PRIMERA LECTURA
Comienza el libro del profeta Ageo 1, 1--2, 10
EXHORTACIÓN A LA RECONSTRUCCIÓN DEL TEMPLO GLORIA DEL TEMPLO FUTURO
El año segundo del rey Darío, el día primero del sexto mes, vino la palabra del Señor, por medio del profeta Ageo, a Zorobabel, gobernador de Judá e hijo de Salatiel, y a Josué, sumo sacerdote e hijo de Josadac:
«Así dice el Señor: Este pueblo anda diciendo: "Todavía no es tiempo de reconstruir el templo." ¿De modo que para vosotros sí es tiempo de vivir en casas artesonadas mientras el templo está en ruinas?
Pues ahora -dice el Señor de los ejércitos- meditad vuestra situación: Sembrasteis mucho y cosechasteis poco, comisteis sin saciaros, bebisteis sin apagar la sed, os vestisteis sin abrigaros, y el que trabaja a sueldo recibe la paga en bolsa rota.
Así dice el Señor: Meditad en vuestra situación: Subid al monte, traed madera, construid el templo; yo lo aceptaré gustoso y mostraré en él mi gloria -dice el Señor-. Emprendisteis mucho y resultó poco, metisteis en casa y lo aventé; ¿por qué? -dice el Señor de los ejércitos-. A causa de mi templo que está en ruinas, mientras cada cual disfruta de su casa. Por eso el cielo os rehúsa el rocío, la tierra os rehúsa los frutos; envié una sequía sobre la tierra y los montes, sobre trigo, vino y aceite, sobre las cosechas del campo, sobre hombres y ganados, sobre el trabajo de las manos.»
Lo escucharon Zorobabel, hijo de Salatiel, y Josué, hijo de Josadac y sumo sacerdote, y todo el resto del pueblo escuchó la voz del Señor y las palabras del profeta Ageo, enviado a ellos por el Señor su Dios; y el pueblo temió al Señor. Y dijo Ageo, mensajero del Señor, en virtud del mensaje del Señor, al pueblo:
«Yo estoy con vosotros -oráculo del Señor-.»
El Señor movió el ánimo de Zorobabel, hijo de Salatiel y gobernador de Judá, y el ánimo de Josué, hijo de Josadac y sumo sacerdote, y el del resto del pueblo; vinieron, pues, y emprendieron el trabajo del templo del Señor de los ejércitos, su Dios, el día veinticuatro del sexto mes del año segundo del reinado de Darío.
El día veintiuno del séptimo mes vino la palabra del Señor por medio del profeta Ageo:
«Di a Zorobabel, hijo de Salatiel y gobernador de Judá, y a Josué, hijo de Josadac y sumo sacerdote, y al resto del pueblo: "¿Quién entre vosotros vive todavía, de los que vieron este templo en su esplendor primitivo? ¿Y qué veis vosotros ahora? ¿No es como nada ante vuestros ojos?
Mas ahora, ¡ten ánimo, Zorobabel! -oráculo del Señor-; ¡ánimo, Josué, hijo de Josadac y sumo sacerdote!; ¡ánimo, pueblo entero! -oráculo del Señor-; a la obra: que yo estoy con vosotros -oráculo del Señor de los ejércitos-. La palabra pactada con vosotros cuando salíais de Egipto y mi espíritu habitan con vosotros: no temáis.
Así dice el Señor: Todavía un poco más, y agitaré cielo y tierra, mar y continentes; pondré en movimiento los pueblos, vendrán las riquezas de todo el mundo y llenaré de gloria este templo -dice el Señor de los ejércitos-. Mía es la plata y mío es el oro -dice el Señor de los ejércitos-. La gloria de este segundo templo será mayor que la del primero y en este sitio daré la paz -oráculo del Señor de los ejércitos."»
