Abre, Señor, mi boca para
bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos,
perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para
que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado
en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén
V. Señor,
ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Venid,
adoremos al Señor, Dios grande.
Salmo 94
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día,
mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos
al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Himno 1
Señor de nuestras
horas, Origen, Padre, Dueño,
que, con el sueño, alivias y, en la tregua de un sueño,
tu escala tiendes a Jacob:
al filo de los gallos, en guardia labradora,
despiertan en los montes los fuegos de la aurora,
y de tus manos sube el sol.
Incendia el cielo en sombras el astro matutino,
y el que pecó en tinieblas recobra su camino
en la inocencia de la luz.
Convoca brazo y remo la voz de la marea,
y llora Pedro, el duro patrón de Galilea,
cimiento y roca de Jesús
El gallo nos increpa; su canto al sol dispara,
desvela al soñoliento, y al que pecó lo encara
con el fulgor de la verdad;
a su gozosa alerta, la vida se hace fuerte,
renace la esperanza, da un paso atrás la muerte,
y el mundo sabe a pan y a hogar.
Del seno de la tierra, convocas a tu Ungido,
y el universo entero, recién amanecido,
encuentra en Cristo su esplendor.
Él es la piedra viva donde se asienta el mundo,
la imagen que lo ordena, su impulso más profundo
hacia la nueva creación.
Por él, en cuya sangre se lavan los pecados,
estamos a tus ojos recién resucitados
y plenos en su plenitud.
Y, con el gozo nuevo de la criatura nueva,
al par que el sol naciente, nuestra oración se eleva
en nombre del Señor Jesús. Amén.
que, con el sueño, alivias y, en la tregua de un sueño,
tu escala tiendes a Jacob:
al filo de los gallos, en guardia labradora,
despiertan en los montes los fuegos de la aurora,
y de tus manos sube el sol.
Incendia el cielo en sombras el astro matutino,
y el que pecó en tinieblas recobra su camino
en la inocencia de la luz.
Convoca brazo y remo la voz de la marea,
y llora Pedro, el duro patrón de Galilea,
cimiento y roca de Jesús
El gallo nos increpa; su canto al sol dispara,
desvela al soñoliento, y al que pecó lo encara
con el fulgor de la verdad;
a su gozosa alerta, la vida se hace fuerte,
renace la esperanza, da un paso atrás la muerte,
y el mundo sabe a pan y a hogar.
Del seno de la tierra, convocas a tu Ungido,
y el universo entero, recién amanecido,
encuentra en Cristo su esplendor.
Él es la piedra viva donde se asienta el mundo,
la imagen que lo ordena, su impulso más profundo
hacia la nueva creación.
Por él, en cuya sangre se lavan los pecados,
estamos a tus ojos recién resucitados
y plenos en su plenitud.
Y, con el gozo nuevo de la criatura nueva,
al par que el sol naciente, nuestra oración se eleva
en nombre del Señor Jesús. Amén.
Salmodia
Antífona 1: Para
ti es mi música, Señor; voy a explicar el camino perfecto.
Salmo 100
Propósitos de un príncipe justo
Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. (Jn
14,15)
Voy a cantar la
bondad y la justicia,
para ti es mi música, Señor;
voy a explicar el camino perfecto:
¿cuándo vendrás a mí?
Andaré con rectitud de corazón
dentro de mi casa;
no pondré mis ojos
en intenciones viles.
Aborrezco al que obra mal,
no se juntará conmigo;
lejos de mí el corazón torcido,
no aprobaré al malvado.
Al que en secreto difama a su prójimo
lo haré callar;
ojos engreídos, corazones arrogantes
no los soportaré.
Pongo mis ojos en los que son leales,
ellos vivirán conmigo;
el que sigue un camino perfecto,
ése me servirá.
No habitará en mi casa
quien comete fraudes;
el que dice mentiras
no durará en mi presencia.
Cada mañana haré callar
a los hombres malvados,
para excluir de la ciudad del Señor
a todos los malhechores.
para ti es mi música, Señor;
voy a explicar el camino perfecto:
¿cuándo vendrás a mí?
Andaré con rectitud de corazón
dentro de mi casa;
no pondré mis ojos
en intenciones viles.
Aborrezco al que obra mal,
no se juntará conmigo;
lejos de mí el corazón torcido,
no aprobaré al malvado.
Al que en secreto difama a su prójimo
lo haré callar;
ojos engreídos, corazones arrogantes
no los soportaré.
Pongo mis ojos en los que son leales,
ellos vivirán conmigo;
el que sigue un camino perfecto,
ése me servirá.
No habitará en mi casa
quien comete fraudes;
el que dice mentiras
no durará en mi presencia.
Cada mañana haré callar
a los hombres malvados,
para excluir de la ciudad del Señor
a todos los malhechores.
Antífona 2: No
apartes de nosotros tu misericordia, Señor.
Dn 3,26-29.34-41
Oración de Azarías en el horno
Arrepentíos y convertíos para que se borren
vuestros pecados. (Hch 3,19)
Bendito eres,
Señor, Dios de nuestros padres,
digno de alabanza y glorioso es tu nombre.
Porque eres justo en cuanto has hecho con nosotros
y todas tus obras son verdad,
y rectos tus caminos,
y justos todos tus juicios.
