Abre, Señor, mi boca para
bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos,
perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para
que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado
en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén
TIEMPO PASCUAL
DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
De la solemnidad.
2 de junio
LAUDES
(Oración de la mañana)
INVITATORIO
(Si Laudes no es la primera oración del día
se sigue el esquema del Invitatorio explicado en el Oficio de Lectura)
V. Señor abre mis
labios
R. Y mi boca
proclamará tu alabanza
Ant. Aleluya. A Cristo,
el Señor, que asciende al cielo, venid, adorémosle. Aleluya.
Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Aleluya. A Cristo,
el Señor, que asciende al cielo, venid, adorémosle. Aleluya.
Himno: CONTIGO SUBE EL MUNDO CUANDO SUBES.
Contigo sube el mundo cuando subes,
y al son de tu alegría matutina
nos alzamos los muertos de las tumbas;
salvados respiramos vida pura,
bebiendo de tus labios el Espíritu.
Cuanto la lengua a proferir no alcanza
tu cuerpo nos lo dice, ¡Oh Traspasado!
Tu carne santa es luz de las estrellas,
victoria de los hombres, fuego y brisa,
y fuente bautismal, ¡oh Jesucristo!
Cuanto el amor humano sueña y quiere,
en tu pecho, en tu médula, en tus llagas
vivo está, ¡oh Jesús glorificado!
En ti, Dios fuerte, Hijo primogénito,
callando, el corazón lo gusta y siente.
Lo que fue, lo que existe, lo que viene,
lo que en el Padre es vida incorruptible,
tu cuerpo lo ha heredado y nos lo entrega.
Tú nos haces presente la esperanza,
tú que eres nuestro hermano para siempre.
Cautivos de tu vuelo y exaltados
contigo hasta la diestra poderosa,
al Padre y al Espíritu alabamos;
como espigas que doblan la cabeza,
los hijos de la Iglesia te adoramos. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Hombres de Galilea, ¿que hacéis ahí mirando el
cielo? Ese Jesús, que ha sido llevado al cielo, vendrá de la misma manera que
lo habéis visto subir allá. Aleluya.
SALMO 62, 2-9 - EL ALMA SEDIENTA DE DIOS
¡Oh Dios!, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré de manjares exquisitos,
y mis labios te alabarán jubilosos.
En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Hombres de
Galilea, ¿que hacéis ahí mirando el cielo? Ese Jesús, que ha sido llevado al
cielo, vendrá de la misma manera que lo habéis visto subir allá. Aleluya.
Ant 2. Ensalzad al Rey de
reyes, y cantad un himno a Dios. Aleluya.
Cántico: TODA LA CREACIÓN ALABE AL SEÑOR - Dn 3,
57-88. 56
Creaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.
Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.
Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.
Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.
Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.
Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.
Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.
Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.
Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.
Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.
Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.
Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.
Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Hijos de los hombres, bendecid al Señor;
bendiga Israel al Señor.
Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.
Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.
Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Bendigamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.
Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.
No se dice Gloria al Padre.
Ant. Ensalzad al Rey de
reyes, y cantad un himno a Dios. Aleluya.
Ant 3. Se elevó en
presencia de ellos, y una nube, en el cielo, lo ocultó a su vista. Aleluya.
Salmo 149 - ALEGRÍA DE LOS SANTOS
Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.
Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.
Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:
para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.
Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Se elevó en
presencia de ellos, y una nube, en el cielo, lo ocultó a su vista. Aleluya.
LECTURA BREVE Hb 10, 12-14
Cristo, habiendo ofrecido un solo sacrificio en expiación de los pecados, está
sentado para siempre a la diestra de Dios, y espera el tiempo que falta «hasta
que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies». Así, con una sola
oblación, ha llevado para siempre a la perfección en la gloria a los que ha
santificado.
RESPONSORIO BREVE
V. Cristo, subiendo a la altura. Aleluya, aleluya.
R. Cristo, subiendo a
la altura. Aleluya, aleluya.
V. Llevó consigo a
los cautivos liberados.
R. Aleluya, aleluya.
V. Gloria al Padre, y
al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Cristo, subiendo a
la altura. Aleluya, aleluya.
PRIMERA LECTURA
De la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4, 1-24
SUBIENDO A LA ALTURA, LLEVÓ CONSIGO A LOS CAUTIVOS LIBERADOS
Hermanos: Yo, el prisionero por Cristo, os ruego que andéis como pide la
vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed
comprensivos; sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos por mantener la
unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo
Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que
habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo,
que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.
