Abre, Señor, mi boca para
bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos,
perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para
que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado
en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén
TIEMPO ORDINARIO
MARTES DE LA SEMANA XVIII
Propio de la fiesta.
6 de agosto
LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR. (FIESTA)
LAUDES
(Oración de la mañana)
INVITATORIO
(Si Laudes no es la primera oración del día
se sigue el esquema del Invitatorio explicado en el Oficio de Lectura)
V. Señor, abre mis labios
R. Y mi boca
proclamará tu alabanza.
INVITATORIO
Ant. A Cristo, el rey
supremo de la gloria, venid, adorémosle.
Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Himno: JESÚS DE DULCE MEMORIA.
Jesús de dulce memoria,
que das la paz verdadera;
más dulce que toda miel
es tu divina presencia.
Nada se canta más suave,
ni grato se experimenta,
ni alegría mayor hay
que de Cristo un alma llena.
Jesús, tu dulzura excede
-fuente de paz verdadera-
todos los gozos humanos,
cuanto el hombre soñar pueda.
Si nuestras mentes visitas,
la luz de verdad destella,
el mundo aparece vano,
todo, tu amor lo supera.
Danos, benigno, perdón,
de la gracia gran cosecha;
haz que gocemos perennes
de tu esplendor la presencia.
Cantamos tus alabanzas,
Jesús, sentado a la diestra
de tu Padre, cuyo Amor
tu ser divino revela. Amén.
SALMODIA
Ant. 1. Hoy en el monte el
Señor Jesucristo brillaba en su rostro como el sol y resplandecía en sus
vestidos como la luz.
SALMO 62, 2-9 - EL ALMA SEDIENTA DE DIOS
¡Oh Dios!, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré de manjares exquisitos,
y mis labios te alabarán jubilosos.
En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Hoy en el monte el
Señor Jesucristo brillaba en su rostro como el sol y resplandecía en sus
vestidos como la luz.
Ant. 2. Hoy, al
transfigurarse el Señor y al escucharse la voz del Padre, que daba testimonio
de él, fueron vistos Moisés y Elías, circundados de gloria y hablando de la
muerte que Jesús iba a padecer.
Cántico: TODA LA CREACIÓN ALABE AL SEÑOR - Dn 3,
57-88. 56
Creaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.
Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.
Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.
Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.
Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.
Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.
Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.
Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.
Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.
Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.
Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.
Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.
Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Hijos de los hombres, bendecid al Señor;
bendiga Israel al Señor.
Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.
Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.
Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Bendigamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.
Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.
No se dice Gloria al Padre.
Ant. Hoy, al
transfigurarse el Señor y al escucharse la voz del Padre, que daba testimonio
de él, fueron vistos Moisés y Elías, circundados de gloria y hablando de la
muerte que Jesús iba a padecer.
Ant. 3. La ley se nos dio
por mediación de Moisés y la profecía por mediación de Elías: ambos se han
aparecido hoy, circundados de gloria y conversando con el Señor en el monte
santo.
Salmo 149 - ALEGRÍA DE LOS SANTOS
Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.
Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.
Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:
para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.
Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. La ley se nos dio
por mediación de Moisés y la profecía por mediación de Elías: ambos se han
aparecido hoy, circundados de gloria y conversando con el Señor en el monte
santo.
LECTURA BREVE Ap 21, 10. 23
El ángel me transportó en espíritu a un monte altísimo y me enseñó la ciudad
santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios. La ciudad no necesita
ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios, y su
lámpara es el Cordero.
RESPONSORIO BREVE
V. Lo coronaste,
Señor, de gloria y dignidad. Aleluya, aleluya.
R. Lo coronaste,
Señor, de gloria y dignidad. Aleluya, aleluya.
V. Lo colocaste por
encima de todas tus creaturas.
R. Aleluya,
aleluya.
V. Gloria al Padre, y
al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Lo coronaste,
Señor, de gloria y dignidad. Aleluya, aleluya.