Porque hemos pecado y cometido iniquidad
apartándonos de ti, y en todo hemos delinquido.
Por el honor de tu nombre,
no nos desampares para siempre,
no rompas tu alianza,
no apartes de nosotros tu misericordia.
Por Abrahán, tu amigo;
por Isaac, tu siervo;
por Israel, tu consagrado;
a quienes prometiste
multiplicar su descendencia
como las estrellas del cielo,
como la arena de las playas marinas.
Pero ahora, Señor, somos el más pequeño
de todos los pueblos;
hoy estamos humillados por toda la tierra
a causa de nuestros pecados.
En este momento no tenemos príncipes,
ni profetas, ni jefes;
ni holocausto, ni sacrificios,
ni ofrendas, ni incienso;
ni un sitio donde ofrecerte primicias,
para alcanzar misericordia.
Por eso, acepta nuestro corazón contrito
y nuestro espíritu humilde,
como un holocausto de carneros y toros
o una multitud de corderos cebados.
Que éste sea hoy nuestro sacrificio,
y que sea agradable en tu presencia:
porque los que en ti confían
no quedan defraudados.
Ahora te seguimos de todo corazón,
te respetamos y buscamos tu rostro.
digno de alabanza y glorioso es tu nombre.
Porque eres justo en cuanto has hecho con nosotros
y todas tus obras son verdad,
y rectos tus caminos,
y justos todos tus juicios.
Porque hemos pecado y cometido iniquidad
apartándonos de ti, y en todo hemos delinquido.
Por el honor de tu nombre,
no nos desampares para siempre,
no rompas tu alianza,
no apartes de nosotros tu misericordia.
Por Abrahán, tu amigo;
por Isaac, tu siervo;
por Israel, tu consagrado;
a quienes prometiste
multiplicar su descendencia
como las estrellas del cielo,
como la arena de las playas marinas.
Pero ahora, Señor, somos el más pequeño
de todos los pueblos;
hoy estamos humillados por toda la tierra
a causa de nuestros pecados.
En este momento no tenemos príncipes,
ni profetas, ni jefes;
ni holocausto, ni sacrificios,
ni ofrendas, ni incienso;
ni un sitio donde ofrecerte primicias,
para alcanzar misericordia.
Por eso, acepta nuestro corazón contrito
y nuestro espíritu humilde,
como un holocausto de carneros y toros
o una multitud de corderos cebados.
Que éste sea hoy nuestro sacrificio,
y que sea agradable en tu presencia:
porque los que en ti confían
no quedan defraudados.
Ahora te seguimos de todo corazón,
te respetamos y buscamos tu rostro.
Antífona 3: Te
cantaré, Dios mío, un cántico nuevo.
Salmo 143,1-10
Oración por la victoria y la paz
Todo lo puedo en aquél que me conforta. (Flp 4,13)
Bendito el Señor,
mi Roca,
que adiestra mis manos para el combate,
mis dedos para la pelea;
mi bienhechor, mi alcázar,
baluarte donde me pongo a salvo,
mi escudo y mi refugio,
que me somete los pueblos.
Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?;
¿qué los hijos de Adán para que pienses en ellos?
El hombre es igual que un soplo;
sus días, una sombra que pasa.
Señor, inclina tu cielo y desciende;
toca los montes, y echarán humo;
fulmina el rayo y dispérsalos;
dispara tus saetas y desbarátalos.
Extiende la mano desde arriba:
defiéndeme, líbrame de las aguas caudalosas,
de la mano de los extranjeros,
cuya boca dice falsedades,
cuya diestra jura en falso.
Dios mío, te cantaré un cántico nuevo,
tocaré para ti el arpa de diez cuerdas:
para ti que das la victoria a los reyes,
y salvas a David, tu siervo.
que adiestra mis manos para el combate,
mis dedos para la pelea;
mi bienhechor, mi alcázar,
baluarte donde me pongo a salvo,
mi escudo y mi refugio,
que me somete los pueblos.
Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?;
¿qué los hijos de Adán para que pienses en ellos?
El hombre es igual que un soplo;
sus días, una sombra que pasa.
Señor, inclina tu cielo y desciende;
toca los montes, y echarán humo;
fulmina el rayo y dispérsalos;
dispara tus saetas y desbarátalos.
Extiende la mano desde arriba:
defiéndeme, líbrame de las aguas caudalosas,
de la mano de los extranjeros,
cuya boca dice falsedades,
cuya diestra jura en falso.
Dios mío, te cantaré un cántico nuevo,
tocaré para ti el arpa de diez cuerdas:
para ti que das la victoria a los reyes,
y salvas a David, tu siervo.
Lectura Breve
Is 55,1
Oíd, sedientos
todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo,
comed sin pagar vino y leche de balde.
Responsorio Breve
R. Señor,
escucha mi voz, * He esperado en tus palabras. Señor.
V. Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio. * He esperado en tus palabras. Gloria al Padre. Señor.
V. Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio. * He esperado en tus palabras. Gloria al Padre. Señor.
Primera Lectura
Del libro del
profeta Oseas 10, 1-11, 1a
LOS ÍDOLOS Y EL REY
SERÁN DESTRUIDOS
Vid frondosa era
Israel produciendo fruto a su aire: cuanto más aumentaba su fruto,
más aumentaba los altares; cuanto mejor era su tierra, mejores hacía las estelas.