RESPONSORIO Ag 1, 8; Is 56, 7
R. Subid al monte y construid el templo, * y yo lo aceptaré gustoso -dice el Señor-.
V. Mi casa es casa de oración y así la llamarán todos los pueblos.
R. Y yo lo aceptaré gustoso -dice el Señor-.
SEGUNDA LECTURA
Del Tratado de san Cipriano, obispo y mártir, Sobre la oración del Señor.
(Cap. 13-15: CSEL 3, 275-278)
VENGA TU REINO, HÁGASE TU VOLUNTAD
Prosigue la oración que comentamos: Venga tu reino. Pedimos que se haga presente en nosotros el reino de Dios, del mismo modo que suplicamos que su nombre sea santificado en nosotros. Porque no hay un solo momento en que Dios deje de reinar, ni puede empezar lo que siempre ha sido y nunca dejará de ser. Pedimos a Dios que venga a nosotros nuestro reino que tenemos prometido, el que Cristo nos ganó con su sangre y su pasión, para que nosotros, que antes servimos al mundo, tengamos después parte en el reino de Cristo, como él nos ha prometido, con aquellas palabras: Venid, benditos de mi Padre, a tomar posesión del reino que está preparado para vosotros desde la creación del mundo.
También podemos entender, hermanos muy amados, este reino de Dios, cuya venida deseamos cada día, en el sentido de la misma persona de Cristo, cuyo próximo advenimiento es también objeto de nuestros deseos. Él es la resurrección, ya que en él resucitaremos, y por esto podemos identificar el reino de Dios con su persona, ya que en él hemos de reinar. Con razón, pues, pedimos el reino de Dios, esto es, el reino celestial, porque existe también un reino terrestre. Pero el que ya ha renunciado al mundo está por encima de los honores y del reino de este mundo.
Pedimos a continuación: Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, no en el sentido de que Dios haga lo que quiera, sino de que nosotros seamos capaces de hacer lo que Dios quiere. ¿Quién, en efecto, puede impedir que Dios haga lo que quiere? Pero a nosotros sí que el diablo puede impedirnos nuestra total sumisión a Dios en sentimientos y acciones; por esto pedimos que se haga en nosotros la voluntad de Dios, y para ello necesitamos de la voluntad de Dios, es decir, de su protección y ayuda, ya que nadie puede confiar en sus propias fuerzas, sino que la seguridad nos viene de la benignidad y misericordia divina. Además, el Señor, dando pruebas de la debilidad humana, que él había asumido, dice: Padre mío, si es posible, que pase este cáliz sin que yo lo beba, y, para dar ejemplo a sus discípulos de que hay que anteponer la voluntad de Dios a la propia, añade: Sin embargo, no se haga mi voluntad, sino la tuya.
La voluntad de Dios es la que Cristo cumplió y enseñó. La humildad en la conducta, la firmeza en la fe, el respeto en las palabras, la rectitud en las acciones, la misericordia en las obras, la moderación en las costumbres; el no hacer agravio a los demás y tolerar los que nos hacen a nosotros, el conservar la paz con nuestros hermanos; el amar al Señor de todo corazón, amarlo en cuanto Padre, temerlo en cuanto Dios; el no anteponer nada a Cristo, ya que él nada antepuso a nosotros; el mantenernos inseparablemente unidos a su amor, el estar junto a su cruz con fortaleza y confianza; y, cuando está en juego su nombre y su honor, el mostrar en nuestras palabras la constancia de la fe que profesamos, en los tormentos la confianza con que luchamos y en la muerte la paciencia que nos obtiene la corona. Esto es querer ser coherederos de Cristo, esto es cumplir el precepto de Dios y la voluntad del Padre.
RESPONSORIO Mt 7, 21; Mc 3, 35
R. El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, * ése entrará en el reino de los cielos.
V. El que hace la voluntad de Dios es mi hermano y mi hermana y mi madre.
R. Ése entrará en el reino de los cielos.
ORACIÓN.
OREMOS,
Oh Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha nuestras súplicas y, puesto que el hombre es frágil y sin ti nada puede, concédenos la ayuda de tu gracia, para observar tus mandamientos y agradarte con nuestros deseos y acciones. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.