Laudes
- SÁBADO III SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO 2019
El siguiente es el formulario que corresponde a
laudes de la liturgia de las horas para el día del sábado, 2 de febrero
de 2019.
Notas
- Si el
Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:
Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón
de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi
entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y
devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la
presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
- El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la
oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien
a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
- Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una
sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al
final de cada estrofa.
V. Señor, ábreme los
labios.
R. Y mi boca proclamará tu
alabanza.
Antifona: Del Señor es la tierra y cuanto la
llena; venid, adorémosle.
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Salmo 94
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Salmo 99
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Salmo 66
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Salmo 23
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día,
mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid,
aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona) Del Señor es la tierra y
cuanto la llena; venid, adorémosle
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona) Del Señor es la tierra y
cuanto la llena; venid, adorémosle
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona) Del Señor es la tierra y
cuanto la llena; venid, adorémosle
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona) Del Señor es la tierra y
cuanto la llena; venid, adorémosle
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona) Del Señor es la tierra y cuanto
la llena; venid, adorémosle
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona) Del Señor es la tierra y
cuanto la llena; venid, adorémosle
Al filo de los
gallos,
viene la aurora
los temores se alejan
como las sombras.
¡Dios, Padre nuestro,
en tu nombre dormimos
y amanecemos!
Como luz nos visitas,
Rey de los hombres,
como amor que vigila
siempre de noche;
cuando el que duerme,
bajo el signo del sueño,
prueba la muerte.
Del sueño del pecado
nos resucitas,
y es señal de tu gracia
la luz amiga.
¡Dios que nos velas!
Tú nos sacas por gracia
de las tinieblas.
Gloria al Padre, y al Hijo,
gloria al Espíritu,
al que es paz, luz y vida,
al Uno y Trino;
gloria a su nombre
y al misterio divino
que nos lo esconde.
Amén.
Salmodia
Antífona 1: Tú,
Señor, estás cerca, y todos tus mandatos son estables.
Salmo 118, 145-152
XIX (Coph)
Te invoco de todo
corazón:
respóndeme, Señor, y guardaré tus leyes;
a ti grito: sálvame,
y cumpliré tus decretos;
me adelanto a la aurora pidiendo auxilio,
esperando tus palabras.
Mis ojos se adelantan a las vigilias,
meditando tu promesa;
escucha mi voz por tu misericordia,
con tus mandamientos dame vida;
ya se acercan mis inicuos perseguidores,
están lejos de tu voluntad.
Tú, Señor, estás cerca,
y todos tus mandatos son estables;
hace tiempo comprendí que tus preceptos
los fundaste para siempre.
Antífona 2: Mándame
tu sabiduría, Señor, para que me asista en mis trabajos.
Sb 9,1-6.9-11
Dame, Señor, la sabiduría
Os daré palabras y sabiduría a las que no podrá
hacer frente… ningún adversario vuestro. (Lc 21,15)
Dios de los padres
y Señor de la misericordia,
que con tu palabra hiciste todas las cosas,
y en tu sabiduría formaste al hombre,
para que dominase sobre tus criaturas,
y para regir el mundo con santidad y justicia,
y para administrar justicia con rectitud de corazón.
Dame la sabiduría asistente de tu trono
y no me excluyas del número de tus siervos,
porque siervo tuyo soy, hijo de tu sierva,
hombre débil y de pocos años,
demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes.
Pues, aunque uno sea perfecto
entre los hijos de los hombres,
sin la sabiduría, que procede de ti,
será estimado en nada.
Contigo está la sabiduría, conocedora de tus obras,
que te asistió cuando hacías el mundo,
y que sabe lo que es grato a tus ojos
y lo que es recto según tus preceptos.
Mándala de tus santos cielos,
y de tu trono de gloria envíala,
para que me asista en mis trabajos
y venga yo a saber lo que te es grato.
Porque ella conoce y entiende todas las cosas,
y me guiará prudentemente en mis obras,
y me guardará en su esplendor.
Antífona 3: La
fidelidad del Señor dura por siempre.
Salmo 116
Invitación universal a la alabanza divina
Los gentiles alaban a Dios por su misericordia (cf.
Rm 15,9)
Alabad al Señor,
todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos.
Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre.
