Musica Para el Alma

lunes, 5 de junio de 2017

UNA LUZ

De la carta del apóstol Santiago 3, 1-12
MODERACIÓN EN EL USO DE LA LENGUA
Hermanos, no pretendáis ser todos maestros; sabed que tendremos un juicio más severo, porque todos tenemos muchos tropiezos.

Quien no peca en sus palabras es hombre perfecto, que puede poner freno a toda su persona. Mirad: a los caballos, les ponemos freno en la boca para que nos obedezcan, y así gobernamos todo su cuerpo.

Ved también cómo las naves, con ser tan grandes e impulsadas por tan fuertes vientos, son gobernadas por un pequeño timón, a voluntad del piloto. Así también, la lengua es un pequeño miembro y se gloría de grandes hazañas.

Ved como un poco de fuego incendia grandes bosques. También la lengua es un fuego, un mundo de iniquidad; colocada entre nuestros miembros, la lengua contamina todo el cuerpo y, encendida por el infierno, incendia a su vez toda nuestra vida.

Se pueden domar, y de hecho han sido domadas por el hombre, toda clase de fieras, de aves, de reptiles y de animales marinos. Pero ningún hombre puede domar su lengua: es un mal que trabaja incansable; está llena de veneno mortal. Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, creados a imagen de Dios.

De la misma boca salen la bendición y la maldición. Hermanos, esto no debe ser así. ¿Acaso la fuente mana por el mismo caño agua dulce y amarga? Hermanos, ¿puede acaso la higuera dar aceitunas, o higos la vid? Tampoco un manantial de agua salada puede dar agua dulce.
RESPONSORIO    St 3, 2b; Pr 10, 19
R. Quien no peca en sus palabras es hombre perfecto, * que puede poner freno a toda su persona.
V. En el mucho hablar no faltará pecado; el que frena sus labios es sensato.
R. Que puede poner freno a toda su persona.
SEGUNDA LECTURA
De las Instrucciones de san Doroteo, abad.
(Instrucción 7, Sobre la acusación de sí mismo, 2-3: PG 88, 1699).
LA FALSA PAZ DE ESPÍRITU
El que se acusa a sí mismo acepta con alegría toda clase de molestias, daños, ultrajes, ignominias y otra aflicción cualquiera que haya de soportar, pues se considera merecedor de todo ello, y en modo alguno pierde la paz. Nada hay más apacible que un hombre de ese temple.

Pero quizás alguien me objetará: «Si un hermano me aflige y yo, examinándome a mí mismo, no encuentro que le haya dado ocasión alguna, ¿por qué tengo que acusarme?» En realidad, el que se examina con diligencia y con temor de Dios nunca se hallará del todo inocente, y se dará cuenta de que ha dado alguna ocasión, ya sea de obra, de palabra o con el pensamiento. Y, si en nada de esto se halla culpable, seguro que en otro tiempo habrá sido motivo de aflicción para aquel hermano, por la misma o por diferente causa; o quizás habrá causado molestia a algún otro hermano. Por esto sufre ahora en justa compensación, o también por otros pecados que haya podido cometer en muchas otras ocasiones.

Otro preguntará por qué deba acusarse si, estando sentado con toda paz y tranquilidad, viene un hermano y lo molesta con alguna palabra desagradable o ignominiosa, y sintiéndose incapaz de aguantarla, cree que tiene razón en alterarse y enfadarse con su hermano; porque, si éste no hubiese venido a molestarlo, él no hubiera pecado.

Este modo de pensar es, en verdad, ridículo y carente de toda razón. En efecto, no es que al decirle aquella palabra haya puesto en él la pasión de la ira, sino que más bien ha puesto al descubierto la pasión de que se hallaba aquejado; con ello le ha proporcionado ocasión de enmendarse, si quiere. Éste tal es semejante a un trigo nítido y brillante que, al ser roto, pone al descubierto la suciedad que contenía.

Así también el que está sentado en paz y tranquilidad, según cree, esconde, sin embargo, en su interior una pasión que él no ve. Viene el hermano, le dice alguna Palabra molesta y, al momento, aquél echa fuera todo el pus y la suciedad escondidos en su interior. Por lo cual, si quiere alcanzar misericordia, mire de enmendarse, purifíquese, procure perfeccionarse, y verá que, más que atribuirle una injuria, lo que tenía que haber hecho era dar gracias a aquel hermano, ya que le ha sido motivo de tan gran provecho. Y, en lo sucesivo, estas pruebas no le causarán tanta aflicción, sino que, cuanto más se vaya perfeccionando, mas leves le parecerán. Pues el alma, cuanto más avanza en la perfección, tanto más fuerte y valerosa se vuelve en orden a soportar las penalidades que le puedan sobrevenir.
RESPONSORIO    Jb 9, 2. 14; 15, 15
R. Sé muy bien que el hombre no puede tener razón contra Dios. * ¿Quién soy yo para replicarle y rebuscar argumentos contra él?
V. Ni aun a sus ángeles los encuentra totalmente fieles, y ni el cielo es enteramente puro a sus ojos.
R. ¿Quién soy yo para replicarle y rebuscar argumentos contra él?

ORACIÓN.
OREMOS,
Señor Dios, cuya providencia no se equivoca en sus designios, te pedimos humildemente que apartes de nosotros todo lo que pueda causarnos algún daño, y nos concedas lo que pueda sernos de provecho. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.