PRIMERA LECTURA
Del segundo libro de los Reyes 9, 1-16. 21b-27
UN DISCÍPULO DE ELISEO UNGE A JEHÚ COMO REY DE ISRAEL
En aquellos días, el profeta Elíseo llamó a uno de la comunidad de profetas y le ordenó:
«Átate el cinturón, coge en la mano esta aceitera y vete a Ramot de Galaad. Cuando llegues, busca a Jehú, hijo de Josafat, hijo de Nimsí; entras, lo haces salir de entre sus camaradas y lo llevas a una habitación aparte. Coge la aceitera y derrámasela sobre la cabeza diciendo: "Así dice el Señor: te unjo rey de Israel." Luego, abres la puerta y escapas sin más.»
El joven profeta marchó a Ramot de Galaad. Al llegar, encontró a los generales del ejército reunidos, y dijo:
«Te traigo un mensaje, mi general.»
Jehú preguntó:
«¿Para quién de nosotros?»
Respondió:
«Para ti, mi general.»
Jehú se levantó y entró en la casa. El profeta le derramó el aceite sobre la cabeza y le dijo:
«Así dice el Señor, Dios de Israel: "Te unjo rey de Israel, el pueblo del Señor. Derrotarás a la dinastía de Ajab, tu señor; en Jezabel, vengaré la sangre de mis siervos los profetas, la sangre de los siervos del Señor; perecerá toda la casa de Ajab; extirparé de Israel a todos los hombres de Ajab, a todos los hombres, esclavos o libres. Trataré a la casa de Ajab como a la de Jeroboam, hijo de Nabat, y como a la de Basá, hijo de Ajías. Y a Jezabel la comerán los perros en el campo de Yizreel, y nadie le dará sepultura."»
Luego, abrió la puerta y escapó. Jehú salió a reunirse con los oficiales de su señor. Le preguntaron:
«¿Buenas noticias? ¿A qué ha venido a verte ese loco?» Les respondió:
«Ya conocéis a ese hombre y lo que anda hablando entre dientes.»
Le dijeron:
«¡Cuentos! Explícate.»
Jehú, entonces, les dijo:
«Me ha dicho a la letra: "Así dice el Señor: Te unjo rey de Israel."»
Inmediatamente, cogió cada uno su manto y lo echó a los pies de Jehú sobre los escalones. Tocaron la trompa y aclamaron:
«¡Jehú es rey!»
Entonces, Jehú, hijo de Josafat, hijo de Nimsí, organizó una conspiración contra Jorán, de esta manera: Jorán estaba con todo el ejército israelita, defendiendo Ranot de Galaad contra Jazael, rey de Siria, pero se había vuelto a Yizreel, para curarse las heridas recibidas de los sirios en la guerra contra Jazael de Siria. Jehú dijo:
«Si os parece bien, que no salga nadie de la ciudad a llevar la noticia a Yizreel.»
Montó y marchó a Yizreel, donde estaba Jorán en cama. Ocozías de Judá había ido a hacerle una visita. Jorán de Israel y Ocozías de Judá salieron, cada uno en su carro, al encuentro de Jehú. Lo alcanzaron junto a la heredad de Nabot, el de Yizreel. Jorán, al ver a Jehú, preguntó:
«¿Buenas noticias, Jehú?»
Jehú respondió:
«¿Cómo va a haber buenas noticias mientras Jezabel, tu madre, siga con sus ídolos y brujerías?»
Jorán volvió grupas para escapar, diciendo a Ocozías: «¡Traición, Ocozías! »
Pero Jehú ya había tensado el arco, y asaeteó a Jorán por la espalda. La flecha le atravesó el corazón, y Jorán se dobló sobre el carro. Jehú ordenó a su asistente, Bidcar:
«Cógelo y tíralo a la heredad de Nabot, el de Yizreel; porque recuerda que cuando tú y yo cabalgábamos juntos siguiendo a su padre, Ajab, el Señor pronunció contra él este oráculo: "Ayer vi la sangre de Nabot y de sus hijos -oráculo del Señor-. Juro que en la misma heredad te daré tu merecido -oráculo del Señor-." Así que, cógelo y tíralo a la heredad de Nabot, como dijo el Señor.»
