PRIMERA LECTURA
Comienza el libro del profeta Ezequiel 1, 3-14. 22--2, 1b
VISIÓN DE LA GLORIA DEL SEÑOR TENIDA POR EZEQUIEL EN EL DESTIERRO
En aquellos días, fue dirigida la palabra del Señor a Ezequiel, sacerdote, hijo de Buzi, en el país de los caldeos, a orillas del río Kebar, y fue allí arrebatado en éxtasis:
Vi que venía del norte un viento huracanado, una gran nube con resplandores en torno y zigzagueo de relámpagos, y en su centro como el fulgor del electro. En medio aparecía la figura de cuatro seres vivientes que tenían forma humana, pero cada uno tenía cuatro caras y cuatro alas. Sus piernas eran rectas y sus pies como pezuñas de novillo, y relucían como bronce bruñido. Bajo sus alas tenía brazos humanos. Las caras de los cuatro estaban vueltas hacia las cuatro direcciones, y sus alas estaban unidas de dos en dos. No se volvían al caminar, cada uno marchaba de frente.
En cuanto al aspecto de su semblante: una cara era de hombre, y por el lado derecho los cuatro tenían cara de león, por el lado izquierdo la cara de los cuatro era de toro, y tenían también los cuatro una cara de águila. Sus alas estaban extendidas hacia arriba. Cada uno tenía un par de alas que se tocaban entre sí, y otro par que les cubría el cuerpo. Los cuatro caminaban de frente, avanzaban hacia donde el espíritu los impulsaba y no se volvían al caminar.
Entre esos seres vivientes había como ascuas encendidas, parecían como antorchas que se agitaban entre ellos. El fuego brillaba con un vivo resplandor y de él saltaban rayos. Y los cuatro seres iban y venían como relámpagos. Sobre la cabeza de los seres vivientes había una especie de plataforma, refulgente como el cristal. Bajo la plataforma estaban extendidas sus alas horizontalmente, mientras las otras dos alas de cada uno les cubrían el cuerpo.
Y oí el rumor de sus alas cuando se movían, como el fragor de aguas caudalosas, como el trueno del Todopoderoso, como gritería de multitudes o como el estruendo de un ejército en batalla. Cuando se detenían plegaban sus alas. Entonces resonó una voz sobre la plataforma que estaba sobre sus cabezas.
Encima de la plataforma había una como piedra de zafiro en forma de trono, y sobre esta especie de trono sobresalía una figura de aspecto semejante al de un hombre. Y vi luego un brillo, como el fulgor del electro, algo así como un fuego que lo envolvía, desde lo que parecía ser su cintura para arriba; y, desde lo que parecía ser su cintura para abajo, vi también algo así como un fuego, que producía un resplandor en torno. El resplandor que lo nimbaba era como el arco iris que aparece en las nubes cuando llueve. Tal era la apariencia visible de la gloria del Señor. Al contemplarla, caí rostro en tierra, y oí la voz de uno que me hablaba.
RESPONSORIO Cf. Ez 1, 26; 3, 12; Ap 5, 13
R. Vi sobre una especie de trono una figura de aspecto semejante al de un hombre, y escuché una voz, como el estruendo de un terremoto, que decía: * «Bendita sea la gloria del Señor en su morada.»
V. Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.
R. Bendita sea la gloria del Señor en su morada.
SEGUNDA LECTURA
De las Cartas de Sulpicio Severo
(Carta 3, 6. 9-10, 11. 14-17, 21: SC 133, 336-344)
MARTÍN, POBRE Y HUMILDE
Martín conoció con mucha antelación su muerte y anunció a sus hermanos la proximidad de la disolución de su cuerpo. Entretanto, por una determinada circunstancia, tuvo que visitar la diócesis de Candes. Existía en aquella Iglesia una desavenencia entre los clérigos, y, deseando él poner paz entre ellos, aunque sabía que se acercaba su fin, no dudó en ponerse en camino, movido por este deseo, pensando que si lograba pacificar la Iglesia sería éste un buen colofón a su vida.
Permaneció por un tiempo en aquella población o comunidad, donde había establecido su morada. Una vez restablecida la paz entre los clérigos, cuando ya pensaba regresar a su monasterio, de repente empezaron a faltarle las fuerzas; llamó entonces a los hermanos y les indicó que se acercaba el momento de su muerte. Ellos, todos a una, empezaron a entristecerse y a decirle entre lágrimas:
«¿Por qué nos dejas, padre? ¿A quién nos encomiendas en nuestra desolación? Invadirán tu grey lobos rapaces; ¿quién nos defenderá de sus mordeduras, si nos falta el pastor? Sabemos que deseas estar con Cristo, pero una dilación no hará que se pierda ni disminuya tu premio; compadécete más bien de nosotros, a quienes dejas».
Entonces él, conmovido por este llanto, lleno como estaba siempre de entrañas de misericordia en el Señor, se cuenta que lloró también; y, vuelto al Señor, dijo tan sólo estas palabras en respuesta al llanto de sus hermanos:
«Señor, si aún soy necesario a tu pueblo, no rehuyo el trabajo; hágase tu voluntad».
¡Oh varón digno de toda alabanza, nunca derrotado por las fatigas ni vencido por la tumba, igualmente dispuesto a lo uno y a lo otro, que no tembló ante la muerte ni rechazó la vida! Con los ojos y las manos continuamente levantados al cielo, no cejaba en la oración; y como los presbíteros, que por entonces habían acudido a él, le rogasen que aliviara un poco su cuerpo cambiando de posición, les dijo:
«Dejad, hermanos, dejad que mire al cielo y no a la tierra, y que mi espíritu, a punto ya de emprender su camino, se dirija al Señor».
Dicho esto, vio al demonio cerca de él, y le dijo:
«¿Por que estás aquí, bestia feroz? Nada hallarás en mí, malvado; el seno de Abrahán está a punto de acogerme». Con estas palabras entregó su espíritu al cielo. Martín, lleno de alegría, fue recibido en el seno de Abrahán; Martín, pobre y humilde, entró en el cielo, cargado de riquezas.
RESPONSORIO
R. ¡Oh tu, verdaderamente dichoso, en cuyos labios no hubo engaño, que a nadie juzgaste, a nadie condenaste! * nunca se encontró en su boca otra cosa que Cristo, la paz y la misericordia.
V. ¡Oh varón digno de toda alabanza, nunca derrotado por las fatigas ni vencido por la tumba, que no tembló ante la muerte ni rechazó la vida!
R. Nunca se encontró en su boca otra cosa que Cristo, la paz y la misericordia.
ORACIÓN.
OREMOS,
Renueva, Señor, en nosotros las maravillas de tu gracia, para que, al celebrar hoy la memoria de san Martín, obispo, que te glorificó, tanto con su vida como con su muerte, nos sintamos de tal modo fortalecidos, que ni la vida ni la muerte puedan separarnos de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.