PRIMERA LECTURA
De la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 3, 7--4, 6
GLORIA DIFUNDIDA POR CRISTO EN LA NUEVA ALIANZA
Hermanos: Si el régimen de la ley que mata, que fue grabada con letras en
piedra, fue glorioso, y de tal modo que ni podían fijar la vista los israelitas
en el rostro de Moisés por la gloria de su rostro, que era pasajera, ¿cuánto
más glorioso no será el régimen del espíritu? Efectivamente, si hubo gloria en
el régimen que lleva a la condenación, con mayor razón hay profusión de gloria
en el régimen que conduce a la justificación. Y, en verdad, lo que en aquel
caso fue gloria, no es tal en comparación con ésta, tan eminente y radiante.
Pues si lo perecedero fue como un rayo de gloria, con más razón será glorioso
lo imperecedero.
Estando, pues, en posesión de una esperanza tan grande, procedemos con toda
decisión y seguridad, y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para
que no se fijasen los hijos de Israel en su resplandor, que era perecedero. Y
sus entendimientos quedaron embotados, pues, en efecto, hasta el día de hoy
perdura ese mismo velo en la lectura de la antigua alianza. El velo no se ha
descorrido, pues sólo con Cristo queda removido. Y así, hasta el día de hoy,
siempre que leen a Moisés, persiste un velo tendido sobre sus corazones. Mas
cuando se vuelvan al Señor, será descorrido el velo. El Señor es espíritu, y
donde está el Espíritu del Señor, ahí está la libertad. Y todos nosotros,
reflejando como en un espejo en nuestro rostro descubierto la gloria del Señor,
nos vamos transformando, en su propia imagen, hacia una gloria cada vez mayor,
por la acción del Señor, que es espíritu.
Por eso, investidos, por la misericordia de Dios, de este ministerio, no
sentimos desfallecimiento, antes bien, renunciamos a todo encubrimiento
vergonzoso del Evangelio; procedemos sin astucia y sin adulterar la palabra de
Dios y, dando a conocer la verdad, nos encomendamos al juicio de toda humana
conciencia en la presencia de Dios. Si, con todo, nuestro Evangelio queda
cubierto como por un velo, queda así encubierto sólo para los que van camino de
perdición, para aquellos cuyos entendimientos incrédulos cegó el dios del mundo
presente, para que no vean brillar la luz del mensaje evangélico sobre la
gloria de Cristo, que es imagen de Dios.
No nos predicamos a nosotros mismos, sino que predicamos a Cristo Jesús como
Señor; nosotros nos presentamos como siervos vuestros por Jesús. El mismo Dios
que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas», ha hecho brillar la luz en
nuestros corazones, para que demos a conocer la gloria de Dios que resplandece
en el rostro de Cristo.
RESPONSORIO 1Jn 3, 1. 2
R. Mirad qué amor nos ha tenido el Padre * para llamarnos hijos de
Dios, pues ¡lo somos!
V. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque
lo veremos tal cual es.
R. Para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!
SEGUNDA LECTURA
Del Sermón de Anastasio Sinaíta, obispo, en el día de la Transfiguración del
Señor .
(Núms. 6-10: «Mélanges d'archéologie et d'histoire» 67 [1955], 241-244)
QUE BIEN ESTARÍA QUEDARNOS AQUÍ
El misterio que hoy celebramos lo manifestó Jesús a sus discípulos en el monte
Tabor. En efecto, después de haberles hablado, mientras iba con ellos, acerca
del reino y de su segunda venida gloriosa, teniendo en cuenta que quizá no
estaban muy convencidos de lo que les había anunciado acerca del reino y
deseando infundir en sus corazones una firmísima e intima convicción, de modo
que por lo presente creyeran en lo futuro, realizó ante sus ojos aquella
admirable manifestación, en el monte Tabor, como una imagen prefigurativa del
reino de los cielos. Era como si les dijese: «El tiempo que ha de transcurrir
antes de que se realicen mis predicciones no ha de ser motivo de que vuestra fe
se debilite, y por esto, ahora mismo, en el tiempo presente, os aseguro que
algunos de los aquí presentes no morirán, sin haber visto al Hijo del hombre
presentarse con la gloria de su Padre.»