Lectura Breve
Flp 2,14-15
Cualquier cosa que
hagáis, sea sin protestas ni discusiones: así seréis irreprochables y límpidos,
hijos de Dios sin tacha, en medio de una gente torcida y depravada, entre la
cual brilláis como lumbreras del mundo.
Responsorio Breve
R. A
ti grito, Señor: * Tú eres mi refugio. A ti grito.
V. Y mi lote en el país de
la vida. * Tú eres mi refugio. Gloria al Padre. A ti grito.
Lecturas
Primera Lectura
De la carta a los
Romanos 11, 13-24
SI LA RAÍZ ES SANTA,
OTRO TANTO LO SERÁN LAS RAMAS
Os digo, pues, a
vosotros, los gentiles: Por ser yo verdaderamente apóstol de los gentiles, hago honor a mi ministerio, pero es con la esperanza de despertar
celos en los de mi raza y salvar a alguno de ellos. Porque si su reprobación ha sido la
reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos? Y si
las primicias son santas, también la masa; y si la raíz es santa también las ramas.
Que si
algunas ramas fueron desgajadas, mientras tú -olivo silvestre-fuiste injertado
entre ellas, hecho participe con ellas de la raíz y de la savia del olivo, no te engrías
contra las ramas. Y si te engríes, sábete que no eres tú quien sostiene la raíz, sino la raíz que
te sostiene. Pero dirás: Las ramas fueron desgajadas para que yo fuera injertado. ¡Muy bien! Por
su
incredulidad fueron desgajadas, mientras tú, por la fe te mantienes. ¡No te
engrías!; más bien, teme. Que si Dios no perdonó a las ramas naturales, no sea que tampoco a
ti te perdone. Así pues, considera la bondad y la severidad de Dios: severidad con
los que cayeron, bondad contigo, si es que te mantienes en la bondad; que si no,
también tú serás desgajado. En cuanto a ellos, si no se obstinan en la incredulidad, serán
injertados; que poderoso es Dios para injertarlos de nuevo. Porque si tú fuiste cortado del
olivo silvestre que eras por naturaleza, para ser injertado contra tu natural en un
olivo cultivado, ¡con cuánta más razón ellos, según su naturaleza, serán injertados en su propio
olivo!
Responsorio Cf. Rm 11, 23; 2 Co 3, 16
R. Los
que cayeron, si no siguen aferrados a su incredulidad, serán también
injertados; *
que poderoso es Dios para injertarlos de nuevo.
V. Cuando se vuelvan al
Señor, será descorrido el velo de sus corazones.
R. Que poderoso es Dios
para injertarlos de nuevo.
Segunda Lectura
De la Constitución
pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del
Concilio Vaticano segundo
(Núms. 18. 22)
EL MISTERIO DE LA
MUERTE
El enigma de la
condición humana alcanza su vértice en presencia de la muerte. El hombre no sólo es torturado por el dolor y la progresiva disolución de su
cuerpo, sino también, y mucho más, por el temor de un definitivo aniquilamiento. El ser
humano piensa muy certeramente cuando, guiado por un instinto de su corazón, detesta y
rechaza la hipótesis de una total ruina y de una definitiva desaparición de su
personalidad. La semilla
de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia, se subleva
contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no
logran acallar esta ansiedad del hombre: pues la prolongación de una longevidad
biológica no puede satisfacer esa hambre de vida ulterior que, inevitablemente, lleva
enraizada en su corazón.
Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, adoctrinada por
la divina revelación, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz
que sobrepasa las fronteras de la mísera vida terrestre. Y la fe cristiana enseña
que la misma muerte corporal, de la que el ser humano estaría libre si no hubiera cometido
el pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al
hombre la salvación perdida por su culpa. Dios llamó y llama al hombre para que, en la
perpetua
comunión de la incorruptible vida divina, se adhiera a él con toda la plenitud
de su ser. Y esta victoria la consiguió Cristo resucitando a la vida y liberando al hombre
de la muerte con su propia muerte. La fe, por consiguiente, apoyada en sólidas razones, está
en condiciones de dar a todo hombre reflexivo la respuesta al angustioso
interrogante sobre su porvenir; y, al mismo tiempo, le ofrece la posibilidad de una comunión en
Cristo con los seres queridos, arrebatados por la muerte, confiriendo la esperanza de que
ellos han alcanzado ya en Dios la vida verdadera.