Su corazón es doble, mas ahora van a expiar; él romperá sus altares, demolerá sus
estelas.
Entonces dirán: «No tenemos rey, porque no hemos temido a Yahveh, y el rey, ¿qué
haría por nosotros?
Pronuncian palabras, juramentos vanos, conclusión de alianzas, y el juicio florece como
hierba venenosa en los surcos del campo.
Por el becerro de Bet Aven tiemblan los habitantes de Samaria; sí, por él hace duelo su
pueblo, por él sus sacerdotes: ¡que exulten por su gloria, porque ha emigrado lejos de él!
Él también será llevado a Asiria, como ofrenda para el gran rey.
Efraím recogerá vergüenza, e Israel quedará corrida de su plan.
¡Se ha acabado Samaria! Su rey es como espuma sobre la haz del agua.
Serán destruidos los altos de Aven, el pecado de Israel. Espinas y zarzas treparán por
sus altares. Dirán entonces a los montes: «¡Cubridnos!» y a las colinas: «¡Caed sobre
nosotros!»
Desde los días de Guibeá, has pecado, Israel, ¡allí se han plantado!
¿No los alcanzará en Guibeá la guerra, a los hijos de la injusticia?
Voy a venir a visitarlos, y se aliarán pueblos contra ellos, cuando sean visitados por su
doble culpa.
Efraím era una novilla domesticada, que gustaba de la trilla; yo pasé el yugo sobre su
hermoso cuello; uncí el carro a Efraím, Judá araba, Jacob rastrillaba.
Sembraos simiente de justicia, recoged cosecha de amor, desbarbechado lo que es
barbecho; ya es tiempo de buscar a Yahveh, hasta que venga a lloveros justicia.
Habéis arado maldad, injusticia habéis segado, habéis comido fruto de mentira. Por
haber confiado en tus carros, en la multitud de tus valientes, tumulto de guerra se alzará
en tu pueblo, y todas tus fortalezas serán devastadas, como Salmán devastó a Bet Arbel el
día de la batalla, cuando la madre fue estrellada sobre sus hijos.
Eso ha hecho con vosotros Betel por vuestra redoblada maldad. ¡A la aurora
desaparecerá el rey de Israel!
Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo.
más aumentaba los altares; cuanto mejor era su tierra, mejores hacía las estelas.
Su corazón es doble, mas ahora van a expiar; él romperá sus altares, demolerá sus
estelas.
Entonces dirán: «No tenemos rey, porque no hemos temido a Yahveh, y el rey, ¿qué
haría por nosotros?
Pronuncian palabras, juramentos vanos, conclusión de alianzas, y el juicio florece como
hierba venenosa en los surcos del campo.
Por el becerro de Bet Aven tiemblan los habitantes de Samaria; sí, por él hace duelo su
pueblo, por él sus sacerdotes: ¡que exulten por su gloria, porque ha emigrado lejos de él!
Él también será llevado a Asiria, como ofrenda para el gran rey.
Efraím recogerá vergüenza, e Israel quedará corrida de su plan.
¡Se ha acabado Samaria! Su rey es como espuma sobre la haz del agua.
Serán destruidos los altos de Aven, el pecado de Israel. Espinas y zarzas treparán por
sus altares. Dirán entonces a los montes: «¡Cubridnos!» y a las colinas: «¡Caed sobre
nosotros!»
Desde los días de Guibeá, has pecado, Israel, ¡allí se han plantado!
¿No los alcanzará en Guibeá la guerra, a los hijos de la injusticia?
Voy a venir a visitarlos, y se aliarán pueblos contra ellos, cuando sean visitados por su
doble culpa.
Efraím era una novilla domesticada, que gustaba de la trilla; yo pasé el yugo sobre su
hermoso cuello; uncí el carro a Efraím, Judá araba, Jacob rastrillaba.
Sembraos simiente de justicia, recoged cosecha de amor, desbarbechado lo que es
barbecho; ya es tiempo de buscar a Yahveh, hasta que venga a lloveros justicia.
Habéis arado maldad, injusticia habéis segado, habéis comido fruto de mentira. Por
haber confiado en tus carros, en la multitud de tus valientes, tumulto de guerra se alzará
en tu pueblo, y todas tus fortalezas serán devastadas, como Salmán devastó a Bet Arbel el
día de la batalla, cuando la madre fue estrellada sobre sus hijos.
Eso ha hecho con vosotros Betel por vuestra redoblada maldad. ¡A la aurora
desaparecerá el rey de Israel!
Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo.
Responsorio Lc 23, 28. 30-31
R. Comenzarán
a decir a los montes: “caed sobre nosotros”; y a los collados: “
Ocultadnos.” * Porque, si tratan así al árbol verde, al seco ¿cómo lo tratarán?
V. Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos.
R. Porque, si tratan así al árbol verde, al seco ¿cómo lo tratarán?
Ocultadnos.” * Porque, si tratan así al árbol verde, al seco ¿cómo lo tratarán?
V. Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos.
