De la primera carta del apóstol san Juan 3, 11-17
LA CARIDAD HACIA NUESTROS HERMANOS
Queridos hermanos: Éste es el mensaje que escuchasteis desde un principio: que nos amemos unos a otros. No como Caín, que, siendo del maligno, mató a su hermano. Y ¿por qué lo mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano eran buenas.
No os extrañéis, hermanos, de que el mundo os aborrezca. Nosotros hemos pasado de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte. Quien aborrece a su hermano es un homicida. Y ya sabéis que ningún homicida tiene vida eterna en sí mismo.
En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Si un rico en bienes de fortuna ve a su hermano pasar necesidad y, hombre sin entrañas, le niega su socorro, ¿cómo es posible que more en él el amor de Dios?
RESPONSORIO 1Jn 3, 16. 14
R. En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. * También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Aleluya.
V. Nosotros hemos pasado de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos.
R. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Aleluya.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san Agustín, obispo
(Sermón 171, 1-3. 5: PL 38, 933-935)
ESTAD SIEMPRE ALEGRES EN EL SEÑOR
El Apóstol nos manda estar alegres, pero en el Señor, no en el mundo. Porque, como dice la Escritura, quien pretende ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. Así como el hombre no puede servir a dos señores, así también nadie puede estar alegre en el mundo y en el Señor.
Por lo tanto, que prevalezca el gozo en el Señor y que se extinga el gozo en el mundo. El gozo en el Señor debe ir creciendo continuamente, mientras que el gozo en el mundo debe ir disminuyendo hasta extinguirse. Esto no debe entenderse en el sentido de que no debemos alegrarnos mientras estamos en el mundo, sino que es una exhortación a que, aun viviendo en el mundo, nos alegremos ya en el Señor.
Pero alguno dirá: «Estoy en el mundo y, por lo tanto, si me alegro no puedo dejar de hacerlo en el lugar en que estoy.» A este tal yo le respondería: «¿Es que por estar en el mundo no estás en el Señor?» Atiende cómo el mismo Apóstol, hablando a los atenienses, como nos refieren los Hechos de los apóstoles, les decía respecto al Dios y Señor creador nuestro: En él vivimos, nos movemos y existimos. ¿Habrá algún lugar en que no esté aquel que está en todas partes? ¿No es éste el sentido de su exhortación, cuando dice: El Señor está cerca; no os inquietéis por cosa alguna?
Gran cosa es ésta, que el mismo que asciende a lo más alto de los cielos continúa cercano a los que viven en la tierra. ¿Quién es éste, lejano y próximo a la vez, sino aquel que por su misericordia se nos hizo cercano?
En efecto, todo el género humano está representado en aquel hombre al que unos ladrones habían dejado tendido en el camino, medio muerto, junto al cual pasaron un sacerdote y un levita sin atenderlo, y al que se acercó para curarlo y socorrerlo el samaritano que pasó junto a él. Aquel que por su condición de inmortal y justo se hallaba tan alejado de nosotros, mortales y pecadores, descendió a nosotros y se hizo cercano a nosotros.
En efecto, no nos trata como merecen nuestros pecados; y esto porque somos hijos. ¿Cómo lo demostramos? El, el Hijo único, murió por nosotros para dejar de ser único.
Murió él solo porque no quería ser él solo. El que era Hijo único de Dios hizo a muchos otros también hijos de Dios. Al precio de su sangre se compró una multitud de hermanos, con su reprobación los hizo probos, fue vendido para redimirlos, injuriado para hacerlos honorables, muerto para darles vida.
Así pues, hermanos, estad alegres en el Señor, no en el mundo, es decir: alegraos en la verdad, no en la iniquidad; alegraos en la esperanza de la eternidad, no en la flor pasajera de la vanidad. Ésta debe ser vuestra alegría; y, en cualquier lugar en que estéis y todo el tiempo que aquí estéis, el Señor está cerca; no os inquietéis por cosa alguna.
RESPONSORIO 2Co 13, 11; Rm 15, 13
R. Hermanos, alegraos, trabajad por vuestra perfección, alentaos unos a otros, tened un mismo sentir y vivid en paz; * y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.
V. El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en la práctica de vuestra fe.
R. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.
ORACIÓN.
OREMOS,
Señor Dios nuestro, que nunca dejas de glorificar la santidad de quienes con fidelidad te sirven, haz que el fuego del Espíritu Santo nos encienda en aquel mismo ardor que tan maravillosamente inflamó el corazón de san Felipe Neri. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.