PRIMERA LECTURA
Del libro de los Proverbios 8, 1-5. 12-36
ALABANZA DE LA ETERNA SABIDURÍA
Oíd, la Sabiduría está llamando, la Prudencia levanta la voz, en la cumbre de las colinas, en los caminos, en los cruces de las veredas, junto a las puertas de la ciudad, en los umbrales de las casas, y dice:
«A vosotros, hombres, os llamo, me dirijo a los hijos de Adán: los inexpertos, adquirid la prudencia; los necios, entrad en razón.
Yo, la Sabiduría, habito con la prudencia y busco la compañía de la reflexión. El temor del Señor odia el mal. Yo detesto el orgullo y la soberbia, el mal camino y la boca falsa, yo poseo el consejo y el buen sentido, son mías la inteligencia y el valor; por mí reinan los reyes, y los príncipes dan leyes justas; por mí gobiernan los gobernantes, y los soberanos juzgan la tierra.
Yo amo a los que me aman, y los que me buscan con empeño me encuentran; yo traigo riqueza y gloria, fortuna abundante y bien ganada; mi fruto es mejor que el oro puro y mi renta vale más que la plata; camino por senderos justos, por las sendas del derecho, para legar riquezas a mis amigos y colmar sus tesoros.
El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. Desde la eternidad fui constituida, antes de que Dios asentara los abismos fui engendrada, antes de que hiciera brotar los manantiales de las aguas.
Todavía no estaban cimentados los montes ni formadas las colinas cuando el Señor me engendró; no había hecho aún la tierra ni la hierba ni los primeros terrones del orbe. Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo, cuando sujetaba el cielo en las alturas e instalaba las fuentes abismales. Cuando ponía un límite al mar, para que las aguas no traspasasen su lindero; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él como arquitecto; yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba por el orbe de la tierra y ponía mis delicias en estar con los hijos de los hombres.
Por tanto, hijos míos, escuchadme: dichosos los que siguen mis caminos; escuchad la instrucción, no rechacéis la sabiduría: dichoso el hombre que me escucha velando a mi puerta cada día, vigilando la entrada de mi casa. Quien me alcanza encuentra la vida y obtiene el favor del Señor. Quien me pierde se arruina a sí mismo, y los que me odian aman la muerte.»
RESPONSORIO Pr 8, 22; Jn 1, 1
R. El Señor me estableció al principio de sus tareas, * al comienzo de sus obras antiquísimas.
V. Ya al comienzo de las cosas existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios.
R. Al comienzo de sus obras antiquísimas.
SEGUNDA LECTURA
De los Comentarios de san Agustín, obispo, sobre los salmos
(Salmo 32, 29: CCL 38, 272-273)
LOS DE FUERA, LO QUIERAN O NO, SON HERMANOS NUESTROS
Hermanos, os exhortamos vivamente a que tengáis caridad, no sólo para con vosotros mismos, sino también para con los de fuera, ya se trate de los paganos, que todavía no creen en Cristo, ya de los que están separados de nosotros, que reconocen a Cristo como cabeza, igual que nosotros, pero están divididos de su cuerpo. Deploremos, hermanos, su suerte, sabiendo que se trata de nuestros hermanos. Lo quieran o no, son hermanos nuestros. Dejarían de serlo si dejaran de decir: Padre nuestro.
Dijo de algunos el profeta: A los que os dicen: «No sois hermanos nuestros», decidles: «Sois hermanos nuestros.» Atended a quiénes se refería al decir esto. ¿Por ventura a los paganos? No, porque, según el modo de hablar de las Escrituras y de la Iglesia, no los llamamos hermanos. ¿Por ventura a los judíos, que no creyeron en Cristo?
Leed los escritos del Apóstol y veréis que cuando dice «hermanos» sin más, se refiere únicamente a los cristianos: Y tú, ¿cómo juzgas a tu hermano?, o ¿por qué desprecias a tu hermano? Y dice también en otro lugar: Vosotros hacéis injusticias y despojáis, y esto con hermanos. Esos, pues, que dicen: «No sois hermanos nuestros», nos llaman paganos. Por esto quieren bautizarnos de nuevo, pues dicen que nosotros no tenemos lo que ellos dan. Por esto es lógico su error, al negar que nosotros somos sus hermanos. Mas, ¿por qué nos dijo el profeta: Decidles: «Sois hermanos nuestros», sino porque admitimos como bueno su bautismo y por esto no lo repetimos? Ellos, al no admitir nuestro bautismo, niegan que seamos hermanos suyos; en cambio nosotros, que no repetimos su bautismo, porque lo reconocemos igual al nuestro, les decimos: Sois hermanos nuestros.
Si ellos nos dicen: «¿Por qué nos buscáis, para qué nos queréis?», les respondemos: Sois hermanos nuestros. Si dicen: «Apartaos de nosotros, no tenemos nada que ver con vosotros», nosotros sí que tenemos que ver con ellos: si reconocemos al mismo Cristo, debemos estar unidos en un mismo cuerpo y bajo una misma cabeza.
Os conjuramos, pues, hermanos, por las entrañas de caridad, con cuya leche nos nutrimos, con cuyo pan nos fortalecemos, os conjuramos por Cristo nuestro Señor, por su mansedumbre, a que usemos con ellos de una gran caridad, de una abundante misericordia, rogando a Dios por ellos, para que les dé finalmente un recto sentir, para que reflexionen y se den cuenta que no tienen en absoluto nada que decir contra la verdad; lo único que les queda es la enfermedad de su animosidad, enfermedad tanto más débil cuanto más fuerte se cree. Oremos por los débiles, por los que juzgan según la carne, por los que obran de un modo puramente humano, que son, sin embargo, hermanos nuestros, pues celebran los mismos sacramentos que nosotros, aunque no con nosotros, que responden un mismo Amén que nosotros, aunque no con nosotros; prodigad ante Dios por ellos lo más entrañable de vuestra caridad.
RESPONSORIO Cf. Ef 4, 1. 3-4
R. Os ruego, por el Señor, que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. * Esforzaos por mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz.
V. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados.
R. Esforzaos por mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz.
ORACIÓN.
OREMOS,
Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, conserva a tus fieles en continua alegría y concede los gozos del cielo a quienes has librado de la muerte eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.