R. Porque, si tratan así al árbol verde, al seco ¿cómo lo tratarán?
Segunda Lectura
Del sermón de san
Agustín, obispo, sobre los pastores
(Sermón 46, 4-5: CCL. 41, 531-533)
(Sermón 46, 4-5: CCL. 41, 531-533)
EL EJEMPLO DE PABLO
En una ocasión en
que Pablo se encontraba en una gran indigencia, preso por la
confesión de la verdad, los hermanos le enviaron con qué remediar su indigentenecesidad. Él les dio las gracias y les dijo: Al socorrer mis necesidades, habéis obrado
bien. Yo he aprendido a arreglarme en toda circunstancia. Sé vivir en pobreza y
abundancia. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en
compartir mi tribulación.
Porque trataba de darles a entender lo que se proponía, a propósito del bien que ellos
habían hecho, y no quería ser entre ellos uno de esos que se apacientan a sí mismos en
vez de a las ovejas, por eso, más que alegrarse que hubiesen acudido a remediar su
necesidad, quiso congratularse de su fecundidad en buenas obras. ¿Qué era entonces lo
que pretendía? No es que yo busque regalos, busco que los intereses se acumulen en
vuestra cuenta. "Y no para quedar yo repleto —venía a decirles—, sino para que vosotros
no os quedéis desprovistos."
Así, pues, quienes no puedan, como Pablo, sostenerse con el trabajo de sus manos, no
duden en aceptar la leche de las ovejas, para sustentarse en sus necesidades, pero que
no se olviden de las ovejas débiles. No han de buscar esto como ventaja suya, como si
anunciasen el Evangelio para remedio de su pobreza, sino con el fin de poder entregarse a
la preparación de la palabra de verdad con la que han de iluminar a los hombres. Pues son
como luminarias, según está dicho: Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas; No
se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el
candelero y que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres,
para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.
Si en tu casa se encendiera una lámpara, ¿no le pondrías aceite para que no se
apagara? Y, si, después de ponerle aceite, la lámpara no alumbrara, no se la colocaría en
el candelero, sino que inmediatamente se la tiraría. La necesidad autoriza, pues, a aceptar,
y la caridad, a dar los medios necesarios para la subsistencia. Y ello no porque el
Evangelio sea algo banal, como si lo recibido como medio de vida por quienes lo anuncian
fuera su precio. Si así lo estuvieran vendiendo, lo estarían malvendiendo. En efecto, si el
sustento de sus necesidades han de recibirlo del pueblo, el premio de su entrega es de
Dios de quien tienen que aguardarlo. Pues el pueblo no puede otorgar la recompensa aquienes le sirven en la caridad del Evangelio. Éstos no aguardan su premio sino del mismo
Señor de quien el pueblo espera su salvación.
Entonces, ¿por qué se increpa y acusa a aquellos pastores? Porque, mientras bebían la
leche y se vestían con lana de las ovejas, no se ocupaban de ellas. Buscaban pues, su
interés, no el de Jesucristo.
confesión de la verdad, los hermanos le enviaron con qué remediar su indigentenecesidad. Él les dio las gracias y les dijo: Al socorrer mis necesidades, habéis obrado
bien. Yo he aprendido a arreglarme en toda circunstancia. Sé vivir en pobreza y
abundancia. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en
compartir mi tribulación.
Porque trataba de darles a entender lo que se proponía, a propósito del bien que ellos
habían hecho, y no quería ser entre ellos uno de esos que se apacientan a sí mismos en
vez de a las ovejas, por eso, más que alegrarse que hubiesen acudido a remediar su
necesidad, quiso congratularse de su fecundidad en buenas obras. ¿Qué era entonces lo
que pretendía? No es que yo busque regalos, busco que los intereses se acumulen en
vuestra cuenta. "Y no para quedar yo repleto —venía a decirles—, sino para que vosotros
no os quedéis desprovistos."
Así, pues, quienes no puedan, como Pablo, sostenerse con el trabajo de sus manos, no
duden en aceptar la leche de las ovejas, para sustentarse en sus necesidades, pero que
no se olviden de las ovejas débiles. No han de buscar esto como ventaja suya, como si
anunciasen el Evangelio para remedio de su pobreza, sino con el fin de poder entregarse a
la preparación de la palabra de verdad con la que han de iluminar a los hombres. Pues son
como luminarias, según está dicho: Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas; No
se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el
candelero y que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres,
para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.
Si en tu casa se encendiera una lámpara, ¿no le pondrías aceite para que no se
apagara? Y, si, después de ponerle aceite, la lámpara no alumbrara, no se la colocaría en
el candelero, sino que inmediatamente se la tiraría. La necesidad autoriza, pues, a aceptar,
y la caridad, a dar los medios necesarios para la subsistencia. Y ello no porque el
Evangelio sea algo banal, como si lo recibido como medio de vida por quienes lo anuncian
fuera su precio. Si así lo estuvieran vendiendo, lo estarían malvendiendo. En efecto, si el
sustento de sus necesidades han de recibirlo del pueblo, el premio de su entrega es de
Dios de quien tienen que aguardarlo. Pues el pueblo no puede otorgar la recompensa aquienes le sirven en la caridad del Evangelio. Éstos no aguardan su premio sino del mismo
Señor de quien el pueblo espera su salvación.
Entonces, ¿por qué se increpa y acusa a aquellos pastores? Porque, mientras bebían la
leche y se vestían con lana de las ovejas, no se ocupaban de ellas. Buscaban pues, su
interés, no el de Jesucristo.
