PRIMERA LECTURA
De la carta a los Efesios 4, 25--5, 7
SED IMITADORES DE DIOS
Hermanos: Dejaos de mentiras, hable cada uno con verdad a su prójimo, que somos miembros unos de otros. Si os indignáis, no lleguéis a pecar; que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo. No dejéis lugar al diablo.
El ladrón, que no robe más; mejor será que se fatigue trabajando honradamente con sus propias manos, para poder repartir con el necesitado. No salga de vuestra boca palabra desedificante, sino la que sirva para la necesaria edificación, comunicando la gracia a los oyentes. Y no provoquéis más al Santo Espíritu de Dios, con el cual fuisteis marcados para el día de la redención. Desterrad de entre vosotros todo exacerbamiento, animosidad, ira, pendencia, insulto y toda clase de maldad. Sed, por el contrario, bondadosos y compasivos unos con otros, y perdonaos mutuamente como también Dios os ha perdonado en Cristo.
Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados que sois. Y vivid en el amor a ejemplo de Cristo, que os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación de suave fragancia.
Por otra parte, de lujuria, inmoralidad de cualquier género o codicia, entre vosotros ni hablar; es impropio de gente consagrada. Y lo mismo obscenidades, estupideces o chabacanerías, que están fuera de sitio; en lugar de eso, dad gracias a Dios. Porque esto que digo, tenedlo por sabido y resabido: nadie que se da a la lujuria, a la inmoralidad o a la codicia, que es una idolatría, tendrá parte en el reino de Cristo y de Dios. Que nadie os engañe con argumentos especiosos: estas cosas son las que atraen la reprobación de Dios sobre los rebeldes. Por eso, no os hagáis cómplices de ellos.
RESPONSORIO Ef 4, 30; 1Ts 5, 16. 18. 19
R. No provoquéis al Santo Espíritu de Dios, * con el cual fuisteis marcados para el día de la redención.
V. Alegraos siempre y dad gracias a Dios en toda ocasión; no impidáis las manifestaciones del Espíritu.
R. Con el cual fuisteis marcados para el día de la redención.
SEGUNDA LECTURA
De las Confesiones de san Agustín, obispo
(Libro 7, 10, 18; 10, 27: CSEL 33, 157-163. 255)
¡OH ETERNA VERDAD, VERDADERA CARIDAD Y CARA ETERNIDAD!
Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tu mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré y ví con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce la verdad. ¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: «Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí.»
Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino de la verdad y la vida, y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría, por la que creaste todas las cosas.
¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.
RESPONSORIO S. Agustín, Confesiones
R. ¡Oh verdad, luz de mi corazón! No son ya mis tinieblas las que me hablan: me había equivocado, pero me acordé de ti; * y ahora vuelvo a tu fuente, sediento y anhelante.
V. No soy yo mi propia vida; por mí mismo, sólo viví mal, mas luego en ti resucité.
R. Y ahora vuelvo a tu fuente, sediento y anhelante.
ORACIÓN.
OREMOS,
Renueva, Señor, en tu Iglesia aquel espíritu que, con tanta abundancia, otorgaste al obispo san Agustín, para que también nosotros tengamos sed de ti, única fuente de la verdadera sabiduría, y en ti, único manantial del verdadero amor, encuentre descanso nuestro corazón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.