A cada uno de nosotros le ha sido concedida la gracia a la medida del don de
Cristo. Por eso dice: «Subiendo a la altura, llevó cautivos y dio dones a los
hombres.» ¿Qué quiere decir «subió» sino que antes bajó a las regiones
inferiores de la tierra? Éste que bajó es el mismo que subió por encima de
todos los cielos, para llenarlo todo.
Él mismo ha constituido a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros,
evangelistas; a otros, pastores y doctores, para el perfeccionamiento de los
fieles, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de
Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del
Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud. Para que
ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retortero por todo
viento de doctrina, en la trampa de los hombres, que con astucia conduce al
error; sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las
cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo, del cual todo el cuerpo, bien
ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren y
actuando a la medida de cada parte, se procura su propio crecimiento para
construcción de sí mismo en el amor.
Esto, pues, es lo que digo y aseguro en el Señor: que no andéis ya como lo
hacen los gentiles, que andan en la vaciedad de sus criterios, sumergido su
pensamiento en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios por la ignorancia
que hay en ellos, por la dureza de su cabeza, los cuales, habiendo perdido el
sentido moral, se entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno
toda suerte de impurezas.
Vosotros, en cambio, no es así como habéis aprendido a Cristo, si es que es él
a quien habéis oído y en él fuisteis adoctrinados, tal como es la verdad en
Cristo Jesús. Cristo os ha enseñado a abandonar el anterior modo de vivir, el
hombre viejo corrompido por deseos de placer, a renovaros en la mente y en el
espíritu y a vestiros de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios:
justicia y santidad verdaderas.
RESPONSORIO Cf. Ef 4, 8 (Sal 67, 19); Sal 46, 6
R. Cristo, subiendo a la altura, llevó consigo a los cautivos
liberados * y dio dones a los hombres. Aleluya.
V. Dios ascendió entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.
R. y dio dones a los hombres. Aleluya.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san Agustín, obispo
(Sermón Mai 98, Sobre la ascensión del Señor, 1-2: PLS 2, 494-495 )
NADIE HA SUBIDO AL CIELO SINO AQUEL QUE HA BAJADO DEL CIELO
Hoy nuestro Señor Jesucristo ha subido al cielo; suba también con él nuestro
corazón.
Oigamos lo que nos dice el Apóstol: Si habéis sido resucitados con Cristo,
buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios.
Poned vuestro corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Pues, del
mismo modo que él subió sin alejarse por ello de nosotros, así también nosotros
estamos ya con él allí, aunque todavía no se haya realizado en nuestro cuerpo
lo que se nos promete.
Él ha sido elevado ya a lo más alto de los cielos; sin embargo, continúa
sufriendo en la tierra a través de las fatigas que experimentan sus miembros.
Así lo atestiguó con aquella voz bajada del cielo: Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues? Y también: Tuve hambre y me disteis de comer.
¿Por qué no trabajamos nosotros también aquí en la tierra, de manera que, por
la fe, la esperanza y la caridad que nos unen a él, descansemos ya con él en
los cielos? Él está allí, pero continúa estando con nosotros; asimismo
nosotros, estando aquí, estamos también con él. Él está con nosotros por su
divinidad, por su poder, por su amor; nosotros, aunque no podemos realizar esto
como él, por la divinidad, lo podemos sin embargo por el amor hacia él.
Él, cuando bajó a nosotros, no dejó el cielo; tampoco nos ha dejado a nosotros,
al volver al cielo. Él mismo asegura que no dejó el cielo mientras estaba con
nosotros, pues que afirma: Nadie ha subido al cielo sino aquel que ha bajado
del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo.
Esto lo dice en razón de la unidad que existe entre él, nuestra cabeza, y
nosotros, su cuerpo. Y nadie, excepto él, podría decirlo, ya que nosotros
estamos Identificados con él, en virtud de que él, por nuestra causa, se hizo
Hijo del hombre, y nosotros, por él, hemos sido hechos hijos de Dios.
En este sentido dice el Apóstol: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos
miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo
cuerpo, así es también Cristo. No dice: «Así es Cristo», sino: Así es también
Cristo. Por tanto, Cristo es un solo cuerpo formado por muchos miembros.
Bajó, pues, del cielo, por su misericordia, pero ya no subió él solo, puesto
que nosotros subimos también en él por la gracia. Así, pues, Cristo descendió
él solo, pero ya no ascendió él solo; no es que queramos confundir la dignidad
de la cabeza con la del cuerpo, pero sí afirmamos que la unidad de todo el
cuerpo pide que éste no sea separado de su cabeza.
