PRIMERA LECTURA
De los Hechos de los apóstoles 8, 4-25
FELIPE EN SAMARÍA. SIMÓN MAGO
En aquellos días, los que se habían dispersado fueron anunciando por todas partes la Buena Nueva de la palabra de Dios. Tal fue el caso de Felipe, que bajó a la ciudad de Samaría y predicó a Cristo. La gente, con asentimiento general, al oír y ver los prodigios que obraba Felipe, ponía mucha atención a sus palabras. De muchos posesos salían los espíritus inmundos, dando grandes alaridos; y muchos paralíticos y cojos quedaron curados. Con esto reinaba un gran júbilo en aquella ciudad.
Había estado allí, practicando la magia y embaucando a la gente de Samaría, un hombre, llamado Simón, que decía que era un gran personaje. Todos, pequeños y grandes, lo seguían, y decían de él:
«Éste es el ángel de Dios, llamado el Grande.»
E iban en pos de él, pues hacía mucho tiempo que los tenía embaucados con sus artes mágicas. Pero cuando comenzaron a creer en la Buena Nueva del reino de Dios y en la persona de Jesucristo, que les predicaba Felipe, se hicieron bautizar hombres y mujeres. El mismo Simón creyó también y, después de bautizado, no se apartaba un momento del lado de Felipe. Y no salía de su asombro, viendo las señales y grandes prodigios que éste obraba.
Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que los samaritanos habían recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Éstos bajaron allá e hicieron oración por ellos a fin de que recibieran el Espíritu Santo; pues aún no había descendido sobre ninguno de ellos, y solamente estaban bautizados en el nombre de Jesús, el Señor. Los dos apóstoles les impusieron las manos, y así recibieron el Espíritu Santo. Viendo Simón que el Espíritu Santo se comunicaba por la imposición de las manos de los apóstoles, les ofreció dinero, diciendo:
«Dadme también a mí este poder de hacer que todos aquellos a quienes yo imponga las manos reciban el Espíritu Santo.»
Pero Pedro le replicó:
«Que tu dinero perezca contigo, por haber creído que a precio de plata podrías conseguir este don gratuito de Dios. No hay para ti parte ni herencia en este asunto, pues tu corazón no procede con rectitud a los ojos de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega al Señor, a ver si se te perdona tu mala intención. Veo que estás envenenado y aprisionado en los lazos de la maldad.»
Simón le respondió:
«Rogad vosotros por mí al Señor, para que no venga sobre mí ninguno de los males que acabáis de decir.»
Pedro y Juan, después de haber predicado y testificado la verdad del Evangelio del Señor, regresaron a Jerusalén, evangelizando al mismo tiempo muchas aldeas de samaritanos.
RESPONSORIO Mt 10, 8. 7
R. Dijo Jesús a sus discípulos: «Curad a los enfermos, resucitad a los muertos. * Dad gratuitamente lo que de gracia habéis recibido.» Aleluya.
V. Id y predicad, anunciando que se acerca el reino de los cielos.
R. Dad gratuitamente lo que de gracia habéis recibido. Aleluya.
SEGUNDA LECTURA
De la Apología primera de san Justino, mártir, en favor de los cristianos
(Cap. 66-67: PG 6, 427-431)
LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA
Sólo pueden participar de la eucaristía los que admiten como verdaderas nuestras enseñanzas, han sido lavados en el baño de regeneración y del perdón de los pecados y viven tal como Cristo nos enseñó.
Porque el pan y la bebida que tomamos no los recibimos como pan y bebida corrientes, sino que así como Jesucristo, nuestro salvador, se encarnó por la acción del Verbo de Dios y tuvo carne y sangre por nuestra salvación, así también se nos ha enseñado que aquel alimento sobre el cual se ha pronunciado la acción de gracias, usando de la plegaria que contiene sus mismas palabras, y del cual, después de transformado, se nutre nuestra sangre y nuestra carne es la carne y la sangre de Jesús, el Hijo de Dios encarnado.
Los apóstoles, en efecto, en sus comentarios llamados Evangelios, nos enseñan que así lo mandó Jesús, ya que él, tomando pan y habiendo pronunciado la acción de gracias, dijo: Haced esto en memoria mía; éste es mi cuerpo; del mismo modo, tomando el cáliz y habiendo pronunciado la acción de gracias, dijo: Ésta es mi sangre, y se lo entregó a ellos solos. A partir de entonces, nosotros celebramos siempre el recuerdo de estas cosas; y, además, los que tenemos alguna posesión socorremos a todos los necesitados, y así estamos siempre unidos. Y por todas las cosas de las cuales nos alimentamos alabamos al Creador de todo, por medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo.
Y, el día llamado del sol, nos reunimos en un mismo lugar, tanto los que habitamos en las ciudades como en los campos, y se leen los comentarios de los apóstoles o los escritos de los profetas, en la medida que el tiempo lo permite.
Después, cuando ha acabado el lector, el que preside exhorta y amonesta con sus palabras a la imitación de tan preclaros ejemplos.
Luego nos ponemos todos de pie y elevamos nuestras preces; y, como ya hemos dicho, cuando hemos terminado las preces, se trae pan, vino y agua; entonces el que preside eleva, fervientemente, oraciones y acciones de gracias, y el pueblo aclama: Amén. Seguidamente tiene lugar la distribución y comunicación, a cada uno de los presentes, de los dones sobre los cuales se ha pronunciado la acción de gracias, y los diáconos los llevan a los ausentes.
Los que poseen bienes en abundancia, y desean ayudar a los demás, dan, según su voluntad, lo que les parece bien, y lo que se recoge se pone a disposición del que preside, para que socorra a los huérfanos y a las viudas y a todos los que, por enfermedad u otra causa cualquiera, se hallan en necesidad, como también a los que están encarcelados y a los viajeros de paso entre nosotros: en una palabra, se ocupa de atender a todos los necesitados.
Nos reunimos precisamente el día del sol, porque éste es el primer día de la creación, cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia, y también porque es el día en que Jesucristo, nuestro salvador, resucitó de entre los muertos. Lo crucificaron, en efecto, la vigilia del día de Saturno, y a la mañana siguiente de ese día, es decir, en el día del sol, fue visto por sus apóstoles y discípulos, a quienes enseñó estas mismas cosas que hemos puesto a vuestra consideración.
RESPONSORIO
R. Jesús, cuando iba a pasar de este mundo al Padre, * instituyó en memoria de su muerte el sacramento de su cuerpo y de su sangre. Aleluya.
V. Y, entregando su cuerpo como alimento y su sangre como bebida, dijo a sus discípulos: «Haced esto en memoria mía.»
R. Instituyó en memoria de su muerte el sacramento de su cuerpo y de su sangre. Aleluya.
Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO
Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.
A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:
Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
santo Espíritu de amor y de consuelo.
Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.
Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.
Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
Tú vendrás algún día,
como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.
La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.
Sé su pastor,
y guíalos por siempre.
Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.
Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado.
ORACIÓN.
OREMOS,
Señor, que tu pueblo se regocije siempre al verse renovado y rejuvenecido por la resurrección de Jesucristo, y que la alegría de haber recobrado la dignidad de la adopción filial le dé la firme esperanza de resucitar gloriosamente como Jesucristo. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.