Musica Para el Alma

jueves, 18 de diciembre de 2025

LAUDES Y VISPERAS DEL VIERNES 19


 

*LAS LAUDES Y LAS VISPERAS*

 

Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén

 

 

*Laudes - 19 DE DICIEMBRE 2025*

El siguiente es el formulario que corresponde a laudes de la liturgia de las horas para el día, viernes, 19 de diciembre de 2025.

Invitatorio

 

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

 

Antifona: El Señor está cerca, venid, adorémosle.

 

Salmo 94

 

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.

(Se repite la antífona)

 

Himno

 

Ya muy cercano, Emmanuel
hoy te presiente Israel,
que en triste exilio vive ahora
y redención de ti implora.

Ven ya, del cielo resplandor,
Sabiduría del Señor,
pues con tu luz, que el mundo ansía,
nos llegará nueva alegría.

Llegando estás, Dios y Señor,
del Sinaí legislador,
que la ley santa promulgaste
y tu poder allí mostraste.

Ven, Vara santa de Jesé,
contigo el pueblo a lo que fue
volver espera, pues aún gime
bajo el cruel yugo que lo oprime.

Ven, Llave de David, que al fin
el cielo abriste al hombre ruin
que hoy puede andar libre su vía,
con la esperanza del gran día.

Aurora tú eres que, al nacer,
nos trae nuevo amanecer,
y, con tu luz, viva esperanza
el corazón del hombre alcanza.

Rey de la gloria, tu poder
al enemigo ha de vencer,
y, al ayudar nuestra flaqueza,
se manifiesta tu grandeza. Amén.

 

Salmodia

 

Antífona 1: Contra ti, contra ti solo pequé, Señor, ten misericordia de mí.

Salmo 50

Misericordia, Dios mío

Renovaos en la mente y en el espíritu y vestíos de la nueva condición humana. (Ef 4,23-24)

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

 

Antífona 2: Reconocemos, Señor, nuestra impiedad; hemos pecado contra ti.

Jr 14,17-21

Lamentación del pueblo en tiempo de hambre y guerra

Está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio. (Mc 1,15)

Mis ojos se deshacen en lágrimas,
día y noche no cesan:
por la terrible desgracia de la doncella de mi pueblo,
una herida de fuertes dolores.

Salgo al campo: muertos a espada;
entro en la ciudad: desfallecidos de hambre;
tanto el profeta como el sacerdote
vagan sin sentido por el país.

¿Por qué has rechazado del todo a Judá?
¿Tiene asco tu garganta de Sión?
¿Por qué nos has herido sin remedio?
Se espera la paz y no hay bienestar,
al tiempo de la cura sucede la turbación.

Señor, reconocemos nuestra impiedad,
la culpa de nuestros padres,
porque pecamos contra ti.

No nos rechaces, por tu nombre,
no desprestigies tu trono glorioso;
recuerda y no rompas tu alianza con nosotros.

 

Antífona 3: El Señor es Dios, y nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño.

Salmo 99

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (San Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

 

Lectura Breve

Is 2, 3

Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos, y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del Señor.

 

Responsorio Breve

 

V. Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor.
R. Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor.
V. Su gloria aparecerá sobre ti.
R. Amanecerá el Señor.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor.

 

V. Muéstranos, Señor tu misericordia.
R. Y danos tu salvación.

 

Lecturas

 

Primera Lectura

Del libro del profeta Isaías 41, 8-20

PROMESA DE UN NUEVO ÉXODO

Y tú, Israel, siervo mío, Jacob, a quien elegí, simiente de mi amigo Abraham; que te así desde los cabos de la tierra, y desde lo más remoto te llamé y te dije: «Siervo mío eres tú, te he escogido y no te he rechazado»: No temas, que contigo estoy yo; no receles, que yo soy tu Dios. Yo te he robustecido y te he ayudado, y te tengo asido con mi diestra justiciera.