RESPONSORIO Hch 1, 3. 9. 4
R. Cristo se les apareció después de su pasión a lo largo de cuarenta
días, y les fue instruyendo acerca del reino de Dios; * y se elevó en presencia
de ellos, y una nube lo ocultó a su vista. Aleluya.
V. Estando una vez comiendo con ellos a la mesa, les mandó que no
saliesen de Jerusalén, sino que esperasen ahí la promesa del Padre.
R. Y se elevó en presencia de ellos, y una nube lo ocultó a su vista.
Aleluya.
Lecturas del Ascensión del Señor - Ciclo C
Domingo, 2
de junio de 2019
Evangelio
Conclusión del santo evangelio según san Lucas (24,46-53):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así estaba escrito: el Mesías
padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se
predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos,
comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que
mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de
la fuerza de lo alto.»
Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras
los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron
ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el
templo bendiciendo a Dios.
Palabra del Señor
CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant. Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a
vuestro Dios. Aleluya.
Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR
Lc 1, 68-79
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Subo a mi Padre y
a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Aleluya.
PRECES
Invoquemos, alegres, al Rey de la gloria, que
elevado sobre la tierra atrae a todos hacia sí, y aclamémoslo, diciendo:
Cristo, tú eres el rey de la gloria.
Señor Jesús, rey de la gloria, que, después de ofrecerte como oblación por
nuestros pecados, subiste victorioso hacia tu Padre, para sentarte a su
diestra,
lleva para siempre a la perfección a los que tú mismo has santificado.
Sacerdote eterno y ministro de la nueva alianza, que vives intercediendo
continuamente por nosotros,
salva al pueblo que pone en ti su esperanza.
Tú que, después de tu pasión, te manifestaste resucitado a tus discípulos y te
dejaste ver de ellos durante cuarenta días,
dígnate robustecer la debilidad de nuestra fe.
Tú que en el día de hoy prometiste dar a los apóstoles el Espíritu Santo, para
que fueran tus testigos hasta los confines del mundo,
fortifica, con la fuerza de este mismo Espíritu, el testimonio que nosotros
debemos dar de ti ante el mundo.
Se pueden añadir algunas intenciones libres
Llenos de fe, invoquemos juntos al Padre, repitiendo la oración que Cristo nos
enseñó:
Padre nuestro...
ORACION
Concédenos, Señor, rebosar de alegría al celebrar
la gloriosa ascensión de tu Hijo, y elevar a ti una cumplida acción de gracias,
pues el triunfo de Cristo es ya nuestra victoria y, ya que él es la cabeza de
la Iglesia, haz que nosotros, que somos su cuerpo, nos sintamos atraídos por
una irresistible esperanza hacia donde él nos precedió. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y
es Dios, por los siglos de los siglos. Amén
CONCLUSIÓN
V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos
lleve a la vida eterna.
R. Amén.
En el siglo de Giácomo Amoroso, italiano, laico de la Orden de los
Frailes Menores Capuchinos (1715-1787).
San Félix nació en la ciudad siciliana de Nicosia en el año 1715
con el nombre de Filippo Giácomo, provenía de una familia humilde y muy
religiosa. Al quedarse huérfano de padre, tuvo que trabajar desde niño de
zapatero para ayudar en el hogar, oficio que heredó de su difunto padre.
A los 20 años, pidió su admisión en el convento de los capuchinos
para que fuera aceptado como Lego, ya que, por ser analfabeto no podía ser
clérigo, en esta oportunidad fue rechazado. Sin renunciar por ello a sus
propósitos, el joven se entregó al trabajo, las plegarias y la mortificación,
renovando cada cierto tiempo su solicitud en el convento. Por fin, luego de
siete años fue admitido en 1743 en el convento de los capuchinos en Mistreta
luego de hablar personalmente con el padre provincial de Mesina que se
encontraba de visita en Nicosia.
Un año después hizo su profesión tomando el nombre de fray Félix
de Nicosia y fue llamado a su ciudad natal para ayudar al hermano limosnero en
sus rondas por la ciudad, aquí realizó un gran apostolado entre la gente de
todas las clases. Cada día recorría las calles y tocaba las puertas de los
ricos; siempre agradecía a cada uno, recibiera o no donativos, diciendo:
"Que sea por el amor de Dios".
A pesar de ser analfabeto, conocía muy bien las Sagradas
Escrituras y la Doctrina de la Iglesia, pues trataba de aprenderse los pasajes
bíblicos y textos de libros que se leían en el convento durante las comidas.