Responsorio 2 Co 12, 14-15; Flp 2, 17
R. No
busco vuestros bienes, sino a vosotros mismos; pues no deben los hijos atesorar
para los padres, sino los padres para los hijos; yo gustosamente gastaré por vosotros todo
lo que tengo, * me consumiré yo mismo todo entero por el bien de vuestras almas.
V. Y si mi sangre fuese derramada como libación sobre el sacrificio y ofrenda de vuestra
fe, me alegraría por ello.
R. Me consumiré yo mismo todo entero por el bien de vuestras almas
para los padres, sino los padres para los hijos; yo gustosamente gastaré por vosotros todo
lo que tengo, * me consumiré yo mismo todo entero por el bien de vuestras almas.
V. Y si mi sangre fuese derramada como libación sobre el sacrificio y ofrenda de vuestra
fe, me alegraría por ello.
R. Me consumiré yo mismo todo entero por el bien de vuestras almas
Martes, 17
de septiembre de 2019
Evangelio
Lectura del santo Evangelio según san Lucas (7,11-17):
En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre.
Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: «No llores.»
Acercándose al ataúd, lo tocó y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces dijo Jesús: «Joven, yo te lo mando: levántate.»
Inmediatamente el que había muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre.
Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.»
La noticia de este hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones circunvecinas.
Palabra del Señor
En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre.
Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: «No llores.»
Acercándose al ataúd, lo tocó y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces dijo Jesús: «Joven, yo te lo mando: levántate.»
Inmediatamente el que había muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre.
Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.»
La noticia de este hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones circunvecinas.
Palabra del Señor
Canto Evangélico
Antifona: De
la mano de todos los que nos odian, sálvanos, Señor.
Benedictus Lc 1,
68-79
El Mesías y su
precursor
+
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y
al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Preces
Dios nos otorga el
gozo de poder alabarlo en este comienzo del día, reavivando con ello nuestra
esperanza. Invoquémosle, pues, diciendo:
'Escúchanos, Señor, por la gloria de tu nombre'.
Dios y Padre de nuestro Salvador Jesucristo, te damos gracias porque, por mediación de tu Hijo,
—nos has dado la sabiduría y la inmortalidad.
Concédenos un corazón humilde,
—para que seamos sumisos unos a otros con respeto cristiano.
Derrama tu Espíritu en nosotros, tus siervos,
—para que nuestra caridad fraterna no sea una farsa.
Tú que has dispuesto que el hombre dominara el mundo con su esfuerzo,
—haz que nuestro trabajo te glorifique y santifique a nuestros hermanos.
Ya que Dios nos muestra siempre su amor de Padre, velando amorosamente por nosotros, nos atrevemos a decir: Padre nuestro.
'Escúchanos, Señor, por la gloria de tu nombre'.
Dios y Padre de nuestro Salvador Jesucristo, te damos gracias porque, por mediación de tu Hijo,
—nos has dado la sabiduría y la inmortalidad.
Concédenos un corazón humilde,
—para que seamos sumisos unos a otros con respeto cristiano.
Derrama tu Espíritu en nosotros, tus siervos,
—para que nuestra caridad fraterna no sea una farsa.
Tú que has dispuesto que el hombre dominara el mundo con su esfuerzo,
—haz que nuestro trabajo te glorifique y santifique a nuestros hermanos.
Ya que Dios nos muestra siempre su amor de Padre, velando amorosamente por nosotros, nos atrevemos a decir: Padre nuestro.
Padre Nuestro
Padre nuestro, que
estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal.
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal.
Oración
Oremos:
Aumenta, Señor,
nuestra fe, para que la alabanza que sale de nuestros labios vaya siempre
acompañada de frutos de vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que
vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos
de los siglos.
Amén.
V. El Señor
nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.
R. Amén.
Hildegarda nació en Bermersheim, en el valle del Rin (actualmente
Renania-Palatinado, en Alemania), durante el verano del año 1098, en el seno de
una familia noble alemana acomodada.8 Fue la menor de los diez hijos de
Hildeberto de Bermersheim, caballero al servicio de Meginhard, conde de
Spanheim, y de su esposa, Matilde de Merxheim-Nahet, y por eso fue considerada
como el diezmo para Dios, entregada como oblata y consagrada desde su
nacimiento a la actividad religiosa, según la mentalidad medieval.10De esta
manera, fue dedicada por sus padres a la vida religiosa y entregada para su educación
a la condesa Judith de Spanheim (Jutta), hija del conde Esteban II de Spanheim
y, por tanto, noble como ella, quien la instruyó en el rezo del salterio, en la
lectura del latín —aunque no le enseñó a escribirlo o, cuando menos, no con
pericia—, en la lectura de la Sagrada Escritura y en el canto gregoriano.
Durante algunos años maestra y discípula vivieron en el castillo
de Spanheim. Cuando Hildegarda cumplió catorce años, ambas se enclaustraron en
el monasterio de Disibodenberg. Este monasterio era masculino, pero acogió a un
pequeño grupo de enclaustradas en una celda anexa, bajo la dirección de Judith.
La ceremonia de clausura solemne fue celebrada el 1 de noviembre de 1112 y en
ella participaron Hildegarda, Judith y otra enclaustrada más, también infante.