¡Oh! Se avergonzarán y confundirán todos los abrasados en ira contra ti. Serán como nada y perecerán los que buscan querella. Los buscarás y no los hallarás a los que disputaban contigo. Serán como nada y nulidad los que te hacen la guerra. Porque yo, el Señor tu Dios, te tengo asido por la diestra. Soy yo quien te digo: «No temas, yo te ayudo.»

No temas, gusano de Jacob, gente de Israel: yo te ayudo —oráculo del Señor— y tu redentor es el Santo de Israel. He aquí que te he convertido en trillo nuevo, de dientes dobles. Triturarás los montes y los desmenuzarás, y los cerros convertirás en tamo. Los beldarás, y el viento se los llevará, y una ráfaga los dispersará. Y tú te regocijarás en el Señor, en el Santo de Israel te gloriarás.

Los humildes y los pobres buscan agua, pero no hay nada. La lengua se les secó de sed. Yo, el Señor, les responderé. Yo, Dios de Israel, no los desampararé. Abriré sobre los calveros arroyos y en medio de las barrancas manantiales. Convertiré el desierto en lagunas y la tierra árida en hontanar de aguas. Pondré en el desierto cedros, acacias, arrayanes y olivares. Pondré en la estepa el enebro, el olmo y el ciprés a una, de modo que todos vean y sepan, adviertan y consideren que la mano del Señor ha hecho eso, el Santo de Israel lo ha creado.

 

Responsorio Is 42, 1; Dt 18, 15

 

R. Mirad a mi siervo, en quien tengo mis complacencias; * en él he puesto mi espíritu, para que haga brillar la justicia de las naciones.
V. El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta de en medio de ti, de entre tus hermanos.
R. En él he puesto mi espíritu, para que haga brillar la justicia de las naciones.

 

Segunda Lectura

Del Tratado de san Ireneo, obispo, contra las herejías
(Libro 3, 20; 2-3: SC 34, 342-344)

LA ECONOMÍA DE LA ENCARNACIÓN REDENTORA

La gloria del hombre es Dios; el hombre, en cambio, es el receptáculo de la actuación de Dios, de toda su sabiduría y su poder.
De la misma manera que los enfermos demuestran cuál sea el médico, así los hombres manifiestan cuál sea Dios. Por lo cual dice también Pablo: Pues Dios nos encerró a todos en la rebeldía para tener misericordia de todos. Esto lo dice del hombre, que desobedeció a Dios y fue privado de la inmortalidad, pero después alcanzó misericordia y, gracias al Hijo de Dios, recibió la filiación que es propia de éste.

Si el hombre acoge sin vanidad ni jactancia la verdadera gloria procedente de cuanto ha sido creado y de quien lo creó, que no es otro que el poderosísimo Dios que hace que todo exista, y si permanece en el amor, en la sumisión y en la acción de gracias a Dios, recibirá de él aún más gloria, así como un acrecentamiento de su propio ser, hasta hacerse semejante a aquel que murió por él.

Porque el Hijo de Dios se encarnó en una carne pecadora como la nuestra, a fin de condenar al pecado y, una vez condenado, arrojarlo fuera de la carne. Asumió la carne para incitar al hombre a hacerse semejante a él y para proponerle a Dios como modelo a quién imitar. Le impuso la obediencia al Padre para que llegara a ver a Dios, dándole así el poder de alcanzar al Padre. La Palabra de Dios, que habitó en el hombre, se hizo también Hijo del hombre, para habituar al hombre a percibir a Dios, y a Dios a habitar en el hombre, según el beneplácito del Padre.

Por esta razón el mismo Señor nos dio como señal de nuestra salvación al que es Dios— con—nosotros, nacido de la Virgen, ya que era el Señor mismo quien salvaba a aquellos que no tenían posibilidad de salvarse por sí mismos; por lo que Pablo, al referirse a la debilidad humana, exclama: Sé que no es bueno eso que habita en mi carne, dando a entender que el bien de nuestra salvación no proviene de nosotros, sino de Dios; y añade: ¡Desgraciado de mi! ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte? Después de lo cual se refiere al libertador: la gracia de nuestro Señor Jesucristo.