En privado, San Félix practicaba grandes austeridades y en público
su amor a Dios se manifestaba con la caridad y la obediencia. Éstas cualidades
atrajeron hacia él la atención de los fieles, que se encomendaban a sus
oraciones. Realizó curaciones milagrosas, sobretodo en la epidemia que sacudió
el pueblo de Cerami, en 1777. Curó también las enfermedades del espíritu,
convirtiendo a muchos pecadores, inclusive a algunos delincuentes presos, a
quienes el santo socorría con alimentos y con la Palabra de Dios.
Era muy devoto de la Eucaristía (se pasaba horas ante el
sagrario), la Virgen de los Dolores (llevó en su pecho durante treinta años una
estampa de la Virgen) y la Pasión de Cristo (pasaba mucho tiempo con los brazos
en cruz meditando el crucifijo).
Murió el 31 de mayo de 1787 en el convento de Nicosia, a la edad
de 78 años. Fue Beatificado el 12 de Febrero de 1888 por el Papa León XIII y
Canonizado el 23 de Octubre del 2005 por el Papa Benedicto XVI.
Oración
O San Félix, hijo de Sicilia, testimonio del amor de Cristo,
amante de la Bienaventurada Virgen María, un hermano entre hermanos
como San Francisco de Asís, custodio y protector de todos los buscadores
de Dios Él todavía lleva hoy en día, en el bolso, la paz y la prosperidad, amor
y esperanza de Dios.
San Félix, un hombre de silencio y de la escucha, intercede
ante el Padre, para regenerarnos, el Hijo para salvarnos, ante
el Espíritu para santificarnos y conseguirnos... (Pide una gracia)
Para que contigo podamos alabar al Señor para siempre. Amen.
Marcelino y Pedro se encuentran entre los Santos
romanos que se conmemoran diariamente en el canon de la Misa. Marcelino era sacerdote
en Roma durante el reinado de Diocleciano, mientras que Pedro según se afirma,
ejercía el exorcismo. Uno de los relatos que habla de la "pasión" de
estos mártires, cuenta que fueron aprehendidos y arrojados a la prisión, donde
mostraron un celo extraordinario en alentar a los fieles cautivos y catequizar
a los paganos. Marcelino y Pedro, fueron condenados a muerte por el magistrado
Sereno o Severo, quien ordenó que se les condujera en secreto a un bosque
llamado Selva Negra para que nadie supiera el lugar de su sepultura.
Allí se les cortó la cabeza. Sin embargo, el
secreto se divulgó, tal vez por el mismo verdugo que posteriormente se
convirtió al Cristianismo. Dos piadosas mujeres exhumaron los cadáveres y les
dieron correcta sepultura en la catacumba de San Tiburcio, sobre la Vía
Lavicana. El emperador Constantino mandó edificar una Iglesia sobre la tumba de
los mártires, y quiso que en ese sitio fuera sepultada su madre Santa Elena en
el año 827.
El Papa Gregorio IV donó los restos de estos Santos
a Eginhard, hombre de confianza de Carlomagno, para que las reliquias fueran
veneradas. Finalmente, los cuerpos de los mártires descansaron en el monasterio
de Selingestadt, a unos 22 km. de Francfort. Durante esta traslación, cuentan
algunos relatos, ocurrieron numerosos milagros.
Las personas oraban: "Marcelino y Pedro
poderosos protectores, escuchad nuestros clamores".
El acontecimiento
Esta solemnidad ha sido trasladada al domingo 7º de Pascua desde
su día originario, el jueves de la 6º semana de Pascua, cuando se cumplen los
cuarenta días después de la resurrección, conforme al relato de san Lucas en su
Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles; pero sigue conservando el
simbolismo de la cuarentena: como el Pueblo de Dios anduvo cuarenta días en su
Éxodo del desierto hasta llegar a la tierra prometida, así Jesús cumple su
Exodo pascual en cuarenta días de apariciones y enseñanzas hasta ir al Padre.
La Ascensión es un momento más del único misterio pascual de la muerte y
resurrección de Jesucristo, y expresa sobre todo la dimensión de exaltación y
glorificación de la naturaleza humana de Jesús como contrapunto a la
humillación padecida en la pasión, muerte y sepultura.
