PRIMERA LECTURA
De los Hechos de los apóstoles 4, 5-31
PEDRO Y JUAN ANTE EL CONSEJO DE ANCIANOS
A la mañana siguiente, se reunieron los jefes de los judíos, los ancianos y los escribas de Jerusalén, junto con Anás, el sumo sacerdote, y Caifás, Juan, Alejandro y todos los que eran de familia pontifical. Hicieron comparecer en su presencia a Pedro y a Juan, y les preguntaron:
«¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho esto vosotros?»
Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo:
«Ancianos y jefes del pueblo, ya que nos interrogáis hoy en juicio por haber hecho un beneficio a un inválido, para poner en claro por virtud de quién ha alcanzado éste la salud, sabedlo vosotros y que lo sepa todo el pueblo de Israel: en el nombre de Jesucristo, el Nazareno, a quien vosotros habéis crucificado y a quien Dios ha resucitado de entre los muertos, por él viene este hombre con salud a vuestra presencia. Él es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; en ningún otro se encuentra la salud, y no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos.»
Viendo la entereza con que hablaban Pedro y Juan, y considerando que eran hombres sin instrucción ni cultura, estaban asombrados y reconocían en ellos a los discípulos de Jesús; pero viendo allí con ellos al hombre que habían curado, no podían replicar nada en contra. Ante esto, les mandaron salir fuera del tribunal, y deliberaron entre sí:
«¿Qué vamos a hacer con estos hombres? Que han hecho un milagro clarísimo lo sabe toda Jerusalén, y nosotros no lo podemos negar. Pero, a fin de que esto no se divulgue más entre la gente, vamos a prohibirles con toda severidad que en adelante hablen a nadie en nombre de Jesús.»
Los llamaron y les intimaron que de ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús. Pedro y Juan, tomando la palabra, les dijeron:
«Juzgad por vosotros mismos si es justo, delante de Dios, obedecer a vosotros antes que a él. Nosotros no podemos dejar de hablar acerca de lo que hemos visto y oído.»
Ellos, profiriendo nuevas amenazas y no hallando motivo para castigarlos, los dejaron ir libres, ya que tenían miedo del pueblo, porque todos daban gloria a Dios por lo sucedido, pues el hombre que había obtenido milagrosamente su curación pasaba de los cuarenta años. Pedro y Juan, una vez puestos en libertad, se dirigieron a los suyos y les refirieron todo cuanto los pontífices y ancianos les habían dicho. Al oírlo, unidos en unos mismos sentimientos, elevaron su voz a Dios y exclamaron:
«Señor, tú hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos; tú, por medio del Espíritu Santo, por boca de nuestro padre David, tu siervo, dijiste: "¿Por qué se amotinan las naciones, y los pueblos planean un fracaso? Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías." Porque verdaderamente, contra tu santo siervo Jesús, tu Ungido, se aliaron en esta ciudad Herodes y Poncio Pilato, juntamente con los gentiles y con el pueblo de Israel. Con eso no hacían sino poner por obra cuanto tu voluntad y omnipotencia habían determinado que sucediese. Ahora, Señor, mira sus amenazas, y haz que tus siervos anunciemos tu palabra con toda entereza y libertad. Muestra tu omnipotencia, haciendo curaciones, señales y prodigios, por el nombre de tu santo siervo Jesús.»
Acabada esta oración, tembló el lugar en que estaban reunidos; los llenó a todos el Espíritu Santo y anunciaban con valentía la palabra de Dios.
RESPONSORIO Cf. Hch 4, 11-12a; Is 28, 16
R. Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; * en ningún otro se encuentra la salud. Aleluya.
V. Así dice el Señor: «Mirad, yo coloco en Sión una piedra probada, angular, preciosa, de cimiento.»
R. En ningún otro se encuentra la salud. Aleluya.
SEGUNDA LECTURA
De las Catequesis de Jerusalén
(Catequesis 22 [Mistagógica 4], 1. 3-6. 9: PG 33, 1098-1106)
EL PAN CELESTIAL Y LA BEBIDA DE SALVACIÓN
Jesús, el Señor, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, después de pronunciar la Acción de Gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, y dijo: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo.» y tomando el cáliz, después de pronunciar la acción de Gracias, dijo: «Tomad y bebed, ésta es mi sangre.» Por tanto, si él mismo afirmó del pan: Esto es mi cuerpo, ¿quién se atreverá a dudar en adelante? Y si él mismo afirmó: Ésta es mi sangre, ¿quién podrá nunca dudar y decir que no es su sangre?
Por esto hemos de recibirlos con la firme convicción de que son el cuerpo y sangre de Cristo. Se te da el cuerpo del Señor bajo el signo de pan, y su sangre bajo el signo de vino; de modo que al recibir el cuerpo y la sangre de Cristo te haces concorpóreo y consanguíneo suyo. Así, pues, nos hacemos portadores de Cristo, al distribuirse por nuestros miembros su cuerpo y sangre. Así, como dice san Pedro, nos hacemos participantes de la naturaleza divina.
En otro tiempo, Cristo, disputando con los judíos, decía: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros. Pero, como ellos entendieron estas palabras en un sentido material, se hicieron atrás escandalizados, pensando que los exhortaba a comer su carne.
En la antigua alianza había los panes de la proposición; pero, como eran algo exclusivo del antiguo Testamento, ahora ya no existen. Pero en el nuevo Testamento hay un pan celestial y una bebida de salvación, que santifican el alma y el cuerpo. Pues, del mismo modo que el pan es apropiado al cuerpo, así también la Palabra encarnada concuerda con la naturaleza del alma.
Por lo cual, el pan y el vino eucarísticos no han de ser considerados como meros y comunes elementos materiales, ya que son el cuerpo y la sangre de Cristo, como afirma el Señor; pues, aunque los sentidos nos sugieren lo primero, hemos de aceptar con firme convencimiento lo que nos enseña la fe.
Adoctrinados e imbuidos de esta fe certísima, debemos creer que aquello que parece pan no es pan, aunque su sabor sea de pan, sino el cuerpo de Cristo; y que lo que parece vino no es vino, aunque así le parezca a nuestro paladar, sino la sangre de Cristo; respecto a lo cual hallamos la antigua afirmación del salmo: El pan da fuerzas al corazón del hombre y el aceite da brillo a su rostro. Da, pues, fuerzas a tu corazón, comiendo aquel pan espiritual y da brillo así al rostro de tu alma.
Ojalá que con el rostro descubierto y con la conciencia limpia, contemplando la gloria del Señor como en un espejo, vayamos de gloria en gloria, en Cristo Jesús nuestro Señor, a quien sea el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
RESPONSORIO Lc 22, 19; Ex 12, 27
R. Jesús tomó pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Esto es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros; * haced esto en memoria mía.» Aleluya.
V. Cuando os pregunten vuestros hijos qué significa este rito, les responderéis: «Es el sacrificio de la Pascua del Señor.»
R. Haced esto en memoria mía.» Aleluya.
Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO
Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.
A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:
Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
santo Espíritu de amor y de consuelo.
Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.
Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.
Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
Tú vendrás algún día,
como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.
La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.
Sé su pastor,
y guíalos por siempre.
Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.
Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios nuestro, que con la abundancia de tu gracia no cesas de aumentar en todos los pueblos el número de tus hijos, mira con amor a tus elegidos que han nacido a una nueva vida por el sacramento del bautismo y concédeles alcanzar una dichosa inmortalidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.