Musica Para el Alma

lunes, 30 de diciembre de 2024

GOTAS DE MISERICORDIA


 

JUAN 1,1-18 CICLO C


 

Lecturas del Día VII dentro de la Octava de la Natividad del Señor. San Silvestre I, papa

31 Dic 2024

Evangelio

*Comienzo del santo evangelio según san Juan (1,1-18)*

 

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: «El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.»» Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha contado.

 

Palabra del Señor

 

*Que la Paz del Señor llegue primero a vuestros corazones antes que mis palabras*

 

(Pero a cuantos la recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios).

*Esta lectura para mí, tiene su centro en el amor y en la misericordia del Dios creador, el Dios que hace que las cosas sucedan. Juan el Bautista, nunca se cansó de gritar: Arrepentíos y convertíos. Dios, manda a su hijo a mi vida con la firme y clara decisión de hacerme su hijo por adopción, e hizo que la palabra se hiciera carne y pudiera habitar dentro de mi corazón. La buena noticia para mí es que el Señor, a todos los que desean recibir "A su Hijo, y Su Palabra" les da poder de ser hijo de Dios. El Señor, atreves de su hijo me hace una invitación para que me decida de una vez y para siempre entrar en la gracia de amar su voluntad*.

 

*El que desea y quiere amar, con el corazón según el Señor: llegará a ser, Santo*

 

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.


R. Amén.

LAS LAUDES DEL MARTES 31


 

*LAS LAUDES Y LAS VISPERAS*

 

Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén

 

 

*Laudes - 31 de diciembre 2024*

 

El siguiente es el formulario que corresponde a laudes de la liturgia de las horas para el día, martes, 31 de diciembre de 2024.

 

*Oficio de Lectura - San Silvestre I, Papa 2024*

 

Elegido obispo de la sede romana en el año 314, gobernó la Iglesia durante el imperio de Constantino el Grande. El cisma donatista y el error arriano ocasionaron grandes tribulaciones a la Iglesia durante este tiempo. Murió el año 355 y fue sepultado en el cementerio de Priscila, en la vía Salaria.

 

 

Invitatorio

 

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

 

Antifona: A Cristo, que por nosotros ha nacido, venid, adorémosle.

 

Salmo 94

 

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

 

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

 

(Se repite la antífona)

 

Laudes

 

Himno

 

Entonad los aires
con voz celestial:
«Dios niño ha nacido
pobre en un portal.»

Anúnciale el ángel
la nueva al pastor,
que niño ha nacido
nuestro Salvador.

Adoran pastores
en sombras al Sol,
que niño ha nacido,
de una Virgen, Dios.

 

Haciéndose hombre,
al hombre salvó;
un niño ha nacido,
ha nacido Dios. Amén.

 

Salmodia

 

Antífona 1: Envíame, Señor, tu luz y tu verdad.

 

Salmo 42

Deseo del templo

Yo he venido al mundo como luz. (Jn 12,46)

 

Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa
contra gente sin piedad,
sálvame del hombre traidor y malvado.

Tú eres mi Dios y protector,
¿por qué me rechazas?,
¿por qué voy andando sombrío,
hostigado por mi enemigo?

Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada.

Que yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
que te dé gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío.

¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío.»

 

Antífona 2: Protégenos, Señor, todos los días de nuestra vida.

 

Is 38,10-14.16b-20

Angustias de un moribundo y alegría de la curación

Yo soy el que vive; estaba muerto, y tengo las llaves de la muerte. (Ap 1,18)

 

Yo pensé: «En medio de mis días
tengo que marchar hacia las puertas del abismo;
me privan del resto de mis años.»

Yo pensé: «Ya no veré más al Señor
en la tierra de los vivos,
ya no miraré a los hombres
entre los habitantes del mundo.

Levantan y enrollan mi vida
como una tienda de pastores.
Como un tejedor, devanaba yo mi vida,
y me cortan la trama.»

Día y noche me estás acabando,
sollozo hasta el amanecer.
Me quiebras los huesos como un león,
día y noche me estás acabando.

Estoy piando como una golondrina,
gimo como una paloma.
Mis ojos mirando al cielo se consumen:
¡Señor, que me oprimen, sal fiador por mí!

Me has curado, me has hecho revivir,
la amargura se me volvió paz
cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía
y volviste la espalda a todos mis pecados.