Y el evangelista, para mostrar que el poder de Cristo estaba en armonía con su
voluntad, añade: Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a
su hermano Juan, y los llevó aparte a un alto monte, y se transfiguró en su
presencia; su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron
blancos como la luz. Y se aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Éstas son las maravillas de la presente solemnidad, éste es el misterio,
saludable para nosotros, que ahora se ha cumplido en el monte, ya que ahora nos
reúne la muerte y, al mismo tiempo, la festividad de Cristo. Por esto, para que
podamos penetrar, junto con los elegidos entre los discípulos inspirados por
Dios, el sentido profundo de estos inefables y sagrados misterios, escuchemos
la voz divina y sagrada que nos llama con insistencia desde lo alto, desde la
cumbre del monte.
Debemos apresurarnos a ir hacia allí -así me atrevo a decirlo- como Jesús, que
allí en el cielo es nuestro guía y precursor, con quien brillaremos con nuestra
mirada espiritualizada, renovados en cierta manera en los trazos de nuestra
alma, hechos conformes a su imagen, y, como él, transfigurados continuamente y
hechos participes de la naturaleza divina, y dispuestos para los dones
celestiales.
Corramos hacia allí, animosos y alegres, y penetremos en la intimidad de la
nube, a imitación de Moisés y Elías, o de Santiago y Juan. Seamos como Pedro,
arrebatado por la visión y aparición divina, transfigurado por aquella hermosa
transfiguración, desasido del mundo, abstraído de la tierra; despojémonos de lo
carnal, dejemos lo creado y volvámonos al Creador, al que Pedro, fuera de si,
dijo: Señor, qué bien estaría quedamos aquí.
Ciertamente, Pedro, en verdad qué bien estaría quedarnos aquí con Jesús, y
permanecer aquí para siempre. ¿Hay algo más dichoso, más elevado, más
importante que estar con Dios, ser hechos conformes con él, vivir en la luz?
Cada uno de nosotros, por el hecho de tener a Dios en sí y de ser transfigurado
en su imagen divina, tiene derecho a exclamar con alegría: Qué bien estaría
quedanos aquí, donde todo es resplandeciente, donde está el gozo, la felicidad
y la alegría, donde el corazón disfruta de absoluta tranquilidad, serenidad y
dulzura, donde vemos a (Cristo) Dios, donde él, junto con el Padre, pone su
morada y dice, al entrar: Hoy ha venido la salud a esta casa, donde con Cristo
se hallan acumulados los tesoros de los bienes eternos, donde hallamos
reproducidas, como en un espejo, las imágenes de las realidades futuras.
RESPONSORIO Mt 17, 2. 3; cf. Lc 9, 32. 34
R. El rostro de Jesús se puso brillante como el sol; * y los
discípulos, al contemplarlo circundado de gloria, se llenaron de temor.
V. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Jesús.
R. Y los discípulos, al contemplarlo circundado de gloria, se
llenaron de temor.
Martes, 6
de agosto de 2019
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (17,1-9):
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y
se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su
rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la
luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces,
tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres,
haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y
una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.
Escuchadlo.»
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó
y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.»
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión
hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Palabra del Señor
CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant. De la nube salió
una voz que dijo: «Este es mi Hijo amado, en quién tengo mis complacencias,
escuchadlo». Aleluya.
Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1,
68-79
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. De la nube salió
una voz que dijo: «Este es mi Hijo amado, en quién tengo mis complacencias,
escuchadlo». Aleluya.
