PRIMERA LECTURA
Del libro de Nehemías 9, 22-37
ORACIÓN DE LOS LEVITAS
En aquellos días, los levitas continuaron la oración:
«Señor, tú entregaste a nuestros padres reinos y pueblos, repartiste a cada uno su región. Se apoderaron del país de Sijón, rey de Jesbón, de la tierra de Og, rey de Basán.
Multiplicaste sus hijos como las estrellas del cielo, los introdujiste en la tierra que habías prometido a sus padres en posesión. Entraron los hijos para ocuparla y derrotaste ante ellos a sus habitantes, los cananeos. Los pusiste en sus manos, igual que a los reyes y a los pueblos del país, para que dispusieran de ellos a placer.
Conquistaron fortalezas y una tierra fértil; poseyeron casas rebosantes de riquezas, pozos excavados, viñas y olivares, y abundantes árboles frutales; comieron hasta hartarse y engordaron y disfrutaron de tus dones generosos.
Pero, indóciles, se rebelaron contra ti, se echaron tu ley a las espaldas y asesinaron a tus profetas, que los amonestaban a volver a ti, cometiendo gravísimas ofensas.
Los entregaste en manos de sus enemigos, que los oprimieron. Pero, en su angustia clamaron a ti, y tú los escuchaste desde el cielo; y, por tu gran compasión, les enviaste salvadores que los salvaron de sus enemigos.
Pero, al sentirse tranquilos, hacían otra vez lo que repruebas; los abandonabas en manos de sus enemigos, que los oprimían; clamaban de nuevo a ti, y tú los escuchabas desde el cielo, librándolos muchas veces por tu gran compasión. Los amonestaste para que volvieran a tu ley, pero ellos, altivos, no obedecieron tus preceptos y pecaron contra tus normas, que dan la vida al hombre si las cumple. Volvieron la espalda con rebeldía; tercamente, no quisieron escuchar.
Fuiste paciente con ellos durante muchos años, tu espíritu los amonestó por tus profetas, pero no prestaron atención y los entregaste en manos de pueblos paganos. Mas, por tu gran compasión, no los aniquilaste ni abandonaste, porque eres un Dios clemente y compasivo.
Ahora, Dios nuestro, Dios grande, valiente y terrible, fiel a la alianza y leal, no menosprecies las aflicciones que les han sobrevenido a nuestros reyes, a nuestros príncipes, sacerdotes y profetas, a nuestros padres y a todo tu pueblo desde el tiempo de los reyes asirios hasta hoy.
Eres inocente en todo lo que nos ha ocurrido, porque tú obraste con lealtad, y nosotros somos culpables. Ciertamente, nuestros reyes, príncipes, sacerdotes y padres no cumplieron tu ley ni prestaron atención a los preceptos y avisos con que los amonestabas. Durante su reinado, a pesar de los grandes bienes que les concediste y de la tierra espaciosa y fértil que les entregaste, no te sirvieron ni se convirtieron de sus malas acciones.
Por eso, estamos ahora esclavizados, esclavos en la tierra que diste a nuestros padres para que comiesen sus frutos excelentes. Y sus abundantes productos son para los reyes a los que nos sometiste por nuestros pecados, y que ejercen su dominio a su arbitrio sobre nuestras personas y ganados. Somos unos desgraciados.»
RESPONSORIO Ne 9, 32. 33
R. Dios nuestro, Dios grande, valiente y terrible, fiel a la alianza y leal, * no menosprecies las aflicciones que nos han sobrevenido.
V. Eres inocente en todo lo que nos ha ocurrido, porque tú obraste con lealtad, y nosotros somos culpables.
R. No menosprecies las aflicciones que nos han sobrevenido.
SEGUNDA LECTURA
Homilía de san Jerónimo, presbítero, a los recién bautizados, sobre el salmo cuarenta y uno.
(CCL 78, 542-544)
PASARÉ AL LUGAR DEL TABERNÁCULO ADMIRABLE
Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Como la cierva del salmo busca las corrientes de agua, así también nuestros ciervos, que han salido de Egipto y del mundo, y han aniquilado en las aguas del bautismo al Faraón con todo su ejército, después de haber destruido el poder del diablo, buscan las fuentes de la Iglesia, que son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Que el Padre sea fuente, lo hallamos escrito en el libro de Jeremías: Me han abandonado a mí, la fuente de aguas vivas, para excavarse cisternas agrietadas, incapaces de retener el agua. Acerca del Hijo, leemos en otro lugar: Han abandonado la fuente de la sabiduría. Y del Espíritu Santo: El que beba del agua que yo le dé, se convertirá en él en manantial, cuyas aguas brotan para comunicar vida eterna, palabras cuyo significado nos explica luego el evangelista, cuando nos dice que el Salvador se refería al Espíritu Santo. De todo lo cual se deduce con toda claridad que la triple fuente de la Iglesia es el misterio de la Trinidad.
Esta triple fuente es la que busca el alma del creyente, el alma del bautizado, y por eso dice: Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. No es un tenue deseo el que tiene de ver a Dios, sino que lo desea con un ardor parecido al de la sed. Antes de recibir el bautismo, se decían entre sí: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Ahora ya han conseguido lo que deseaban: han llegado a la presencia de Dios y se han acercado al altar y tienen acceso al misterio de salvación.
Admitidos en el cuerpo de Cristo y renacidos en la fuente de vida, dicen confiadamente: Pasaré al lugar del tabernáculo admirable, hacia la casa de Dios. La casa de Dios es la Iglesia, ella es el tabernáculo admirable, porque en él resuenan los cantos de júbilo y alabanza, en el bullicio de la fiesta.
Decid, pues, los que acabáis de revestiros de Cristo y, siguiendo nuestras enseñanzas, habéis sido extraídos del mar de este mundo, como pececillos con el anzuelo: «En nosotros, ha sido cambiado el orden natural de las cosas. En efecto, los peces, al ser extraídos del mar, mueren; a nosotros, en cambio, los apóstoles nos sacaron del mar de este mundo para que pasáramos de muerte a vida. Mientras vivíamos sumergidos en el mundo, nuestros ojos estaban en el abismo y nuestra vida se arrastraba por el cieno; mas, desde el momento en que fuimos arrancados de las olas, hemos comenzado a ver el sol, hemos comenzado a contemplar la luz verdadera, y por esto, llenos de alegría desbordante, le decimos a nuestra alma: Espera en Dios, que volverás a alabarlo: "Salud de mi rostro, Dios mío."»
RESPONSORIO Sal 26, 4
R. Una cosa pido al Señor, eso buscaré: * Habitar en la casa del Señor por los días de mi vida.
V. Gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo.
R. Habitar en la casa del Señor por los días de mi vida.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios nuestro, que quisiste hacernos hijos de la luz por la adopción de la gracia, concédenos que no seamos envueltos por las tinieblas del error, sino que permanezcamos siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.