Musica Para el Alma

domingo, 3 de diciembre de 2017

LECTURAS LARGAS

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 1, 21-27; 2, 1-5
JUICIO Y SALVACIÓN DÉ JERUSALÉN. AFLUENCIA DE LAS NACIONES
¡Cómo se ha vuelto una ramera la Ciudad fiel! Antes llena de equidad, morada de justicia; pero ahora morada de asesinos. Tu plata se ha vuelto escoria, tu vino está aguado, tus jefes son bandidos, socios de ladrones: todos amigos de sobornos, en busca de regalos. No defienden al huérfano, no se encargan de la causa de la viuda.

Oráculo del Señor de los ejércitos, el Héroe de Israel: «Tomaré satisfacción de mis adversarios, venganza de mis enemigos. Volveré mi mano contra ti: te limpiaré de herrumbre en el crisol, separaré de ti la escoria; te daré jueces como los antiguos, consejeros como los de antaño: entonces te llamarás Ciudad justa, Villa fiel. Sión será redimida con el derecho, los repatriados con la justicia.»

Visión de Isaías, hijo de Amos, acerca de Judá y de Jerusalén:

Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos, y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del Señor.»

Será el arbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.

Casa de Jacob, ven; caminemos a la luz del Señor.
RESPONSORIO    Mi 4, 2; Jn 4, 25
R. Vamos a subir al monte del Señor, al templo del Dios de Jacob. * Él nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus sendas.
V. Viene el Mesías, el Cristo; cuando venga, nos hará saber todas las cosas.
R. Él nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus sendas.
SEGUNDA LECTURA
De las Cartas pastorales de san Carlos Borromeo, obispo
(Acta Ecclesiae Mediolanensis, t. 2, Lyon 1683, 916-917)
SOBRE EL TIEMPO DE ADVIENTO
Ha llegado, amadísimos hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne, que, como dice el Espíritu Santo, es tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la reconciliación; el tiempo que tan ardientemente desearon los patriarcas y profetas y que fue objeto de tantos suspiros y anhelos; el tiempo que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando gracias al Padre eterno por la misericordia que en este misterio nos ha manifestado. El Padre, por su inmenso amor hacia nosotros, pecadores, nos envió a su Hijo único, para libramos de la tiranía y del poder del demonio, invitarnos al cielo e introducimos en lo más profundo de los misterios de su reino, manifestarnos la verdad, enseñarnos la honestidad de costumbres, comunicarnos el germen de las virtudes, enriquecernos con los tesoros de su gracia y hacernos sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.

La Iglesia celebra cada año el misterio de este amor tan grande hacia nosotros, exhortándonos a tenerlo siempre presente. A la vez nos enseña que la venida de Cristo no sólo aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia continúa y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los sacramentos, la gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus mandamientos.
La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo.

Por eso, durante este tiempo, la Iglesia, como madre amantísima y celosísima de nuestra salvación, nos enseña, a través de himnos, cánticos y otras palabras del Espíritu Santo y de diversos ritos, a recibir convenientemente y con un corazón agradecido este beneficio tan grande, a enriquecernos con su fruto y a preparar nuestra alma para la venida de nuestro Señor Jesucristo con tanta solicitud como si hubiera él de venir nuevamente al mundo. No de otra manera nos lo enseñaron con sus palabras y ejemplos los patriarcas del antiguo Testamento para que en ello los imitáramos.
RESPONSORIO    Cf. Jl 2, 15; cf. Is 62, 11; cf. Jr 4, 5
R. Tocad la trompeta en Sión, convocad a las naciones, anunciadlo a los pueblos y decidles: * «Mirad que ya viene Dios, nuestro salvador.»
V. Anunciadlo y haced que se escuche en todas partes; proclamad la nueva, gritadla a plena voz:
R. Mirad que ya viene Dios, nuestro salvador.

ORACIÓN.
OREMOS,
Concédenos, Señor Dios nuestro, anhelar de tal manera la llegada de tu Hijo Jesucristo, que, cuando llame a nuestras puertas, nos encuentre velando en oración y cantando sus alabanzas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.