PRECES
Acudamos al Padre, que maravillosamente transfiguró a Jesucristo, nuestro
Salvador, en el monte santo, y digámosle con fe:
Que tu luz, Señor, nos haga ver la luz.
Padre lleno de amor, tú que transfiguraste a tu Hijo amado en la montaña santa
y, por medio de la nube luminosa, te manifestaste a ti mismo,
haz que escuchemos siempre fielmente la voz de tu Hijo amado.
Señor, tú que nos nutres de lo sabroso de tu casa y nos das a beber del
torrente de tus delicias,
haz que sepamos contemplar en la gloria de tu Hijo transfigurado nuestra futura
condición gloriosa.
Tú que hiciste que del seno de las tinieblas brillara la luz y has hecho
brillar nuestros corazones para que contemplaran tu gloria en el rostro de
Cristo,
haz que tu Iglesia viva atenta a la contemplación de las maravillas de tu Hijo
amado.
Tú que nos has llamado con una vocación santa, por tu gracia manifestada con la
aparición de nuestro Salvador, Cristo Jesús,
ilumina a todos los hombres con el Evangelio, para que lleguen al conocimiento
de la vida incorruptible.
Padre amantísimo, tú que nos has tenido un amor tan grande que has querido nos
llamáramos hijos tuyos y que lo fuéramos en verdad,
haz que, cuando Cristo se manifieste en su gloria, nosotros seamos semejantes a
él.
Se pueden añadir algunas intenciones libres.
Ya que Dios nos ha llamado a ser sus hijos, acudamos a nuestro Padre, diciendo:
Padre nuestro...
ORACIÓN
Señor Dios, que en la gloriosa transfiguración de Jesucristo confirmaste los
misterios de la fe con el testimonio de Moisés y de Elías, y nos hiciste
entrever en la gloria de tu Hijo la grandeza de nuestra definitiva adopción
filial, haz que escuchemos siempre la voz de tu Hijo amado y lleguemos a ser un
día sus coherederos en la gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que
vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos
de los siglos. Amén.
CONCLUSIÓN
V. El Señor nos
bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.
Jesús había anunciado a los suyos la inminencia de
su Pasión y los sufrimientos que había de padecer a manos de los judíos y de
los gentiles. Y los exhortó a que le siguieran por el camino de la cruz y del
sacrificio (Mt 16, 24 ss). Pocos días después de estos sucesos, que habían
tenido lugar en la región de Cesarea de Filipo, quiso confortar su fe, pues,
-como enseña Santo Tomás- para que una persona ande rectamente por un camino es
preciso que conozca antes, de algún modo el fin al que se dirige: “como el
arquero no lanza con acierto la saeta si no mira primero al blanco al que la
envía. Y esto es necesario sobre todo cuando la vía es áspera y difícil y el
camino laborioso... Y por esto fue conveniente que manifestase a sus discípulos
la gloria de su claridad, que es los mismo que transfigurarse, pues en esta
claridad transfigurará a los suyos” (Sto. Tomás, Suma teológica).
Nuestra vida es un camino hacia el Cielo. Pero es
una vía que pasa a través de la Cruz y del sacrificio. Hasta el último momento
habremos de luchar contra corriente, y es posible que también llegue a nosotros
la tentación de querer hacer compatible la entrega que nos pide el Señor con
una vida fácil, como la de tantos que viven con el pensamiento puesto
exclusivamente en las cosas materiales... “¡Pero no es así! El cristianismo no
puede dispensarse de la cruz: la vida cristiana no es posible sin el peso
fuerte y grande del deber... si tratásemos de quitarle ésto a nuestra vida, nos
crearíamos ilusiones y debilitaríamos el cristianismo; lo habríamos
transformado en una interpretación muelle y cómoda de la vida” (Pablo VI,
Alocución 8-IV-1966). No es esa la senda que indicó el Señor.