Al contemplar la ascensión de su Señor a la gloria del Padre, los
discípulos quedaron asombrados, porque no entendían las Escrituras antes del
don del Espíritu, y miraban hacia lo alto. Intervienen dos hombres vestidos de
blanco, es una teofanía, la misma de los dos hombres que Lucas describe en el
sepulcro (24,4). En ellos la Iglesia Madre judeo-cristiana veía acertadamente
la forma simbólica de la divina presencia del Padre, que son Cristo y el
Espíritu. Las palabras de los dos hombres son fundamentales: Galileos, ¿qué
hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para
subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse (Hechos 1,11). En un
exceso de amor semejante al que le llevó al sacrificio, el Señor volverá para
tomar a los suyos y para estar con ellos para siempre; y se mostrará como
imagen perfecta de Dios, como icono transformante por obra del Espíritu, para
volvernos semejantes a él, para contemplarlo tal como él es (1 Juan 3,1-12).
Contemplando en la liturgia el icono del Señor - sobre todo en la Eucaristía -
intuimos el rostro de Dios tal como es y como lo veremos eternamente. Y lo
invocamos para que venga ahora y siempre.
En el relato de este misterio según el Evangelio de san Mateo (28,19-20),
el Señor envía a los discípulos a proclamar y a realizar la salvación, según el
triple ministerio de la Iglesia: pastoral, litúrgico y magisterial: Id y haced
discípulos de todos los pueblos (por el anuncio profético y el gobierno
pastoral, formando y desarrollando la vida de la Iglesia), bautizándolos en el
nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo (aplicándoles la salvación,
introduciendo sacramentalmente en la Iglesia); y enseñándoles a guardar todo lo
que os he mandado (mediante el magisterio apostólico y la vida en la caridad,
el gran mandato). Se está cumpliendo el plan de Dios, y la salvación, anunciada
primero a Israel, es proclamada a todos los pueblos. En esta obra de conversión
universal, por larga y laboriosa que pueda ser, el Resucitado estará vivo y
operante en medio de los suyos: Y sabed que yo estoy con vosotros todos los
días hasta el fin del mundo.
El misterio
La lectura apostólica que propone la Iglesia interpreta
perfectamente el acontecimiento de la Ascensión del Señor, adentrándonos en el
misterio del ingreso del resucitado en el santuario celeste. Ahora podemos
decir con el canto del Santo que los cielos y la tierra están llenos de la
gloria de Dios (En Isaías 6,3 sólo se nombraba a la tierra). Ahora, con la
ascensión de la humanidad del Hijo de Dios, conmemorada en el misterio
litúrgico, sobre la que reposa la gloria del Padre, adorada por los ángeles,
también nosotros somos unidos por la gracia a esta alabanza eterna, en el cielo
y en la tierra. Estamos en el penúltimo momento del misterio pascual, antes de
la donación del Espíritu Santo al cumplirse los días de la cincuentena, el
Pentecostés.
La vida cristiana
Las oraciones de esta solemnidad piden que permanezcamos fieles a
la doble condición de la vida cristiana, orientada simultáneamente a las
realidades temporales y a las eternas. Esta es la vida en la Iglesia ,
comprometida en la acción y constante en la contemplación. Porque Cristo,
levantado en alto sobre la tierra, atrajo hacia sí a todos los hombres;
resucitando de entre los muertos envió a su Espíritu vivificador sobre sus
discípulos y por él constituyó a su Cuerpo que es la Iglesia, como sacramento
universal de salvación; estando sentado a la derecha del Padre, sin cesar actúa
en el mundo para conducir a los hombres a su Iglesia y por Ella unirlos a sí
más estrechamente y, alimentándolos con su propio Cuerpo y Sangre, hacerlos
partícipes de su vida gloriosa. Instruidos por la fe acerca del sentido de
nuestra vida temporal, al mismo tiempo, con la esperanza de los bienes futuros,
llevamos a cabo la obra que el Padre nos ha confiado en el mundo y labramos
nuestra salvación (Vaticano II, Lumen gentium 48).
Luego que el Señor Jesús se apareció a sus discípulos fue elevado
al cielo. Este acontecimiento marca la transición entre la gloria de Cristo
resucitado y la de Cristo exaltado a la derecha del Padre. Marca también la
posibilidad de que la humanidad entre al Reino de Dios como tantas veces lo
anunció Jesús. De esta forma, la ascensión del Señor se integra en el Misterio
de la Encarnación, que es su momento conclusivo.
Testigos de Cristo
La Ascensión de Cristo es también el punto de partida para
comenzar a ser testigos y anunciadores de Cristo exaltado que volvió al Padre
para sentarse a su derecha. El Señor glorificado continúa presente en el mundo
por medio de su acción en los que creen en su Palabra y dejan que el Espíritu
actúe interiormente en ellos. El mandato de Jesús es claro y vigente: "Id
al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación". Por ello, la
nueva presencia del Resucitado en su Iglesia hace que sus seguidores
constituyan la comunidad de vida y de salvación.
