Musica Para el Alma

jueves, 15 de febrero de 2018

LECTURAS LARGAS

PRIMERA LECTURA
Del libro del Éxodo 2, 1-22
NACIMIENTO y HUIDA DE MOISÉS
En aquellos días, un hombre de la tribu de Leví se casó con una mujer de la misma tribu; ella concibió y dio a luz un niño. Viendo que era muy hermoso, lo tuvo escondido tres meses. Mas, no pudiendo tenerlo escondido por más tiempo, tomó una cesta de mimbre, la embadurnó de barro y pez, colocó en ella a la criatura y la depositó entre los juncos, junto a la orilla del Nilo. Una hermana del niño observaba a distancia, para ver en qué paraba aquello.

La hija del Faraón bajó a bañarse en el Nilo, mientras sus criadas la seguían por la orilla. Al descubrir la cesta entre los juncos, mandó a una criada a recogerla. La abrió, miró dentro y encontró un niño llorando. Conmovida, comentó:

«Es un niño de los hebreos.»

Entonces la hermana del niño dijo a la hija del Faraón:

«¿Quieres que vaya a buscarle una nodriza hebrea que críe al niño?» Respondió la hija del Faraón:

«Sí, anda.»

La muchacha fue y llamó a la madre del niño. La hija del Faraón le dijo:

«Llévate al niño y críamelo, y yo te pagaré.»

La mujer tomó al niño y lo crió. Cuando creció el muchacho, se lo llevó a la hija del Faraón, que lo adoptó como hijo y lo llamó Moisés, diciendo: «Lo he sacado del agua.»

Pasaron los años, Moisés creció, fue adonde estaban sus hermanos y los encontró transportando cargas. y vio cómo un egipcio maltrataba a un hebreo, uno de sus hermanos. Miró a un lado y a otro y, viendo que no había nadie, mató al egipcio y lo enterró en la arena. Al día siguiente salió y encontró a dos hebreos riñendo y dijo al culpable:

«¿Por qué golpeas a tu compañero?

Él le contestó:

«¿Quién te ha nombrado jefe y juez nuestro? ¿Es que pretendes matarme como mataste al egipcio?» Moisés se asustó, pensando: «La cosa se ha sabido.» Cuando el Faraón se enteró del hecho, buscó a Moisés para darle muerte; pero Moisés huyó del Faraón y se refugió en el país de Madián. Allí se sentó junto a un pozo. El sacerdote de Madián tenía siete hijas, que salían a sacar agua y a llenar los abrevaderos para abrevar el rebaño de su padre. Llegaron unos pastores e intentaron echarlas. Entonces Moisés se levantó, defendió a las muchachas y abrevó su rebaño. Ellas volvieron a casa de Reuel, su padre, y él les preguntó:

«¿Cómo es que venís hoy tan pronto de vuelta?» Contestaron:

«Un egipcio nos ha librado de los pastores, nos ha sacado agua y ha abrevado el rebaño.»
Replicó el padre:

«¿Dónde está? ¿Cómo es que lo habéis dejado marchar? LIamadlo para que venga a comer.»

Moisés accedió a vivir con él y éste le dio a su hija Séfora por esposa. Ella dio a luz un niño y Moisés lo llamó Guersón, diciendo: «Soy forastero en tierra extranjera.»
RESPONSORIO    Hb 11, 24-27a
R. Por la fe Moisés, siendo ya adulto, rehusó ser llamado hijo de una hija del Faraón, y prefirió sufrir males con el pueblo de Dios a disfrutar de las ventajas pasajeras del pecado; * pues tenía la mirada puesta en la recompensa.
V. Tuvo por mayor riqueza el oprobio de Cristo que los tesoros de Egipto, y así, por la fe, abandonó Egipto.
R. Pues tenía la mirada puesta en la recompensa.
SEGUNDA LECTURA
De las Homilías del Pseudo-Crisóstomo
(Suplemento, Homilía 6, Sobre la oración: PG 64, 462-466)
LA ORACIÓN ES LUZ DEL ALMA
Nada hay mejor que la oración y coloquio con Dios, ya que por ella nos ponemos en contacto inmediato con él; y, del mismo modo que nuestros ojos corporales son iluminados al recibir la luz, así también nuestro espíritu, al fijar su atención en Dios, es iluminado con su luz inefable. Me refiero, claro está, a aquella oración que no se hace por rutina, sino de corazón; que no queda circunscrita a unos determinados momentos, sino que se prolonga sin cesar día y noche.

Conviene, en efecto, que la atención de nuestra mente no se limite a concentrarse en Dios de modo repentino, en el momento en que nos decidimos a orar, sino que hay que procurar también que cuando está ocupada en otros menesteres, como el cuidado de los pobres o las obras útiles de beneficencia u otros cuidados cualesquiera, no prescinda del deseo y el recuerdo de Dios, de modo que nuestras obras, como condimentadas con la sal del amor de Dios, se conviertan en un manjar suavísimo para el Señor de todas las cosas. Y también nosotros podremos gozar, en todo momento de nuestra vida, de las ventajas que de ahí resultan, si dedicamos mucho tiempo al Señor.

La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Por ella nuestro espíritu, elevado hasta el cielo, abraza a Dios con abrazos inefables, deseando la leche divina, como un niño que, llorando, llama a su madre; por ella nuestro espíritu espera el cumplimiento de sus propios anhelos y recibe unos bienes que superan todo lo natural y visible.

La oración viene a ser una venerable mensajera nuestra ante Dios, alegra nuestro espíritu, aquieta nuestro ánimo. Me refiero, en efecto, a aquella oración que no consiste en palabras, sino más bien en el deseo de Dios, en una piedad inefable, que no procede de los hombres, sino de la gracia divina, acerca de la cual dice el Apóstol: Nosotros no sabemos pedir como conviene, pero el Espíritu mismo aboga por nosotros con gemidos que no pueden ser expresados en palabras.

Semejante oración, si nos la concede Dios, es de gran valor y no ha de ser despreciada; es un manjar celestial que satisface al alma; el que lo ha gustado, se inflama en el deseo eterno de Dios, como en un fuego ardentísimo que inflama su espíritu.

Para que alcance en ti su perfección, pinta tu casa interior con la moderación y la humildad, hazla resplandeciente con la luz de la justicia, adórnala con buenas obras, como con excelentes láminas de metal, y decórala con la fe y la grandeza de ánimo, a manera de paredes y mosaicos; por encima de todo coloca la oración, como el techo que corona y pone fin al edificio, para disponer así una mansión acabada para el Señor y poderlo recibir como en una casa regia y espléndida, poseyéndolo por la gracia como una imagen colocada en el templo del alma.
RESPONSORIO    Lm 5, 20-21a; Mt 8, 25
R. ¿Porqué has de olvidarnos para siempre? ¿Porqué toda la vida abandonarnos? * Haz que volvamos a ti, Señor, y volveremos.
V. ¡Señor, sálvanos, que perecemos!
R. Haz que volvamos a ti, Señor, y volveremos.

ORACIÓN.
OREMOS,
Te pedimos, Señor, que nos ayudes a continuar animosos estos días de penitencia que acabamos de empezar y que nuestras prácticas externas de penitencia estén siempre acompañadas por la sinceridad de un corazón que desea convertirse. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.