PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Jeremías 11, 18-12, 13
DESAHOGO DEL ALMA DEL PROFETA EN LA TRIBULACIÓN
En aquellos días, dijo Jeremías:
«El Señor me instruyó y comprendí, me explicó lo que hacían mis perseguidores: "También tus hermanos, la casa de tu padre, también ellos te son desleales, también ellos te critican por la espalda con descaro. No te fíes de ellos, aunque te digan buenas palabras."
Yo como cordero manso, llevado al matadero, no sabía los planes homicidas que contra mí planeaban: "Talemos el árbol en su lozanía, arranquémoslo de la tierra de los vivos, que su nombre no se pronuncie más."
Pero tú, Señor de los ejércitos, juzgas rectamente, escudriñas las entrañas y el corazón; veré tu venganza contra ellos, porque a ti he encomendado mi causa.
Por eso, así sentencia el Señor contra los hombres de Anatot: "A los que intentan matarte diciéndote: 'No profetices en nombre del Señor, si no, morirás a nuestras manos', yo les tomaré cuentas: sus jóvenes morirán a espada, sus hijos e hijas morirán de hambre; y no quedará ni un resto de ellos, cuando yo les envíe la desgracia a los hombres de Anatot, el día de la cuenta."
Tú llevas la razón, Señor, cuando pleiteo contigo, pero quiero proponerte un caso de justicia: ¿Por qué prospera el camino de los impíos, por qué tienen paz los hombres pérfidos? Los plantas y echan raíces, crecen y dan fruto; tú estás cerca de sus labios, pero lejos de su corazón. Mas tú, Señor, me conoces, me examinas, y has probado mi actitud frente a ti. Apártalos como a ovejas para el matadero, resérvalos para el día de la matanza. ¿Hasta cuándo gemirá la tierra y se secará la hierba del campo? Por la maldad de sus habitantes, desaparecen el ganado y los pájaros, porque dicen: "No ve Dios nuestros caminos."»
«Si corres con los de a pie y te cansan, ¿cómo competirás con los de a caballo? Si en la paz de la tierra te sientes inseguro, ¿qué harás en la espesura del Jordán? He abandonado mi casa, he desechado mi heredad, he entregado el amor de mi alma en manos de sus enemigos. Mi herencia se ha vuelto un león de la selva que ruge contra mí: por eso la detesté. Mi herencia se ha vuelto un pájaro pinto, los buitres vuelan en torno a él: Venid, reuníos, fieras del campo, venid a comer.
Muchos pastores destruyeron mi viña, han pisoteado mi parcela, hicieron de mi parcela preciosa un desierto desolado; la hicieron un yermo siniestro y desolado ante mi: el país está desolado y nadie se preocupa por ello. Por todas las dunas de la estepa, vinieron saqueadores: porque la espada del Señor devora la tierra de un extremo a otro, y nadie tiene paz. Sembraron trigo y cosecharon espinas, trabajaron en balde y se avergüenzan de su cosecha: por la ira ardiente del Señor.»
RESPONSORIO Jn 16, 20; cf. Mt 9, 15
R. Lloraréis y gemiréis vosotros mientras el mundo se alegrará; vosotros estaréis tristes, * pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.
V. Vendrán días en que se os quitará el esposo y entonces sí ayunaréis.
R. Pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.
SEGUNDA LECTURA
De los Tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan
(Tratado 84, 1-2: CCL 36, 536-538)
La PLENITUD DEL AMOR
El Señor, hermanos muy amados, quiso dejar bien claro en qué consiste aquella plenitud del amor con que debemos amarnos mutuamente, cuando dijo: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Consecuencia de ello es lo que nos dice el mismo evangelista Juan en su carta: Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos, amándonos mutuamente como él nos amó, que dio su vida por nosotros.
Es la misma idea que encontramos en el libro de los Proverbios: Si te sientas a comer en la mesa de un señor, mira con atención lo que te ponen delante, y pon la mano en ello pensando que luego tendrás que preparar tú algo semejante. Esta mesa de tal señor no es otra que aquella de la cual tomamos el cuerpo y la sangre de aquel que dio su vida por nosotros. Sentarse a ella significa acercarse a la misma con humildad. Mirar con atención lo que nos ponen delante equivale a tomar conciencia de la grandeza de este don. Y poner la mano en ello, pensando que luego tendremos que preparar algo semejante, significa lo que ya he dicho antes: que así como Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos. Como dice el apóstol Pedro: Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Esto significa preparar algo semejante. Esto es lo que hicieron los mártires, llevados por un amor ardiente; si no queremos celebrar en vano su recuerdo, y si nos acercamos a la mesa del Señor para participar del banquete en que ellos se saciaron, es necesario que, tal como ellos hicieron, preparemos luego nosotros algo semejante.
Por esto, al reunirnos junto a la mesa del Señor, no los recordamos del mismo modo que a los demás que descansan en paz, para rogar por ellos, sino más bien para que ellos rueguen por nosotros, a fin de que sigamos su ejemplo, ya que ellos pusieron en práctica aquel amor del que dice el Señor que no hay otro más grande. Ellos mostraron a sus hermanos la manera como hay que preparar algo semejante a lo que también ellos habían tomado de la mesa del Señor.
Lo que hemos dicho no hay que entenderlo como si nosotros pudiéramos igualarnos al Señor, aun en el caso de que lleguemos por él hasta el testimonio de nuestra sangre. Él era libre para dar su vida y libre para volverla a tomar, nosotros no vivimos todo el tiempo que queremos y morimos aunque no queramos; él, en el momento de morir, mató en sí mismo a la muerte, nosotros somos librados de la muerte por su muerte; su carne no experimentó la corrupción, la nuestra ha de pasar por la corrupción, hasta que al final de este mundo seamos revestidos por él de la incorruptibilidad; él no necesitó de nosotros para salvarnos, nosotros sin él nada podemos hacer; él, a nosotros, sus sarmientos, se nos dio como vid, nosotros, separados de él, no podemos tener vida.
Finalmente, aunque los hermanos mueran por sus hermanos, ningún mártir derrama su sangre para el perdón de los pecados de sus hermanos, como hizo él por nosotros, ya que en esto no nos dio un ejemplo que imitar, sino un motivo para congratularnos. Los mártires, al derramar su sangre por sus hermanos, no hicieron sino mostrar lo que habían tomado de la mesa del Señor. Amémonos, pues, los unos a los otros, como Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros.
RESPONSORIO Jn 4, 9. 11. 10b
R. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. * Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.
V. Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.
R. Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios nuestro, que, para librarnos del poder del enemigo, quisiste que tu Hijo muriera en la cruz, concédenos alcanzar la gracia de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.