Del libro del Apocalipsis 14, 14--15,4
LA COSECHA DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
Yo, Juan, tuve otra visión:
Vi una nube blanca, y sentado sobre ella alguien semejante a un Hijo de hombre, con una corona de oro sobre su cabeza y con una hoz afilada en la mano. Y salió otro ángel del templo, gritando con potente voz al que estaba sentado sobre la nube:
«Empuña la hoz y siega, porque ya es la hora de la siega y está madura la mies de la tierra.»
El que estaba sentado sobre la nube metió su hoz a la tierra, y la tierra quedó segada. Salió otro ángel del templo celeste, llevando también él en su mano una hoz afilada. Y otro más salió del altar, y tenía poder sobre el fuego y gritaba con poderosa voz al que tenía la hoz afilada:
«Empuña tu hoz afilada, y corta los racimos de la viña de la tierra, porque sus uvas están maduras.»
El ángel metió su hoz a la tierra, y vendimió la viña de la tierra, echando los racimos en el gran lagar de la cólera de Dios. Fue pisada la uva del lagar, fuera de la ciudad; y salió sangre del lagar hasta llegar a cubrir los frenos de los caballos en un espacio de mil seiscientos estadios.
Vi luego en el cielo otra señal grande y maravillosa: Eran siete ángeles portadores de siete plagas, las últimas, porque con ellas se consuma la cólera de Dios. Vi como un mar de vidrio mezclado con fuego; y los que habían vencido a la Bestia y a su imagen y a la cifra que daba su nombre estaban de pie junto al mar de vidrio, portando las cítaras de Dios. Y cantaban el cántico de Moisés, el siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo:
«Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente, justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de los siglos! ¿Quién no temerá, Señor, y glorificará tu nombre? Porque tú solo eres santo, porque vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento, porque tus juicios se hicieron manifiestos.»
RESPONSORIO Ap 15, 3; Ex 15, 11
R. Cantaban el cántico del Cordero, diciendo: «Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente, * justos y verdaderos son tus caminos, ¡oh Rey de los siglos!» Aleluya.
V. ¿Quién como tú, Señor, entre los dioses? ¿Quién como tú, terrible entre los santos, autor de maravillas?
R. Justos y verdaderos son tus caminos, ¡oh Rey de los siglos! Aleluya.
SEGUNDA LECTURA
Del Tratado de san Hilario, obispo, Sobre la Santísima Trinidad
(Libro 8, 13-16: PL 10, 246-249)
UNIDAD NATURAL DE LOS FIELES EN DIOS POR LA ENCARNACIÓN DEL VERBO Y POR LA EUCARISTÍA
Si es verdad que la Palabra se hizo carne, también lo es que en el sagrado alimento recibimos a la Palabra hecha carne; por eso hemos de estar convencidos que permanece en nosotros de un modo connatural aquel que, al nacer como hombre, no sólo tomó de manera inseparable la naturaleza de nuestra carne, sino que también mezcló, en el sacramento que nos comunica su carne, la naturaleza de esta carne con la naturaleza de la eternidad. De este modo somos todos una sola cosa, ya que el Padre está en Cristo, y Cristo en nosotros. Por su carne, está él en nosotros, y nosotros en él, ya que, por él, lo que nosotros somos está en Dios.
Él mismo atestigua en qué alto grado estamos en él, por el sacramento en que nos comunica su carne y su sangre, pues dice: El mundo ya no me verá; pero vosotros me veréis, porque yo seguiré viviendo y vosotros también; porque yo estoy en mi Padre, y vosotros estáis en mí y yo estoy en vosotros. Si se hubiera referido sólo a la unidad de voluntades, no hubiera usado esa cierta gradación y orden al hablar de la consumación de esta unidad, que ha empleado para que creamos que él está en el Padre por su naturaleza divina, que nosotros, por el contrario, estamos en él por su nacimiento corporal, y que él, a su vez, está en nosotros por el misterio del sacramento. De este modo se nos enseña la unidad perfecta a través del Mediador, ya que, permaneciendo nosotros en él, él permanece en el Padre y, permaneciendo en el Padre, permanece en nosotros; y, así, tenemos acceso a la unidad con el Padre, ya que, estando él en el Padre por generación natural, también nosotros estamos en él de un modo connatural, por su presencia permanente y connatural en nosotros.
A qué punto esta unidad es connatural en nosotros lo atestigua él mismo con estas palabras: El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él. Para estar en él, tiene él que estar en nosotros, ya que sólo él mantiene asumida en su persona la carne de los que reciben la suya.
Ya antes había enseñado la perfecta unidad que obra este sacramento, al decir: Así como me envió el Padre que posee la vida y yo vivo por el Padre, de la misma manera quien me come vivirá por mí. Él, por tanto, vive por el Padre; y, del mismo modo que él vive por el Padre, así también nosotros vivimos por su carne.
Emplea, pues, todas estas comparaciones adecuadas a nuestra inteligencia, para que podamos comprender, con estos ejemplos, la materia de que trata. Ésta es, por tanto, la fuente de nuestra vida: la presencia de Cristo por su carne en nosotros, carnales; de manera que nosotros vivimos por él a la manera que él vive por el Padre.
RESPONSORIO Jn 6, 57; cf. Dt 4, 7
R. El que come mi carne y bebe mi sangre * permanece en mí, y yo en él. Aleluya.
V. ¿Cuál de las naciones grandes tiene unos dioses tan cercanos a ellas como el Señor, nuestro Dios, lo está de nosotros?
R. Permanece en mí, y yo en él. Aleluya.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios nuestro, vida de los creyentes, gloria de los humildes, felicidad de los justos, atiende benignamente a nuestras súplicas y haz que quienes deseamos ardientemente el cumplimiento de tus promesas seamos siempre colmados por la abundancia de tus beneficios. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.