La fuerza del Evangelio
La Ascensión de Cristo al cielo no es el fin de su presencia entre
los hombres, sino el comienzo de una nueva forma de estar en el mundo. Su
presencia acompaña con signos la misión evangelizadora de sus discípulos.
La comunidad pospascual necesitó de un tiempo para reforzar su fe incipiente en
el Resucitado. La Ascensión es el fin de su visibilidad terrena y el inicio de
un nuevo tipo de presencia entre nosotros.
Misión de la Iglesia
San Lucas, después de escribir su Evangelio, emprende también con
la inspiración divina la tarea de redactar algo de lo que ocurrió después de
que Jesús resucitara y subiera a los cielos. Es la historia de los comienzos de
la Iglesia, esos tiempos fundacionales en los que el mensaje cristiano comienza
a proclamarse como una doctrina nueva y sorprendente que habría de transformar
al mundo entero. Así nos refiere que el Señor, antes de subir al trono de su
gloria y enviarles la fuerza avasalladora del Espíritu, se les aparece una y
otra vez durante cuarenta días, para fortalecerlos en la fe y encenderlos en la
caridad, para animarlos con la más viva esperanza.
Toma tu Cruz
Con la Ascensión, el mandato de Jesús cobra una fuerza singular;
se comprende el valor de la Pasión y la Muerte. Desde esa nueva perspectiva, la
Cruz era la fuerza y la sabiduría de Dios. Desde ese momento se podía hablar de
perdón y de conversión, sin dudar del amor y del poder divino de Jesús. Fue
posible predicar la conversión, exhortar a los hombres para que se
reconciliaran con Dios, lleno de misericordia. Con la Ascensión de Jesucristo
el camino está abierto, y los feligreses invitados a recorrerlo de la mano de
Él.
Oración
Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en
esta liturgia de alabanza, porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya
nuestra victoria, y donde nos ha precedido él, que es nuestra cabeza, esperamos
llegar también nosotros como miembros de su cuerpo. Por Jesucristo nuestro
Señor. Amén.
Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas:
1. Nos hallamos reunidos en torno al altar del Señor para celebrar
su Ascensión al cielo. Hemos escuchado sus palabras: "Cuando el Espíritu
Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos (...)
hasta los confines del mundo" (Hch 1, 8). Desde hace dos mil años estas
palabras del Señor resucitado impulsan a la Iglesia a adentrarse en el mar de
la historia, la hacen contemporánea de todas las generaciones, la transforman
en levadura de todas las culturas del mundo.
Las volvemos a escuchar hoy para acoger con renovado fervor la
orden "duc in altum rema mar adentro", que un día Jesús dio a san
Pedro: una orden que quise que resonara en toda la Iglesia con la carta
apostólica Novo millennio ineunte, y que a la luz de esta solemnidad litúrgica
cobra un significado más profundo aún. El altum hacia el que la Iglesia debe
dirigirse no es sólo un compromiso misionero más fuerte, sino también, y sobre
todo, un compromiso contemplativo más intenso. Como los Apóstoles, testigos de
la Ascensión, también nosotros estamos invitados a fijar nuestra mirada en el
rostro de Cristo, elevado al resplandor de la gloria divina.
Ciertamente, contemplar el cielo no significa olvidar la tierra.
Si nos viniera esta tentación, nos bastaría escuchar de nuevo a los "dos
hombres vestidos de blanco" de la página evangélica de hoy: "¿Qué
hacéis ahí plantados mirando al cielo?". La contemplación cristiana no nos
aleja del compromiso histórico. El "cielo" al que Jesús ascendió no
es lejanía, sino ocultamiento y custodia de una presencia que no nos abandona
jamás, hasta que él vuelva en la gloria. Mientras tanto, es la hora exigente
del testimonio, para que en el nombre de Cristo "se predique la conversión
y el perdón de los pecados a todos los pueblos" (cf. Lc 24, 47).
2. Precisamente para reavivar esta conciencia, quise convocar el
consistorio extraordinario que se concluye hoy. Los señores cardenales de todo
el mundo, a los que saludo con afecto fraterno, se han reunido conmigo durante
estos días para afrontar algunos de los temas más importantes para la
evangelización y el testimonio cristiano en el mundo actual, al comienzo de un
nuevo milenio. Para nosotros ha sido, ante todo, un momento de comunión, en el
que hemos experimentado un poco de la alegría que colmó el corazón de los
Apóstoles, después de que el Resucitado, bendiciéndolos, se separó de ellos
para subir al cielo. En efecto, dice san Lucas que, "después de adorarlo,
se volvieron a Jerusalén con gran alegría, y estaban siempre en el templo
bendiciendo a Dios" (Lc 24, 52-53).
