PRIMERA LECTURA
Del libro del Éxodo 34, 10-28
SEGUNDO CÓDIGO DE LA ALIANZA
En aquellos días, dijo el Señor a Moisés:
«Yo voy a hacer un pacto en presencia de tu pueblo: Haré maravillas como no se han hecho en ningún país ni nación, para que el pueblo con el que vives vea las obras terribles que voy a hacer por medio de ti. Cumple lo que yo te mando hoy.
Expulsaré por delante de ti a amorreos, cananeos, hititas, fereceos, jiveos y yebuseos. No hagas alianza con los habitantes del país donde vas a entrar; porque serían un lazo para ti. Derribarás sus altares, destrozarás sus estelas, talarás sus árboles sagrados.
No te postres ante dioses extraños, porque el Señor se llama y es Dios celoso. No hagas alianza con los habitantes de la tierra, no sea que ellos, al prostituirse con sus dioses cuando les ofrezcan sacrificios, te inviten y comas con ellos. Ni tomes a sus hijas por mujeres para tus hijos, pues ellas se prostituirán con sus dioses y prostituirán a tus hijos con ellos.
No te hagas estatuas de dioses.
Guarda la fiesta de los Azimos: comerás ázimos durante siete días por la fiesta del mes de Abib, según te mandé; porque en ese mes saliste de Egipto.
Todo primer nacido macho que abra el vientre es mío, sea ternero o cordero. El primer nacido del borrico lo rescatarás con un cordero, y, si no lo rescatas, le romperás la cerviz. Al mayor, al primero de tus hijos, lo rescatarás y nadie se presentará ante mí con las manos vacías.
Seis días trabajarás y en el séptimo descansarás, incluso en el tiempo de la siembra y de la siega.
Celebra la fiesta de las Semanas al comenzar la siega del trigo, y la fiesta de la Cosecha al terminar el año.
Tres veces al año se presentarán todos los varones al Señor de Israel. Cuando desposea a las naciones delante de ti y ensanche tus fronteras, nadie codiciará tus campos, si subes a visitar al Señor, tu Dios, tres veces al año.
No ofrezcas pan fermentado con la sangre de mi sacrificio. De la víctima de la Pascua no quedará nada para el día siguiente.
Ofrece en el templo del Señor, tu Dios, las primicias de tus tierras.
No cuezas el cabrito en la leche de la madre.» El Señor dijo a Moisés:
«Escribe estas palabras: de acuerdo con ellas hago alianza contigo y con Israel.»
Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días y cuarenta noches: no comió pan ni bebió agua, y escribió en las tablas las cláusulas del pacto, los diez mandamientos.
RESPONSORIO Jn 1, 17-18; 2Co 3, 18
R. La ley se nos dio por mediación de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han venido por Jesucristo. * Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer.
V. y todos nosotros, reflejando como en un espejo en nuestro rostro descubierto la gloria del Señor, nos vamos transformando en su propia imagen, hacia una gloria cada vez mayor.
R. Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer.
SEGUNDA LECTURA
Del Tratado de Tertuliano, presbítero, Sobre la oración
(Cap. 28-29: CCL 1, 273-274)
NUESTRA OFRENDA ESPIRITUAL
La oración es una ofrenda espiritual que ha eliminado los antiguos sacrificios. ¿Qué me importa -dice- el número de vuestros sacrificios? Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de becerros; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. ¿Quién pide algo de vuestras manos?
El Evangelio nos enseña qué es lo que pide el Señor: Llega la hora -dice- en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque Dios es espíritu y, por esto, tales son los adoradores que busca. Nosotros somos los verdaderos adoradores y verdaderos sacerdotes, ya que, orando en espíritu, ofrecemos el sacrificio espiritual de la oración, la ofrenda adecuada y agradable a Dios, la que él pedía, la que él preveía.
Esta ofrenda, ofrecida de corazón, alimentada con la fe, cuidada con la verdad, íntegra por la inocencia, limpia por la castidad, coronada con el amor, es la que debemos llevar al altar de Dios, con el acompañamiento solemne de las buenas obras, en medio de salmos e himnos, seguros de que con ella alcanzaremos de Dios cualquier cosa que le pidamos.
¿Qué podrá negar Dios, en efecto, a una oración que procede del espíritu y de la verdad, si es él quien la exige? Hemos leído, oído y creído los argumentos que demuestran su gran eficacia.
En tiempos pasados, la oración liberaba del fuego, de las bestias, de la falta de alimento, y sin embargo no había recibido aún de Cristo su forma propia.
¡Cuánta más eficacia no tendrá, pues, la oración cristiana! Ciertamente, no hace venir el rocío angélico en medio del fuego, ni cierra la boca de los leones, ni transporta a los hambrientos la comida de los segadores (como en aquellos casos del antiguo Testamento); no impide milagrosamente el sufrimiento, sino que, sin evitarles el dolor a los que sufren, los fortalece con la resignación, con su fuerza les aumenta la gracia para que vean, con los ojos de la fe, el premio reservado a los que sufren por el nombre de Dios.
En el pasado, la oración hacía venir calamidades, aniquilaba los ejércitos enemigos, impedía la lluvia necesaria. Ahora, por el contrario, la oración del justo aparta la ira de Dios, vela en favor de los enemigos, suplica por los perseguidores. ¿Qué tiene de extraño que haga caer el agua del cielo, si pudo impetrar que de allí bajara fuego? La oración es lo único que tiene poder sobre Dios; pero Cristo no quiso que sirviera para operar mal alguno, sino que toda la eficacia que él le ha dado ha de servir para el bien.
Por esto, su finalidad es servir de sufragio a las almas de los difuntos, robustecer a los débiles, curar a los enfermos, liberar a los posesos, abrir las puertas de las cárceles, deshacer las ataduras de los inocentes. La oración sirve también para perdonar los pecados, para apartar las tentaciones, para hacer que cesen las persecuciones, para consolar a los abatidos, para deleitar a los magnánimos, para guiar a los peregrinos, para mitigar las tempestades, para impedir su actuación a los ladrones, para alimentar a los pobres, para llevar por buen camino a los ricos, para levantar a los caídos, para sostener a los que van a caer, para hacer que resistan los que están en pie.
Oran los mismos ángeles, ora toda la creación, oran los animales domésticos y los salvajes, y doblan las rodillas y, cuando salen de sus establos o guaridas, levantan la vista hacia el cielo y con la boca, a su manera, hacen vibrar el aire. También las aves, cuando despiertan, alzan el vuelo hacia el cielo y extienden las alas, en lugar de las manos, en forma de cruz y dicen algo que asemeja una oración.
¿Qué más podemos añadir acerca de la oración? El mismo Señor en persona oró; a él sea el honor y el poder por los siglos de los siglos.
RESPONSORIO Jn 4, 23-24
R. Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; * pues tales son los adoradores que el Padre quiere.
V. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad.
R. Pues tales son los adoradores que el Padre quiere.
ORACIÓN.
OREMOS,
Te pedimos, Señor, que, cuanto más se aproxima la fiesta de nuestra salvación, con tanta mayor fe nos preparemos a celebrar el misterio pascual. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.