PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 9,7--10,4
CASTIGO DE LA SOBERBIA Y DE LAS INJUSTICIAS DE ISRAEL
El Señor ha lanzado una palabra contra Jacob, y ha caído en Israel; la entenderá el pueblo entero, Efraím y los habitantes de Samaria, que van diciendo con soberbia y presunción:
«Si han caído los ladrillos, construiremos con sillares; si han derribado el sicómoro, lo sustituiremos con un cedro.»
El Señor alzará al enemigo contra ellos y azuzará a sus adversarios: al oriente, Damasco, al poniente, Filistea, devorarán a Israel a boca llena. Con todo esto no se aplaca su ira, sigue extendida su mano.
Pero el pueblo no se ha vuelto hacia el que lo hería, no ha buscado al Señor de los ejércitos. El Señor cortará cabeza y cola, palmera y junco en un solo día. (El anciano y el noble son la cabeza, el profeta impostor es la cola). Los que guían al pueblo lo extravían, los guiados se han perdido. Por eso el Señor no se apiada de los jóvenes, no se compadece de huérfanos y viudas; porque todos son impíos y malvados, y toda boca profiere infamias. Con todo esto no se aplaca su ira, sigue extendida su mano.
La maldad está ardiendo como fuego que consume zarzas y cardos: prende en la espesura del bosque, y levanta remolinos de humo. Con la ira del Señor arde el país, y el pueblo es pasto del fuego: cada uno devora la carne de su prójimo y ninguno perdona a su hermano; se muerde a la derecha y se sigue con hambre, se devora a la izquierda y no se sacian. Manasés contra Efraím, Efraím contra Manasés, y juntos los dos contra Judá. Con todo esto no se aplaca su ira, sigue extendida su mano.
¡Ay de los que decretan decretos inicuos, y de los notarios que registran sentencias injustas, que echan del tribunal al desvalido y despojan a los pobres de mi pueblo, que hacen su presa de las viudas y roban a los huérfanos! ¿Qué haréis el día de la cuenta, cuando la tormenta venga de lejos? ¿A quién acudiréis buscando auxilio, y dónde dejaréis vuestra fortuna? Iréis encorvados con los prisioneros y caeréis con los que mueren. Con todo esto no se aplaca su ira, sigue extendida su mano.
RESPONSORIO Lm 2, 1
R. ¡Cómo ha cubierto de oscuridad el Señor en su cólera a la hija de Sión! * Ha precipitado del cielo a la tierra el esplendor de Israel.
V. No se ha acordado del estrado de sus pies en el día de su ira.
R. Ha precipitado del cielo a la tierra el esplendor de Israel.
SEGUNDA LECTURA
Del Sermón de san Agustín, obispo, Sobre los pastores
(Sermón 46, 24-25. 27: CCL 41, 551-553)
EN PASTOS JUGOSOS APACENTARÉ A MIS OVEJAS
Las sacaré de entre los pueblos, las congregaré de entre las naciones, las traeré a su tierra, las apacentaré en los montes de Israel. Para ti, Israel, el Señor constituyó montes, es decir, suscitó profetas que escribieran las divinas Escrituras. Apacentaos en ellas y tendréis un pasto que nunca engaña. Todo cuanto en ellas encontréis gustadlo y saboreadlo bien; lo que en ellas no se encuentre repudiadlo. No os descarriéis entre la niebla, escuchad más bien la voz del pastor. Retiraos a los montes de las santas Escrituras, allí encontraréis las delicias de vuestro corazón, nada hallaréis allí que os pueda envenenar o dañar, pues ricos son los pastizales que allí se encuentran. Venid, pues, vosotras, solamente vosotras, las ovejas que estáis sanas; venid, y apacentaos en los montes de Israel.
En los ríos y en los poblados del país. Desde los montes que os hemos mostrado fluyen, abundantes, los ríos de la predicación evangélica, de los cuales se dice: A toda la tierra alcanza su pregón; a través de estos ríos de la predicación evangélica el mundo entero se ha convertido en alegre y rico pastizal, donde pueden apacentarse los rebaños del Señor.
Las apacentaré en ricos pastizales, tendrán sus dehesas en los montes más altos de Israel, esto es, hallarán un lugar del que podrán decir: «Bien estamos aquí; aquí hemos encontrado y nos han manifestado la verdad; no nos han engañado.» Se recostarán bajo la claridad de Dios, y en la luz de Dios encontrarán su descanso. Dormirán, es decir, descansarán, se recostarán en fértiles campos.
Y pastarán pastos jugosos en los montes de Israel. Ya hemos dicho más arriba que los montes de Israel son unos montes buenos, hacia los cuales levantamos nuestros ojos, pues de ellos nos viene el auxilio. Aunque, en realidad, el auxilio nos viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. Por ello, para que no pongamos nuestra confianza en un monte, por muy bueno que nos parezca, se nos dice a continuación: Yo mismo apacentaré a mis ovejas. Levanta, pues, tus ojos a los montes, de donde te vendrá el auxilio, pero espera únicamente en el que te dice: Yo mismo te apacentaré, pues, tu auxilio te viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
Y concluye, diciendo: Las apacentaré con justicia. Fíjate cómo él es el único que puede apacentar con justicia. Pues, ¿quién puede juzgar al hombre? La tierra entera está llena de juicios temerarios. En efecto, aquel de quien desesperábamos, en el momento menos pensado, súbitamente se convierte y llega a ser el mejor de todos. Aquel, en cambio, en quien tanto habíamos confiado, en el momento menos pensado, cae súbitamente y se convierte en el peor de todos. Ni nuestro temor es constante ni nuestro amor indefectible.
Lo que sea en el día de hoy el hombre apenas si lo sabe el propio hombre, aunque, quizá, en alguna manera, lo que es hoy sí que puede saberlo; pero lo que uno será mañana ni uno mismo lo sabe. El Señor, en cambio, que conoce lo que hay en el hombre, puede apacentar con justicia, dando a cada uno lo que necesita: A éste, esto; a ése, eso; a aquél, aquello: a cada cual según sus propias necesidades, pues él sabe bien qué es lo que debe hacer.
Cuando el Señor apacienta con justicia, redime a los que juzga; por tanto, el Señor apacienta con justicia.
RESPONSORIO Jn 10, 14; Ez 34, 11. 13
R. Yo soy el buen Pastor, * y conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí.
V. Yo mismo buscaré mis ovejas, y seguiré sus huellas, y las sacaré de entre los pueblos y las apacentaré.
R. Yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí.
ORACIÓN.
OREMOS,
Oh Dios, has hecho del amor a ti y a los hermanos la plenitud de la ley; concédenos cumplir tus mandamientos y llegar así a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.