PRIMERA LECTURA
Del libro de Ester 4, 1-8; 15, 2-3; 4, 9-17
MARDOQUEO APREMIA A ESTER A ENTREVISTARSE CON EL REY
Cuando Mardoqueo supo lo que pasaba, rasgó sus vestidos, se vistió de saco y ceniza, y salió por la ciudad lanzando grandes gemidos, hasta llegar ante la Puerta Real, pues nadie podía pasar la puerta cubierto de saco. En todas la provincias, dondequiera que se publicaban la orden y el edicto real, había entre los judíos gran duelo, ayunos y lágrimas y lamentos, y a muchos el saco y la ceniza les sirvió de lecho.
Las siervas y eunucos de Ester vinieron a comunicárselo. La reina se llenó de angustia y mandó enviar a Mardoqueo vestidos para que se vistiese y se quitase el saco, pero él no quiso.
Llamó Ester a Hatak, uno de los eunucos que el rey había puesto a su servicio, y lo envió a Mardoqueo para enterarse de lo que pasaba y a qué obedecía todo aquello. Salió Hatak y se dirigió hacia Mardoqueo, que estaba en la plaza de la ciudad, frente a la Puerta Real. Mardoqueo le informó de todo cuanto había pasado y de la suma de dinero que Amán había prometido entregar al tesoro real por el exterminio de los judíos. Le dio también una copia del texto del edicto de exterminio publicado en Susa, para que se lo enseñara a Ester y se informara; y ordenó a la reina que se presentase ante el rey, ganase su favor y abogase por su pueblo.
«Acuérdate -le mandó decir- de cuando eras pequeña y recibías el alimento de mi mano. Porque Amán, el segundo después del rey, ha sentenciado nuestra muerte. Ora al Señor, habla al rey en favor nuestro y líbranos de la muerte.»
Regresó Hatak e informó a Ester de las palabras de Mardoqueo. Ester mandó a Hatak que dijera a Mardoqueo:
«Todos los servidores del rey y todos lo habitantes de las provincias del rey saben que todo hombre o mujer que se presente al rey, en el patio interior, sin haber sido llamado, es condenado a muerte por el edicto, salvo aquel sobre quien el rey extienda su cetro de oro; y hace ya treinta días que yo no he sido llamada a presencia del rey.»
Pusieron en conocimiento de Mardoqueo la respuesta de Ester, y éste ordenó que le contestaran:
«No te imagines que por estar en la casa del rey te vas a librar tú sola entre todos los judíos, porque, si te empeñas en callar en esta ocasión, por otra parte vendrá el socorro y la liberación de los judíos, mientras que tú y la casa de tu padre pereceréis. ¡Quién sabe si precisamente para una ocasión semejante has llegado a ser reina!»
Ester mandó que respondieran a Mardoqueo:
«Vete a reunir a todos los judíos que hay en Susa y ayunad por mí. No comáis ni bebáis durante tres días y tres noches. También yo y mis siervas ayunaremos. Y así, a pesar de la ley, me presentaré ante el rey; y, si tengo que morir, moriré.»
Se alejó Mardoqueo y ejecutó cuanto Ester le había mandado.
RESPONSORIO Cf. Est 14, 14; cf. Tb 3,13; cf. Jdt 6, 15
R. Nunca he puesto mi esperanza más que en ti, Señor, Dios de Israel; * tú que, después de estar airado, te compadeces de los hombres en la tribulación y perdonas todos sus pecados.