El abismo no te da gracias,
ni la muerte te alaba,
ni esperan en tu fidelidad
los que bajan a la fosa.

Los vivos, los vivos son quienes te alaban:
como yo ahora.
El padre enseña a sus hijos tu fidelidad.

Sálvame, Señor, y tocaremos nuestras arpas
todos nuestros días en la casa del Señor.

 

Antífona 3: Oh Dios, tú mereces un himno en Sión.

 

Salmo 64

 

Solemne acción de gracias

Cuando se habla de Sión debe entenderse de la ciudad eterna. (Orígenes)

 

Oh Dios, tú mereces un himno en Sión,
+ y a ti se te cumplen los votos,
porque tú escuchas las súplicas.

A ti acude todo mortal
a causa de sus culpas;
nuestros delitos nos abruman,
pero tú los perdonas.

Dichoso el que tú eliges y acercas
para que viva en tus atrios:
que nos saciemos de los bienes de tu casa,
de los dones sagrados de tu templo.

Con portentos de justicia nos respondes,
Dios, salvador nuestro;
tú, esperanza del confín de la tierra
y del océano remoto;

tú que afianzas los montes con tu fuerza,
ceñido de poder;
tú que reprimes el estruendo del mar,
el estruendo de las olas
y el tumulto de los pueblos.

Los habitantes del extremo del orbe
se sobrecogen ante tus signos,
y a las puertas de la aurora y del ocaso
las llenas de júbilo.

Tú cuidas de la tierra, la riegas
y la enriqueces sin medida;
la acequia de Dios va llena de agua,
preparas los trigales;

riegas los surcos, igualas los terrones,
tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus brotes;
coronas el año con tus bienes,
tus carriles rezuman abundancia;

rezuman los pastos del páramo,
y las colinas se orlan de alegría;
las praderas se cubren de rebaños,
y los valles se visten de mieses,
que aclaman y cantan.

 

Lectura Breve

 

Is 4, 2-3

Aquel día, el vástago del Señor será joya y gloria, fruto del país, honor y ornamento para
los supervivientes de Israel. A los que queden en Sión, a los restantes en Jerusalén, los
llamarán santos: serán inscritos para vivir en Jerusalén.

 

Responsorio Breve

 

V. El Señor revela su salvación. Aleluya, aleluya.
R. El Señor revela su salvación. Aleluya, aleluya.
V. Los confines de la tierra la han contemplado.
R. Aleluya, aleluya.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. El Señor revela su salvación. Aleluya, aleluya.

 

 

V. En estos tiempos, que son los últimos, nos ha hablado Dios por medio de su Hijo.
R. Por quien creó los mundos.

 

Lecturas

 

Primera Lectura

Del libro del Cantar de los cantares 2, 8-3, 5

 

LA ESPOSA HA OÍDO LA VOZ DEL ESPOSO, Y LO BUSCA

 

¡Escucho una voz...! Es mi amado que ya llega, saltando sobre los montes, brincando
por las colinas. Es mi amado semejante a un venado, a un ágil cervatillo. Vedle aquí ya
apostado detrás de nuestra cerca, mirando por las ventanas, atisbando por las rejas.
Empieza a hablar mi amado y me dice:
«Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven. Porque, mira, ya ha pasado el invierno, ya
han cesado las lluvias y se han ido. Brotan flores en los campos, el tiempo de canciones
ha llegado, ya el arrullo de la tórtola se ha escuchado en nuestra tierra. Apuntan ya los
higos en la higuera, y las viñas en flor exhalan sus perfumes. ¡Levántate, amada mía,
hermosa mía, y ven! Paloma mía que anidas en los huecos de la peña, en las grietas del
barranco, déjame escuchar tu voz, permíteme ver tu rostro, porque es muy dulce tu
hablar y gracioso tu semblante.»
Cazadnos las raposas, las raposas pequeñitas, que destrozan nuestras viñas, nuestras
viñas florecidas. Mi amado es para mí, y yo para él; él pastorea entre azucenas. Mientras

sopla la brisa y las sombras se alargan, retorna, amado mío, imita al cervatillo por montes
y quebradas.
En mi cama, por la noche, buscaba al amor de mi alma: lo busqué, y no lo encontré.
Me levanté y recorrí la ciudad por las calles y las plazas, buscando al amor de mi alma; lo
busqué, y no lo encontré. Me han encontrado los guardias que rondan por la ciudad:
«¿Visteis al amor de mi alma?»
Pero, apenas los pasé, encontré al amor de mi alma: lo abracé y ya no lo soltaré, hasta
entrarlo en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me llevó en sus entrañas.
¡Muchachas de Jerusalén, por las ciervas y las gacelas de los campos, os conjuro que
no vayáis a molestar, que no despertéis al amor, hasta que él quiera!

