PRIMERA LECTURA
De los Hechos de los apóstoles 2, 22-41
DISCURSO DE PEDRO SOBRE LA MUERTE Y RESURRECCIÓN DE CRISTO
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
«Hombres de Israel, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazareno, a este hombre acreditado por Dios con milagros, prodigios y señales, que por su medio Dios realizó en vuestra presencia, como bien lo sabéis, a este hombre, que fue entregado a la muerte porque así estaba previsto y querido por Dios, a este hombre habéis quitado la vida, clavándolo en cruz por mano de los infieles. Pero Dios, rompiendo las ataduras de la muerte, lo resucitó, porque era imposible que continuase dominado por ella. Así, David dice de él:
"Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón y se goza mi lengua; y hasta mi carne descansa en la esperanza, porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia."
Hermanos, permitidme que os hable con libertad y franqueza: el patriarca David murió y fue sepultado; y su sepulcro se conserva todavía hoy entre nosotros. Pero, siendo como era profeta, y sabiendo que Dios le había prometido y jurado colocar en su trono un descendiente de su raza, con visión profética habló de la resurrección del Mesías: de cómo no ha sido abandonado en la región de los muertos, y de cómo su cuerpo no ha experimentado la corrupción. A éste, que no es otro sino Jesús, Dios lo ha resucitado; testigos somos todos nosotros.
Ahora bien, entronizado como está a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha derramado ahora. Eso es lo que estáis viendo y oyendo. Pues no fue David quien subió a los cielos; bien lo dice él mismo: "Oráculo del Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha y haré de tus enemigos estrado de tus pies." Así, pues, que todo el pueblo de Israel lo sepa con absoluta certeza: Dios ha constituido Señor y Mesías a este mismo Jesús, a quien vosotros habéis crucificado.»
Después de escuchar este discurso, sintieron compungirse vivamente sus corazones, y, dirigiéndose a Pedro y a los demás apóstoles, les dijeron:
«Hermanos, ¿qué es lo que tenemos que hacer?»
Pedro les contestó:
«Arrepentíos, y bautizaos en el nombre de Jesús, el Mesías, para alcanzar el perdón de vuestros pecados; así recibiréis el don del Espíritu Santo. La promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que llame el Señor Dios nuestro, aunque estén lejos.»
Y con otras muchas razones los exhortaba, diciendo:
«Salvaos de esta generación perversa.»
Ellos, por su parte, acogieron favorablemente su palabra, y se hicieron bautizar. Y se agregaron aquel día a la comunidad unas tres mil personas.
RESPONSORIO Cf. Hch 2, 41. 42. 44; Sal 132, 1
R. Los que acogieron favorablemente la palabra de Pedro se hicieron bautizar; eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles. * Los creyentes vivían todos unidos, y lo tenían todo en común. Aleluya.
V. Ved qué paz y qué alegría, convivir los hermanos unidos.
R. Los creyentes vivían todos unidos, y lo tenían todo en común. Aleluya.
SEGUNDA LECTURA
De una Homilía pascual de un autor antiguo
(Sermón 35, 6-9: PL 17 [edición 1879], 696-697)
CRISTO AUTOR DE LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA
El apóstol Pablo, recordando la dicha de la salvación restaurada, exclama: Del mismo modo que por Adán la muerte entró en el mundo, así también por Cristo ha sido restablecida la salvación en el mundo; y también: El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo es del cielo.
Y aun añade: Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, esto es, del hombre viejo, pecador, seremos también imagen del hombre celestial, esto es, del reconocido por Dios, del redimido, del restaurado. Esforcémonos, por tanto, en conservar la salvación que nos viene de Cristo, ya que el mismo Apóstol dice: Primero, Cristo, esto es, el autor de la resurrección y la vida; después, los de Cristo, esto es, los que, imitando el ejemplo de su vida íntegra, tendrán una esperanza cierta, basada en la resurrección del Señor, de la futura posesión de la misma gloria celestial que él posee, como dice el mismo Señor en el Evangelio: El que me sigue no perecerá, sino que pasará de la muerte a la vida.
Así, pues, la pasión del Salvador es la salvación de la vida humana. Para esto quiso morir por nosotros, para que nosotros, creyendo en él, viviéramos para siempre. Quiso hacerse como nosotros en el tiempo, para que nosotros, alcanzando la eternidad que él nos promete, viviéramos con él para siempre.
Éste, digo, es aquel don gratuito de los misterios celestiales, esto es lo que nos da la Pascua, esto significa la ansiada solemnidad anual, éste es el principio de la nueva creación.
Por esto los neófitos que la santa Iglesia ha dado a luz mediante el baño de vida hacen resonar los balidos de una conciencia inocente con sencillez de recién nacidos. Por esto unos castos padres y unas madres honestas alcanzan por la fe una nueva e innumerable progenie.
Por esto, bajo el árbol de la fe, brilla el resplandor de los cirios en la fuente bautismal inmaculada. Por esto los que han nacido a esta nueva vida son santificados con el don celestial y alimentados con el solemne misterio del sacramento espiritual.
Por esto la comunidad de los fieles, alimentada en el regazo maternal de la Iglesia, formando un solo pueblo, adora al Dios único en tres personas, cantando el salmo de la festividad por excelencia: Éste es el día en que actuó el Señor: sea él nuestra alegría y nuestro gozo.
¿De qué día se trata? De aquel que nos da el principio de vida, que es el origen y el autor de la luz, esto es, el mismo Señor Jesucristo, quien afirma de sí mismo: Yo soy el día; quien camina de día no tropieza, esto es, quien sigue a Cristo en todo llegará, siguiendo sus huellas, hasta el trono de la luz eterna; según aquello que él mismo pidió al Padre por nosotros, cuando vivía aún en su cuerpo mortal: Padre, quiero que todos los que han creído en mí estén conmigo allí donde yo esté; para que, así como tú estás en mí y yo en ti, estén ellos en nosotros.
RESPONSORIO 1Co 15, 47. 49. 48
R. El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo es del cielo. * Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. Aleluya.
V. Pues igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales.
R. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. Aleluya.
Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO
Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.
A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:
Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
santo Espíritu de amor y de consuelo.
Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.
Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.
Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
Tú vendrás algún día,
como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.
La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.
Sé su pastor,
y guíalos por siempre.
Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.
Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios nuestro, que todos los años nos alegras con la solemnidad de la resurrección del Señor, concédenos que la celebración de estas fiestas aquí en la tierra nos lleve a gozar de la eterna alegría en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.