Musica Para el Alma

jueves, 19 de octubre de 2017

LECTURAS LARGAS

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Jeremías 7, 1-20
LA CONFIANZA EN EL TEMPLO ES VANA, SI NO HAY FIDELIDAD A DIOS Y JUSTICIA CON EL PRÓJIMO
Palabra del Señor que recibió Jeremías:

«Ponte a la puerta del templo, y grita allí esta palabra: "¡Escucha, Judá, la palabra del Señor, los que entráis por estas puertas para adorar al Señor! Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, y habitaré con vosotros en este lugar. No os creáis seguros con palabras engañosas, repitiendo: 'Es el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor.' Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones, si juzgáis rectamente entre un hombre y su prójimo, si no explotáis al forastero, al huérfano y a la viuda, si no derramáis sangre inocente en este lugar, si no seguís a dioses extranjeros, para vuestro mal, entonces habitaré con vosotros en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres, desde hace tanto tiempo y para siempre. Mirad: Vosotros os fiáis de palabras engañosas que no sirven de nada. Vosotros robáis, matáis, adulteráis, juráis en falso, quemáis incienso a Baal, seguís a dioses extranjeros y desconocidos, ¡y después entráis a presentaros ante mí en este templo, que lleva mi nombre, y os decís: 'Estamos salvos', para seguir cometiendo esas abominaciones! ¿Creéis acaso que es una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre? Atención, que yo lo he visto -oráculo del Señor-.

Id a mi templo de Silo, donde hice habitar mi nombre en otro tiempo, y mirad lo que hice con él, por la maldad de Israel mi pueblo. Pues ahora, ya que habéis cometido tales acciones -dice el Señor-, que os hablé sin cesar y no me escuchasteis, que os llamé y no me respondisteis; por eso, con el templo que lleva mi nombre, en el que confiáis, con el lugar que di a vuestros padres y a vosotros, haré lo mismo que hice con Silo: os arrojaré de mi presencia, como arrojé a vuestros hermanos, la estirpe de Efraím."

Y tú no intercedas por este pueblo, no alces por ellos súplicas ni clamores, porque no te escucharé. ¿No ves lo que están haciendo en las ciudades de Judá, en las calles de Jerusalén? Los hijos recogen leña, los padres encienden fuego, las mujeres preparan la masa para hacer tortas en honor de la Reina del cielo; y hacen libaciones a dioses extranjeros, para irritarme. ¿Es a mí a quien hieren, o más bien a sí mismos, para su confusión? Por eso así dice el Señor: Mirad, mi ira y mi cólera se derraman sobre este lugar, sobre el hombre y el ganado, sobre el árbol del campo, sobre el fruto del suelo, ardiendo sin cesar.»
RESPONSORIO    Jr 7, 11; Is 56, 7; Jn 2, 16
R. ¿Creéis acaso que es una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre? * Mi casa es casa de oración y así la llamarán todos los pueblos.
V. No hagáis de la casa de mi Padre un mercado.
R. Mi casa es casa de oración y así la llamarán todos los pueblos.
SEGUNDA LECTURA
De la carta de san Agustín, obispo, a Proba
(Carta 130, 14, 27--15, 28: CSEL 44, 71-73)
EL ESPÍRITU INTERCEDE POR NOSOTROS
Quien pide al Señor aquella sola cosa que hemos mencionado, es decir, la vida dichosa de la gloria, y esa sola cosa busca, éste pide con seguridad y pide con certeza, y no puede temer que algo le sea obstáculo para conseguir lo que pide, pues pide aquello sin lo cual de nada le aprovecharía cualquiera otra cosa que hubiera pedido, orando como conviene. Esta es la única vida verdadera, la única vida feliz: contemplar eternamente la belleza del Señor, en la inmortalidad e incorruptibilidad del cuerpo y del espíritu. En razón de esta sola cosa, nos son necesarias todas las demás cosas; en razón de ella, pedimos oportunamente las demás cosas. Quien posea esta vida poseerá todo lo que desee y allí nada podrá desear que no sea conveniente.

Allí está la fuente de la vida, cuya sed debemos avivar en la oración mientras vivimos aún de esperanza. Pues ahora vivimos sin ver lo que esperamos, seguros a la sombra de las alas de aquel ante cuya presencia están todas nuestras ansias; pero tenemos la certeza de nutrirnos un día de lo sabroso de su casa y de beber del torrente de sus delicias, porque en él está la fuente viva y su luz nos hará ver la luz; aquel día en el cual todos nuestros deseos quedarán saciados con sus bienes y ya nada tendremos que pedir gimiendo, pues todo lo poseeremos gozando.

Pero como esta única cosa que pedimos consiste en aquella paz que sobrepasa toda inteligencia, incluso cuando en la oración pedimos esta paz hemos de decir que no sabemos pedir lo que nos conviene. Porque no podemos imaginar cómo sea esta paz en sí misma y, por tanto, no sabemos pedir lo que nos conviene. Cuando se nos presenta al pensamiento alguna imagen de ella, la rechazamos, la reprobamos, reconocemos que está lejos de la realidad, aunque continuamos ignorando lo que buscamos.

Pero hay en nosotros, para decirlo de algún modo, una docta ignorancia; docta, sin duda, por el Espíritu de Dios, que viene en ayuda de nuestra debilidad. En efecto, dice el Apóstol: Si esperamos lo que no vemos, lo aguardamos con anhelo y constancia. Y añade a continuación: El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y aquel que escudriña los corazones sabe cómo son los deseos del Espíritu, es decir, que su intercesión en favor de los fieles es según el querer de Dios.

No hemos de entender estas palabras como si dijeran que el Espíritu de Dios, que en la Trinidad divina es Dios inmutable y un solo Dios con el Padre y el Hijo, orase a Dios como alguien distinto de Dios, intercediendo por los santos; si el texto dice que el Espíritu intercede en favor de los fieles es para significar que incita a los fieles a interceder, del mismo modo que también se dice: Os tienta el Señor vuestro Dios para ver si lo amáis, es decir, para que vosotros conozcáis si lo amáis. El Espíritu, pues, incita a los fieles a que intercedan con gemidos inefables, inspirándoles el deseo de aquella realidad tan sublime que aún no conocemos, pero que esperamos ya con paciencia. Pero ¿cómo se puede hablar cuando se desea lo que ignoramos? Ciertamente que si lo ignoráramos del todo no lo desearíamos; pero, por otro lado, si ya lo viéramos no lo desearíamos ni lo pediríamos con gemidos inefables.
RESPONSORIO    Rm 8, 26; Za 12, 10
R. Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero * el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.
V. En aquel día -dice el Señor- derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración.
R. El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.

ORACIÓN.
OREMOS,
Te pedimos, Señor, que tu gracia continuamente nos preceda y acompañe, de manera que estemos dispuestos a obrar siempre el bien. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.