PRIMERA LECTURA
Del segundo libro de los Reyes 18, 17-36
AMENAZAS DE LOS EMBAJADORES DEL REY DE ASIRIA CONTRA JERUSALÉN
En aquellos días, el rey de Asiria despachó desde Laquis al general en jefe, al prefecto de eunucos y al copero mayor, para que fueran con un fuerte destacamento a Jerusalén, al rey Ezequías. Fueron y, cuando llegaron a Jerusalén, se detuvieron ante el canal de la Alberca de Arriba, que queda junto a la Calzada del campo del Batanero. Llamaron al rey, y salieron a recibirlos Eliacim, hijo de Helcías, mayordomo de palacio, Sobna, el secretario, y el heraldo Yoaj, hijo de Asaf. El copero mayor les dijo:
«Decid a Ezequías: Así dice el emperador, el rey de Asiria: "¿En qué fundas tu confianza? Tú piensas que la estrategia y la valentía militares son cuestión de palabras. ¿En quién confías para rebelarte contra mí? ¿Te fías de ese bastón de caña quebrada que es Egipto? Al que se apoya en él, se le clava en la mano y se la atraviesa; eso es el faraón para los que confían en él. Y si me replicas: 'Yo confío en el Señor, nuestro Dios', ¿no es ése el dios cuyas ermitas y altares ha suprimido Ezequías, exigiendo a Judá y a Jerusalén que se postren ante ese altar en Jerusalén? Por tanto, haz una apuesta con mi señor, el rey de Asiria, y te daré dos mil caballos, si es que tienes quien los monte. ¿Cómo te atreves a desairar a uno de los últimos siervos de mi señor, confiando en que Egipto te proporcionará carros y jinetes? ¿Te crees que he subido a arrasar esta ciudad sin consultar con el Señor? Fue el Señor quien me dijo que subiera a devastar este país."»
Eliacim, hijo de Helcías, Sobna y Yoaj dijeron al copero mayor:
«Por favor, háblanos en arameo, que lo entendemos. No nos hables en hebreo, ante la gente que está en las murallas.»
Pero el copero les replicó:
«¿Crees que mi señor me ha enviado para que os comunique a ti y a tu señor este mensaje? También es para los hombres que están en la muralla, y que con vosotros habrán de comer su excremento y beber su orina.»
E, irguiéndose, gritó a voz en cuello, en hebreo:
«¡Escuchad las palabras del emperador, rey de Asiria! Así dice el rey: "Que no os engañe Ezequías, porque no podrá libraros de mi mano. Que Ezequías no os haga confiar en el Señor diciendo: 'El Señor nos librará y no entregará esta ciudad al rey de Asiria'. No hagáis caso a Ezequías, porque esto dice el rey de Asiria: Rendíos y haced la paz conmigo, y cada uno comerá de su viña y su higuera y beberá de su pozo, hasta que llegue yo para llevaros a una tierra como la vuestra, tierra de trigo y mosto, tierra de pan y viñedos, tierra de aceite y miel, para que viváis y no muráis. No hagáis caso de Ezequías, que os engaña, diciendo: 'El Señor nos librará'. ¿Acaso los dioses de las naciones libraron sus países de la mano del rey de Asiria? ¿Dónde están los dioses de Jamat y Arpad, los dioses de Sefarvaím, Hena y Avá? ¿Han librado a Samaría de mi poder? ¿Qué dios de esos países ha podido librar sus territorios de mi mano? ¿Y va a librar el Señor a Jerusalén de mi mano?"»
Todos callaron y no respondieron palabra. Tenían consigna del rey de no responder.
RESPONSORIO Is 37, 23. 29. 22
R. ¿Contra quién has alzado la voz y levantado tus ojos altaneros? ¡Contra el Santo de Israel! * Por haberte envalentonado contra mí, pues tu arrogancia ha subido a mis oídos, te haré volver por el camino por donde has venido.
V. Ésta es la palabra que el Señor pronuncia contra el rey de Asiria.
R. Por haberte envalentonado contra mí, pues tu arrogancia ha subido a mis oídos, te haré volver por el camino por donde has venido.
