercicio que no se relaciona con la comunión está fuera de su mejor finalidad»
Comulgar fructuosamente es un gesto que cambia la vida: «Nuestro Señor viene sacramentalmente
a nosotros para vivir ahí espiritualmente», escribe en sus notas durante el
gran retiro de Roma (1865). Algunos meses antes de morir, agregará: «El que no
comulga no tiene más que una ciencia especulativa; no conoce nada sino
palabras, teorías, de las cuales desconoce el sentido... El alma que comulga no
tenía primeramente sino una idea de Dios, pero ahora, lo ve, lo reconoce a la
sagrada mesa».
LA FUENTE DE UN MUNDO NUEVO
«Una vida puramente contemplativa no puede ser plenamente
eucarística: pues, el hogar tiene una llama», escribía el Padre en 1861.
Adorador, él es también apóstol celoso de la Eucaristía y abrió caminos para
dar gloria a este misterio. Tratemos de resumir las grandes líneas de su acción
y de sus enseñanzas.
Primer objetivo, la renovación de la vida cristiana. No se trata
solamente de luchar contra la ignorancia o la indiferencia sino, y sobre todo,
de renovar la vida cristiana que se está perdiendo en mil prácticas y
devociones, olvidando lo esencial. En el prefacio del Directorio de los
Agregados del Santísimo, pone este principio: «El hombre es amor como su
prototipo divino: de tal amor, tal vida». Y explica que «todo amor tiene un
comienzo, un centro y un fin». A partir de este principio, Eymard saca toda una
pedagogía para la vida espiritual: «A fin de que el alma devota se fortalezca y
crezca en la vida de Jesucristo, tiene necesidad de nutrirse en primer lugar de
su verdad divina y de la bondad de su amor de tal modo que pueda pasar de la
luz al amor, y del amor a las virtudes».
Los institutos que él fundó son llamados a vivir de este espíritu
de amor cuyo sacramento es la sagrada Eucaristía: «Esta dilección eucarística
de Jesús sea, pues, la ley suprema de la virtud, el tema del celo y como la
nota característica de la santidad de los nuestros» , escribe en el número tres
de las Constituciones. En otras palabras, una comunidad de amor. De la misma
manera, él concibe la Agregación como un grupo de seglares que unen la
adoración al compromiso apostólico. Por ello establecerá centros de Agregados
no solamente alrededor de sus comunidades sacramentinas sino también en
muchísimas parroquias. Muy a menudo, san Pedro Julián sueña con encontrar
algunos Agregados que, con el propósito de llevar una vida más eucarística, se
reunirían en comunidades de familias y formarían en el mundo como un pequeño
cenáculo religioso.
El ideal que confía a sus hijos es «prender el fuego del amor
eucarístico a los cuatro fines del mundo». Y, en las Constituciones,
recomendaba a sus religiosos velar a fin de que «el Señor Jesús sea
perpetuamente adorado en su Sacramento y socialmente glorificado en el mundo
entero» (n° 2). Ese es el sentido de la expresión reino de la Eucaristía que
sale tan a menudo de la pluma del P. Eymard. En un artículo titulado «Le siècle
de l'Eucharistie», escrito para la revista Le Très Saint Sacrement que había
fundado, Pedro Julián escribe: «El gran mal de nuestra época es que no vamos a
Jesucristo como a su Salvador y a su Dios. Se abandona el único fundamento, la
única fe, la única gracia de la salvación... Entonces ¿qué hacer? Regresar a la
fuente de la vida, pero no al Jesús histórico o al Jesús glorificado en el
cielo sino al Jesús que está en la Eucaristía. Tenemos que hacerlo salir de su
escondite para que pueda de nuevo colocarse a la cabeza de la sociedad
cristiana... Qué venga cada vez más el reino de la Eucaristía: ¡Adve-niat
regnum tuum!»
Y, para terminar, he aquí un texto del P. Eymard que la liturgia
nos ofrece para el Oficio de las Horas:
LA EUCARISTÍA, SACRAMENTO DE VIDA
La Eucaristía es la vida de los pueblos. La Eucaristía les ofrece
un centro de vida. Todos pueden encontrarse sin barrera de raza ni de lengua
para la celebración de las fiestas de la Iglesia. Les da una ley de vida, la de
la caridad cuya fuente es; forma así un vínculo entre ellos, una nueva relación
familiar cristiana. Todos comen del mismo pan, todos son comensales de
Jesucristo, que crea sobrenaturalmente entre ellos un vínculo de costumbres
fraternales. Lean los Hechos de los Apóstoles. Afirman que la multitud de los
primeros cristianos: judíos convertidos y paganos bautizados, pertenecientes a
diferentes regiones, «no tenían sino un solo corazón y una sola alma» (He 4,
32). ¿Por qué? Porque eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles
y en la fracción del pan (He 2,42).
