PRIMERA LECTURA
Del segundo libro de los Reyes 13, 10-25
REINADO DE JOAS EN ISRAEL. MUERTE DEL PROFETA ELISEO
Joás, hijo de Joacaz, subió al trono de Israel en Samaría el año treinta y siete del reinado de Joás de Judá. Reinó dieciséis años. Hizo lo que el Señor reprueba. Repitió a la letra los pecados que Jeroboam, hijo de Nabat, hizo cometer a Israel; imitó su conducta. Para más datos sobre Joás y sus hazañas militares contra Amasías de Judá, véanse los Anales del reino de Israel. Joás murió, y Jeroboam le sucedió en el trono. A Joás lo enterraron en Samaria con los reyes de Israel.
Cuando Elíseo cayó enfermo de muerte, Joás de Israel bajó a visitarlo y se echó sobre él llorando y repitiendo:
«¡Padre mío, padre mío, carro y auriga de Israel!» Eliseo le dijo:
«Coge un arco y unas flechas.»
Cogió un arco y unas flechas, y Eliseo le mandó: «Empuña el arco.»
Lo empuñó, y Elíseo puso sus manos sobre las manos del rey y ordenó:
«Abre la ventana que da a levante.» Joás la abrió, y Elíseo dijo:
«¡Dispara!»
Él disparó, y comentó Elíseo:
«¡Flecha victoriosa del Señor, flecha victoriosa contra Siria! Derrotarás a Siria en El Cerco hasta aniquilarla.»
Luego ordenó:
«Coge las flechas.»
El rey las cogió, y Eliseo le dijo:
«Golpea el suelo.»
Él lo golpeó tres veces y se detuvo. Entonces, el profeta se le enfadó:
«Si hubieras golpeado cinco o seis veces, derrotarías a Siria hasta aniquilarla; pero así sólo la derrotarás tres veces.»
Elíseo murió, y lo enterraron.
Las guerrillas de Moab hacían incursiones por el país todos los años. Una vez, mientras estaban unos enterrando a un muerto, al ver las bandas de guerrilleros, echaron el cadáver en la tumba de Eliseo y marcharon; y, al tocar el muerto los huesos de Elíseo, revivió y se puso en pie.
Jazael, rey de Siria, había oprimido a Israel durante todo el reinado de Joacaz. Pero el Señor se apiadó y tuvo misericordia de ellos; se volvió hacia ellos, por el pacto que había hecho con Abraham, Isaac y Jacob, y no quiso exterminarlos ni los ha arrojado de su presencia hasta ahora. Jazael de Siria murió, y su hijo Benadad le sucedió en el trono. Entonces, Joás, hijo de Joacaz, recuperó del poder de Benadad, hijo de Jazael, las ciudades que Jazael había arrebatado por las armas a su padre, Joacaz. Joás lo derrotó tres veces, y así recuperó las ciudades de Israel.
RESPONSORIO 2R 13, 23; 14, 26
R. El Señor se apiadó y tuvo misericordia de ellos; se volvió hacia ellos, por el pacto que había hecho con Abraham, Isaac y Jacob, * y no quiso exterminarlos.
V. El Señor se fijó en la terrible desgracia de Israel: no había esclavo, ni libre, ni quien ayudase a Israel.
R. Y no quiso exterminarlos.
SEGUNDA LECTURA
Del Sermón de san Paciano, obispo, Sobre el bautismo
(Núms. 6-7: PL 13, 1093-1094)
¿QUE DIOS HAY COMO TÚ, QUE PERDONAS EL PECADO.?
Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seamos también imagen del hombre celestial; porque el primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo es del cielo. Obrando así, amadísimos, ya no moriremos más. Porque, aunque este nuestro cuerpo se deshaga, viviremos en Cristo, como afirma él mismo: Quien a mí se una con viva fe, aunque muera, vivirá.
Tenemos la certeza, basada en el testimonio del Señor, de que Abraham, Isaac y Jacob y todos los santos de Dios están vivos, ya que, refiriéndose a ellos, dice el Señor: No es, pues, Dios de muertos, sino de vivos; en efecto, para él todos están vivos. Y el Apóstol dice de sí mismo: Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia; ansío partir para estar con Cristo. Y también: Mientras vivimos estamos desterrados lejos del Señor; caminamos sin verlo, guiados por la fe. Tal es nuestra fe, hermanos muy amados. Por lo demás, si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desdichados. La vida puramente natural, como vosotros mismos podéis comprobar, nos es común, aunque no igual en duración, con la de los animales, bestias y aves. Pero lo específico del hombre, lo que nos ha dado Cristo por el Espíritu, es la vida eterna, a condición de que ya no pequemos más. Pues así como la muerte viene por el pecado, así también nos libramos de ella por la práctica de la virtud; la vida, por tanto, se pierde con las malas acciones, se conserva con una vida virtuosa. El sueldo del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna en unión con Cristo Jesús, Señor nuestro.
Él es, ciertamente, quien nos ha redimido, perdonándonos por pura gracia todos nuestros pecados -como dice el Apóstol- y borrando la nota desfavorable de nuestra deuda escrita sobre el rollo de los preceptos; él la arrancó de en medio y la clavó en la cruz. Con esto Dios despojó a los principados y potestades, y los expuso a la vista de todos, incorporándolos al cortejo triunfal de Cristo. Él liberta a los cautivos y rompe nuestras cadenas, como había predicho el salmista: El Señor hace justicia a los oprimidos, el Señor liberta a los cautivos, el Señor abre los ojos al ciego. Y también: Rompiste mis cadenas, te ofreceré un sacrificio de alabanza. Esta liberación tuvo lugar cuando, por el sacramento del bautismo, nos reunimos bajo el estandarte del Señor, quedando así liberados por la sangre y el nombre de Cristo.
Así pues, amadísimos hermanos, de una vez para siempre somos purificados, somos libertados, somos recibidos en el reino inmortal; de una vez para siempre, dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado. Mantened con firmeza lo que habéis recibido, conservadlo con alegría, no pequéis más. Conservaos así puros e inmaculados para el día del Señor.
RESPONSORIO 1Co 15, 47. 49; Col 3, 9. 10
R. El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo es del cielo. * Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.
V. Despojaos del hombre viejo y revestíos del nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento pleno de Dios y se va configurando con la imagen del que lo creó.
R. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, a quien confiadamente invocamos con el nombre de Padre, intensifica en nosotros el espíritu de hijos adoptivos tuyos, para que merezcamos entrar en posesión de la herencia que nos tienes prometida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.