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sábado, 8 de julio de 2017

LECTURAS LARGAS

LECTURAS LARGAS



PRIMERA LECTURA

Del primer libro de Samuel 17, 1-10. 23b-26. 40-51

DAVID LUCHA CONTRA GOLIAT

En aquellos días, reunieron los filisteos sus tropas para la guerra y se concentraron en Soko de Judá, acampando entre Soko y Azeca, en Efes-Dammim. También se reunieron Saúl y los hombres de Israel y acamparon en el valle del Terebinto, y se pusieron en orden de batalla frente a los filisteos. Ocupaban los filisteos una montaña por un lado y los israelitas ocupaban la montaña frontera, quedando el valle de por medio.

Salió de las filas de los filisteos un hombre de las tropas de choque, llamado Goliat, de Gat, de seis codos y un palmo de estatura; tenía un yelmo de bronce sobre su cabeza y estaba revestido de una coraza de escamas, siendo el peso de la coraza cinco mil siclos de bronce. Tenía en las piernas grebas de bronce, y un escudo, también de bronce, sobre su espalda. El asta de su lanza era como enjullo de tejedor y la punta de su lanza pesaba seiscientos siclos de hierro. Lo precedía su escudero.

Goliat se plantó y gritó a las filas de Israel, diciéndoles:
«¿Para qué habéis salido a poneros en orden de batalla? ¿Acaso no soy yo filisteo y vosotros servidores de Saúl? Escogeos un hombre que baje contra mí. Si es capaz de pelear conmigo y me mata, seremos vuestros servidores; pero, si yo lo venzo y lo mato, quedaréis sometidos a nosotros y nos serviréis.»

Y añadió el filisteo:
«Yo desafío hoy a las filas de Israel: dadme un hombre y lucharemos mano a mano.»

David lo oyó; los israelitas, al ver a aquel hombre, huyeron aterrados. Uno dijo:
«¿Habéis visto a ese hombre que sube? ¡Pues sube a desafiar a Israel! Al que lo venza, el rey lo colmará de riquezas, le dará su hija y librará de impuestos a la familia de su padre en Israel.»

David preguntó a los que estaban a su lado:
«¿Qué le darán al que venza a ese filisteo y salve la honra de Israel? Porque, ¿quién es ese filisteo incircunciso para injuriar a las huestes del Dios vivo?»

David tomó su cayado en la mano, escogió en el torrente cinco guijarros lisos y los puso en su morral de pastor; tomó su honda y avanzó hacia el filisteo. Éste fue avanzando y acercándose a David, precedido de su escudero. Al ver a David, lo despreció, porque era un muchacho rubio y apuesto. Dijo el filisteo a David:
«¿Te has creído que soy un perro, para venir contra mí con un palo?»
Y maldijo a David por sus dioses. Luego le dijo:
«Ven a mí, que yo daré tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo.»

David respondió al filisteo:
«Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en nombre del Señor Dios de los ejércitos de Israel, a quien tú has desafiado. Ahora mismo te entrega el Señor en mis manos, te mataré y te cortaré la cabeza, y entregaré hoy mismo tu cadáver y los cadáveres de los filisteos a las aves del cielo y a las fieras de la tierra, y sabrá toda la tierra que hay Dios en Israel. Y toda esta asamblea sabrá que no es por la espada ni por la lanza como salva el Señor, porque del Señor es esta batalla y él os entrega en nuestras manos.»

Se acercó el filisteo y avanzó contra David. Éste salió de las filas del campamento y corrió al encuentro del filisteo. Metió David la mano en su morral y sacó un guijarro; lo lanzó con la honda e hirió al filisteo en la frente; la piedra se le clavó en su frente y cayó de bruces en tierra.

Y venció David al filisteo con la honda y la piedra; hirió al filisteo y lo mató sin tener espada en su mano. Corrió David, se detuvo sobre el filisteo y, tomando la espada de él, la sacó de su vaina, lo remató y le cortó la cabeza.