Pues sí, la Eucaristía es la vida de las almas y de las
sociedades, como el sol es la vida de los cuerpos y de la tierra. Sin el sol,
la tierra sería estéril, él la fecunda, la vuelve bella y rica; él da a los
cuerpos la agilidad, la fuerza y la belleza. Ante estos efectos prodigiosos, no
es de extrañar que los paganos lo hayan adorado como el dios del mundo. De
hecho, el astro del día obedece a un Sol supremo, al Verbo divino, a
Jesucristo, que ilumina todo hombre que viene a este mundo y que, por la
Eucaristía, sacramento de vida, actúa personalmente, en lo más íntimo de las
almas, para formar así familias y pueblos cristianos. ¡Cuán feliz, mil veces
feliz, el alma fiel que encontró este tesoro escondido, que va a beber a esta
fuente de agua viva, que come con frecuencia este Pan de vida eterna!
La sociedad cristiana es una familia. El vínculo entre sus
miembros es Jesús Eucaristía. El es el Padre que aderezó la mesa de familia. La
hermandad cristiana ha sido promulgada en la Cena con la paternidad de
Jesucristo; él llama a sus apóstoles filioli, hijitos míos, y les manda amarse
los unos a los otros como él los ha amado.
En la sagrada mesa, todos son hijos que reciben la misma comida, y
san Pablo saca la consecuencia de que no forman sino una sola familia, un solo
cuerpo, ya que participan todos del mismo pan que es Jesucristo (I Cor 10,
16-17). En fin, la Eucaristía da a la sociedad cristiana la fuerza de practicar
la ley de la caridad y del respeto hacia el prójimo. Jesucristo quiere que uno
honre y ame a sus hermanos. Para ello, se personifica en ellos: «Cada vez que
lo hagan con uno de mis humildes hermanos, conmigo lo hacen» (Mt 25, 40); y se
da a cada uno en comunión.
Obispo, nacido en la isla de Cerdeña a finales del siglo III.
Murió, probablemente, en Vercelli (Italia), en el año 371. En el Martirologio
romano figura como mártir, pero son varios los historiadores que lo niegan.
La persecución volvía a sacudir violentamente a la Iglesia.
Constancio, por caminos de sangre, se había hecho dueño absoluto del Imperio
romano; y quería también imponer en ella su voluntad.
Ganado a la herejía arriana por su esposa, declarábase adicto a la
impiedad, con el mismo tesón con que su padre, Constantino, defendiera a la
Iglesia recién salida de su bautismo de sangre.
Eusebio de Vercelli, es, sin duda, una de las más brillantes
figuras del orden episcopal; y ha pasado a la historia como uno de los más
celosos y fuertes defensores de la fe católica, contra la violencia impetuosa
de la primera gran herejía que conoció la Iglesia: el arrianismo, que negaba la
divinidad de Jesucristo.
Clérigo dotado de vivo ingenio y generoso y noble corazón, residía
en Roma ejerciendo sus ministerios, respetado y venerado por todos. Y aconteció
que, habiendo vacado la sede episcopal de Vercelli, ciudad comprendida hoy en
el Piamonte, y conociendo sus moradores las grandes virtudes de Eusebio, fue proclamado
por todo el clero y pueblo Obispo de la Diócesis.
Los arrianos fueron solamente quienes lamentaron su consagración
episcopal.
El nuevo Prelado vivía comunitariamente con su clero, llevando una
vida parecida a la de los monjes del desierto. Se ocupaban en la oración, el
estudio y el trabajo manual. El fue el primero que reunió, en Italia, la vida
monástica y la clerical.
Su casa era como un pequeño seminario, de donde salieron ilustres
sacerdotes y obispos.
Pero el arrianismo, después de asolar casi toda la Iglesia
oriental, había penetrado hasta Occidente; y no satisfecho Eusebio con mantener
a sus ovejas en la firmeza de la fe católica, no cesaba de declararse contra el
error, por cuyo motivo era considerado como uno de los más temibles enemigos de
la herejía.