Al ver esto, Ocozías de Judá tiró por el camino de Casalhuerto. Pero Jehú lo persiguió diciendo:
«¡También a él!»
Lo hirieron en su carro, por la cuesta de Gur, cerca de Yiblán. Pero logró huir a Meguidó, y allí murió.
RESPONSORIO 2R 9, 13. 12; Lc 19, 36. 38
R. Cogió cada uno su manto y lo echó a los pies de Jehú. Tocaron la trompa y aclamaron: « ¡Jehú es rey!» * Así dice el Señor: «Te unjo rey de Israel.»
V. Al paso de Jesús, la gente iba tendiendo sus mantos en el camino; y exclamaban: «Bendito el Rey que viene en nombre del Señor.»
R. Así dice el Señor: «Te unjo rey de Israel.»
SEGUNDA LECTURA
Del Tratado de san Gregorio de Nisa, obispo, Sobre el perfecto modelo del cristiano
(PG 46, 259-262)
TENEMOS A CRISTO, QUE ES NUESTRA PAZ Y NUESTRA LUZ
Él es nuestra paz, él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa. Teniendo en cuenta que Cristo es la paz, mostraremos la autenticidad de nuestro nombre de cristianos si, con nuestra manera de vivir, ponemos de manifiesto la paz que reside en nosotros y que es el mismo Cristo. Él ha dado muerte a la enemistad, como dice el Apóstol. No permitamos, pues, de ningún modo que esta enemistad reviva en nosotros, antes demostremos que está del todo muerta. Dios, por nuestra salvación, le dio muerte de una manera admirable; ahora que yace bien muerta, no seamos nosotros quienes la resucitemos en perjuicio de nuestras almas, con nuestras iras y deseos de venganza.
Ya que tenemos a Cristo, que es la paz, nosotros también matemos la enemistad, de manera que nuestra vida sea una prolongación de la de Cristo, tal como lo conocemos por la fe. Del mismo modo que él, derribando la barrera de separación, de los dos pueblos creó en su persona un solo hombre, estableciendo la paz, así también nosotros atraigámonos la voluntad no sólo de los que nos atacan desde fuera, sino también de los que entre nosotros promueven sediciones, de modo que cese ya en nosotros esta oposición entre las tendencias de la carne y del espíritu, contrarias entre sí; procuremos, por el contrario, someter a la ley divina la prudencia de nuestra carne, y así, superada esta dualidad que hay en cada uno de nosotros, esforcémonos en reedificarnos a nosotros mismos, de manera que formemos un solo hombre, y tengamos paz en nosotros mismos.
La paz se define como la concordia entre las partes disidentes. Por esto, cuando cesa en nosotros esta guerra interna, propia de nuestra naturaleza, y conseguimos la paz, nos convertimos nosotros mismos en paz, y así demostramos en nuestra persona la veracidad y propiedad de este apelativo de Cristo.
Además, considerando que Cristo es la luz verdadera sin mezcla posible de error alguno, nos damos cuenta de que también nuestra vida ha de estar iluminada con los rayos de la luz verdadera. Los rayos del sol de justicia son las virtudes que de él emanan para iluminarnos, para que nos desnudemos de las obras de las tinieblas y andemos como en pleno día, con dignidad, y apartando de nosotros las ignominias que se cometen a escondidas y obrando en todo a plena luz, nos convirtamos también nosotros en luz y, según es propio de la luz, iluminemos a los demás con nuestras obras.
Y si tenemos en cuenta que Cristo es nuestra santificación, nos abstendremos de toda obra y pensamiento malo e impuro, con lo cual demostraremos que llevamos con sinceridad su mismo nombre, mostrando la eficacia de esta santificación no con palabras, sino con los actos de nuestra vida.
RESPONSORIO Lc 1, 78. 79
R. Nos visitará el sol que nace de lo alto, * para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.
V. Para iluminar a los que viven en tiniebla y en sombra de muerte.
R. Para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, a quien confiadamente invocamos con el nombre de Padre, intensifica en nosotros el espíritu de hijos adoptivos tuyos, para que merezcamos entrar en posesión de la herencia que nos tienes prometida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.