Los discípulos quedarían profundamente
desconcertados al presenciar los hechos de la Pasión. Por eso, el Señor condujo
a tres de ellos, precisamente a los que debían acompañarle en su agonía de
Getsemaní, a la cima del monte Tabor para que contemplaran su gloria. Allí se
mostró “en la claridad soberana que quiso fuese visible para estos tres
hombres, reflejando lo espiritual de una manera adecuada a la naturaleza
humana. Pues, rodeados todavía de la carne mortal, era imposible que pudieran
ver ni contemplar aquella inefable e inaccesible visión de la misma divinidad,
que está reservada en la vida eterna para los limpios de corazón” (San León
Magno, Homilía sobre la transfiguración), la que nos aguarda si procuramos ser
fieles cada día.
También a nosotros quiere el Señor confortarnos con
la esperanza del Cielo que nos aguarda, especialmente si alguna vez el camino
se hace costoso y asoma el desaliento. Pensar en lo que nos aguarda nos ayudará
a ser fuertes y a perseverar. No dejemos de traer a nuestra memoria el lugar
que nuestro Padre Dios nos tiene preparado y al que nos encaminamos. Cada día
que pasa nos acerca un poco más. El paso del tiempo para el cristiano no es, en
modo alguno, una tragedia; acorta, por el contrario, el camino que hemos de
recorrer para el abrazo definitivo con Dios: el encuentro tanto tiempo
esperado.
Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y
los llevó a un monte alto, y se transfiguró ante ellos , de modo que su rostro
se puso resplandeciente como el sol y sus vestidos blancos como la luz. En esto
se le aparecieron Moisés y Elías hablando con Él (Mt 17, 1-3). Esta visión produjo
en los Apóstoles una felicidad incontenible; Pedro la expresa con estas
palabras: Señor, ¡qué bien estamos aquí!; si quieres haré aquí tres tiendas:
una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías (Mt 17, 4). Estaba tan contento
que ni siquiera pensaba en sí mismo, ni en Santiago y Juan que le acompañaban.
San Marcos, que recoge la catequesis del mismo San Pedro, añade que no sabía lo
que decía (Mc 9, 6). Todavía estaba hablando cuando una nube resplandeciente
los cubrió con y una voz desde la nube dijo: Éste es mi Hijo, el Amado, en
quien tengo mis complacencias: escuchadle (Mt 17, 5).
El recuerdo de aquellos momentos junto al Señor en
el Tabor fueron sin duda de gran ayuda en tantas circunstancias difíciles y
dolorosas de la vida de los tres discípulos. San Pedro lo recordará hasta el
final de sus días. En una de sus Cartas, dirigida a los primeros cristianos
para confortarlos en un momento de dura persecución, afirma que ellos, los
Apóstoles, no han dado a conocer a Jesucristo siguiendo fábulas llenas de
ingenio, sino porque hemos sido testigos oculares de su majestad. En efecto Él
fue honrado y glorificado por Dios Padre, cuando la sublime gloria le dirigió
esta voz: Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias. Y esta
voz, venida del cielo, la oímos nosotros estando con Él en el monte santo (2
Pdr 1, 16-18). El Señor, momentáneamente, dejó entrever su divinidad, y los
discípulos quedaron fuera de sí, llenos de una inmensa dicha, que llevarían en
su alma toda la vida. “La transfiguración les revela a un Cristo que no se
descubría en la vida de cada día. Está ante ellos como Alguien en quien se
cumple la Alianza Antigua, y, sobre todo, como el Hijo elegido del Eterno Padre
al que es preciso prestar fe absoluta y obediencia total” (Juan Pablo II,
Homilía 27-II-1983), al que debemos buscar todos los días de nuestra existencia
aquí en la tierra.
¿Qué será el Cielo que nos espera, donde
contemplaremos, si somos fieles, a Cristo glorioso, no en un instante, sino en
una eternidad sin fin?
