PRIMERA LECTURA
De la segunda carta a los Corintios 6, 1-7, 1
TRIBULACIONES DE PABLO Y EXHORTACIÓN A LA SANTIDAD
Hermanos: Continuando ahora nuestra colaboración con Dios, os exhortamos a que deis pruebas de no haber recibido en vano su gracia, pues dice él en la Escritura: «En el tiempo propicio te escuché, y te ayudé en el día de salvación.» Ahora es el tiempo propicio, ahora es el día de salvación.
A nadie queremos dar nunca motivo de escándalo, a fin de no hacer caer en descrédito nuestro ministerio, antes al contrario, queremos acreditarnos siempre en todo como verdaderos servidores de Dios: por nuestra mucha constancia en las tribulaciones, necesidades y angustias; en los azotes, prisiones y tumultos; en las fatigas, desvelos y ayunos; con pureza de alma, sabiduría y paciencia; con bondad en el Espíritu Santo y caridad sincera; con la palabra de verdad y con el poder de Dios; con las armas ofensivas y defensivas de la justificación; en medio de honores o de deshonras; con buena o mala reputación; ya sea que nos tengan por impostores, siendo veraces; o por gente desconocida, siendo como somos de sobra conocidos; o como hombres a punto de morir, y he aquí que estamos bien vivos; o como indeseables condenados al castigo, cuando es verdad que escapamos a la muerte; o como gente triste, aunque estamos siempre alegres; por mendigos, aun cuando enriquecemos a muchos; o por gente que nada tiene, cuando en realidad todo lo poseemos.
¡Corintios!, os hablamos con toda sinceridad. Nuestro corazón está abierto de par en par y se dilata de amor por vosotros. Hay mucho sitio en él para vosotros, mientras en el vuestro no hay lugar para nosotros. ¡Pagadnos con la misma moneda -como a hijos que sois os hablo-, dilatad también vuestro corazón!
No viváis uncidos en yunta desigual con los infieles. ¿Qué tiene que ver la justificación con la impiedad? ¿Qué hay de común entre la luz y las tinieblas? ¿Qué armonía entre Cristo y Belial? ¿Qué parte tiene el fiel con el infiel? ¿Cómo podríais asociar a los ídolos con el templo de Dios? Y mirad, nosotros somos templo de Dios vivo, como dijo Dios: «Habitaré en medio de ellos y andaré entre ellos; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo mismo, salid de entre ellos y apartaos. No toquéis cosa inmunda y yo os acogeré, y seré vuestro Padre y vosotros seréis mis hijos e hijas. Lo dice el Señor omnipotente.»
Así pues, hermanos, estando en posesión de estas promesas, purifiquémonos de toda mancha de cuerpo y espíritu, y vayamos realizando el ideal de la santidad en el temor de Dios.
RESPONSORIO 2Co 6, 14. 16; 1Co 3, 16
R. ¿Qué tiene que ver la justificación con la impiedad? ¿Cómo podríais asociar a los ídolos con el templo de Dios? * Nosotros somos templo de Dios vivo.
V. ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?
R. Nosotros somos templo de Dios vivo.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san Agustín, obispo
(Sermón 171, 1-3. 5: PL 38, 933-935)
ESTAD SIEMPRE ALEGRES EN EL SEÑOR
El Apóstol nos manda estar alegres, pero en el Señor, no en el mundo. Porque, como dice la Escritura, quien pretende ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. Así como el hombre no puede servir a dos señores, así también nadie puede estar alegre en el mundo y en el Señor.
Por lo tanto, que prevalezca el gozo en el Señor y que se extinga el gozo en el mundo. El gozo en el Señor debe ir creciendo continuamente, mientras que el gozo en el mundo debe ir disminuyendo hasta extinguirse. Esto no debe entenderse en el sentido de que no debemos alegrarnos mientras estamos en el mundo, sino que es una exhortación a que, aun viviendo en el mundo, nos alegremos ya en el Señor.
Pero alguno dirá: «Estoy en el mundo y, por lo tanto, si me alegro no puedo dejar de hacerlo en el lugar en que estoy.» A este tal yo le respondería: «¿Es que por estar en el mundo no estás en el Señor?» Atiende cómo el mismo Apóstol, hablando a los atenienses, como nos refieren los Hechos de los apóstoles, les decía respecto al Dios y Señor creador nuestro: En él vivimos, nos movemos y existimos. ¿Habrá algún lugar en que no esté aquel que está en todas partes? ¿No es éste el sentido de su exhortación, cuando dice: El Señor está cerca; no os inquietéis por cosa alguna?
Gran cosa es ésta, que el mismo que asciende a lo más alto de los cielos continúa cercano a los que viven en la tierra. ¿Quién es éste, lejano y próximo a la vez, sino aquel que por su misericordia se nos hizo cercano?
En efecto, todo el género humano está representado en aquel hombre al que unos ladrones habían dejado tendido en el camino, medio muerto, junto al cual pasaron un sacerdote y un levita sin atenderlo, y al que se acercó para curarlo y socorrerlo el samaritano que pasó junto a él. Aquel que por su condición de inmortal y justo se hallaba tan alejado de nosotros, mortales y pecadores, descendió a nosotros y se hizo cercano a nosotros.
En efecto, no nos trata como merecen nuestros pecados; y esto porque somos hijos. ¿Cómo lo demostramos? El, el Hijo único, murió por nosotros para dejar de ser único. Murió él solo porque no quería ser él solo. El que era Hijo único de Dios hizo a muchos otros también hijos de Dios. Al precio de su sangre se compró una multitud de hermanos, con su reprobación los hizo probos, fue vendido para redimirlos, injuriado para hacerlos honorables, muerto para darles vida.
Así pues, hermanos, estad alegres en el Señor, no en el mundo, es decir: alegraos en la verdad, no en la iniquidad; alegraos en la esperanza de la eternidad, no en la flor pasajera de la vanidad. Ésta debe ser vuestra alegría; y, en cualquier lugar en que estéis y todo el tiempo que aquí estéis, el Señor está cerca; no os inquietéis por cosa alguna.
RESPONSORIO 2Co 13, 11; Rm 15, 13
R. Hermanos, alegraos, trabajad por vuestra perfección, alentaos unos a otros, tened un mismo sentir y vivid en paz; * y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.
V. El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en la práctica de vuestra fe.
R. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.
ORACIÓN.
OREMOS,
Señor Dios nuestro, que nunca dejas de glorificar la santidad de quienes con fidelidad te sirven, haz que el fuego del Espíritu Santo nos encienda en aquel mismo ardor que tan maravillosamente inflamó el corazón de san Felipe Neri. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.