Viendo los filisteos que había muerto su campeón, huyeron.

RESPONSORIO    Cf. 1S 17, 37; Sal 56, 4-5

R. El Señor que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, * me librará de las manos de mis enemigos.
V. Dios enviará su gracia y su lealtad; estoy echado entre leones.
R. Me librará de las manos de mis enemigos.

SEGUNDA LECTURA

De los Sermones de san Agustín, obispo.
(Sermón 19, 2-3: CCL 41, 252-254)

MI SACRIFICIO ES UN ESPÍRITU QUEBRANTADO

Yo reconozco mi culpa, dice el salmista. Si yo la reconozco, dígnate tú perdonarla. No tengamos en modo alguno la presunción de que vivimos rectamente y sin pecado. Lo que atestigua a favor de nuestra vida es el reconocimiento de nuestras culpas. Los hombres sin remedio son aquellos que dejan de atender a sus propios pecados para fijarse en los de los demás. No buscan lo que hay que corregir, sino en qué pueden morder. Y, al no poderse excusar a sí mismos, están siempre dispuestos a acusar a los demás. No es así cómo nos enseña el salmo a orar y dar a Dios satisfacción, ya que dice: Pues yo reconozco mi culpa, tengo presente mi pecado. El que así ora no atiende a los pecados ajenos, sino que se examina a sí mismo, y no de manera superficial, como quien palpa, sino profundizando en su interior. No se perdona a sí mismo, y por esto precisamente puede atreverse a pedir perdón.

¿Quieres aplacar a Dios? Conoce lo que has de hacer contigo mismo para que Dios te sea propicio. Atiende a lo que dice el mismo salmo: Los sacrificios no te satisfacen, si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Por tanto, ¿es que has de prescindir del sacrificio? ¿Significa esto que podrás aplacar a Dios sin ninguna oblación? ¿Qué dice el salmo? Los sacrificios no te satisfacen, si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Pero continúa y verás que dice: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias. Dios rechaza los antiguos sacrificios, pero te enseña qué es lo que has de ofrecer. Nuestros padres ofrecían víctimas de sus rebaños, y éste era su sacrificio. Los sacrificios no te satisfacen, pero quieres otra clase de sacrificios.

Si te ofreciera un holocausto -dice-, no lo querrías. Si no quieres, pues, holocaustos, ¿vas a quedar sin sacrificios? De ningún modo. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias. Éste es el sacrificio que has de ofrecer. No busques en el rebaño, no prepares navíos para navegar hasta las más lejanas tierras a buscar perfumes. Busca en tu corazón la ofrenda grata a Dios. El corazón es lo que hay que quebrantar. Y no temas perder el corazón al quebrantarlo, pues dice también el salmo: Oh Dios, crea en mí un corazón puro. Para que sea creado este corazón puro, hay que quebrantar antes el impuro.

Sintamos disgusto de nosotros mismos cuando pecamos, ya que el pecado disgusta a Dios. Y, ya que no estamos libres de pecado, por lo menos asemejémonos a Dios en nuestro disgusto por lo que a él le disgusta. Así tu voluntad coincide en algo con la de Dios, en cuanto que te disgusta lo mismo que odia tu Hacedor.

RESPONSORIO    

R. Mis pecados, Señor, se han clavado en mí como saetas; pero antes de que en mí produzcan llagas, * sáname, Señor, con el remedio de la penitencia.
V. Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme.
R. Sáname, Señor, con el remedio de la penitencia.

Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.

Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:

Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:

Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.

Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.

Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.

Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.

Tú vendrás algún día,
como juez universal.

Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.

Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.

La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.

Sé su pastor,
y guíalos por siempre.

Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.

Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado.

ORACIÓN.

OREMOS,
Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, conserva a tus fieles en continua alegría y concede los gozos del cielo a quienes has librado de la muerte eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. 
Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.