PRIMERA LECTURA
Del libro del Levítico 26, 3-17. 38-45a
BENDICIONES Y MALDICIONES
En aquellos días, el Señor habló a Moisés:
«Si seguís mis leyes y cumplís mis preceptos poniéndolos por obra, yo os mandaré la lluvia a su tiempo: la tierra dará sus cosechas y los árboles sus frutos. La trilla alcanzará a la vendimia y la vendimia a la sementera. Comeréis hasta saciaros y habitaréis tranquilos en vuestra tierra. Pondré paz en el país y dormiréis sin alarmas. Acabaré con las fieras y la espada no cruzará vuestro país. Perseguiréis a vuestros enemigos, que caerán ante vosotros a filo de espada. Cinco de vosotros pondrán en fuga a cien, y cien de vosotros a diez mil. Vuestros enemigos caerán ante vosotros a filo de espada.
Me volveré hacia vosotros, os acrecentaré y multiplicaré, y mantendré mi alianza con vosotros. Comeréis de cosechas almacenadas y sacaréis lo almacenado para hacer sitio a lo nuevo. Pondré mi morada entre vosotros y no os rechazaré. Caminaré entre vosotros y seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo. Yo soy el Señor, vuestro Dios, que os saqué de Egipto, de la esclavitud, rompí las coyundas de vuestro yugo, os hice caminar erguidos.
Pero si no me obedecéis y no ponéis por obra todos estos preceptos, si rechazáis mis leyes y aborrecéis mis mandatos, no poniendo por obra todos mis preceptos y rompiendo mi alianza, entonces yo os trataré así: enviaré contra vosotros el espanto, la tisis y la fiebre, que nublan los ojos y consumen la vida; sembraréis en balde, pues vuestros enemigos se comerán la cosecha; me enfrentaré con vosotros y sucumbiréis ante vuestros enemigos; vuestros contrarios os someterán y huiréis sin que nadie os persiga.
Pereceréis en medio de los pueblos. El país enemigo os devorará. Los que sobrevivan de vosotros se pudrirán en país enemigo por su culpa y la de sus padres.
Confesarán su culpa y la de sus padres: de haberme sido infieles y haber procedido obstinadamente contra mí; por lo que también yo procedí obstinadamente contra ellos, y los llevé a país enemigo, para ver si se doblegaba su corazón incircunciso y expiaban su culpa.
Entonces yo recordaré mi pacto con Jacob, mi pacto con Isaac, mi pacto con Abraham: me acordaré de la tierra. Pero ellos tendrán que abandonar la tierra, y así ella disfrutará de sus sábados, mientras queda desolada en su ausencia. Expiarán la culpa de haber rechazado mis mandatos y haber detestado mis leyes. Pero aun con todo esto, cuando estén en país enemigo, no los rechazaré ni los detestaré hasta el punto de exterminarlos y de romper mi alianza con ellos. Porque yo soy el Señor, su Dios. Recordaré en favor de ellos la alianza con los antepasados, a quienes saqué de Egipto, a la vista de los pueblos, para ser su Dios. Yo soy el Señor.»
RESPONSORIO Sal 33, 17. 16; Ap 22, 12
R. El Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria. * Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos.
V. Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario; yo daré a cada uno según sus obras.
R. Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos.
SEGUNDA LECTURA
De las Cartas de san Máximo Confesor, abad
(Carta 11: PG 91, 454-455)
LA MISERICORDIA DEL SEÑOR PARA CON LOS QUE SE ARREPIENTEN
Los predicadores de la verdad y ministros de la gracia divina, todos los que desde el principio hasta nuestros días, cada uno en su tiempo, nos han dado a conocer la voluntad salvífica de Dios, nos enseñan que nada hay tan grato y querido por Dios como el hecho de que los hombres se conviertan a él con sincero arrepentimiento.
Y, para inculcarnos esto mismo de un modo aún más divino, la divina Palabra del Dios y Padre, aquel que es la primigenia y única revelación de la infinita bondad, con un rebajamiento y condescendencia inefables, se dignó convivir con nosotros, hecho uno de nosotros; e hizo, padeció y enseñó todo aquello que era necesario para que nosotros, que éramos enemigos y extranjeros, que estábamos privados de la vida feliz, fuéramos reconciliados con nuestro Dios y Padre y llamados de nuevo a la vida.
En efecto, no sólo curó nuestras enfermedades con la fuerza de sus milagros, no sólo nos liberó de nuestros muchos y gravísimos pecados, cargando con la debilidad de nuestras pasiones y con el suplicio de la cruz -como si él lo mereciera, cuando en realidad estaba inmune de toda culpa-, con lo que saldó nuestra deuda, sino que nos enseñó también, con abundancia de doctrina, a imitarlo en su benignidad condescendiente y en su perfecta caridad para con todos.
Por esto afirmaba: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Y también: No son los sanos los que tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Y decía también que él había venido a buscar a la oveja perdida. Y que había sido enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Asimismo, insinúa de una manera velada, con la parábola de la dracma perdida, que él ha venido a restablecer en el hombre la imagen divina, cubierta por el repugnante estiércol de los vicios. Y también: Os aseguro que habrá en el cielo gran alegría por un pecador que se convierta.
Con este fin, a aquel hombre que cayó en manos de los ladrones, que lo desnudaron, lo golpearon y se fueron dejándolo medio muerto, él lo reconfortó, vendándole las heridas, derramando en ellas aceite y vino, haciéndolo montar sobre su propia cabalgadura y acomodándolo en el mesón para que tuvieran cuidado de él, dando para ello una cantidad de dinero y prometiendo al mesonero que, a la vuelta, le pagaría lo que gastase de más.
Nos muestra también la condescendencia del buen padre para con el hijo pródigo que regresa arrepentido, al que abraza, al que devuelve plenamente sus prerrogativas de hijo, sin echarle en cara su conducta anterior.
Por esto mismo, cuando encuentra a la oveja que se había apartado de las otras cien, errante por los montes y colinas, la devuelve al redil, no a golpes y con amenazas ni agotándola de fatiga, sino que, lleno de compasión, la carga sobre sus hombros y la vuelve al grupo de las demás.
Por esto también clamaba: Venid a mí todos los que andáis rendidos y agobiados, que yo os daré descanso. Y decía: Tomad sobre vosotros mi yugo, dando el nombre de yugo a sus mandamientos, esto es, a una vida ajustada a las enseñanzas evangélicas; y dándoles también el nombre de carga, ya que, por la penitencia, parecen algo pesado y molesto: Porque mi yugo -dice- es suave y mi carga ligera.
Y en otro lugar, queriendo enseñarnos la divina justicia y bondad, nos manda: Sed santos, perfectos, misericordiosos, como vuestro Padre celestial. Y también: Perdonad y seréis perdonados. Y: Cuanto queréis que os hagan los demás, hacédselo igualmente vosotros.
RESPONSORIO Cf. Ez 33, 11; Sal 93, 19
R. Me angustiaría, Señor, si no conociera tu misericordia; tú dijiste: «No me complazco en la muerte del pecador, sino en que cambie de conducta y viva»; * tú llamaste al arrepentimiento a la mujer cananea y al publicano.
V. Cuando se multiplican mis preocupaciones, tus consuelos son mi delicia.
R. Tú llamaste al arrepentimiento a la mujer cananea y al publicano.
ORACIÓN.
OREMOS,
Señor Dios, que premias los méritos de los justos y concedes el perdón a los pecadores que se arrepienten y hacen penitencia, escucha benignamente nuestras súplicas y, por la humilde confesión de nuestras culpas, otórganos tu perdón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.