Musica Para el Alma

jueves, 26 de octubre de 2017

LECTURAS LARGAS

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Jeremías 22, 10-30
ORÁCULO CONTRA EL ÚLTIMO REY DE JUDÁ
No lloréis por el muerto, ni os lamentéis por él; llorad más bien por el que se marcha, porque no volverá a ver su tierra natal. Porque así dice el Señor a Salún, hijo de Josías, rey de Judá, sucesor en el reino de Josías, su padre: «El que salió de este lugar no volverá más a él; sino que morirá en el país adonde lo llevan cautivo, y esta tierra no la volverá a ver.»

¡Ay del que edifica su casa con injusticias, piso a piso, inicuamente; hace trabajar de balde a su prójimo, no le entrega su salario. Piensa: «Me voy a construir una casa espaciosa con habitaciones aireadas; abriré ventanas, la cubriré de cedro, la pintaré de rojo.» ¿Piensas que eres rey porque compites en cedros? Si tu padre comió y bebió y le fue bien, es porque guardó la justicia y el derecho; sentenció a favor del pobre y del oprimido, y eso sí que es conocerme -oráculo del Señor-.

Pero tú no tienes ojos ni corazón más que para la ganancia, para derramar sangre inocente, para practicar el abuso y la opresión. Por eso, así dice el Señor a Joaquín, hijo de Josías, rey de Judá: «No le harán luto cantando: "¡Ay hermano mío, ay hermana mía!", no le harán funeral diciendo: "¡Ay señor mío, ay majestad!" Lo enterrarán como a un asno: lo arrastrarán y lo tirarán fuera de las puertas de Jerusalén.»

Sube al Líbano y grita, alza la voz en Basán, grita desde Abarín, porque están deshechos tus amigos. Te hablé en tu prosperidad, y dijiste: «No quiero oír»; ésta es tu conducta desde tu juventud: no escuchabas mi voz. Pues el viento se apacentará de tus pastores, tus amigos irán al destierro; entonces te avergonzarás y sonrojarás de todas tus maldades. Tú, sentada en el Líbano, que anidas entre cedros, cómo sollozarás cuando te lleguen las ansias, los dolores del parto.

Juro por mi vida -oráculo del Señor-: Aunque Jeconías, hijo de Joaquín, rey de Judá, fuera un anillo en mi mano derecha, de allí te arrancaría, y te entregaría en manos de los que te persiguen a muerte, en manos de los que tú más temes, en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, en manos de los caldeos. Os expulsaré a ti y a tu madre, que te dio a luz, a tierra extranjera donde no nacisteis, y allí moriréis. Y no volverán a la tierra adonde ansían volver. ¿Es Jeconías una vasija rota, despreciable, un cacharro inútil? ¿Por qué lo expulsan con su estirpe y lo arrojan a un país desconocido?

¡Tierra, tierra, tierra!, escucha la palabra del Señor. Así dice el Señor: «Inscribid a este hombre como estéril, como varón fracasado en la vida, porque de su estirpe no prosperará nadie que se siente en el trono de David para reinar en Judá.»
RESPONSORIO    Jr 22, 3; Mt 20, 27
R. Reyes, haced justicia y derecho, librad al oprimido de la mano del opresor; * no abuséis del forastero, del huérfano y de la viuda.
V. Quien aspire a ser el primero sea servidor de todos.
R. No abuséis del forastero, del huérfano y de la viuda.
SEGUNDA LECTURA
De los Libros de san Agustín, obispo, Sobre la ciudad de Dios
(Libro 10, 6: CCL 47, 278-279)
EN TODO LUGAR SE OFRECERÁ INCIENSO A MI NOMBRE Y UNA OBLACIÓN PURA
Verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el fin de unirnos a Dios en santa sociedad, es decir, toda obra relacionada con aquel supremo bien, mediante el cual llegamos a la verdadera felicidad. Por ello, incluso la misma misericordia que nos mueve a socorrer al hermano, si no se hace por Dios, no puede llamarse sacrificio. Porque, aun siendo el hombre quien hace o quien ofrece el sacrificio, éste, sin embargo, es una acción divina, como nos lo indica la misma palabra con la cual llamaban los antiguos latinos a esta acción. Por ello, puede afirmarse que incluso el hombre es verdadero sacrificio cuando está consagrado a Dios por el bautismo y está dedicado al Señor, ya que entonces muere al mundo y vive para Dios. Esto, en efecto, forma parte de aquella misericordia que cada cual debe tener para consigo mismo, según está escrito: Ten compasión de tu alma agradando a Dios.

Si, pues, las obras de misericordia para con nosotros mismos o para con el prójimo, cuando están referidas a Dios, son verdadero sacrificio, y, por otra parte, sólo son obras de misericordia aquellas que se hacen con el fin de librarnos de nuestra miseria y hacernos felices (cosa que no se obtiene sino por medio de aquel bien, del cual se ha dicho: Para mí lo bueno es estar junto a Dios), resulta claro que toda la ciudad redimida, es decir, la congregación o asamblea de los santos, debe ser ofrecida a Dios como un sacrificio universal por mediación de aquel gran sacerdote que se entregó a sí mismo por nosotros, tomando la condición de esclavo, para que nosotros llegáramos a ser cuerpo de tan sublime cabeza. Ofreció esta forma de esclavo y bajo ella se entregó a sí mismo, porque sólo según ella pudo ser mediador, sacerdote y sacrificio.

Por esto nos exhorta el Apóstol a que ofrezcamos nuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable, y a que no nos conformemos con este siglo, sino que nos reformemos en la novedad de nuestro espíritu. Y para probar cuál es la voluntad de Dios y cuál el bien y el beneplácito y la perfección, ya que todo este sacrificio somos nosotros, dice: Por la gracia que Dios me ha dado, os pido a todos y a cada uno: No tengáis de vosotros mismos un concepto superior a lo que es justo. Abrigad sentimientos de justa moderación, cada uno en la medida de la fe que Dios le ha dado. A la manera que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros y todos los miembros desempeñan distinta función, lo mismo nosotros: siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, e individualmente somos miembros unos de otros y tenemos carismas diferentes, según la gracia que Dios nos ha dado.

Éste es el sacrificio de los cristianos: la reunión de muchos, que formamos un solo cuerpo en Cristo. Este misterio es celebrado también por la Iglesia en el sacramento del altar, del todo familiar a los fieles, donde se demuestra que la Iglesia, en la misma oblación que hace, se ofrece a sí misma.
RESPONSORIO    Mi 6, 6. 8; Dt 10, 14. 12
R. ¿Con qué me acercaré al Señor? Se te ha dado a conocer, oh hombre, lo que es bueno, lo que Dios desea de ti: * simplemente que practiques la justicia, que ames la misericordia y que camines humildemente con tu Dios.
V. Del Señor tu Dios son el cielo y la tierra y cuanto hay en ellos; y ¿qué es lo que te exige el Señor tu Dios?
R. Simplemente que practiques la justicia, que ames la misericordia y que camines humildemente con tu Dios.

ORACIÓN.
OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, haz que nuestra voluntad sea siempre dócil a la tuya y que te sirvamos con un corazón sincero. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.