La naturaleza misionera de la Iglesia hunde sus raíces en este
icono de los orígenes. Lleva impresos sus rasgos y vuelve a proponer su
espíritu. Vuelve a proponerlo comenzando por la experiencia de la alegría, que
el Señor Jesús prometió a cuantos lo aman: "Os he dicho esto, para que mi
gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado" (Jn 15, 11). Si nuestra
fe en el Señor resucitado es viva, nuestro corazón no puede menos de colmarse
de alegría, y la misión se configura como un "rebosar" de alegría,
que nos impulsa a llevar a todos la "buena nueva" de la salvación con
valentía, sin miedos ni complejos, incluso a costa del sacrificio de la vida.
La naturaleza misionera de la Iglesia, que parte de Cristo,
encuentra apoyo en la colegialidad episcopal, y es estimulada por el Sucesor de
Pedro, cuyo ministerio tiende a promover la comunión en la Iglesia,
garantizando la unidad de todos los fieles en Cristo.
3. Precisamente esta experiencia convirtió a san Pablo en el
"Apóstol de los gentiles", llevándolo a recorrer gran parte del mundo
entonces conocido, bajo el impulso de una fuerza interior que lo obligaba a
hablar de Cristo: "Vae mihi est si non evangelizavero" "¡Ay de
mí si no predicara el Evangelio!" (1 Co 9, 16). También yo, en mi reciente
peregrinación apostólica a Grecia, Siria y Malta, quise ir tras sus huellas,
como completando, de este modo, mi peregrinación jubilar.
Experimenté en ella la alegría de compartir con afectuosa
admiración algunos aspectos de la vida de nuestros amadísimos hermanos
católicos orientales, y de ver abrirse nuevas perspectivas ecuménicas en las
relaciones con nuestros también muy amados hermanos ortodoxos: con la ayuda de
Dios se dieron pasos muy significativos hacia la anhelada meta de la comunión
plena.
El encuentro con los musulmanes fue asimismo muy hermoso. Como en
la peregrinación, tan anhelada, a la tierra del Señor, que realicé durante el
gran jubileo, tuve la ocasión de destacar los vínculos particulares de nuestra
fe con la del pueblo judío, igualmente fue muy intenso el momento de diálogo
con los creyentes del islam. En efecto, el concilio Vaticano II nos enseñó que
el anuncio de Cristo, único Salvador, no nos impide, sino que, al contrario,
nos sugiere pensamientos y gestos de paz hacia los creyentes que pertenecen a
otras religiones (cf. Nostra aetate, 2).
4. "Seréis mis testigos". Estas palabras que Jesús
dirigió a los Apóstoles antes de la Ascensión explican bien el sentido de la
evangelización de siempre, pero, de modo especial, resultan sumamente actuales
en nuestro tiempo. Vivimos en una época en que sobreabunda la palabra, repetida
hasta la saciedad por los medios de comunicación social, que ejercen tanto
influjo sobre la opinión pública, para bien y para mal. Pero lo que necesitamos
es la palabra rica en sabiduría y santidad. Por eso en la Novo millennio
ineunte escribí que "la perspectiva en la que debe situarse el camino
pastoral es la santidad" (n. 30), cultivada en la escucha de la palabra de
Dios, la oración y la vida eucarística, especialmente durante la celebración
semanal del dies Domini. Sólo gracias al testimonio de cristianos
verdaderamente comprometidos a vivir de modo radical el Evangelio, el mensaje
de Cristo puede abrirse camino en nuestro mundo.
La Iglesia afronta hoy enormes desafíos, que ponen a prueba la
confianza y el entusiasmo de los heraldos. Y no se trata sólo de problemas
"cuantitativos", debidos al hecho de que los cristianos constituyen
una minoría, mientras el proceso de secularización sigue erosionando la
tradición cristiana incluso en países de antigua evangelización. Los problemas
más graves derivan de una transformación general del horizonte cultural,
dominado por el primado de las ciencias experimentales inspiradas en los
criterios de la epistemología científica. El mundo moderno, incluso cuando se
muestra sensible a la dimensión religiosa y parece redescubrirla, acepta a lo
sumo la imagen de Dios creador, mientras que le resulta difícil aceptar -como
sucedió con los oyentes de san Pablo en el areópago de Atenas (cf. Hch 17,
32-34)- el scandalum crucis (cf. 1 Co 1, 23), el "escándalo" de un
Dios que por amor entra en nuestra historia y se hace hombre, muriendo y
resucitando por nosotros. Es fácil intuir el desafío que esto implica para las
escuelas y las universidades católicas, así como para los centros de formación
filosófica y teológica de los candidatos al sacerdocio, lugares en los que es
preciso impartir una preparación cultural que esté a la altura del momento
cultural actual.
