Musica Para el Alma

miércoles, 17 de enero de 2018

LECTURAS LARGAS

PRIMERA LECTURA
Del libro del Génesis 15, 1-21
ALIANZA DE DIOS CON ABRAM
En aquellos días, Abram recibió en visión la palabra del Señor:

«No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu paga será abundante.»

Respondió Abram:

«Señor, ¿de qué me sirven tus dones si soy estéril, y Eliezer de Damasco será el amo de mi casa?»

Y añadió:

«No me has dado hijos, y un criado de casa me heredará.»

La palabra del Señor le respondió:

«No te heredará ése, sino uno salido de tus entrañas.» Y el Señor lo sacó afuera y le dijo:

«Mira al cielo, cuenta las estrellas si puedes.»

Y añadió:

«Así será tu descendencia.»

Abram creyó al Señor y se le contó en su haber. El Señor le dijo:

«Yo soy el Señor que te saqué de Ur de los caldeos para darte en posesión esta tierra.»

Él replicó:

«Señor, ¿cómo sabré que voy a poseerla?»

Respondió el Señor:

«Tráeme una ternera de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón.»

Abram los trajo y los cortó por en medio, colocando cada mitad frente a la otra, pero no descuartizó las aves. Los buitres bajaban a los cadáveres y Abram los espantaba. Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abram y un terror intenso y oscuro cayó sobre él. El Señor dijo a Abram:

«Has de saber que tu descendencia vivirá como forastera en tierra ajena, tendrá que servir y sufrir opresión durante cuatrocientos años, pero yo juzgaré al pueblo a quien han de servir, y al final saldrán cargados de riquezas. Tú te reunirás en paz con tus padres y te enterrarán en buena vejez. A la cuarta generación, volverán, pues hasta entonces no se colmará la culpa de los amorreos.»

El sol se puso y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados. Aquel día el Señor hizo alianza con Abram en estos términos:

«A tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río (Éufrates): quenitas, quenizitas, cadmonitas, hititas, ferezeos, refaitas, amorreos, cananeos, guirgaseos y jebuseos.»
RESPONSORIO    St 2, 23; Rm 4, 18
R. Abraham se fió de Dios y eso le valió la justificación, * y se le llamó «amigo de Dios».
V. Esperando en Dios contra toda esperanza, tuvo fe; y así llegó a ser padre de muchas naciones.
R. Y se le llamó «amigo de Dios».
SEGUNDA LECTURA
De las Cartas de san Fulgencio de Ruspe, obispo
(Carta 14, 36-37: CCL 91, 429-431)
CRISTO VIVE PARA SIEMPRE PARA INTERCEDER POR NOSOTROS
Fijaos que en la conclusión de las oraciones decimos: «Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo»; en cambio, nunca decimos: «Por el Espíritu Santo.» Esta práctica universal de la Iglesia tiene su explicación en aquel misterio, según el cual, el mediador entre Dios y los hombres es Cristo Jesús, hombre también él, sacerdote eterno según el rito de Melquisedec, que entró de una vez para siempre con su propia sangre en el santuario, pero no en un santuario hecho por mano de hombre y figura del venidero, sino en el mismo cielo, donde está a la derecha de Dios e intercede por nosotros.

Teniendo ante sus ojos este oficio sacerdotal de Cristo, dice el Apóstol: Por medio de él ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el tributo de los labios que van bendiciendo su nombre. Por él, pues, ofrecemos el sacrificio de nuestra alabanza y oración, ya que por su muerte fuimos reconciliados cuando éramos todavía enemigos. Por él, que se dignó hacerse sacrificio por nosotros, puede nuestro sacrificio ser agradable en la presencia de Dios. Por esto nos exhorta san Pedro: También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo. Por este motivo decimos a Dios Padre: «Por nuestro Señor Jesucristo.»

Al referirnos al sacerdocio de Cristo, necesariamente hacemos alusión al misterio de su encarnación, en el cual el Hijo de Dios, a pesar de su condición divina, se anonadó a sí mismo, y tomó la condición de esclavo, según la cual se rebajó hasta someterse incluso a la muerte; es decir, fue hecho un poco inferior a los ángeles, conservando no obstante su divinidad igual al Padre. El Hijo fue hecho un poco inferior a los ángeles en cuanto que, permaneciendo igual al Padre, se dignó hacerse como un hombre cualquiera. Se abajó cuando se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo. Más aún, el abajarse de Cristo es el total anonadamiento, que no otra cosa fue el tomar la condición de esclavo.

Cristo, por tanto, permaneciendo en su condición divina, en su condición de Hijo único de Dios, según la cual le ofrecemos el sacrificio igual que al Padre, al tomar la condición de esclavo fue constituido sacerdote, para que, por medio de él, pudiéramos ofrecer la hostia viva, santa, grata a Dios. Nosotros no hubiéramos podido ofrecer nuestro sacrificio a Dios si Cristo no se hubiese hecho sacrificio por nosotros: en él nuestra propia raza humana es un verdadero y saludable sacrificio. En efecto, cuando precisamos que nuestras oraciones son ofrecidas por nuestro Señor, sacerdote eterno, reconocemos en él la verdadera carne de nuestra misma raza, de conformidad con lo que dice el Apóstol: Todo sumo sacerdote, tomado de entre los hombres, es constituido en favor de los hombres en lo tocante a las relaciones de éstos con Dios, a fin de que ofrezca dones y sacrificios por los pecados. Pero al decir: «tu Hijo», añadimos: «que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo», para recordar, con esta adición, la unidad de naturaleza que tienen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y significar de este modo que el mismo Cristo, que por nosotros ha asumido el oficio de sacerdote, es por naturaleza igual al Padre y al Espíritu Santo.
RESPONSORIO    Hb 4, 16. 15
R. Acerquémonos, pues, con seguridad y confianza a este trono de la gracia. * Aquí alcanzaremos misericordia y hallaremos gracia para ser socorridos en el momento oportuno.
V. Pues no tenemos un sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades.
R. Aquí alcanzaremos misericordia y hallaremos gracia para ser socorridos en el momento oportuno.

ORACIÓN.
OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha paternalmente las súplicas de tu pueblo y haz que los días de nuestra vida transcurran en tu paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.