También Isaías dice lo mismo: Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis.» Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona y os salvará; porque hemos de salvarnos, no por nosotros mismos, sino con la ayuda de Dios.

 

Responsorio Cf. Jr 31, 10; cf. 4, 5

 

R. Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla hasta los confines de la tierra, * y decid a las islas remotas: «Vendrá nuestro Salvador.»
V. Anunciadlo y haced que se escuche en todas partes: proclamad la nueva, gritadla a plena voz.
R. Y decid a las islas remotas: «Vendrá nuestro Salvador.»

 

Lecturas de la Feria de Adviento (19 de diciembre)

19 Dic 2025

Evangelio

*Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,5-25)*

 

En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel.
Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada.
Una vez que Zacarías oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según la costumbre de los sacerdotes, le tocó en suerte a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso.
Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor.
Pero el ángel le dijo:
«No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, “para convertir los corazones de los padres hacía los hijos”, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».
Zacarías replicó al ángel:
«¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada».
Respondiendo el ángel, le dijo:
«Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia. Pero te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento oportuno».
El pueblo, que estaba aguardando a Zacarías, se sorprendía de que tardase tanto en el santuario. Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía mudo.
Al cumplirse los días de su servicio en el templo, volvió a casa. Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir de casa cinco meses, diciendo:
«Esto es lo que ha hecho por mí el Señor, cuando se ha fijado en mi para quitar mi oprobio ante la gente».

 

Palabra del Señor

 

Canto Evangélico

Antifona: El Salvador del mundo aparecerá como el sol naciente y descenderá al seno de la
Virgen como la lluvia desciende sobre el césped. Aleluya.

Benedictus Lc 1, 68-79

El Mesías y su precursor

+ Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

 

Preces

Hermanos, oremos a Cristo, el redentor, que viene a librar del poder de la muerte a los que se convierten a él, y digámosle:

Ven, Señor Jesús.

Que al anunciar tu venida, Señor, — nuestro corazón se sienta libre de toda vanidad.

Que la Iglesia que tú fundaste, Señor, — glorifique tu nombre por todo el mundo.

Que tu ley, Señor, sea luz para nuestros ojos, — y sirva de protección a los pueblos que confiesan tu nombre.

Tú que por la Iglesia nos anuncias el gozo de tu venida, — concédenos también el deseo de recibirte.

Aquí se pueden añadir algunas intenciones libres.

Con el gozo que nos da el saber que Cristo viene para hacernos hijos de Dios, digamos al Padre: Padre nuestro.

Padre Nuestro

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal.

Oración

 

Oremos:

Señor y Dios nuestro, que en el parto de la Virgen María has querido revelar al mundo entero el esplendor de tu gloria, asístenos con tu gracia para que proclamemos con fe íntegra y celebremos con piedad sincera el misterio admirable de la Encarnación de tu Hijo. Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

 

 

 

 

Vísperas - 19 DE DICIEMBRE 2025

El siguiente es el formulario que corresponde a vísperas de la liturgia de las horas para el día, viernes, 19 de diciembre de 2025.

Invitatorio

Vísperas

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
Amén. Aleluya.

 

Himno

Alegría de nieve
por los caminos.
Todo espera la gracia
del Bien Nacido.

En desgracia los hombres,
dura la tierra.
Cuanta más nieve cae,
más cielo cerca.

La tierra tan dormida
ya se despierta.
Y hasta el hombre más muerto
se despereza.

Ya los montes se allanan
y las colinas,
y el corazón del hombre
vuelve a la vida. Amén.

Salmodia

Antífona 1: El Señor es grande, nuestro dueño más que todos los dioses.

