PRIMERA LECTURA
De los Hechos de los apóstoles 7, 44-8, 4
CONCLUSIÓN DEL DISCURSO DE ESTEBAN. SU MARTIRIO
En aquellos días, Esteban prosiguió su discurso, diciendo:
«Nuestros padres tuvieron consigo, en el desierto, el tabernáculo del testimonio. Así lo había dispuesto el que mandó a Moisés fabricarlo según el modelo que le había mostrado. Nuestros padres lo recibieron en herencia y lo introdujeron, bajo la dirección de Josué, en la tierra que ocupaban los gentiles, a quienes arrojó Dios para dar lugar a nuestros padres. Y así hasta los días de David. David halló gracia a los ojos de Dios. Pidió el privilegio de construir morada para el Dios de Jacob; pero fue Salomón quien se la edificó, aunque ciertamente el Altísimo no habita en casas construidas por los hombres, como dice el profeta: "El cielo es mi trono y la tierra es escabel de mis pies. ¿Qué casa me vais a construir -dice el Señor-, o cuál va a ser el lugar de mi descanso? ¿No soy yo quien ha hecho todas estas cosas?"
¡Hombres de dura cerviz, que cerráis obstinadamente vuestro entendimiento y vuestro corazón a la verdad, vosotros habéis ido siempre en contra del Espíritu Santo! Lo mismo que hicieron vuestros padres hacéis también vosotros. ¿A qué profeta dejaron de perseguir vuestros padres? Ellos quitaron la vida a los que anunciaban la venida del Justo, al cual vosotros habéis ahora traicionado y asesinado; vosotros, que recibisteis la ley por ministerio de los ángeles y no la guardasteis.»
Al escuchar esta diatriba, ardían de rabia sus corazones y rechinaban sus dientes de coraje. Esteban, por su parte, lleno del Espíritu Santo, con la mirada fija en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús a su diestra; y exclamó:
«Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre a la diestra de Dios.»
Ante estas palabras, con gran gritería, se taparon los oídos. Embistieron todos a una contra él y, sacándolo a empellones fuera de la ciudad, lo apedrearon. Los testigos dejaron sus mantos a los pies de un joven, llamado Saulo. Mientras lo apedreaban, Esteban oraba con estas palabras:
«Señor Jesús, recibe mi espíritu.»
Y, puesto de rodillas, dijo con fuerte voz:
«Señor, no les tomes en cuenta este pecado.»
Y, dicho esto, murió. Saulo, por su parte, aprobaba su muerte.
Sucedió que, aquel mismo día, una violenta persecución se desencadenó contra la Iglesia de Jerusalén, y todos, a excepción de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría. Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban, haciendo gran duelo por su muerte. Mientras tanto, Saulo hacía estragos en la Iglesia; entraba por las casas y, llevándose violentamente a hombres y mujeres, los arrojaba a la cárcel.
Los que se habían dispersado fueron anunciando por todas partes la Buena Nueva de la palabra de Dios.
RESPONSORIO Hch 7, 58. 59; Lc 23, 34
R. Mientras lo apedreaban, Esteban oraba con estas palabras: «Señor Jesús, recibe mi espíritu; * no les tomes en cuenta este pecado.»
V. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»
R. No les tomes en cuenta este pecado.
SEGUNDA LECTURA
De la Constitución Sacrosánctum Concílium, sobre la sagrada liturgia, del Concilio Vaticano segundo
(Núms. 5-6)
LA ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN
Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al pleno conocimiento de la verdad, a través de muchas etapas y de muchas maneras habló en otro tiempo a nuestros antepasados por ministerio de los profetas y, cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, la Palabra hecha carne, ungido por el Espíritu Santo, para anunciar la Buena Noticia a los pobres y curar a los contritos de corazón, como médico corporal y espiritual, mediador entre Dios y los hombres. En efecto, su humanidad, unida a la persona de la Palabra, fue instrumento de nuestra salvación. Por esto, en Cristo se realizó plenamente nuestra reconciliación y en él se nos dio la plenitud del culto divino.
Esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios obró en el pueblo de la antigua alianza, Cristo la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión. Por este misterio, con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida. Pues del costado de Cristo, dormido en la cruz, nació el sacramento admirable de la Iglesia entera.
Por esta razón, así como Cristo fue enviado por el Padre, él a su vez envió a los apóstoles, llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió a predicar la Buena Noticia a toda creatura y a anunciar que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos libró del poder de Satanás y de la muerte y nos condujo al reino del Padre, sino también a realizar la obra de salvación que proclamaban, mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica.
Y, así, por el bautismo los hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo: mueren con él, son sepultados con él y resucitan con él, reciben el espíritu de adopción de hijos, por el que clamamos: «¡Padre!», y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca el Padre.
Asimismo, cuantas veces comen la Cena del Señor, proclaman su muerte hasta que vuelva. Por eso el día mismo de Pentecostés, en que la Iglesia se manifestó al mundo, los que acogieron favorablemente la palabra de Pedro se hicieron bautizar. Y eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la fracción del pan y en las oraciones, y alababan a Dios y gozaban de la simpatía general del pueblo.
Desde entonces, la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo todos los pasajes de la Escritura que a él se refieren, celebrando la eucaristía, en la cual se hace de nuevo presente la victoria y el triunfo de su muerte, y dando gracias al mismo tiempo a Dios por su don inefable que tenemos en Cristo Jesús, para alabanza de su gloria.
RESPONSORIO Jn 15, 1. 5. 9
R. Yo soy la vid verdadera y vosotros sois los sarmientos; * el que permanece en mí, como yo en él, da mucho fruto. Aleluya.
V. Como el Padre me amó, así también yo os he amado a vosotros; permaneced en mi amor.
R. El que permanece en mí, como yo en él, da mucho fruto. Aleluya.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios nuestro, que nos has enviado la redención y concedido la filiación adoptiva, protege con bondad a los hijos que tanto amas, y concédenos, por nuestra fe en Cristo, la verdadera libertad y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.