Todavía estaba hablando, cuando una nube
resplandeciente los cubrió y una voz desde la nube dijo: Éste es mi Hijo, el
Amado, en quien tengo mis complacencias: escuchadle (Mt 17, 5). ¡Tantas veces
le hemos oído en la intimidad de nuestro corazón!
El misterio que celebramos no sólo fue un signo y
anticipo de la glorificación de Cristo, sino también de la nuestra, pues, como
nos enseña San Pablo, el Espíritu da testimonio junto con nuestro espíritu de
que somos hijos de Dios. Y si somos hijos también herederos: herederos de Dios,
coherederos de Cristo; con tal que padezcamos con Él, para ser con Él también
glorificados (Rom 8, 16-17). Y añade el Apóstol: Porque estoy convencido de que
los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura que
se ha de manifestar en nosotros (Rom 8, 18). Cualquier pequeño o gran
sufrimiento que padezcamos por Cristo nada es si se mide con lo que nos espera.
El Señor bendice con la Cruz, y especialmente cuando tiene dispuesto conceder
bienes muy grandes. Si en alguna ocasión nos hace gustar con más intensidad su
Cruz, es señal de que nos considera hijos predilectos. Pueden llegar el dolor
físico, humillaciones, fracasos, contradicciones familiares... No es el momento
entonces de quedarnos tristes, sino de acudir al Señor y experimentar su amor
paternal y su consuelo. Nunca nos faltará su ayuda para convertir esos
aparentes males en grandes bienes para nuestra alma y para toda la Iglesia. “No
se lleva ya una cruz cualquiera, se descubre la Cruz de Cristo, con el consuelo
de que se encarga el Redentor de soportar el peso” (J. Escrivá de Balaguer,
“Amigos de Dios”). Él es, Amigo inseparable, quien lleva lo duro y lo difícil.
Sin Él cualquier peso nos agobia.
Si nos mantenemos siempre cerca de Jesús, nada nos
hará verdaderamente daño: ni la ruina económica, ni la cárcel, ni la enfermedad
grave..., mucho menos las pequeñas contradicciones diarias que tienden a
quitarnos la paz si no estamos alerta. El mismo San Pedro lo recordaba a los
primeros cristianos: ¿quién os hará daño, si no pensáis más que en obrar bien?
Pero si sucede que padecéis algo por amor a la justicia, sois bienaventurados
(1Pdr 3, 13-14).
Pidamos a Nuestra Señora que sepamos ofrecer con
paz el dolor y la fatiga que cada día trae consigo, con el pensamiento puesto
en Jesús, que nos acompaña en esta vida y que nos espera, glorioso al final del
camino. Y cuando llegue aquella hora en que se cierren mis ojos humanos,
abridme otros, Señor, otros más grandes para contemplar vuestra faz inmensa.
¡Sea la muerte un mayor nacimiento! (J. Margall, Canto espiritual), el comienzo
de una vida sin fin.
Fuente:
Extracto del libro “Hablar con Dios”, de Francisco
Fernández-Carvajal
www.iglesia.org
Originario de la Campania, era un diácono de Roma, viudo,
cuyo hijo San Silverio había de ceñir también la tiara pontificia. En el año
514, fue elegido Papa. Tuvo que consagrar toda su actividad al problema
delicado y complejo de la situación que había producido en el oriente el cisma
provocado por Acacio de Constantinopla, con el fin de aplacar a los
monofisitas. A San Hormidas pertenece el honor de haber acabado con el cisma
mediante la confesión de fe que lleva su nombre: "La Fórmula de Hormidas".
Este documento, citado todavía por el Concilio Vaticano I, es una de las
pruebas más fehacientes de la autoridad que se atribuía al Papa en los seis
primeros siglos.Sabemos que San Hormidas fue un hombre inteligente, hábil y
amante de la paz . En sus últimos años tuvo el consuelo de ver cesar en Africa
la persecución de los vándalos.