Musica Para el Alma

lunes, 4 de junio de 2018

LECTURAS LARGAS

PRIMERA LECTURA
De la carta a los Gálatas 2, 11-3, 14
EL JUSTO VIVE POR LA FE
Hermanos: Cuando Cefas fue a Antioquía, yo me opuse a él en su misma cara, porque era digno de reprensión. En efecto, antes que viniesen algunos de parte de Santiago, comía con los gentiles convertidos; pero, en cuanto llegaron aquéllos, se retraía y apartaba, por temor a aquéllos, judíos circuncisos. Y lo siguieron en su simulación los demás judíos convertidos, tanto que hasta Bernabé se dejó arrastrar por su simulación.

Pero, cuando vi que no caminaban rectamente, conforme a la verdad del Evangelio, dije a Cefas delante de todos: «Tú, siendo judío, has acomodado tu vida a la de los gentiles convertidos; ¿cómo quieres ahora obligar a éstos a que se atengan a las prácticas judías?»

Nosotros somos judíos de nacimiento, no pecadores venidos de la gentilidad. Y, sabiendo que el hombre no se justifica por cumplir la ley, sino por creer en Cristo Jesús, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la ley. Por las obras de la ley no se justificará nadie.

Mas, si buscando ser justificados en Cristo, nos salen con que aun así seguimos en el pecado, ¿será que Cristo está al servicio del pecado? ¡De ninguna manera! Si vuelvo a edificar lo que una vez destruí, yo mismo me declaro transgresor. En virtud de la misma ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo; vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí. No tengo por inútil esta gracia de Dios: Si la justificación nos viniera por la ley, entonces deberíamos concluir que Cristo murió inútilmente.
RESPONSORIO    Ga 2, 16. 21
R. El hombre no se justifica por cumplir la ley, sino por creer en Cristo Jesús. * Nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la ley.
V. Pues si la justificación nos viniera por la ley, entonces deberíamos concluir que Cristo murió inútilmente.
R. Nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la ley.
SEGUNDA LECTURA
De las Cartas de san Bonifacio, obispo y mártir
(Carta 78; MGH, Epistolae 3, 352. 354)
PASTOR SOLÍCITO, QUE VELA SOBRE EL REBAÑO DE CRISTO
La Iglesia, que como una gran nave surca los mares de este mundo, y que es azotada por las olas de las diversas pruebas de esta vida, no ha de ser abandonada a sí misma, sino gobernada.

De ello nos dan ejemplo nuestros primeros padres Clemente y Cornelio y muchos otros en la ciudad de Roma, Cipriano en Cartago, Atanasio en Alejandría, los cuales, bajo el reinado de los emperadores paganos, gobernaban la nave de Cristo, su amada esposa, que es la Iglesia, con sus enseñanzas, con su protección, con sus trabajos y sufrimientos hasta derramar su sangre.

Al pensar en éstos y otros semejantes, me estremezco y me asalta el temor y el terror, me cubre el espanto por mis pecados, y de buena gana abandonaría el gobierno de la Iglesia que me ha sido confiado, si para ello encontrara apoyo en el ejemplo de los Padres o en la sagrada Escritura.

Mas, puesto que las cosas son así y la verdad puede ser impugnada, pero no vencida ni engañada, nuestra mente fatigada se refugia en aquellas palabras de Salomón: Confía en el Señor con toda el alma, no te fíes de tu propia inteligencia; en todos tus caminos piensa en él, y él allanará tus sendas. Y en otro lugar: Torre fortísima es el nombre del Señor, en él espera el justo y es socorrido. Mantengámonos en la justicia y preparemos nuestras almas para la prueba; sepamos aguantar hasta el tiempo que Dios quiera y digámosle: Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.

Tengamos confianza en él, que es quien nos ha impuesto esta carga. Lo que no podamos llevar por nosotros mismos, llevémoslo con la fuerza de aquel que es todopoderoso y que ha dicho: Mi yugo es suave y mi carga ligera. Mantengámonos firmes en la lucha en el día del Señor, ya que han venido sobre nosotros días de angustia y aflicción. Muramos, si así lo quiere Dios, por las santas leyes de nuestros padres, para que merezcamos como ellos conseguir la herencia eterna.

No seamos perros mudos, no seamos centinelas silenciosos, no seamos mercenarios que huyen del lobo, sino pastores solícitos que vigilan sobre el rebaño de Cristo, anunciando el designio de Dios a los grandes y a los pequeños, a los ricos y a los pobres, a los hombres de toda condición y de toda edad, en la medida en que Dios nos dé fuerzas, a tiempo y a destiempo, tal como lo escribió san Gregorio en su libro a los pastores de la Iglesia.
RESPONSORIO    1Ts 2, 8; Ga 4, 19
R. Queríamos daros no sólo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio ser, * porque habíais llegado a sernos muy queridos.
V. ¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros.
R. Porque habíais llegado a sernos muy queridos.

ORACIÓN.
OREMOS,
Señor, que la intercesión de tu mártir san Bonifacio nos ayude a mantener con firmeza y a proclamar con nuestras obras aquella misma fe que él predicó con su palabra y testimonió con su sangre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.