Afligido el Papa Liberio por las sangrientas disputas que turbaban
la paz y la tranquilidad de la Iglesia, pensó en la reunión de un Concilio,
pidiendo a Eusebio interpusiera su autoridad ante el emperador para lograr de
él la convocación. Asimismo, el Pontífice le suplicaba que juntamente con sus
legados presidiera la asamblea.
Eusebio, sin considerar el riesgo a que exponía su vida, con su
celo y elocuencia consiguió del emperador la convocación en Milán para fines
del año 355. Reunido el sínodo con la asistencia de gran número de obispos
arrianos, Eusebio tuvo la valentía de proponer que antes que nada se
suscribiera el Símbolo de Nicea, lo que era equivalente a obligar a todos los
asistentes a hacer profesión de fe católica.
Opusiéronse enseguida a ello los arrianos, y el emperador, que
asistía a la asamblea, intentó obligar por la fuerza a los obispos católicos a
que firmaran un documento en el que se condenaba a San Atanasio, el heroico
defensor de las verdades definidas en el concilio de Nicea. Y aunque algunos
débiles, por cobardía, condescendieron, revestido Eusebio de la fortaleza del
apóstol, resistió junto con los legados papales a tan injusta pretensión.
Ofendido el emperador por esta intransigencia, mandó fueran enviados al exilio.
Grandes fueron las penalidades vividas resignadamente por el
Obispo Eusebio a través de su largo destierro.
En Scitópolis, cayó en manos de uno de los hombres más crueles del
arrianismo, llegando al extremo de no suministrarle cosa alguna de alimento
durante varios días. Pero los adeptos y fieles hijos de Vercelli, expusieron su
vida, haciendo llegar a su amado pastor limosnas para aliviar sus necesidades,
así cono cartas llenas de filial afecto. Enterados de ello los arrianos,
recrudecieron los castigos y los malos tratos.
Muerto Constancio, el nuevo emperador Juliano el Apóstata concedió
a los obispos el derecho de regresar del destierro y a sus respectivas sedes.
Entonces es cuando empieza para Eusebio una nueva etapa gloriosa.
Comisionado por el Papa, visita las iglesias de Oriente en las cuales la
herejía había hecho grandes estragos. En todas ellas el sabio Obispo deja las
huellas de su celo apostólico; prepara y ordena sacerdotes y obispos capaces de
defender la ortodoxia y atacar el error.
Concluida esta difícil expedición, de la cual consiguió positivos
resultados, por su tenacidad, competencia y sacrificios, emprende el ansiado
retorno a su querida diócesis de Vercelli, donde es recibido como el gran
defensor de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre.
De joven fue ovejero, aprovechando los domingos para impartir la
catequesis a personas menores que él. Era muy estudioso, aprovechando el tiempo
para leer. Su educación corrió a cargo de un sacerdote en Thones, y
posteriormente estudió en un colegio vecino.
Sin planes específicos para su futuro decidió ir a París, con el
apoyo de sus padres. En 1525 Pedro llegó a París, la meca de los estudios de
aquel entonces. Mientras realizaba su aprendizaje según el método parisino fue
descubriendo su vocación. Al carecer de bienes tuvo que buscar en que Colegio
ser admitido gratuitamente. La ocasión se le presentó cuando el de Santa
Barbara lo acogió, compartiendo el alojamiento de un joven de Navarra, quien
luego sería San Francisco Javier. Ambos jóvenes se volvieron grandes amigos,
incluso recibiendo el mismo día el grado de Maestro en Artes.
En la Universidad conoció muy tempranamente a San Ignacio de
Loyola y se convirtió en su más avanzado discípulo. Allí juntos constatan la
influencia negativa de Lutero y de Farel. Fue ordenado sacerdote en 1534. Ello
hizo posible que en agosto de ese mismo año le tocase al padre Pedro recibir
los votos que Ignacio y sus cinco compañeros realizaron en Montmatre, dando
origen al grupo del que más adelante nacería formalmente la Sociedad de Jesús.
A estos seis primeros, tres más se sumarían luego. Ignacio los convocó a
encontrarse todos en Venecia, en 1537. Tras algo más de 10 años, Pedro dejó
París el 15 de noviembre de 1536.