V. Señor Dios, creador del cielo y de la tierra, ten misericordia de nuestra debilidad.
R. Tú que, después de estar airado, te compadeces de los hombres en la tribulación y perdonas todos sus pecados.
SEGUNDA LECTURA
Del Sermón de san Agustín, obispo, Sobre los pastores
(Sermón 46, 4-5: CCL 41, 531-533)
EL EJEMPLO DE PABLO
Hallándose Pablo en cierta ocasión en suma indigencia, encarcelado a causa de la predicación de la verdad, recibió, de parte de los hermanos, bienes con qué subvenir a su pobreza y a sus propias necesidades. Y contestó a los que así lo habían ayudado y les dio las gracias, diciendo: Al socorrer mis necesidades, habéis obrado bien. En cuanto a mí he aprendido ya a tener hartura y a pasar hambre, a abundar y a tener escasez. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, muchas gracias por haberme socorrido con vuestros bienes en mi apurada situación.
Pero para mostrar qué era lo que él buscaba en el bien que habían realizado y con el fin de evitar que se introdujeran entre ellos algunos que se apacentaran a sí mismos, no a las ovejas, les da a entender que no se alegra tanto de la ayuda que ha recibido cuanto se felicita por el bien que ellos han realizado. ¿Qué es, pues, lo que él buscaba en la acción de ellos? «No busco regalos -dice-, sino rentas que se vayan multiplicando a cuenta vuestra. No persigo saciarme yo, sino que deseo que vosotros no quedéis sin dar fruto.»
Aquellos, pues, que no llegan a realizar lo que hizo Pablo, trabajando con sus manos para procurar su propio alimento, reciban la leche de sus ovejas y sustenten con ella sus necesidades, pero no olviden tampoco las necesidades de sus rebaños. Que al anunciar el Evangelio no busquen en ello su propio interés, como si trabajaran movidos por el deseo de remediar sus propias necesidades, antes procuren hacerlo pensando en que deben iluminar a los hombres con la luz de la verdad, tal como está escrito: Estén ceñidos vuestros lomos, y encendidas vuestras lámparas; y también aquello otro: No se enciende una lámpara para meterla bajo el celemín, sino para ponerla sobre el candelero, así alumbra a todos los que están en la casa. Alumbre vuestra luz a los hombres para que, viendo vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre celestial.
Si, pues, enciendes una lámpara en tu casa, ¿no irás añadiendo aceite para que no se apague? Y si la lámpara en la que has vertido ya aceite no ilumina, ¿acaso no la tendrás como indigna de estar colocada sobre el candelero y no la romperás inmediatamente? Por tanto, en aquello mismo de donde sacamos nuestro alimento para vivir nosotros, en aquello mismo debemos encontrar el amor con que saciar a los demás. No como si el Evangelio fuera un bien rentable con cuyo precio se pagara el alimento de los que lo anuncian. Si el Evangelio se vendiera por este precio, se vendería, sin duda, una cosa de gran valor por un precio vil y exiguo. El sustento para la propia vida se recibe del pueblo, el don del Evangelio lo da el Señor. El pueblo no es, por tanto, capaz de pagar debidamente a quienes, por amor, anuncian el Evangelio; y los predicadores no deben esperar, como paga, otra cosa sino la salvación de quienes los escuchan.
¿Por qué, pues, son increpados los pastores y de qué se les reprende? Sin duda de haber ido tras la leche de las ovejas y de haberse cubierto con su lana, olvidando el bien de las ovejas. Buscaban, por tanto, sus intereses personales, no los de Cristo Jesús.
RESPONSORIO 2Co 12, 14-15; Flp 2, 17
R. No busco vuestros bienes, sino a vosotros mismos; pues no deben los hijos atesorar para los padres, sino los padres para los hijos; yo gustosamente gastaré por vosotros todo lo que tengo, * me consumiré yo mismo todo entero por el bien de vuestras almas.
V. Y si mi sangre fuese derramada como libación sobre el sacrificio y ofrenda de vuestra fe, me alegraría por ello.
R. Me consumiré yo mismo todo entero por el bien de vuestras almas.
ORACIÓN.
OREMOS,
Señor Dios, creador y soberano de todas las cosas, vuelve a nosotros tus ojos de bondad y haz que te sirvamos con todo el corazón, para que experimentemos los efectos de tu misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.