PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 22, 8b-23
CONTRA LA SOBERBIA DE JERUSALÉN Y DE SOBNA, MAYORDOMO DE PALACIO
Aquel día, inspeccionasteis el arsenal en la Casa del bosque, y descubristeis cuántas brechas tenía la ciudad de David; recogisteis el agua del aljibe de abajo, hicisteis recuento de las casas de Jerusalén y demolisteis algunas de ellas para reforzar la muralla; entre los dos muros hicisteis un depósito para el agua del aljibe viejo. Pero no volvisteis los ojos al Autor de todo esto, ni mirasteis al que desde antiguo lo formó.
El Señor de los ejércitos os invitaba aquel día al llanto y al luto, a raparos y a ceñiros de saco; mas lo que hubo fue alegría y fiesta, matanza de vacas y degüello de corderos, comer carne y beber vino, según aquello de «a comer y a beber, que mañana moriremos». Entonces el Señor de los ejércitos me reveló esto al oído:
«Juro que no se expiará este pecado hasta que muráis -lo ha dicho el Señor de los ejércitos-.»
Así dice el Señor de los ejércitos:
«Anda, ve a ese mayordomo de palacio, a Sobna, que se labra en lo alto un sepulcro y excava en la piedra una morada: "¿Qué es tuyo aquí, o a quién tienes aquí para que te labres aquí un sepulcro? Mira: el Señor te aferrará con fuerza y te arrojará con violencia, te hará dar vueltas y vueltas como un arco sobre la llanura dilatada. Allí morirás, allí pasarán tus carrozas de gala, oh tú, vergüenza de la casa de tu Señor.
Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo. Aquel día, llamaré a mi siervo, a Eliacín, hijo de Helcías: le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes: será él un padre para los habitantes de Jerusalén, para el pueblo de Judá. Pondré en su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá. Lo hincaré como un clavo en sitio firme, y dará un trono glorioso a la casa de su padre."»
RESPONSORIO Ap 3, 7. 8
R. Esto dice el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David: * «He abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar.»
V. Has guardado mi palabra y no has renegado de mi nombre.
R. He abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar.
SEGUNDA LECTURA
De los Comentarios de Eusebio de Cesarea, obispo, sobre el profeta Isaías
(Cap. 40: PG 24, 366-367)
UNA VOZ CLAMA EN EL DESIERTO
Una voz clama en el desierto: «Preparad el camino del Señor, enderezad las sendas para nuestro Dios.» El profeta afirma claramente que no es en Jerusalén, sino en el desierto, donde se cumplirá esta profecía, es decir, la manifestación de la gloria del Señor y el anuncio de la salvación de Dios a todos los hombres.
Estas cosas se cumplieron en la historia y a la letra cuando Juan Bautista predicó la venida salvadora de Dios en el desierto del Jordán, donde se reveló la salvación de Dios. Porque Cristo se manifestó y su gloria se hizo patente a todos cuando, en su bautismo, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo, descendiendo en forma de paloma, permaneció sobre él y se oyó la voz del Padre que daba testimonio de su Hijo: Éste es mi Hijo muy amado, escuchadlo.
Estas cosas se dijeron porque Dios iba a venir a un desierto que había estado siempre cerrado e inaccesible: todas las naciones estaban privadas del conocimiento de Dios, y los justos y los profetas evitaban el trato con ellas. Por eso aquella voz manda preparar un camino a la Palabra de Dios y enderezar las sendas, para que cuando llegue nuestro Dios pueda avanzar sin obstáculos. Preparad el camino del Señor: este camino es la proclamación de la Buena Noticia que trae a todos un nuevo consuelo, que desea ardientemente hacer llegar a todos los hombres el conocimiento de la salvación de Dios.
Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén. Estas palabras que acabamos de citar están cuidadosamente ordenadas y hacen una oportuna mención de los evangelistas: después de haber hablado de la voz que clama en el desierto, anuncian la llegada de Dios a los hombres. A la profecía sobre Juan Bautista sigue muy lógicamente la mención de los evangelistas.
¿Cuál es esta Sión sino la que antes fue llamada Jerusalén? Pues también aquélla era un monte, como dice la Escritura: El monte Sión donde pusiste tu morada, y el Apóstol: Os habéis acercado al monte de Sión. ¿No aludirá acaso al coro de los apóstoles, elegidos de entre aquel primer pueblo de la circuncisión?
Es esta Sión y Jerusalén la que ha recibido la salvación de Dios y que ha sido edificada sobre el monte de Dios, es decir, sobre el Verbo unigénito. Y es a ésta a quien Dios manda subir al monte alto y anunciar la palabra de la salvación. ¿Quién es el que lleva la Buena Noticia sino el coro de los que proclaman el Evangelio? ¿Qué significa llevar la Buena Noticia? Predicar a todos los hombres, y en primer lugar a las ciudades de Judá, la venida de Cristo a la tierra.
RESPONSORIO Cf. Mt 11, 11. 9
R. Ha venido el Precursor del Señor, acerca del cual el mismo Señor da este testimonio: * «Entre los nacidos de mujer no ha surgido nadie mayor que Juan Bautista.»
V. Es éste un profeta, y más que un profeta, es aquel de quien dice el Salvador:
R. Entre los nacidos de mujer no ha surgido nadie mayor que Juan Bautista.
Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO
Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.
A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:
Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
santo Espíritu de amor y de consuelo.
Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.
Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.
Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
Tú vendrás algún día,
como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.
La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.
Sé su pastor,
y guíalos por siempre.
Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.
Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado.
ORACIÓN.
OREMOS,
Te pedimos, Dios misericordioso, que en nuestra alegre marcha hacia el encuentro de tu Hijo no tropecemos en impedimentos terrenos, sino que, guiados por la sabiduría celestial, merezcamos participar de la gloria de aquel que vive y reina contigo.
Amén
CONCLUSIÓN