Musica Para el Alma

domingo, 3 de junio de 2018

LECTURAS LARGAS

PRIMERA LECTURA
De la carta a los Gálatas 1, 13-2, 10
VOCACIÓN Y APOSTOLADO DE PABLO
Hermanos: Habéis oído hablar de cómo me portaba yo en otro tiempo en el judaísmo: cómo perseguía encarnizadamente a la Iglesia de Dios y la devastaba; cómo, en el celo por el judaísmo, iba más allá que muchos compatriotas de mi edad y me mostraba celoso partidario de las tradiciones paternas.

Pero, cuando aquel que me eligió desde el seno de mi madre me llamó por su gracia y tuvo a bien revelarme a su Hijo para que lo anunciara a los gentiles, en seguida, sin pedir consejo a hombre alguno y sin subir a Jerusalén para hablar con los que eran apóstoles antes que yo, partí hacia Arabia, de donde luego volví a Damasco. Tres años más tarde, subí a Jerusalén a visitar a Cefas, y estuve con él quince días. No vi a ninguno otro de los apóstoles, fuera de Santiago, el hermano del Señor. Por el Dios que me está viendo, que no miento en lo que os escribo.

Después vine a las regiones de Siria y de Cilicia, pero las Iglesias de Judea, que están en Cristo, no me conocían personalmente. Sólo oían decir: «El que antaño nos perseguía ahora va anunciando la Buena Nueva de la fe, que en otro tiempo quería destruir.» Y glorificaban a Dios, reconociendo su obra en mí.

Luego, al cabo de catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también a Tito. Y subí por motivo de una revelación. Les expuse el Evangelio que predico entre los gentiles y traté en particular con los más calificados, no fuera a ser que hubiese corrido en vano.

Pues bien, ni siquiera a Tito, mi compañero, con todo y que era griego, lo obligaron a circuncidarse. Y esto a pesar de los intrusos, de los falsos hermanos, que solapadamente se habían infiltrado, para espiar arteramente la libertad de que gozamos en Cristo Jesús, y que querían esclavizarnos. Pero nosotros ni por un momento cedimos terreno para someternos a ellos, a fin de salvaguardar firmemente para vosotros la verdad del Evangelio.

Las personas de más consideración -nada me interesa lo que hubieran sido antes, pues en Dios no hay acepción de personas- no me impusieron ninguna nueva obligación.

Al contrario, reconocieron que yo había recibido la misión de predicar el Evangelio a los gentiles, como Pedro la de predicarlo a los judíos; porque aquel que dio poder a Pedro para ejercer el apostolado entre los judíos me lo dio a mí para ejercerlo entre los gentiles. De este modo reconocieron que Dios me había dado esa gracia. Y Santiago, Cefas y Juan, los considerados como columnas, nos dieron la mano a Bernabé y a mí en señal de comunión y conformidad: nosotros nos dirigiríamos a los gentiles, ellos a los judíos. Sólo nos pidieron que nos acordásemos de los pobres, cosa que he procurado yo cumplir con toda solicitud.
RESPONSORIO    1Co 15, 10; Ga 2, 8
R. Por la gracia de Dios, soy lo que soy; * y la gracia que él me concedió no quedó infecunda en mí, y permanece siempre en mí.
V. Aquel que dio poder a Pedro para ejercer el apostolado entre los judíos me lo dio a mí para ejercerlo entre los gentiles.
R. Y la gracia que él me concedió no quedó infecunda en mí, y permanece siempre en mí.
SEGUNDA LECTURA
De las Instrucciones de san Doroteo, abad.
(Instrucción 7, Sobre la acusación de sí mismo, 1-2: PG 88, 1695-1699)
LA CAUSA DE TODA PERTURBACIÓN CONSISTE EN QUE NADIE SE ACUSA A SÍ MISMO
Tratemos de averiguar, hermanos, cuál es el motivo principal de un hecho que acontece con frecuencia, a saber, que a veces uno escucha una palabra desagradable y se comporta como si no la hubiera oído, sin sentirse molesto, y en cambio, otras veces, así que la oye, se siente turbado y afligido. ¿Cuál, me pregunto, es la causa de esta diversa reacción? ¿Hay una o varias explicaciones? Yo distingo diversas causas y explicaciones y sobre todo una, que es origen de todas las otras, como ha dicho alguien: «Muchas veces esto proviene del estado de ánimo en que se halla cada uno.»

En efecto, quien está fortalecido por la oración o la meditación tolerará fácilmente, sin perder la calma, a un hermano que lo insulta. Otras veces soportará con paciencia a su hermano, porque se trata de alguien a quien profesa gran afecto. A veces también por desprecio, porque tiene en nada al que quiere perturbarlo y no se digna tomarlo en consideración, como si se tratara del más despreciable de los hombres, ni se digna responderle palabra, ni mencionar a los demás sus maldiciones e injurias.

De ahí proviene, como he dicho, el que uno no se turbe ni se aflija, si desprecia y tiene en nada lo que dicen. En cambio, la turbación o aflicción por las palabras de un hermano proviene de una mala disposición momentánea o del odio hacia el hermano. También pueden aducirse otras causas. Pero, si examinamos atentamente la cuestión, veremos que la causa de toda perturbación consiste en que nadie se acusa a sí mismo.

De ahí deriva toda molestia y aflicción, de ahí deriva el que nunca hallemos descanso; y ello no debe extrañarnos, ya que los santos nos enseñan que esta acusación de sí mismo es el único camino que nos puede llevar a la paz. Que esto es verdad, lo hemos comprobado en múltiples ocasiones; y nosotros, con todo, esperamos con anhelo hallar el descanso, a pesar de nuestra desidia, o pensamos andar por el camino recto, a pesar de nuestras repetidas impaciencias y de nuestra resistencia en acusarnos a nosotros mismos.

Así son las cosas. Por más virtudes que posea un hombre, aunque sean innumerables, si se aparta de este camino, nunca hallará el reposo, sino que estará siempre afligido o afligirá a los demás, perdiendo así el mérito de todas sus fatigas.
RESPONSORIO    1Jn 1, 8. 9; Pr 28, 13
R. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos; * pero si confesamos nuestros pecados, fiel y bondadoso es Dios para perdonarnos y purificarnos de toda iniquidad.
V. Al que oculta sus crímenes no le irá bien en sus cosas.
R. Pero si confesamos nuestros pecados, fiel y bondadoso es Dios para perdonarnos y purificarnos de toda iniquidad.

ORACIÓN.
OREMOS,
Señor Dios, cuya providencia no se equivoca en sus designios, te pedimos humildemente que apartes de nosotros todo lo que pueda causarnos algún daño, y nos concedas lo que pueda sernos de provecho. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.