SEGUNDA LECTURA
Comienza la carta de san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, a los Tralianos
(Cap. 1, 1--3, 2; 4, 1-2; 6, 1; 7, 1--8, 1: Funk 1, 203-209)
OS QUIERO PREVENIR COMO A HIJOS MÍOS AMADÍSIMOS
Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la amada de Dios, Padre de Jesucristo, la Iglesia santa que habita en Trales del Asia, digna de Dios y escogida, que goza de paz, tanto en el cuerpo como en el espíritu, a causa de la pasión de Jesucristo, el que nos da una esperanza de resucitar como él; mi mejor saludo apostólico y mis mejores deseos de que viváis en la alegría.
Sé que tenéis sentimientos irreprochables e inconmovibles, a pesar de vuestros sufrimientos, y ello no sólo por vuestro esfuerzo, sino también por vuestro buen natural: así me lo ha manifestado vuestro obispo Polibio, quien por voluntad de Dios y de Jesucristo ha venido a Esmirna y se ha congratulado conmigo, que estoy encadenado por Cristo Jesús; en él me ha sido dado contemplar a toda vuestra comunidad y por él he recibido una prueba de cómo vuestro amor para conmigo es según Dios, y he dado gracias al Señor, pues de verdad he conocido que, como ya me habían contado, sois auténticos imitadores de Dios.
En efecto, al vivir sometidos a vuestro obispo como si se tratara del mismo Jesucristo, sois, a mis ojos, como quien anda no según la carne, sino según Cristo Jesús, que por nosotros murió a fin de que, creyendo en su muerte, escapéis de la muerte. Es necesario, por tanto, que, como ya lo venís practicando, no hagáis nada sin el obispo; someteos también a los presbíteros como a los apóstoles de Jesucristo, nuestra esperanza, para que de esta forma nuestra vida esté unida a la de él.
También es preciso que los diáconos, como ministros que son de los misterios de Jesucristo, procuren, con todo interés, hacerse gratos a todos, pues no son ministros de los manjares y de las bebidas, sino de la Iglesia de Dios. Es, por tanto, necesario que eviten, como si se tratara de fuego, toda falta que pudiera echárseles en cara.
De manera semejante, que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo, al obispo como si fuera la imagen del Padre, y a los presbíteros como si fueran el senado de Dios y el colegio apostólico. Sin ellos no existe la Iglesia. Creo que estáis bien persuadidos de todo esto. En vuestro obispo, a quien recibí y a quien tengo aún a mi lado, contemplo como una imagen de vuestra caridad; su misma manera del vivir es una magnífica lección, y su mansedumbre una fuerza.
Mis pensamientos en Dios son muy elevados, pero me pongo a raya a mí mismo, no sea que perezca por mi vanagloria. Pues ahora sobre todo tengo motivos para temer y me es necesario no prestar oído a quienes podrían tentarme de orgullo. Porque cuantos me alaban en realidad me dañan. Es cierto que deseo sufrir el martirio, pero ignoro si soy digno de él. Mi impaciencia, en efecto, quizá pasa desapercibida a muchos, pero en cambio a mí me da gran guerra. Por ello necesito adquirir una gran mansedumbre, pues ella desbaratará al príncipe de este mundo.
Os exhorto, no yo, sino la caridad de Jesucristo, a que uséis solamente el alimento cristiano y a que os abstengáis de toda hierba extraña a vosotros, es decir, de toda herejía.
Esto lo realizaréis si os alejáis del orgullo y permanecéis íntimamente unidos a nuestro Dios, Jesucristo, y a vuestro obispo, sin apartaros de las enseñanzas de los apóstoles. El que está en el interior del santuario es puro, pero el que está fuera no es puro: quiero decir con ello que el que actúa a espaldas del obispo y de los presbíteros y diáconos no es puro ni tiene limpia su conciencia.
No os escribo esto porque me haya enterado que tales cosas se den entre vosotros, sino porque os quiero prevenir como a hijos míos amadísimos.
RESPONSORIO Ef 4, 3-6; 1Co 3, 11
R. Esforzaos por mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza a la que habéis sido convocados. * Un Señor, una fe, un bautismo.
V. Nadie puede poner otro cimiento sino el que ya está puesto: Jesucristo.
R. Un Señor, una fe, un bautismo.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, que con la magnificencia de tu amor sobrepasas los méritos y aun los deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para que libres nuestra conciencia de toda inquietud y nos concedas aun aquello que no nos atrevemos a pedir. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.