PRIMERA LECTURA
Del libro del Éxodo 35, 30-36, 1; 37, 1-9
CONSTRUCCIÓN DEL SANTUARIO Y DEL ARCA
En aquellos días, dijo Moisés a los hijos de Israel:
«El Señor ha escogido a Besalel, hijo de Urí, hijo de Jur, de la tribu de Judá, y lo ha llenado de un espíritu de sabiduría, de prudencia y de habilidad para toda clase de trabajos, para concebir y realizar proyectos labrando el oro, la plata y el bronce, para tallar piedras y engastarlas, para labrar madera y realizar cualquier otra labor de artesanía. También le ha dado talento para enseñar a otros, lo mismo que a Ohliab, hijo de Ajisamac, de la tribu de Dan. Los ha llenado de habilidad para llevar a cabo toda clase de labores en recamado de púrpura violeta, escarlata o carmesí y en trabajos de lino. Son capaces de idear toda clase de proyectos y de ejecutar toda clase de trabajos.»
Besalel, Ohliab y todos los artesanos, a quienes el Señor había dotado de habilidad y destreza para ejecutar las diversas obras del santuario, realizaron lo que el Señor había ordenado.
Besalel hizo el arca de madera de acacia, de dos codos y medio de largo por uno y medio de ancho y uno y medio de alto. La revistió de oro puro por dentro y por fuera, y le aplicó alrededor una moldura de oro. Fundió oro para hacer cuatro anillas que colocó en los cuatro ángulos. Hizo luego unas barras de madera de acacia y las revistió de oro, y pasó las barras a través de las anillas laterales del arca, para poder transportarla.
Hizo también una placa de oro puro de dos codos y medio de largo por uno y medio de ancho. En sus dos extremos hizo dos querubines cincelados en oro, cada uno a un extremo de la placa; la cubrían con sus alas extendidas hacia arriba y estaban uno frente al otro, mirando al centro de la placa.
RESPONSORIO Sal 83, 2-3; 45, 5b-6a
R. ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, * mi corazón y mi carne se alegran por el Dios vivo.
V. El Altísimo consagra su morada; teniendo a Dios en medio de él, su pueblo no vacila.
R. Mi corazón y mi carne se alegran por el Dios vivo.
SEGUNDA LECTURA
De los libros de las Morales de san Gregorio Magno, papa, sobre el libro de Job
(Libro 13, 21-23: PL 75, 1028.1029)
EL MISTERIO DE NUESTRA VIVIFICACIÓN
El venerable Job, figura de la Iglesia, unas veces habla en nombre del cuerpo, otras en nombre de la cabeza; y, así, a veces está hablando de los miembros y, súbitamente, toma las palabras de la cabeza. Por esto dice: Todo esto lo he sufrido aunque en mis manos no hay violencia y es sincera mi oración.
Sin que hubiera violencia en sus manos, en efecto, sufrió aquel que no cometió pecado, ni se halló engaño en su boca, y sin embargo padeció por nuestra redención los dolores de la cruz. Él fue el único que dirigió a Dios una oración sincera, ya que en medio de los sufrimientos de su pasión oró al Padre, diciendo: Padre, perdónalos; porque no saben lo que hacen.
¿Se puede, en efecto, pronunciar o pensar una oración más sincera que ésta, por la cual intercede por los mismos que lo atormentan? De ahí deriva el hecho de que la sangre de nuestro Redentor, derramada por la furia de sus perseguidores, se convirtiera luego en fuente de vida para los creyentes, los cuales lo proclamarían Hijo de Dios.
Con respecto a esta sangre, añade con razón el libro santo: ¡Tierra, no cubras mi sangre, no encierres mi demanda de justicia! Al hombre pecador se le había dicho: Eres tierra y a la tierra volverás.
Pero esta tierra no sorbió la sangre de nuestro Redentor, pues cualquier pecador, al beber el precio de su redención, lo confiesa y proclama, y así se hace patente a todos su valor.
La tierra no sorbió su sangre, pues la santa Iglesia ha predicado ya en todas partes el misterio de su redención. Es digno de notarse también lo que sigue: No encierres mi demanda de justicia. La misma sangre redentora que bebemos, en efecto, es la demanda de justicia de nuestro Redentor. Por eso dice Pablo: Os habéis acercado a la aspersión de una sangre que habla mejor que la de Abel. De la sangre de Abel se había dicho: La sangre de tu hermano está clamando a mí desde la tierra.
Pero la sangre de Jesús habla mejor que la de Abel, pues la sangre de Abel pedía la muerte del hermano fratricida, mientras que la sangre del Señor impetró la vida para sus perseguidores.
Por tanto, para que dé su fruto en nosotros el sacramento de la pasión del Señor, debemos imitar aquello que bebemos, y anunciar a los demás aquello que veneramos.
Pues su demanda de justicia quedaría oculta en nosotros, si nuestra lengua callara lo que cree nuestra mente. Para que su demanda de justicia no quede oculta en nosotros, sólo falta que cada uno de nosotros, a medida de sus posibilidades, dé a conocer a los demás el misterio de su vivificación.
RESPONSORIO Cf. Gn 4, 10. 11; cf. Hb 12, 24
R. La sangre de tu Hijo, nuestro hermano, está clamando a ti desde la tierra, Señor. * Bendita sea esta tierra que abrió su boca para recibir la sangre del Redentor.
V. Ésta es la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel.
R. Bendita sea esta tierra que abrió su boca para recibir la sangre del Redentor.
ORACIÓN.
OREMOS,
Infunde, Señor, tu gracia en nuestros corazones, para que sepamos refrenar nuestros excesos mundanos y seguir fielmente las inspiraciones que nos vienen de ti. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.