Musica Para el Alma

jueves, 30 de noviembre de 2017

LECTURAS LARGAS

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Ezequiel 40, 1.4; 43, 1-12; 44, 6-9
VISIÓN DE LA RESTAURACIÓN DEL TEMPLO Y DE ISRAEL
El año veinticinco de nuestra deportación, al comienzo del año, el diez del mes, el año catorce de la caída de la ciudad, ese mismo día, vino sobre mí la mano del Señor; y el Señor me llevó en éxtasis a la tierra de Israel, dejándome en un monte muy alto, en cuya cima parecía estar construida una ciudad al mediodía.

Me llevó allí y vi junto a la entrada un hombre que parecía de bronce, el cual tenía en la mano un cordel de lino y una caña de medir. Aquel personaje me dijo:

«Hijo de hombre, mira y escucha atentamente, fíjate bien en lo que voy a enseñarte, porque has sido traído aquí para que yo te lo enseñe. Anuncia a la casa de Israel todo lo que veas.»

Luego me condujo a la puerta oriental del templo, y vi la gloria del Dios de Israel que venía de oriente, con estruendo de aguas caudalosas: la tierra resplandecía con su gloria. La visión que tuve era como la visión que yo había visto cuando vine para la destrucción de la ciudad, y también como la visión que había contemplado a orillas del río Kebar. Y caí rostro en tierra. La gloria del Señor entró en el templo por la puerta oriental. Entonces me arrebató el espíritu y me llevó al atrio interior. La gloria del Señor llenaba el templo.
El hombre seguía a mi lado, y yo oí que alguien me hablaba desde el templo y me decía:

«Hijo de hombre, éste es el sitio de mi trono, el sitio de las plantas de mis pies, donde voy a residir para siempre, en medio de los hijos de Israel. La casa de Israel y sus monarcas ya no profanarán mi nombre santo con sus fornicaciones ni con los cadáveres de sus reyes difuntos, poniendo su umbral junto a mi umbral y las jambas de sus puertas pegadas a las mías, ellos y yo pared de por medio. Ellos profanaron mi nombre santo con las abominaciones que perpetraron y por eso los consumió mi ira. Pero ahora alejarán de mí sus fornicaciones y los cadáveres de sus monarcas, y residiré en medio de ellos para siempre.

Y tú, hijo de hombre, describe este templo a la casa de Israel, a ver si se avergüenzan de sus culpas, y para que tomen nota de este plano. Si se avergüenzan de toda su conducta, enséñales la estructura y disposición del templo, sus entradas y salidas, sus preceptos y leyes. Pon todo esto por escrito ante sus ojos, para que pongan por obra todas sus leyes y preceptos. He aquí el fuero del templo: el área entera de la cima del monte es lugar sacrosanto. Dile a la Casa Rebelde, a la casa de Israel: "Basta ya de perpetrar abominaciones, casa de Israel. Profanáis mi templo metiendo en mi santuario extranjeros, incircuncisos de corazón e incircuncisos de carne, y ofreciéndome como alimento grasa y sangre, mientras quebrantáis mi alianza con vuestras abominaciones. En lugar de atender a mi servicio en el santuario, les habéis encargado a otros el ejercicio de vuestro ministerio en el santuario. Por tanto, esto dice el Señor: Ningún extranjero incircunciso de corazón e incircunciso de carne entrará en mi santuario, ninguno de los extranjeros que viven entre los hijos de Israel."»
RESPONSORIO    Ez 43, 4-5; cf. Lc 2, 27 
R. La gloria del Señor entró en el templo por la puerta oriental, * y llenó el templo la gloria del Señor.
V. Llevaron sus padres al niño Jesús al templo.
R. Y llenó el templo la gloria del Señor.
SEGUNDA LECTURA
Del Tratado de san Cipriano, obispo y mártir, Sobre la muerte
(Cap. 18, 24. 26: CSEL 3, 308. 312-314)
RECHACEMOS EL TEMOR A LA MUERTE CON EL PENSAMIENTO DE LA INMORTALIDAD QUE LA SIGUE
Nunca debemos olvidar que nosotros no hemos de cumplir nuestra propia voluntad, sino la de Dios, tal como el Señor nos mandó pedir en nuestra oración cotidiana. ¡Qué contrasentido y qué desviación es no someterse inmediatamente al imperio de la voluntad del Señor, cuando él nos llama para salir de este mundo! Nos resistimos y luchamos, somos conducidos a la presencia del Señor como unos siervos rebeldes, con tristeza y aflicción, y partimos de este mundo forzados por una ley necesaria, no por la sumisión de nuestra voluntad; y pretendemos que nos honre con el premio celestial aquel a cuya presencia llegamos por la fuerza. ¿Para qué rogamos y pedimos que venga el reino de los cielos, si tanto nos deleita la cautividad terrena? ¿Por qué pedimos con tanta insistencia la pronta venida del día del reino, si nuestro deseo de servir en este mundo al diablo supera al deseo de reinar con Cristo?