En 1114, la celda se transformó en un pequeño monasterio, a fin de poder
albergar el creciente número de vocaciones. En ese mismo año, Hildegarda emitió
la profesión religiosa bajo la regla benedictina, recibiendo el velo de manos
del obispo Otón de Bamberg. De esta manera continuó su educación monástica
rudimentaria dirigida por Judith.
Judith murió en 1136, con fama de santidad tras haber llevado una
vida de mucha austeridad y ascesis, que incluyó largos ayunos y penitencias
corporales. Hildegarda, a pesar de su juventud, fue elegida como abadesa
(magistra) de manera unánime por la comunidad de monjas.
Desde niña, Hildegarda tuvo débil constitución física, sufría de
constantes enfermedades y experimentaba visiones. En una hagiografía posterior
escrita por el monje Teoderico de Echternach se consignó el testimonio de la
propia Hildegarda, donde dejó constancia que desde los tres años tuvo la visión
de «una luz tal que mi alma tembló». Estos hechos continuaron aún durante los
años en que estuvo bajo la instrucción de Judith quien, al parecer, tuvo
conocimiento de ellos. Vivía estos episodios conscientemente, es decir, sin
perder los sentidos ni sufrir éxtasis. Ella los describió como una gran luz en
la que se presentaban imágenes, formas y colores; además iban acompañados de
una voz que le explicaba lo que veía y, en algunos casos, de música.
En 1141, a la edad de cuarenta y dos años, sobrevino un episodio
de visiones más fuerte, durante el cual recibió la orden sobrenatural de
escribir las visiones que en adelante tuviese. A partir de entonces, Hildegarda
escribió sus experiencias, que dieron como resultado el primer libro, llamado
Scivias (Conoce los caminos), que no concluyó hasta 1151. Para tal fin, tomó
como secretario y amanuense a uno de los monjes de Disibodenberg llamado Volmar
y, como colaboradora, a una de sus monjas, llamada Ricardis de Stade.
No obstante, siguió teniendo reticencias para hacer públicas sus
revelaciones y los textos resultantes de ellos, por lo que para disipar sus
dudas recurrió a uno de los hombres más prominentes y con mayor reputación
espiritual de su tiempo: Bernardo de Claraval, a quien dirigió una sentida
carta pidiéndole consejo sobre la naturaleza de sus visiones y la pertinencia
de hacerlas de conocimiento general. En dicha misiva, enviada hacia 1146,
confesaba al ilustre monje cisterciense que lo había visto en una visión «como
un hombre que veía directo al sol audaz y sin miedo», y al mismo tiempo que se
atribuía a sí misma «debilidad» solicitaba su consejo:
Padre, estoy profundamente perturbada por una visión que se me ha
aparecido por medio de una revelación divina y que no he visto con mis ojos
carnales, sino solamente en mi espíritu. Desdichada, y aún más desdichada en mi
condición mujeril, desde mi infancia he visto grandes maravillas que mi lengua
no puede expresar, pero que el Espíritu de Dios me ha enseñado que debo creer.
[...]
Por medio de esta visión, que tocó mi corazón y mi alma como una
llama quemante, me fueron mostradas cosas profundísimas. Sin embargo, no recibí
estas enseñanzas en alemán, en el cual nunca he tenido instrucción. Sé leer en
el nivel más elemental, pero no comprenderlo plenamente. Por favor, dame tu
opinión sobre estas cosas, porque soy ignorante y sin experiencia en las cosas
materiales y solamente se me ha instruido interiormente en mí espíritu. De ahí
mi habla vacilante. [...]
La respuesta de Bernardo no fue ni muy extensa ni tan elocuente
como la carta enviada por Hildegarda, pero en ella la invitaba a «reconocer
este don como una gracia y a responder a él ansiosamente con humildad y
devoción [...]». Además, parece que el abad de Claraval posteriormente intervino
ante el papa Eugenio III en favor de Hildegarda, ya que tenía trato personal
con el obispo de Roma porque éste era también cisterciense y antiguo discípulo
suyo.
Precisamente, el arzobispo Enrique de Maguncia bajo cuya
jurisdicción se encontraba el monasterio de Disibodenberg, y que estaba
enterado de las visiones y profecías de Hildegarda, mandó una comisión al papa
Eugenio para informarse de lo sucedido y lograr que se declarara sobre la
naturaleza de tales dones. El papa se encontraba por aquellos días en Tréveris
para presidir el sínodo que se celebró en aquella ciudad entre 1147 y 1148.
En 1148, un comité de teólogos, encabezado por Albero de
Chiny-Namur, obispo de Verdún, a petición del papa, estudió y aprobó parte del
Scivias. El mismo papa leyó públicamente algunos textos durante el sínodo de
Tréveris y declaró que tales visiones eran fruto de la intervención del
Espíritu Santo. Tras la aprobación, envió una carta a Hildegarda, pidiéndole
que continuase escribiendo sus visiones. Con ello dio comienzo no solo la
actividad literaria aprobada canónicamente, sino también la relación epistolar
con múltiples personalidades de la época, tanto políticas como eclesiásticas,
tales como el ya mencionado Bernardo de Claraval, Federico I Barbarroja,
Enrique II de Inglaterra o Leonor de Aquitania, que pedían sus consejos y
orientaciones. Tal fue su reconocimiento, que llegó a ser conocida como la
Sibila del Rin.