 

Responsorio Ct 2, 10. 14; Sal 44, 11. 12

 

R. Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven; * es muy dulce tu hablar y gracioso tu
semblante.
V. Escucha, hija, mira: inclina el oído; prendado está el rey de tu belleza.
R. Es muy dulce tu hablar y gracioso tu semblante.

 

Segunda Lectura

 

De los sermones de san León Magno, papa
(Sermón 6 en la Natividad del Señor, 2-3. 5: PL 54, 213-216)

EL NACIMIENTO DEL SEÑOR ES EL NACIMIENTO DE LA PAZ

 

Aunque aquella infancia, que la majestad del Hijo de Dios se dignó hacer suya, tuvo
como continuación la plenitud de una edad adulta, y, después del triunfo de su pasión y
resurrección, todas las acciones de su estado de humildad, que el Señor asumió por
nosotros, pertenecen ya al pasado, la festividad de hoy renueva ante nosotros los
sagrados comienzos de Jesús, nacido de la Virgen María; de modo que, mientras
adoramos el nacimiento de nuestro Salvador, resulta que estamos celebrando nuestro
propio comienzo.
Efectivamente, la generación de Cristo es el comienzo del pueblo cristiano, y el
nacimiento de la cabeza lo es al mismo tiempo del cuerpo.
Aunque cada uno de los que llama el Señor a formar parte de su pueblo sea llamado en
un tiempo determinado y aunque todos los hijos de la Iglesia hayan sido llamados cada
uno en días distintos, con todo, la totalidad de los fieles, nacida en la fuente bautismal, ha
nacido con Cristo en su nacimiento, del mismo modo que ha sido crucificada con Cristo en
su pasión, ha sido resucitada en su resurrección y ha sido colocada a la derecha del Padre
en su ascensión.
Cualquier hombre que cree —en cualquier parte del mundo—, y se regenera en Cristo,
una vez interrumpido el camino de su vieja condición original, pasa a ser un nuevo
hombre al renacer; y ya no pertenece a la ascendencia de su padre carnal, sino a la
simiente del Salvador, que se hizo precisamente Hijo del hombre, para que nosotros
pudiésemos llegar a ser hijos de Dios.
Pues si él no hubiera descendido hasta nosotros revestido de esta humilde condición,
nadie hubiera logrado llegar hasta él por sus propios méritos.
Por eso, la misma magnitud del beneficio otorgado exige de nosotros una veneración
proporcionada a la excelsitud de esta dádiva. Y, como el bienaventurado Apóstol nos
enseña, no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que procede de Dios,
a fin de que conozcamos lo que Dios nos ha otorgado; y el mismo Dios sólo acepta como
culto piadoso el ofrecimiento de lo que él nos ha concedido.

¿Y qué podremos encontrar en el tesoro de la divina largueza tan adecuado al honor de
la presente festividad como la paz, lo primero que los ángeles pregonaron en el
nacimiento del Señor?
La paz es la que engendra los hijos de Dios, alimenta el amor y origina la unidad, es el
descanso de los bienaventurados y la mansión de la eternidad. El fin propio de la paz y su
fruto específico consiste en que se unan a Dios los que el mismo Señor separa del mundo.
Que los que no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de
Dios, ofrezcan, por tanto, al Padre la concordia que es propia de hijos pacíficos, y que
todos los miembros de la adopción converjan hacia el Primogénito de la nueva creación,
que vino a cumplir la voluntad del que le enviaba y no la suya: puesto que la gracia del
Padre no adoptó como herederos a quienes se hallaban en discordia e incompatibilidad,
sino a quienes amaban y sentían lo mismo. Los que han sido reformados de acuerdo con
una sola imagen deben ser concordes en el espíritu.
El nacimiento del Señor es el nacimiento de la paz: y así dice el Apóstol: Él es nuestra
paz; él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, ya que, tanto los judíos como los
gentiles, por su medio podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu.

