PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Malaquías 3, 1--4, 6
EL DÍA DEL SEÑOR
Esto dice el Señor:
«Mirad, yo os envío a mi mensajero para que prepare el camino delante de mí, y pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis: he aquí que viene -dice el Señor de los ejércitos-. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca?
Será como un fuego de fundidor, como lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos. Os llamaré a juicio, Seré un testigo exacto contra hechiceros y adúlteros, y contra los que juran en falso, contra los que defraudan el salario al obrero, oprimen viudas y huérfanos, y hacen injusticia al forastero, sin ningún temor de mí -dice el Señor de los ejércitos-.
Yo, el Señor, no he cambiado, pero vosotros, hijos de Jacob, no habéis terminado. Desde los tiempos de vuestros padres os habéis apartado de mis preceptos y no los observáis. Convertíos a mí y me convertiré a vosotros -dice el Señor de los ejércitos-. Vosotros objetáis: "¿Cómo es que nos convertiremos? ¿Puede acaso un hombre defraudar a Dios?" Si, vosotros me defraudáis a mí, y todavía andáis diciendo: "¿En qué te hemos defraudado?" En los diezmos y en los tributos sagrados. Habéis incurrido en maldición, pues toda la nación me defrauda.
Llevad el diezmo íntegro al tesoro del templo, para que haya alimento en mi casa, y ponedme así a prueba -dice el Señor de los ejércitos-, a ver si no os abro las compuertas del cielo y no envío sobre vosotros bendición sin medida. Ahuyentaré de vosotros la langosta para que no destruya la cosecha ni despoje los viñedos. Todas las naciones os felicitarán porque seréis una tierra de delicias -lo dice el Señor de los ejércitos-.
Vuestros discursos son arrogantes contra mí. Vosotros objetáis: "¿Cómo es que hablamos arrogantemente?" Porque decís: "No vale la pena servir al Señor; ¿qué sacamos con guardar sus mandamientos?, ¿para qué andar en duelo en presencia del Señor de los ejércitos? Al contrario: nos parecen dichosos los malvados; aun haciendo el mal les va bien, provocan a Dios y quedan impunes."
Así hablaron entre sí los que temían a Dios. Pero el Señor puso atención y los oyó, y se escribió ante él un libro memorial en favor de los que lo temen y respetan su nombre. Serán ellos propiedad mía personal -dice el Señor de los ejércitos- en el día que yo preparo. Me compadeceré de ellos, como un padre se compadece del hijo que lo sirve. Entonces veréis la diferencia entre justos e impíos, entre los que sirven a Dios y los que no lo sirven. Porque mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir -dice el Señor de los ejércitos- y no quedará de ellos ni rama ni raíz.
Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en sus rayos; vosotros saldréis brincando como terneros del establo. Pisotearéis a los malvados, que serán como polvo bajo las plantas de vuestros pies; el día en que yo actuaré -dice el Señor de los ejércitos-.
Acordaos de la ley de Moisés, mi siervo, a quien yo prescribí en el Horeb preceptos y normas para todo Israel. Mirad, os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir yo a destruir la tierra.»
RESPONSORIO Ml 3, 1; Lc 1, 76
R. Mirad, yo os envío a mi mensajero para que prepare el camino delante de mí. * Entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis.
V. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos.
R. Entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis.
SEGUNDA LECTURA
De la Carta de santa Clara, virgen, a la santa Inés de Praga
(Escritos de santa Clara, edición Ignacio Omaechevarría. Madrid 1970, pp. 339-341)
ATIENDE A LA POBREZA, LA HUMILDAD Y LA CARIDAD DE CRISTO.
Dichoso, en verdad, aquel a quien le es dado alimentarse en el sagrado banquete y unirse en lo íntimo de su corazón a aquel cuya belleza admiran sin cesar las multitudes celestiales, cuyo afecto produce afecto, cuya contemplación da nueva fuerza, cuya benignidad sacia, cuya suavidad llena el alma, cuyo recuerdo ilumina suavemente, cuya fragancia retornará los muertos a la vida y cuya visión gloriosa hará felices a los ciudadanos de la Jerusalén celestial: él es el brillo de la gloria eterna, un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha, el espejo que debes mirar cada día, oh reina, esposa de Jesucristo, y observar en él reflejada tu faz, para que así te vistas y adornes por dentro y por fuera con toda la variedad de flores de las diversas virtudes, que son las que han de constituir tu vestido y tu adorno, como conviene a una hija y esposa castísima del Rey supremo. En este espejo brilla la dichosa pobreza, la santa humildad y la inefable caridad, como puedes observar si, con la gracia de Dios, vas recorriendo sus diversas partes.
Atiende al principio de este espejo, quiero decir a la pobreza de aquel que fue puesto en un pesebre y envuelto en pañales. ¡Oh admirable humildad, oh pasmosa pobreza! El Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra es reclinado en un pesebre. En el medio del espejo considera la humildad, al menos la dichosa pobreza, los innumerables trabajos y penalidades que sufrió por la redención del género humano. Al final de este mismo espejo contempla la inefable caridad por la que quiso sufrir en la cruz y morir en ella con la clase de muerte más infamante. Este mismo espejo, clavado en la cruz, invitaba a los que pasaban a estas consideraciones, diciendo: ¡Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante a mi dolor! Respondamos nosotros, a sus clamores y gemidos, con una sola voz y un solo espíritu: Mi alma lo recuerda y se derrite de tristeza dentro de mi. De este modo, tu caridad arderá con una fuerza siempre renovada, oh reina del Rey celestial.
Contemplando además sus inefables delicias, sus riquezas y honores perpetuos, y suspirando por el intenso deseo de tu corazón, proclamarás: «Arrástrame tras de ti, y correremos atraídos por el aroma de tus perfumes, esposo celestial. Correré sin desfallecer, hasta que me introduzcas en la sala del festín, hasta que tu mano izquierda esté bajo mi cabeza y tu diestra me abrace felizmente y me beses con los besos deliciosos de tu boca.»
Contemplando estas cosas, dígnate acordarte de ésta tu insignificante madre, y sabe que yo tengo tu agradable recuerdo grabado de modo imborrable en mi corazón, ya que te amo más que nadie.
RESPONSORIO Sal 72, 26; Flp 3, 8. 9
R. Se consumen mi corazón y mi carne * por Dios, mi herencia eterna.
V. Lo perdí todo, con tal de ganar a Cristo y encontrarme unido a él.
R. Por Dios, mi herencia eterna.
ORACIÓN.
OREMOS,
Señor, Dios nuestro, que concediste a santa Clara un gran amor por la pobreza evangélica, concédenos, por su intercesión, seguir a Cristo en la pobreza del espíritu y llegar a contemplarte en tu glorioso reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.