También en 1148 y sin haber concluido la redacción del Scivias,
una visión la hizo concebir la idea de partir de Disibodenberg y marchar a un
lugar «donde no había agua y donde nada era placentero» inspirándola así para
la fundación de un monasterio en la colina de san Ruperto (Rupertsberg), cerca
de Bingen al oeste del río Rin en la desembocadura del Nahe, para trasladar a
la crecida comunidad y emanciparla de los monjes de Disibodenberg.
Sin embargo, Kuno, entonces abad de Disibodenberg, se opuso a su
salida, lo que contrarió a la monja en gran medida, al punto de ocasionarle
trastornos físicos, que fueron atribuidos a causas divinas:
Decían que había sido engañada por la vanidad. Cuando lo oí, mi
corazón se afligió, mi carne y mis venas se secaron, y durante muchos días yací
en cama.
Ante esta situación intervino la marquesa Ricardis de Stade
(Richardis von Stade),29 madre de la monja que servía de secretaria a
Hildegarda, quien logró convencer a Enrique I, arzobispo de Maguncia
(1142—1153), de que diera la autorización para la salida de las religiosas y la
fundación del nuevo monasterio. Hacia 1150, se trasladó a Rupertsberg con cerca
de veinte de sus monjas, obtuvo el permiso del conde Bernardo de Hildesheim,
propietario del terreno elegido y fundó el monasterio de Rupertsberg, del cual
se convirtió en abadesa.
Por esa época, su asistente y secretaria Ricardis la abandonó para
convertirse en abadesa del convento de Bassum en Sajonia. Ello causó la
tristeza y oposición de Hildegarda, que luego reflejaría en serias cartas de
protesta al arzobispo Hartwig de Bremen, hermano de Ricardis, quien había
influido para conseguir el cargo abacial; llegó a apelar hasta al papa, sin
conseguir que la monja volviera. Ricardis murió al año de la separación.
Un año después del traslado concluyó el Scivias y de esa misma
época datan sus dos libros de contenidos sobre ciencias naturales (Physica) y
medicina (Cause et cure), en los cuales expuso gran cantidad de conocimientos
sobre el funcionamiento del cuerpo humano, de herbología y otros tratamientos
médicos de su época basados en las propiedades de piedras y animales. Asimismo,
comenzó la colección de cantos que tituló Symphonia armonie celestium
revelationum, que compuso para atender a las necesidades litúrgicas de su
comunidad. Según algunas cronologías, también de 1150 dataría el inicio del
Liber vite meritorum.
Hacia 1163, como fruto de sus constantes visiones, comenzó la
escritura del Liber divinorum operum, la tercera de sus tres obras más
importantes y que tardaría alrededor de diez años en concluir. Sin embargo, la
abadesa alternó la vida contemplativa y de escritora con la de predicación y
fundación, ya que en 1165 fundó un segundo monasterio en Eibingen, que visitaba
regularmente dos veces a la semana.
La fama de santa y profetisa que llegó a tener la abadesa fue tal
que, en 1150, el propio emperador Federico I Barbarroja la invitó a
entrevistarse con él en su palacio en Ingelheim. El aprecio mutuo que generó
esta entrevista manifestado en las subsecuentes cartas llegó a tal grado que,
trece años más tarde, el soberano otorgó un edicto de protección imperial a
perpetuidad al monasterio de Rupertsberg.
La labor de escritora de Hildegarda se vio interrumpida muchas
veces por los viajes de predicación. Si bien la clausura en sus tiempos no era
tan rígida como lo sería a partir de Bonifacio VIII, no dejó de sorprender y
admirar a sus contemporáneos que una abadesa abandonara su monasterio para
predicar.
El contenido de su predicación giró en torno a la redención, la
conversión y la reforma del clero, criticando duramente la corrupción
eclesiástica, además de oponerse firmemente a los cátaros; al condenar las
doctrinas de estos, proponiendo el combate de sus errores mediante la
predicación y la edificación del clero.
En total fueron cuatro los viajes de predicación que realizó: el
primero entre 1158 y 1159, en el que viajó a Maguncia y a Wurzburgo. En 1160
realizó el segundo a Tréveris y a Metz. En su tercera predicación, entre 1161 y
1163, viajó por el Rin hasta Colonia. En el último de sus viajes, comprendido
entre 1170 y 1171, predicó en la región de Suabia.
Además de estos viajes de predicación, Hildegarda usó las cartas
para hacer sentir su opinión ante personajes notables. Con motivo del cisma
provocado por la elección del antipapa Víctor IV con el apoyo del emperador
Barbarroja, frente al papa romano Alejandro III, alargado a la muerte de Víctor
IV con la elección de los también antipapas Pascual III y Calixto III,
Hildegarda hizo graves amonestaciones proféticas al primero de estos, así como
al emperador mismo.
En el año 1173, poco antes de concluir el Liber divinorum operum,
murió el monje Volmar, su más cercano colaborador y secretario, lo que la
orilló a ayudarse de los monjes de la abadía de san Eucharius de Tréveris para
terminar dicha obra. Durante algún tiempo el monje Godofredo de Disibodenberg
le sirvió como amanuense, a la vez que comenzó la redacción de una biografía de
la profetisa, pero también él murió poco tiempo después, en 1176. El último de
sus secretarios lo encontró en Guiberto de Gembloux, un monje flamenco, con el
que había sostenido conversación epistolar iniciada por el interés de éste
sobre la manera en que Hildegarda tenía sus visiones.