 

Responsorio Ef 2, 13-14. 17

 

R. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos. * Él es nuestra
paz; él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa.
V. Y, cuando vino, anunció la buena nueva de la paz: paz a vosotros, los que estabais
lejos, y paz a los que estaban cerca.
R. Él es nuestra paz; él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa.

 

Lecturas del Día VII dentro de la Octava de la Natividad del Señor. San Silvestre I, papa

31 Dic 2024

Evangelio

*Comienzo del santo evangelio según san Juan (1,1-18)*

 

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: «El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.»» Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha contado.

 

Palabra del Señor

 

Canto Evangélico

 

Antifona: Se dejó ver con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios,
cantando: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.»
Aleluya.

 

Benedictus Lc 1, 68-79

El Mesías y su precursor

 

+ Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

 

Preces

 

Oremos a Cristo, cuya gracia ha aparecido a todos los hombres, y digámosle con humilde confianza:

 

Señor, ten piedad de nosotros.

 

Oh Cristo, nacido del Padre antes de todos los siglos, reflejo de su gloria e impronta de su ser, que sostienes el universo con tu palabra, — te pedimos que vivifiques nuestro día con tu Evangelio.

 

Tú que naciste en el momento culminante de la historia, para salvación del género humano y liberación de toda criatura, — concede a todos los hombres la verdadera libertad.

 

Tú que, siendo Hijo consubstancial del Padre, engendrado antes de la aurora quisiste nacer en Belén, para que se cumplieran las Escrituras, — haz que tu Iglesia realice los planes del Padre viviendo en pobreza.

 

Tú que eres Dios y hombre, Señor de David y también hijo suyo, miembro del pueblo de Israel y enviado a todas las naciones, — haz que Israel te reconozca como su Mesías y que los pueblos de la tierra entren en tu Iglesia.

 

Aquí se pueden añadir algunas intenciones libres.

 

Alegres porque Jesucristo nos ha hecho hijos de Dios, digamos: Padre nuestro.

 

Padre Nuestro

 

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal.

 

Oración

 

Dios todopoderoso y eterno, que has establecido el principio y la plenitud de toda religión
en el nacimiento de tu Hijo Jesucristo, te suplicamos nos concedas la gracia de ser
contados entre los miembros vivos de su Cuerpo, porque sólo en él radica la salvación del
mundo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

 

Amén.

 

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

LAS LECTURAS DEL MARTES 31 DE DICIEMBRE 2024


 

Lecturas del Día VII dentro de la Octava de la Natividad del Señor. San Silvestre I, papa

31 Dic 2024

Primera Lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (2,18-21):

 

Hijos míos, es el momento final. Habéis oído que iba a venir un Anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es el momento final. Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros. En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis. Os he escrito, no porque desconozcáis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira viene de la verdad.

 

Palabra de Dios

 

Salmo

Sal 95, 1-2. 11-12. 13-14

 

R/. Alégrese el cielo, goce la tierra

 

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria. R/.

 

Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque. R/.

 

Delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad. R/.

 

Lecturas del Día VII dentro de la Octava de la Natividad del Señor. San Silvestre I, papa

31 Dic 2024

Evangelio

*Comienzo del santo evangelio según san Juan (1,1-18)*

 

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: «El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.»» Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha contado.

 

Palabra del Señor

 

*Que la Paz del Señor llegue primero a vuestros corazones antes que mis palabras*

 

(Pero a cuantos la recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios).

*Esta lectura para mí, tiene su centro en el amor y en la misericordia del Dios creador, el Dios que hace que las cosas sucedan. Juan el Bautista, nunca se cansó de gritar: Arrepentíos y convertíos. Dios, manda a su hijo a mi vida con la firme y clara decisión de hacerme su hijo por adopción, e hizo que la palabra se hiciera carne y pudiera habitar dentro de mi corazón. La buena noticia para mí es que el Señor, a todos los que desean recibir "A su Hijo, y Su Palabra" les da poder de ser hijo de Dios. El Señor, atreves de su hijo me hace una invitación para que me decida de una vez y para siempre entrar en la gracia de amar su voluntad*.

 

*El que desea y quiere amar, con el corazón según el Señor: llegará a ser, Santo*

 

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.


R. Amén.