Salmo 134,1-12

Himno a Dios, realizador de maravillas

Vosotros sois… un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa. (1P 2,9)

Alabad el nombre del Señor,
alabadlo, siervos del Señor,
que estáis en la casa del Señor,
en los atrios de la casa de nuestro Dios.

Alabad al Señor porque es bueno,
tañed para su nombre, que es amable.
Porque él se escogió a Jacob,
a Israel en posesión suya.

Yo sé que el Señor es grande,
nuestro dueño más que todos los dioses.
El Señor todo lo que quiere lo hace:
en el cielo y en la tierra,
en los mares y en los océanos.

Hace subir las nubes desde el horizonte,
con los relámpagos desata la lluvia,
suelta a los vientos de sus silos.

Él hirió a los primogénitos de Egipto,
desde los hombres hasta los animales.
Envió signos y prodigios
—en medio de ti, Egipto—
contra el Faraón y sus ministros.

Hirió de muerte a pueblos numerosos,
mató a reyes poderosos:
a Sijón, rey de los amorreos,
a Hog, rey de Basán,
y a todos los reyes de Canaán.
Y dio su tierra en heredad,
en heredad a Israel, su pueblo.

Antífona 2: Casa de Israel, bendecid al Señor; tañed para su nombre, que es amable.

Salmo 134,13-21

Señor, tu nombre es eterno;
Señor, tu recuerdo de edad en edad.
Porque el Señor gobierna a su pueblo
y se compadece de sus siervos.

Los ídolos de los gentiles son oro y plata,
hechura de manos humanas:
tienen boca y no hablan,
tienen ojos y no ven,

tienen orejas y no oyen,
no hay aliento en sus bocas.
Sean lo mismo los que los hacen,
cuantos confían en ellos.

Casa de Israel, bendice al Señor;
casa de Aarón, bendice al Señor;
casa de Leví, bendice al Señor.
fieles del Señor, bendecid al Señor.

Bendito en Sión el Señor,
que habita en Jerusalén.

Antífona 3: Vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento, Señor.

Ap 15,3-4

Himno de adoración

Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

Lectura Breve

Flp 3, 20b-21

Esperamos que venga como salvador Cristo Jesús, el Señor. Él transfigurará nuestro
cuerpo de humilde condición en un cuerpo glorioso, semejante al suyo, en virtud del poder
que tiene para someter a su imperio todas las cosas.

Responsorio Breve

V. Ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
R. Ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
V. Que brille tu rostro y nos salve.
R. Señor Dios de los ejércitos.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.

Canto Evangélico

Antifona: Oh renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, ante
quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones, ven a librarnos, no tardes
más.

Magnificat Lc 1, 46-55

Alegría del alma en el Señor

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Preces

Supliquemos, hermanos, a Cristo, juez de vivos y muertos, y digámosle confiados:


Ven, Señor Jesús.


Haz, Señor, que tu justicia, que pregonan los cielos, la reconozca también el mundo, — para que tu gloria habite en nuestra tierra.
Tú que por nosotros quisiste ser débil en tu humanidad, — fortalece a los hombres con la fuerza de tu divinidad.
Ven, Señor, y con la luz de tu palabra, — ilumina a los que viven sumergidos en las tinieblas de la ignorancia.
Tú que con tu humillación borraste nuestros pecados, — por tu glorificación llévanos a la felicidad eterna.

Aquí se pueden añadir algunas intenciones libres.

Tú que vendrás a juzgar al mundo con gloria y majestad, — lleva a nuestros hermanos difuntos al reino de los cielos.
Movidos por la fe, invoquemos a Dios Padre con la oración que Cristo nos enseñó: Padre nuestro.

Padre Nuestro

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal.

Oración

Señor y Dios nuestro, que en el parto de la Virgen María has querido revelar al mundo
entero el esplendor de tu gloria, asístenos con tu gracia para que proclamemos con fe
íntegra y celebremos con piedad sincera el misterio admirable de la Encarnación de tuHijo. Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

 

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.