Si el mundo odia al cristiano, ¿por qué amas al que te odia, y no sigues más bien a Cristo, que te ha redimido y te ama? Juan, en su carta, nos exhorta con palabras bien elocuentes a que no amemos el mundo ni sigamos las apetencias de la carne: No améis al mundo -dice- ni lo que hay en el mundo. Quien ama al mundo no posee el amor del Padre, porque todo cuanto hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida. El mundo pasa y sus concupiscencias con él. Pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre. Procuremos más bien, hermanos muy queridos, con una mente íntegra, con una fe firme, con una virtud robusta, estar dispuestos a cumplir la voluntad de Dios, cualquiera que ésta sea; rechacemos el temor a la muerte con el pensamiento de la inmortalidad que la sigue. Demostremos que somos lo que creemos.

Debemos pensar y meditar, hermanos muy amados, que hemos renunciado al mundo y que mientras vivimos en él somos como extranjeros y peregrinos. Deseemos con ardor aquel día en que se nos asignará nuestro propio domicilio, en que se nos restituirá al paraíso y al reino, después de habernos arrancado de las ataduras que en este mundo nos retienen. El que está lejos de su patria es natural que tenga prisa por volver a ella. Para nosotros, nuestra patria es el paraíso; allí nos espera un gran número de seres queridos, allí nos aguarda el numeroso grupo de nuestros padres, hermanos e hijos, seguros ya de su suerte, pero solícitos aún de la nuestra. Tanto para ellos como para nosotros significará una gran alegría el poder llegar a su presencia y abrazarlos; la felicidad plena y sin término la hallaremos en el reino celestial, donde no existirá ya el temor a la muerte, sino la vida sin fin.

Allí está el coro celestial de los apóstoles, la multitud exultante de los profetas, la innumerable muchedumbre de los mártires, coronados por el glorioso certamen de su pasión; allí las vírgenes triunfantes, que con el vigor de su continencia dominaron la concupiscencia de su carne y de su cuerpo; allí los que han obtenido el premio de su misericordia, los que practicaron el bien, socorriendo a los necesitados con sus bienes, los que, obedeciendo el consejo del Señor, trasladaron su patrimonio terreno a los tesoros celestiales. Deseemos ávidamente, hermanos muy amados, la compañía de todos ellos. Que Dios vea estos nuestros pensamientos, que Cristo contemple este deseo de nuestra mente y de nuestra fe, ya que tanto mayor será el premio de su amor, cuanto mayor sea nuestro deseo de él.
RESPONSORIO    Flp 3, 20-21; Col 3, 4
R. Nuestros derechos de ciudadanía radican en los cielos, de donde esperamos que venga Como salvador Cristo Jesús, el Señor. * Él transfigurará nuestro cuerpo de humilde condición en un cuerpo glorioso, semejante al suyo.
V. Cuando se manifieste Cristo, que es vuestra vida, os manifestaréis también vosotros con él, revestidos de gloria.
R. Él transfigurará nuestro cuerpo de humilde condición en un cuerpo glorioso, semejante al suyo.

ORACIÓN.
OREMOS,
Mueve, Señor, nuestros corazones, para que correspondamos con mayor generosidad a la acción de tu gracia, y recibamos en mayor abundancia la ayuda de tu bondad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.