Ciertamente, urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar contra el
mal, a través de muchas tribulaciones de sufrir la muerte; pero, asociado al misterio pascual
y configurado con la muerte de Cristo, podrá ir al encuentro de la resurrección
robustecido por la esperanza.
Todo esto es válido no sólo para los que creen en Cristo, sino para todos los
hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de un modo invisible; puesto
que Cristo murió por todos y una sola es la vocación última de todos los hombres, es
decir, la vocación divina, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la
posibilidad de que, de un modo que sólo Dios conoce, se asocien a su misterio pascual. Éste es el gran misterio del hombre, que, para los creyentes, está iluminado
por la revelación cristiana. Por consiguiente, en Cristo y por Cristo se ilumina el
enigma del dolor
y de la muerte, que, fuera de su Evangelio, nos aplasta. Cristo resucitó,
venciendo a la muerte con su muerte, y nos dio la vida, de modo que, siendo hijos de Dios en
el Hijo, podamos clamar en el Espíritu: "¡Abba!" (Padre).
Responsorio Sal 26, 1; 22, 4
R. El
Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? * El
Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?
V. Aunque camine por
cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo.
R. El Señor
es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas
(2,22-40):
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres
de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo
escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor»,
y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o
dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre
justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo
moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la
muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al
templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto
por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor,
según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han
visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para
alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para
que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así
quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará
el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una
mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda
hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a
Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios
y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y,
cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a
Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se
llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Palabra del Señor
Canto Evangélico
Antifona: Ilumina,
Señor, a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte.
Benedictus Lc 1,
68-79
El Mesías y su
precursor
+
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y
al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Preces
Invoquemos a Dios,
que colocó a María, madre de Cristo, por encima de todas las criaturas
celestiales y terrenas, diciendo con filial confianza:
'Mira a la Madre de tu Hijo y escúchanos'.
Padre de misericordia, te damos gracias porque nos has dado a María como Madre
y ejemplo;
—santifícanos, por su intercesión.
'Mira a la Madre de tu Hijo y escúchanos'
Tú que hiciste que María meditara tus palabras, guardándolas en su corazón, y
fuera siempre fidelísima esclava tuya,
—por su intercesión, haz que también nosotros seamos, de verdad, siervos y
discípulos de tu Hijo.
'Mira a la Madre de tu Hijo y escúchanos'
Tú que quisiste que María concibiera por obra del Espíritu Santo,
—por intercesión de María, otórganos los frutos de este mismo Espíritu.
'Mira a la Madre de tu Hijo y escúchanos'
Tú que diste fuerza a María para permanecer junto a la cruz, y la llenaste de
alegría con la resurrección de tu Hijo,
—por intercesión de María, confórtanos en la tribulación y reanima nuestra
esperanza.
'Mira a la Madre de tu Hijo y escúchanos'
Concluyamos nuestras súplicas con la oración que el mismo Señor nos enseñó:
Padre nuestro.
Padre Nuestro
Padre nuestro, que
estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal.
Oración
Oremos:
Oh Dios, fuente y
origen de nuestra salvación, haz que, mientras dura nuestra vida aquí en la
tierra, te alabemos incesantemente y podamos así participar un día en la
alabanza eterna del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y
reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los
siglos.
Amén.
Conclusión
Si preside el obispo, es conveniente que éste
bendiga al pueblo con la bendición solemne:
V. El
Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.
V. Que la paz de Dios, que
sobrepasa todo anhelo y esfuerzo humano, custodie vuestro corazón y vuestra
inteligencia en el amor y conocimiento de Dios y de su Hijo Jesucristo, nuestro
Señor.
R. Amén.
V. La bendición de Dios
todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros.
R. Amén.
Si preside un presbítero o un diácono, bendice al
pueblo como el obispo, o bien con la bendición común:
V. El
Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.
V. La bendición de Dios
todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros.
R. Amén.
Si se despide a la comunidad, se añade la
invitación:
V. Podéis
ir en paz.
R. Demos gracias a Dios.
En el rezo individual o en una celebración
comunitaria presidida por un ministro no ordenado, se dice:
V. El
Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.