Después de Ignacio, a quienes todos veían como el líder, Pedro
Fabro era considerado por los demás como el más eminente del grupo, como quien
mejor había asimilado las ideas de San Ignacio. Se hacía estimar de tal manera
por sus profundos conocimientos, su gentileza y por la influencia que ejercía
sobre las almas. Mantendrá este lugar de aprecio general durante los años, al
punto que en 1541 al elegir Superior de la naciente Compañía, San Francisco
Javier y Simón Rodríguez, el fundador en Portugal, pusieron en su voto:
"Ignacio, y si no se pudiese Pedro Fabro". Del mismo parecer eran los
demás, empezando por Diego Laínez, quienes consideraban a Fabro como el más
maduro y aventajado discípulo de Ignacio y pensaban que cuando el momento
llegase lo debería suceder como prepósito general de la naciente orden.
Tras ver frustrado el viaje que deseaban realizar a Tierra Santa y
radicarse en Roma, Fabro fue enviado a una Alemania dividida para participar en
la Dieta de Worms, en 1540. De allí fue llamado a la Dieta de Ratisbona, en
1541. Fabro ha revelado en sus cartas su impresión negativa sobre las ruinas
que el protestantismo había producido en Alemania, y por el estado de
decadencia del catolicismo, particularmente en el clero. Llegó a la convicción
que el remedio no estaba en discusiones, sino más bien en una reforma radical
de los fieles, en especial el clero. Con gentileza y suceso trabajo arduamente
en Ratisbona, Espira, Maguncia, e incluso Colonia. Polemizaba, predicaba los
ejercicios espirituales y se acercaba a los príncipes, prelados y sacerdotes
impresionando a todos por su optimismo ante las adversidades y por la eficacia
del apostolado que realizaba incansablemente horrorizado ante la desolación
religiosa que encontraba en tantos lugares.
Fue llamado a España y Portugal por San Ignacio, y descubrió el
notable contraste entre los pueblos en que trabajo inicialmente y los de la
península ibérica, donde la reforma que vería su esplendor en Trento había
empezado a echar anticipadamente sus raíces. Fabro, era un hombre de incansable
actividad, por lo que se le considera testigo del lema que otro discípulo de
Ignacio había acuñado: "contemplativo en la acción". En España
conoció a San Francisco de Borja, quien quedó sumamente impresionado por la personalidad
del joven sacerdote. Muchos de los datos de la vida y espiritualidad
contemplativa en la acción del Beato Fabro ha sido extraídos de un diario de su
vida íntima que empezó en Alemania con el título de "Memorial".
Volvería a Alemania unos meses después, donde conocería a un
joven, Pedro Canisio, quien luego habría de ser un gran santo y apóstol del
mundo germánico. Allí reanudó su trabajo espiritual y catequético, trabajando
en especial con los jóvenes, buscando despertar las vocaciones que descubría.
El Arzobispo de Colonia estaba ya atraído por el luteranismo, que más adelante
abrazaría completamente. Fabro trabajó muy intensamente en Colonia, antes de
marchar brevemente a Lovaina, en Bélgica, donde trabajando con la juventud
también logró que se despertasen muchas vocaciones. Luego volvió a Colonia
donde mantuvo una actitud muy enérgica contra los errores que amenazaban la fe
y se multiplicó para procurar extirparlos. Algunos lo llaman el Apóstol de
Colonia.
Tras esas peripecias como defensor de la fe, retornó a la
península ibérica, a Portugal, y luego de España, donde permaneció en las
cortes de ambos países. En todos los lugares que visitaba procuraba predicar,
dar catequesis, y despertar las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa que
encontraba dormidas.
Agotado físicamente por las polémicas contra los adversarios de la
fe y por un apostolado tan intenso y en diversos países, con la invitación de
ir al Concilio de Trento como delegado de la Sede Apostólica, a los 40 años
llegó enfermo de unas fiebres a Roma, el 17 de julio de 1546, para morir cerca
de San Ignacio.
Muy pronto se empezó a hablar de él como un hombre de gran
santidad, y en especial en Saboya, zona de su nacimiento, se desarrolló un
culto que poco a poco se fue extendiendo. El Papa Pio IX decretó el 5 de
setiembre de 1872 la confirmación de dicho culto como Beato.
El 17 de diciembre de 2013 el Papa Francisco, con su autoridad de
Pontífice, inscribió en el libro de los Santos al sacerdote jesuita Pedro
Fabro.