La última situación crítica a la que tuvo que enfrentarse
Hildegarda aconteció en 1178, cuando su comunidad dio sepultura en el
cementerio conventual a un noble supuestamente excomulgado. Por la imposición
de esta pena eclesiástica, el derecho canónico prohibía su entierro en suelo
sagrado. Se pidió a Hildegarda que exhumara el cadáver. Ella se negó e incluso
hizo desaparecer cualquier rastro del enterramiento para que nadie pudiera
buscarlo. Sostuvo que había sido reconciliado con la Iglesia antes de morir.
Los prelados de Maguncia, en ausencia del arzobispo Christian, que estaba en
Roma, pusieron en entredicho al monasterio. Por él se prohibió el uso de las
campanas, los instrumentos y los cantos en la vida y liturgia de Rupertsberg.
Hildegarda se defendió escribiendo una carta de rico contenido doctrinal, donde
recogía el significado teológico de la música. Cuando regresó el arzobispo en
marzo de 1179, se presentaron testigos que apoyaban la versión de Hildegarda y
fue levantado el entredicho.
A los pocos meses de ser levantado el entredicho, el 17 de
septiembre de 1179, a los 81 años de edad murió Hildegarda. Las crónicas
hagiográficas cuentan que a la hora de su muerte aparecieron dos arcos muy
brillantes y de diferentes colores que formaban una cruz en el cielo.
Entre 1180 y 1190 el monje Teoderico de Echternach escribió la
Vita (Vida) de Hildegarda, recogiendo pasajes autobiográficos que la monja
había dejado y contado. Gregorio IX abrió el proceso de canonización en 1227,
aunque no se concluyó. Fue reabierto por Inocencio IV en 1244, sin que tampoco
en esta ocasión se llegase a concluir. Sin embargo, debido a la difusión de su
culto se la inscribió en el Martirologio romano, incluyéndose además su nombre
en algunas letanías; se extrajeron reliquias de su sepulcro; se celebró su
fiesta litúrgica; se le atribuyeron milagros y sus representaciones pictóricas
y escultóricas comenzaron a ser objeto de veneración.
Sus reliquias fueron conservadas en el convento de Rupertsberg
hasta la destrucción de éste en 1632, durante la Guerra de los Treinta Años.
Entonces fueron llevadas a Colonia y después a Ebingen donde se depositaron en
la iglesia parroquial donde aún reposan.
En 1940 se aprobó oficialmente su celebración para las iglesias
locales. Con motivo del 800 aniversario de su muerte, Juan Pablo II se refirió
a ella como profetisa y santa. De la misma manera, en 2006, el papa Benedicto
XVI también se refirió a Hildegarda como santa y la encomió como una de las
grandes mujeres de la cristiandad junto con Catalina de Siena, Teresa de Ávila
y la madre Teresa de Calcuta.
En el año 2010 el papa Benedicto XVI dedicó a Hildegarda las
Audiencias Generales del 1 y 8 de septiembre, dentro del marco de una serie de
catequesis sobre escritores cristianos, siendo la primera mujer presentada en
estas catequesis; recordó, entre otras cosas, que los contemporáneos de
Hildegarda la consideraron con el título de "profetisa teutónica" y
puntualizó el valor teológico de sus escritos y enseñanzas.
En diciembre de 2011, el papa Benedicto XVI anunció su decisión de
otorgar a santa Hildegarda el título de "Doctora de la Iglesia". El
10 de mayo de 2012 procedió a inscribirla en el catálogo de los santos y
extender su culto litúrgico a la Iglesia universal, en una "canonización
equivalente". El 27 de mayo de 2012 durante el rezo del Regina Caeli del
día de Pentecostés, el papa determinó la fecha para la proclamación como
Doctora. El 7 de octubre de 2012, durante la misa de apertura del Sínodo de los
obispos en la Basílica de San Pedro en Roma, se realizó la proclamación oficial
por el cual se le concedió el título de Doctora para la Iglesia Universal junto
con san Juan de Ávila por el papa Benedicto XVI.
Hildegarda también es venerada por algunas de las Iglesias que
conforman la Comunión anglicana, entre ellas la Iglesia de Inglaterra y la
Iglesia episcopal escocesa. Tanto en la Iglesia católica como en la Comunión
anglicana se la celebra el 17 de septiembre.
La iconografía religiosa de Hildegarda es escasa, probablemente
porque su culto fue local por bastante tiempo. Se la retrata con los atributos
propios de una abadesa de la orden de san Benito: báculo abacial y hábito
benedictino con velo negro y blanco; sus representaciones más antiguas
reproducen la manera en que aparece en las miniaturas de sus escritos: sentada
con un estilo en la mano en actitud de escribir sobre un par de tablillas o
dictando a un monje, con cinco flamas alrededor de la cabeza representando la
visión divina. Más tarde se cambia el estilo por una pluma de ave, con algún
pergamino o libro en la mano — comúnmente el Scivias — y algún instrumento
musical.