Otros problemas derivan del fenómeno de la globalización, que,
aunque ofrece la ventaja de acercar a los pueblos y las culturas, haciendo más
accesible a todos un sinfín de mensajes, no facilita el discernimiento y una
síntesis madura, sino que favorece una actitud relativista, que hace aún más
difícil aceptar a Cristo como "camino, verdad y vida" (Jn 14, 6) para
todo hombre.
¿Y qué decir de cuanto está emergiendo en el ámbito de los
interrogantes morales? Hoy más que nunca, sobre todo en el campo de los grandes
temas de la bioética, la justicia social, la institución familiar y la vida
conyugal, la humanidad se siente interpelada por problemas formidables, que ponen
en tela de juicio su mismo destino.
El consistorio ha reflexionado ampliamente sobre algunos de estos
problemas, realizando análisis profundos y proponiendo soluciones meditadas.
Diversas cuestiones se volverán a abordar en el próximo Sínodo de los obispos,
que, como ha quedado demostrado, es un instrumento valioso y eficaz de la
colegialidad episcopal, al servicio de las Iglesias particulares. Venerados
hermanos cardenales, os agradezco la magnífica contribución que acabáis de dar:
quiero aprovecharla para sacar oportunas indicaciones operativas, a fin de que
la acción pastoral y evangelizadora en toda la Iglesia aumente su espíritu
misionero, con plena conciencia de los desafíos actuales.
5. El misterio de la Ascensión nos abre hoy el horizonte ideal
desde el que se ha de enfocar este compromiso. Es, ante todo, el horizonte de
la victoria de Cristo sobre la muerte y el pecado. Asciende al cielo como rey
de amor y paz, fuente de salvación para la humanidad entera. Asciende para
"ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros", como hemos escuchado
en la lectura de la carta a los Hebreos (Hb 9, 24). La palabra de Dios nos
invita a tener confianza: "es fiel quien hizo la promesa" (Hb 10,
23).
También nos da fuerza el Espíritu, que Cristo derramó sin medida.
El Espíritu es el secreto de la Iglesia de hoy, como lo fue para la Iglesia de
la primera hora. Estaríamos condenados al fracaso si no siguiera siendo eficaz
en nosotros la promesa que Jesús hizo a los primeros Apóstoles: "Yo os
enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que
os revistáis de la fuerza de lo alto" (Lc 24, 49). El Espíritu, Cristo, el
Padre: ¡toda la Trinidad está comprometida con nosotros!
Sí, mis queridos hermanos y hermanas, no estaremos solos cuando
recorramos el camino que nos espera. Nos acompañan los sacerdotes, los
religiosos y los laicos, jóvenes y adultos, comprometidos a fondo para dar a la
Iglesia, siguiendo el ejemplo de Jesús, un rostro de pobreza y misericordia,
especialmente hacia los necesitados y los marginados, un rostro iluminado por
el testimonio de la comunión en la verdad y en el amor. No estaremos solos,
sobre todo porque con nosotros estará la santísima Trinidad. Los compromisos
que encomendé como consigna a toda la Iglesia en la Novo millennio ineunte, así
como los problemas sobre los que ha reflexionado el consistorio, no los
afrontaremos sólo con nuestras fuerzas humanas, sino con la fuerza que viene
"de lo alto". Esta es la certeza que se alimenta continuamente en la
contemplación de Cristo elevado al cielo. Fijando en él nuesta mirada,
aceptemos de buen grado la exhortación de la carta a los Hebreos a
"mantenernos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien
hizo la promesa" (Hb 10, 23).
Nuestro renovado compromiso se hace canto de alabanza, a la vez
que con las palabras del Salmo indicamos a todos los pueblos del mundo a Cristo
resucitado y elevado al cielo: "Pueblos todos, batid palmas, aclamad a
Dios con gritos de júbilo. (...) Dios es el rey del mundo" (Sal 47, 1. 8).
Por tanto, con renovada confianza, "rememos mar adentro"
en su nombre.
Jueves 24 de mayo de 2001